domingo, 7 de octubre de 2012

AMIGOS Y AMANTES - Registrada en S.A.D.E. (Sociedad Argentina de Escritores)



I
A Ivana, con sus veintiocho años, le pesaba la vida. No encontraba más aliciente que su carrera, por la cual sometía cinco horas diarias de su tiempo al despotismo de la dueña del estudio jurídico. Hay que pagar el derecho de piso, decía su hermano Diego. Ella pensaba que los desaires que debía tolerar le daban derecho a un edificio completo. Descargó sobre el sillón de la sala su cartera y las carpetas que debía llevar a Tribunales a primera hora del día siguiente y arrastró los pies hasta la cocina. En el freezer encontró una presa de pollo con verduras y lo calentó en el micro ondas. Comió de parada, sobre la barra, y acompañó el bocado con un vaso de agua. No veía la hora de tirarse en la cama. Su mamá la despertaría cuando volviera de la clase de gimnasia y podría darse una ducha antes de partir para la facultad.
—¡Ivi, qué suerte que te encuentro! —Jordi, su hermano menor, se acercó con un álbum de figuritas del último torneo de fútbol—. Me faltan tres jugadores para completar el cuaderno —puso cara de víctima—: y nadie me quiere prestar para comprar unos sobres…
—¿Prestar? —rió su hermana—. ¿Y cuándo lo vas a devolver?
—¡Te juro que este fin de semana! Cuando papá me dé la plata…
Ivana, que desfallecía por acostarse, buscó la cartera y le tendió un billete.
—¡Sos lo más! —dijo el chico en medio de un turbulento abrazo antes de correr hacia la calle.
Ella sonrió, porque Jordi era su debilidad. Lena, su mamá, lo había gestado alrededor de los cuarenta años (con ayuda de su papá, desde luego), y después de un embarazo complicado nació el delicado bebé que les provocó mil sobresaltos hasta que su crecimiento se estabilizó. Como única descendiente femenina fue la mano derecha de Lena para atenderlo, forjando con Jordi un lazo de características cuasi maternales. Amaba a ese hermano peculiar que transitaba entre la adultez y la inocencia. Suspiró y se impulsó hacia su dormitorio. Se volvió al escuchar que se abría la puerta de ingreso. Escuchó la voz de Diego y la de su inseparable amigo Gael. Se apuró a subir la escalera esperando no ser sorprendida por los muchachos y malogrado su merecido descanso. Cerró la puerta del cuarto con sigilo y se desvistió. Su próximo contacto con la realidad, fueron las suaves sacudidas prodigadas por su madre.
—¡Dale, Ivi, que son las seis! Preparate que te espero abajo con la merienda.
Ella sonrió y devolvió el beso de su mamá. Después de la siesta, se sentía más optimista. Se dio un baño rápido y se vistió con un jean y una remera de cuello alto. El otoño había asomado fresco y ventoso y ella salía de la facultad a las once de la noche. Eligió un abrigo liviano, levantó el cuaderno y unos apuntes del escritorio y bajó la escalera con rapidez. Tenía media hora para compartir con su progenitora antes de salir.
—¿Ya se fue Diego? —preguntó al no verlo en la cocina.
—Sí. Él y Gael estaban a cargo de una cátedra de Biología. Tu hermano preguntó por vos. Creí que no se habían visto.
—No quise verlo. Estaba cansada y me hubiera estorbado el sueño —dijo mientras untaba una tostada con manteca.
—¿Me parece o estás cada vez más retraída? —inquirió Lena.
—Estoy cansada, mamá —repitió—. Cansada de mi trabajo, cansada de asistir a clases teóricas dictadas por ayudantes inexpertos, cansada de rendir pocas materias al año, cansada de pasar encerrada los fines de semana y cansada de la gente. ¿No es para retraerse? —dijo con gesto desafiante.
—Veamos —repasó su madre sin apocarse— varias de estas cuestiones tienen solución. Podés dejar ese trabajo cuando quieras y dedicarte todo el tiempo a estudiar —detuvo la protesta de su hija con un gesto y continuó—: Podrías optar por las cátedras más adecuadas y acabar la carrera en menos tiempo, y podrías —acentuó— salir los fines de semana con tus amigas y, ¿quién sabe?, encontrar un noviecito que le ponga un poco de color a tu vida.
Ivana la dejó exponer. Ahora refutó los argumentos de Lena con paciencia:
—Sabés que yo quiero costearme el título, así que ni hablar de dejar el trabajo. Por consiguiente, tengo que renunciar al esparcimiento para poder estudiar. Y también al noviecito, como decís. Que aparte del tiempo que insumen suelen pretender dedicación absoluta.
Ese tiempo es el del placer, el que te carga de energía para sobrellevar las contrariedades. Vos sos más evolucionada que yo y seguramente sabrás elegir al hombre adecuado. Modelos de hombres respetuosos de los derechos femeninos los tenés en tu familia. Mirá el ejemplo de papá y de tu hermano Diego. Ninguno se interpuso en los proyectos de sus parejas sino que, por el contrario, los estimularon.
—Mamita, no quiero ofenderte, pero ¿a qué proyecto tuyo se opuso papá? Si lo único que pretendías era casarte y ser madre. Por cierto que fue tu mejor aliado. En cuanto a Diego, reconozco que se banca bien la carrera de Yamila. Aunque debe ser porque la conoció cursando el último año. ¡Lo quiero ver cuando Yami deambule de un lado a otro buscando empleo!
—Cuando querés sos irritante, Ivi. Te aclaro que yo abandoné el profesorado de historia porque quise y no porque Julio me lo pidió. Y si ser esposa y madre es una aspiración insignificante, me siento realizada con mi pobre elección que me permitió disfrutar la crianza de mis hijos entre los cuales te encontrás vos —remató enfadada.
—¿Ves? Sabía que te ibas a enojar. No desmerezco tu preferencia, sólo digo que no es lo que persigo para mí y que esta decisión no les acomoda demasiado a los hombres. —Se levantó y la abrazó a pesar de su resistencia. Riendo, la besó y declaró—: Te quiero, mamá, y agradezco tu determinación. ¡Sos la mejor madre del mundo! Palabra de esta hija impertinente.
—Sólo quiero verte reír más a menudo, Ivana. —dijo Lena respondiendo a la caricia.
—Voy a estar bien, mamá. Y ahora me voy porque perderé el ómnibus.
—Te dejo la comida en el micro.
La joven asintió y le tiró un beso mientras salía. Lena quedó con la mirada fija en la puerta que la muchacha había atravesado. Intuía que no era feliz y se preguntaba por qué se obstinaba en no aceptar la ayuda ofrecida para aliviar su aprendizaje. Tampoco la convencía su soledad escogida. A pesar de su carácter rebelde Ivi era una mujer atractiva y cariñosa y, a su entender, necesitada del amor que sólo un hombre podía dispensarle. No quería interferir en la vida de su hija, pero decidió hablar con su marido cuando regresara del viaje de negocios.

II
Ivana corrió al ómnibus que se estaba alejando de la parada sin éxito y pateó frustrada porque debía esperar veinte minutos al siguiente. Un bocinazo la hizo volverse hacia la calzada. Diego y Gael le hacían señas. Se acercó al auto, abrió la puerta trasera y se sentó detrás de los hombres.
—No sé ni me importa qué compromiso tienen, pero se me fue el bus y me tienen que llevar hasta la Facu —comunicó.
—Te decía, Gael, que mi hermana se distingue por los buenos modales, como podés comprobar.
El susodicho sonrió y enfiló el auto hacia el destino que había mencionado Ivana. La conocía desde sus once años, recién llegado de Inglaterra e inserto en la escuela secundaria que habría de compartir con Diego. El argentino lo recibió fraternalmente y fue su mentor hasta que se adaptó a la idiosincrasia de la escuela y del país. La primera familia que frecuentó fue la de Diego y quedó prendado de su hermana mayor que, a pesar de llevarle sólo dos años, lo trataba como a un chiquillo. Crecieron todos juntos; el esmirriado Gael al cumplir dieciocho años medía un metro ochenta y ostentaba un físico digno de un atleta. Pero Ivana, detenida en el tiempo de la amistad, parecía no haber reparado en la transformación del inglecito como lo llamaba cariñosamente. Cuando Jordi nació prematuramente, ella estaba preparando su fiesta de quince años a la que renunció por la frágil salud del recién nacido. En brazos del inglecito lloró la desilusión que no podía mostrar a su familia. Sin intención, lo convirtió en confidente de situaciones que no se animaba a revelar a sus padres ni a sus hermanos. Como esa relación que mantuvo a los veinte años con un sujeto que le doblaba la edad. Por primera vez desde que se conocían, Gael se opuso a que concurriera a una fiesta que el individuo daba en su domicilio. Ella desestimó su opinión, pero cuando estaba bajo los efectos de la droga que le había suministrado con la bebida, su hermano y su amigo irrumpieron en la casa y la rescataron por la fuerza. A Ivana le quedó un borroso recuerdo de la experiencia que, por vergüenza, nunca quiso reflotar con sus salvadores. Después de este incidente el vínculo que conservó con Gael fue más reservado. En la Facultad de Derecho hizo tres amigas: Pamela y María Sol —más grandes que ella— y Alfonsina, dos años menor. Con las compañeras del secundario se había distanciado por defender la virilidad de su amigo. Después de rondarlo y no conseguir más que un amable acercamiento, dieron en considerarlo gay. Indignada, recurrió a su hermano:
—Decime, ¿Gael es gay?
—¡Qué decís, trastornada! ¿Cómo se te ocurre?
Ella se encogió de hombros y dijo con indiferencia:
—Marita, Jimena y Lorena se le insinuaron y él, nada.
—Porque mi amigo escoge a las mujeres que le interesan y esas descerebradas no sirven ni para dos horas.
—¿Y ustedes de qué se las dan? —dijo picada—. Apenas tienen dieciséis años y se dan el lujo de repudiar a tres minas infartantes.
—Yo tengo diecisiete, por si te falla la memoria. Y aunque a mí no me apuntaron, las hubiera rechazado por regaladas.
—¡Sos un machista asqueroso! ¿Así que debemos esperar a que vuestras majestades nos hagan un guiño para ser respetables?
—Ni una cosa ni la otra, cabezona. Hay maneras más sutiles para acercarse a un hombre que desconocen tus amigas.
—Sutiles, ¿eh? Va a resultar que mis amigas tenían razón y se olvidaron de incluirte en la lista.
—No me provoqués, Ivi —amenazó su hermano en voz baja.
—¡Sos un estúpido, y tu amigo también! —gritó enfurecida y al dar la vuelta se topó con Gael y lo empujó por obstruir su indignada estampida.
—¿Qué le pasa a la princesa? ¿Tuvo un mal día? —dijo el joven entre risueño y sorprendido.
—No lo vas a creer… Ella y sus idiotas amigas suponen que sos marica y por efecto traslativo me lo endosan a mí —contestó con una carcajada—. ¿Por qué no te volteás de una buena vez a esas trolas así dejan de hablar?
—Ya sabés —respondió Gael—. Nadie cercano a Ivi.
—¿Todavía pensás en ella, otario? Vos la oíste. Le gustan los hombres que tengan algunos años más que ella. Y vos tenés dos menos.
—Que dentro de algunos años dejarán de ser diferencia. Y yo tendré mi oportunidad.
—A obcecado nadie te gana. En fin… Si ella te acepta, a mí no me disgustaría que fueras mi cuñado.
Con esta declaración de Diego no se habló más del asunto. Ivana no le dirigió la palabra a su hermano por un mes y se refugió en la amistad de Gael que ahora, por estar sospechada su hombría, le era tan natural como con sus iguales. Él disfrutó de su confianza y sufrió las veces que ella se creyó enamorada. Hasta la noche en que, con Diego, la arrebataron de la casa del abusador, que abrió un nuevo capítulo en su relación. Ivi nunca mencionó con él el episodio y poco a poco se fue alejando de su esfera de influencia sustituyéndolo con nuevas amigas. Gael terminó su doctorado en medicina antes de que Diego se recibiera de biólogo y esperó pacientemente el momento de acercarse a Ivana.

III
Jordi detuvo su carrera cuando dio vuelta a la esquina. Otras sensaciones sustituyeron la urgencia de llegar al kiosco para comprar los sobres que tanto anhelaba. Caminó con la cabeza gacha para no perder la línea recta de sus pasos mientras se concentraba en su hermana. Ivi estaba triste. Ivi pensaba que la vida era un desierto oscuro y vacío. Ésa era la imagen que tenía en su cabeza cuando le dio con generosidad el dinero que necesitaba. Jordi no se asombraba de las representaciones que veía en la mente de las personas porque le sucedía desde muy pequeño, pero evitaba hablar de ello para que no se burlaran o lo tomaran por loco. Algunas eran coloridas y sugerentes como las de Gael cuando miraba a su hermana, aunque él todavía no podía deducir mucho de las imágenes de los adultos. Pero sí entendía el significado del paisaje árido y apagado que agobiaba a Ivana. También podía diferenciar entre pensamientos amigables u hostiles entre ese abanico de estampas que poblaban la mente de los organismos vivos. Porque Jordi podía sintonizar las impresiones del mundo animal y vegetal que se le manifestaban, en el primer caso como líneas y el segundo como formas geométricas. Las figuras nunca eran amenazantes, pero las líneas… Las líneas rectas eran favorables; las onduladas de precaución; las dentadas de peligro. Este conocimiento innato le permitía transitar entre los animales con seguridad, alejándose cuando percibía la posibilidad de agresión. Descubrió que podía alterar el trazado de estos símbolos cuando tenía cinco años, en ocasión de pasear con Ivi y Gael por los alrededores de la casa de fin de semana que su papá había alquilado en Roldán. A instancia de su hermana se internaron entre unos árboles para observar un matorral de flores amarillas. Ivi estaba cortando una rama cuando un enorme perro surgió de la espesura gruñendo y mostrando los dientes. Gael se puso delante de los hermanos y enfrentó al animal cuyo patrón de pensamiento aterrorizó a Jordi. Supo que el joven no podría detenerlo y se adelantó al encuentro del perro. Ivana gritaba mientras Gael, que había recogido una piedra, la sujetaba y trataba de calmarla. El niño adelantó las palmas de las manos hacia el can ante la mirada alerta del joven. Poco a poco el mastín dejó de rugir, su cuerpo se aflojó y pegó la vuelta para adentrarse entre la vegetación. Jordi había aprendido a interactuar con los animales transformando su módulo de ferocidad. Ivi se desasió de Gael y corrió a guarecerlo entre sus brazos. Después, sollozando, intentó golpear a su amigo que la mantuvo trabajosamente lejos de su cuerpo.
—¡Desalmado! ¡Escudarte detrás de un niño! ¡Lo hubiera podido destrozar!
Jordi percibió el dolor del muchacho ante la injusta acusación y el silencio amargo con que recibió el reclamo.
—¡Ivi! —intervino—. No lo retes a Gael porque estaba atento para defendernos. Se puso delante de nosotros y te salvó la semana pasada.
La declaración del niño detuvo el ataque de Ivana proyectándola hacia la nefasta aventura que habían interrumpido su hermano y su amigo.
—¿Presumiste ante Jordi tu papel de héroe? —le espetó indignada.
—No merece siquiera que te conteste —dijo el muchacho con desprecio.
—Entonces anduvieron hablando con Diego y mi hermano los escuchó —insistió la joven sin reparar en su tono.
—¡Basta, Ivi! Lo sé pero nadie me lo dijo —interrumpió Jordi al borde del llanto.
—¿No ves que lo estás atormentando? No te creía capaz de este arranque de histeria —declaró Gael decepcionado. Se repuso y ordenó al dúo con firmeza—: Salgamos de este lugar.
Los hermanos lo siguieron sin discutir. Jordi porque estaba desconcertado por el arranque de su hermana y las impresiones que le transmitían ambos jóvenes al pelear, e Ivana porque sentía que había llegado demasiado lejos en su ataque a Gael. Las palabras del pequeño, aceptando que ninguno de sus protectores le hubiese contado nada, la llenaron de inquietud. Ahora que estaba calmada, revivió la escena del duelo con el perrazo. Fue como si el niño lo hubiese dominado mentalmente. Lo tomó de la mano y corrió tras Gael que caminaba a grandes pasos.
—¡Pará un momento, por favor! —le dijo cuando lo alcanzó.
El muchacho la miró con seriedad y ella se dio cuenta de que debía desplegar todo su encanto para que la disculpara.
—No me mires así, inglecito —dijo con un mohín— que me vas a romper el corazón. —Estiró la mano para acariciarle la cabeza pero el joven se apartó con brusquedad. Los ojazos de ella lo miraron con reproche y sus labios se curvaron inducidos por el llanto inminente. Las lágrimas de Ivi disolvieron como por encanto el enfado de Gael. Atinó a tartamudear una excusa y se acercó para abrazarla torpemente. Un tropel de sensaciones lo embargó mientras la chica sollozaba contra su cuerpo. Era la segunda vez que la tenía contra él, aunque de la primera ella no tenía memoria. La cargó desmayada entre sus brazos mientras Diego se ocupaba de persuadir al oportunista de que no le convenía meterse con su hermana. Gael no se cuestionaba las emociones que ella le despertaba. La quería como fuera. Ofensiva, intolerante, indiferente a los sentimientos que le provocaba. Poco a poco disminuyó el llanto y la joven se apartó de la remera húmeda de lágrimas y manchada de rimel.
—¿Me perdonás? —rogó afligida.
Él sonrió y le trabó el cuello con el brazo hasta arrimarle la cabeza a su hombro.
—Sólo si me lavás y me planchás la remera.
—¡Hecho! —dijo Ivana aliviada.
Jordi, reanimado por el vuelco que había tomado la controversia entre Ivi y Gael, corrió delante de los dos apremiado por probar la torta de manzana que había preparado su madre. Sentía un poquito de remordimiento por haberla forzado a postergar las frutillas. Pero a él le seducían las manzanas.

IV
Ivana bajó del auto y saludó a los jóvenes mientras se apresuraba a ganar la escalinata de acceso a la Facultad. Llegó al aula cuando ya había comenzado la clase. Sus ojos buscaron a sus amigas y las localizó en los asientos laterales. Alfonsina le señaló una silla ubicada a su derecha y ella se abrió paso hasta ocuparla en silencio. Tampoco concurría hoy el profesor titular. El ayudante poco aportó a la lectura de ese día por lo que las tres horas de clase se convirtieron para Ivana en un enorme bostezo. A la salida, Alfonsina propuso tomar un café.
—No puedo. Tengo que estar en Tribunales a las siete de la mañana —denegó ella—. Además, me parece que se avecina una tormenta.
—Cierto, Alfonsina —confirmó Pamela—. Dejémoslo para mañana.
—Acompañame, Marisol… —insistió la más joven—. Si llueve nos tomamos un taxi. ¡A mi cargo! —la tentó.
María Sol, a quien Alfonsina le había confiado que esperaba encontrar a Lucas en el bar, accedió con una risa. Pamela dudó y al fin se unió al dúo. Ivana las saludó y caminó hasta la parada de su colectivo. Los truenos y los relámpagos se sucedieron con más frecuencia. Cuando unas frías gotas se transformaron en copiosa lluvia, hizo señas al primer ómnibus que apareció. La dejaba a cinco cuadras, pero era mejor mojarse cerca de su casa. Bajó y se quedó en el refugio diez minutos. Decidió abandonarlo al comprobar que la borrasca cobraba más fuerza. Cegada por el aguacero, avanzó hacia su hogar. Una profunda tristeza dominaba su paso a medida que las ropas y el cuerpo se le empapaban. Se sintió la criatura más desdichada del mundo y dejó correr las lágrimas que entibiaron sus mejillas ateridas.
Jordi, sentado a la mesa, dejó caer los cubiertos sobre el plato. Los comensales —papá, mamá, Diego, Julio César y Gael— lo miraron sorprendidos.
—Tengo que ir a buscar a Ivi —explicó mientras se levantaba de la mesa.
—Un momento, jovencito —dijo Julio—. Está lloviendo a cántaros y no sabés adónde está ella.
—Se bajó en la parada de Alvear. Le voy a llevar el paraguas para que no se moje.
—¿Y cómo te enteraste? —indagó su hermano J.C.
—Porque me mandó un mensaje.
—Yo no escuché ninguna alarma —lo acosó Jotacé.
—Porque la tenía silenciada. ¡Me voy antes de que se haga sopa!
—¡Esperá! —la voz de Gael lo frenó—. Te llevo con el auto.
—Pero Gael… —intervino Lena—. Se te va a enfriar la comida y lo más probable es que sean suposiciones de Jordi.
—No me cuesta nada. Tengo el auto en la puerta —dijo el joven mientras se levantaba para seguir al muchachito bajo la mirada irónica de los otros hermanos.
—¿Por dónde? —preguntó cuando se instalaron en el coche.
—Derecho hasta Alvear —contestó Jordi con seguridad.
Tres cuadras después distinguieron a la chorreada caminante. Gael le pidió el paraguas y bajó para repararla bajo el artefacto que se obstinaba en permanecer cerrado.
—¡Ivi! —llamó mientras luchaba por abrirlo.
Ella se volvió mientras se pasaba la mano por la cara intentando ocultar los rastros de su debilidad. Ver a Gael lidiando con el paraguas que el viento se empecinaba en invertir, le provocó una carcajada que suspendió los esfuerzos de su amigo para desplegarlo. Con una mueca se acercó a Ivana y la sermoneó:
—¡Qué bonito, eh! Burlarte de una buena acción.
Como ella seguía riendo, la tomó por el brazo y franqueó la puerta del acompañante para empujarla dentro del coche. Cuando se puso al volante, se miraron y se embromaron mutuamente.
—Parecés un pato mojado —afirmó Gael.
—Y vos un ridículo paladín —rebatió Ivi—. ¿Cómo se te ocurrió que vendría en este micro?
—A mí, no. Dale las gracias a Jordi —dijo señalando hacia atrás.
La muchacha se volvió y encontró la sonrisa de su inefable hermanito.
—Sos un sol, Jordi —dijo amorosamente—. Como sea que lo hayas presentido, me ha hecho mucho bien.
—Lo sé. Se animaron tus colores.
Ella cambió una mirada con Gael quien, en silencio, puso el auto en marcha para trasladar a los hermanos a su domicilio. Los despidió en la puerta y volvió a su departamento para mudarse la ropa mojada. Todavía estaba el resto de la familia alrededor de la mesa cuando entraron los hermanos.
—¡Hija! Corré a cambiarte antes de que te pesques una neumonía —exageró mamá.
—¿Y Gael? —preguntó Diego.
—Se fue. Estaba empapado —dijo Ivi sin poder ocultar una sonrisa al recordar la batalla con el paraguas.
—Que buen amigo es el matasanos, ¿no? —ironizó Jotacé.
—Mejor que un hermano constructor —replicó Ivana al flamante arquitecto.
Diego se rió ante la rápida respuesta de Ivi. No había peor cosa para Julio César que tildarlo de constructor o ingeniero; tan orgulloso estaba de su título recién adquirido.
Cuando Ivana bajó a cenar, quedaba su madre para acompañarla. Comió frugalmente y subió a su dormitorio. Antes de acostarse decidió llamarlo a Gael. Las reacciones de Jordi la inquietaban y la mirada que había cruzado con su amigo en el auto indicaba que tampoco a él le fueron indiferentes. Necesitaba de su pensamiento lógico para razonarlas. Una voz adormilada contestó el teléfono:
—Hola, nena. ¿Qué se te ofrece?
—Te desperté. Pero necesito que mañana nos encontremos —dijo acelerada.
—Imposible. Viajo a Montevideo a primera hora y estaré ausente tres semanas. Si es tan urgente, veámoslo ahora.
La joven pensó en su trabajo, en el reloj que sonaría a las seis de la mañana, en que la charla sobre Jordi era más para tranquilizarla a ella porque su hermano gozaba de buena salud, y que podría postergarse para más adelante.
—No es urgente. Nos vemos a tu regreso. Chau y buen viaje.
Gael, intrigado por la llamada, controló el arranque de devolverla. Ivana era una mujer impulsiva tanto como para llamar a horarios inusuales como para cortar la comunicación sin esperar respuesta. Como su voz no revelaba un verdadero apremio, reservaría su curiosidad hasta la vuelta. Suspiró y pensó cuán satisfactorio sería asistir al congreso en su compañía. Caminar juntos por la antigua Colonia en las horas libres, hacerle el amor por las noches… Sonrió porque, como decía Diego, era un otario. Pero ya era tiempo de iniciar un acercamiento. Cuando volviera, decidió.

V
Ivana no remoloneó. Se levantó apenas sonó el despertador. A las seis y media desayunó en la solitaria cocina y a las siete pisaba la escalinata de Tribunales. Se sometió al registro policial de rutina y anduvo por las escaleras para entregar los expedientes en las distintas reparticiones. Cada tanto se cruzaba con un conocido de tanto transitar los pasillos de la institución judicial. A las ocho y media entró al despacho de su empleadora quien, sin disimulo, miró la hora en su reloj pulsera.
—La oficina de certificaciones empezó a trabajar a las ocho —se sintió obligada a explicar puesto que estaban a tres cuadras del palacio de justicia.
Alcira Bartolis, abogada, no hizo ningún comentario con lo cual comenzó la mortificación diaria de su secretaria. A las nueve le franqueó la puerta a Carlitos, dependiente del bar de planta baja que traía el café cotidiano. Le dejó un pocillo sobre el escritorio y le alcanzó el otro a la abogada. Mientras redactaba una intimación en la computadora, el muchacho se paró a charlar con ella.
—¿Vas a ir a ver a Roger Waters?
—Yo, no. Pero a que adivino que ya tenés las entradas.
—¡Sí! Me voy con Lisandro y Willi. —la miró con melancolía—: ¡Qué lastima que no nos vamos a encontrar!
Ivana sonrió. Ese chico elevaba su autoestima. No debía tener más de diecinueve años, pero desde que entró a trabajar se había transformado en su ferviente admirador. Antes de que pudiera confortarlo, Alcira abrió la puerta del privado y dijo agriamente:
—¡Para hoy esa intimación!
Carlitos, de espaldas a la mujer, hizo una mueca de náusea mientras Ivana se tragaba la respuesta.
—Hasta mañana, doctora —saludó el cadete levantando la bandeja apoyada sobre la mesa de Ivi—. Cuando vuelva te cuento —le susurró a ella.
¡Dios mío, cómo la odio cuando trata de humillarme! ¿Qué satisfacción siente? Si no fuera porque es tan difícil conseguir trabajo a mi edad… Cuando mamá contaba que a los treinta y cinco años eras descartable… Y ahora… ¡a los veintiocho! Cuando tenga mi estudio no seré tan mala persona con mis empleados. Espero que aquí no se me corrompa el carácter como para intentar vengarme…
Imprimió el documento y se lo alcanzó a la abogada para que lo leyera y lo firmara. Volvió a su escritorio para atender el teléfono.
—¡Hola, Ivi! ¿Querés que te pase a buscar? —la querida voz de Jordi le aventó los pensamientos negativos.
—¡Dale, mi amor! ¿Comemos afuera?
—¡Sí! Yo te invito porque mamá me adelantó la semana.
—¡Sos un rey…! —dijo riendo con ganas—. A las doce nos vemos abajo.
—Ya te estoy esperando. Chau.
Miró el reloj que marcaba las diez y media y movió la cabeza divertida. Su hermanito era un fuera de serie.
—Ivana, creo que fui muy clara cuando la contraté —el tono de Alcira era inequívoco—: No permito las llamadas sentimentales y parece que usted lo olvidó.
Ella la miró entre incrédula e irritada. Experimentó un arrebato de ira ante el espionaje de la mujer.
—¿Cómo dice? —la desafió.
—Que los arrumacos debe dejarlos para el teléfono de su casa y fuera del horario de trabajo.
Ivana aquilató nueve meses de trato desconsiderado, su innata contracción al trabajo que sumaba horas extras no reconocidas, la mezquina voluntad de su empleadora para transmitirle conocimientos, un salario que escasamente cubría sus gastos y la imperdonable intromisión en su vida privada. Concluyó en que no permitiría más abusos. Se levantó de la silla, observó a la abogada —despojada del temor a una sanción— y le comunicó su renuncia:
—Tengo el agrado anunciarle que a partir de este momento me retiro del estudio y de su insoportable presencia. Siento tanto alivio por haber tomado esta decisión, que le ahorraré los insultos que se tiene merecidos. ¡Arrivederci, Alcira! Y mi más sentido pésame a mi sucesora.
El rostro de la abogada permutó de la palidez al rojo intenso. Miró a la joven que descolgaba su bolso y su abrigo y expectoró las palabras atragantadas:
—¡No puede irse sin preaviso! Si depone su irreflexiva determinación, haré caso omiso de sus injurias.
—¡Ja! — profirió Ivana ante las palabras desubicadas de la mujer—. Para exigir un preaviso tendría que haberme anotado legalmente, promesa que no cumplió. No creí que se lo iba a agradecer… —sonrió mientras abría la puerta.
—¡Desgraciada! ¡Me voy a ocupar de que no la tomen en ningún bufete!
—Para su conocimiento —la muchacha disfrutó su réplica— varios abogados me han propuesto trabajo en sus estudios.
—Será para llevarla a la cama —la escarneció Alcira.
—Oferta que usted no ha recibido ni recibirá —le guiñó un ojo y salió al palier sin volver la vista atrás.
Esperó el ascensor conciente de que no cobraría el mes trabajado y que la presunción de la abogada era correcta. Pero eso no tenía por qué confesárselo. A pesar de su nueva situación de desempleada se sentía exultante. Si no conseguía otro trabajo aceptaría en préstamo la oferta de sus padres, se recibiría cuanto antes y les devolvería el dinero con sus intereses. Este pensamiento la conformó y marchó al encuentro de su hermano en estado de gracia.

VI
Jordi asistió a las sucesivas transformaciones del estado anímico de Ivi. El oscuro paisaje interior que tanto le preocupaba se fue transparentando para ser sustituido por un acantilado castigado por furiosas olas. La última pulverizó las rocas y se deslizó mansamente por la extensa playa que el sol empezaba a revelar. Se acercó al ascensor y la recibió con una amplia sonrisa. Ella lo abrazó e intercambiaron un beso. Después le dijo:
—Es temprano para almorzar. ¿Querés que demos una vuelta por el centro?
—Sí. Vayamos hasta el Monumento y después te invito a McDonald’s.
Ivi hizo un gesto de rechazo y el chico, riendo, le aseguró que era una broma. Sabía que a su hermana le disgustaban las comidas grasosas que a él tanto le apetecían. Bajaron por la peatonal Córdoba hasta el Monumento a la Bandera y caminaron hasta la costa. A Ivana, estar paseando a orillas del río a las once de la mañana le pareció un milagro. Aspiró con delicia el aire entibiado por el sol y descansó los brazos sobre el borde de la baranda protectora.
—Menos mal que mamá te adelantó la plata, porque desde ahora tu hermana es una desocupada y, encima, no me van a pagar el mes que termina. —le confesó a Jordi con despreocupación.
—Yo voy a ahorrar para ayudarte —aseguró el chico.
Ella perdió la mirada en la mansa corriente del río y sonrió. A Jordi parecía no asombrarle su nueva situación. En general, no pedía explicaciones ni detalles de los eventos que sucedían a su alrededor. Los aceptaba con la actitud de quien está al tanto de cada acontecimiento.
¡Ay, Gael! ¿Por qué tenías que hacer este viaje inesperado? Si anoche me urgía hablar con vos, ahora ni te cuento. Tres semanas… Demasiado tiempo cuando no hay obligación de horarios. A vos también te sorprendió la declaración de Jordi, por algo te volviste a mirarme. Supo que estaba angustiada caminando bajo la lluvia y hoy, que tomé una decisión impensada, está haciéndome compañía. ¿Acaso él conocía este desenlace? Me preocupa y no quiero hacerle preguntas que lo encierren en el mutismo. No… Lo voy a charlar con vos, que ahora te sentís con derecho a llamarme nena porque me llevás quince centímetros. ¡Qué pendejo!
Le dedicó su atención a Jordi y le pasó un brazo sobre los hombros.
—¿Seguimos caminando? —le dijo de buen humor.
Su hermano asintió y recorrieron el paseo hasta el final de la baranda que delimitaba la zona segura de la barranca. Un barcito con mesas adornadas por manteles de diversos colores remataba el sector peatonal. Ivana pensó que le agradaría sentarse en la que lucía el mantel blanco y verde y que estaba al lado de la ventana.
—Entremos aquí —indicó Jordi tomándola de la mano.
Ella se dejó llevar sin aparentar sorpresa cuando él se encaminó directamente hacia la ventana. Tomaron asiento y enseguida se acercó un camarero a tomarles el pedido. Cuando quedaron solos, Ivana dijo:
—Era la ubicación que me gustaba —y esperó algún comentario de su hermano quien, como siempre, se abstuvo.
—Nunca tuvimos tiempo de charlar —señaló ella al cabo—. Me temo que estuve tan absorta en ese estúpido trabajo y en arrastrar penosamente mis estudios que vos creciste y apenas me di cuenta de ello.
—No te apenes, Ivi, yo sé que me querés.
—Sí —le dijo mirándolo con amor—. Pero debí decírtelo más a menudo, con palabras, interesándome por tus cosas. Me gustaría saber cómo te sentís en la escuela ahora que empezaste el secundario, cómo te llevás con tus compañeros, si hiciste nuevos amigos…
—Algunos. Y me compré el álbum del torneo para tener cosas en común.
Ivana rió. Jordi era más bien un chico solitario pero se las arreglaba muy bien para congeniar con sus discípulos. Poco los frecuentaba fuera del colegio, pero no le faltaba compañía para ir al cine o a los locales de juego. Aunque no había seguido de cerca su progreso escolar, sabía por su madre que el pequeño era un alumno destacado. Sí, concluyó; no tenía por qué preocuparse de su vida cotidiana. Para preocuparla estaban las inesperadas declaraciones de Jordi, la sensación de que su hermano no necesitaba de palabras para entender o, lo más inquietante, que sabía cosas sin que nadie se las contara. Por eso tenía que hablar con Gael, porque confiaba en su criterio y había sido testigo de la escaramuza con el perro. ¿Y acaso no debía la providencial aparición de los muchachos para rescatarla a la insistencia de Jordi? Les facilitó la dirección de la casa y porfió, ante su pregunta, de que ella se la había dado a conocer. No. Estaba segura. ¿Y anoche? Supo qué ómnibus había tomado y adónde se había bajado. Y ella no le había mandado ningún mensaje como dio a entender su madre. No la contradijo porque deseaba aclarar ese punto con el chico. Y creía que era el momento adecuado.
—Jordi, ¿cómo supiste que viajé en la C? Y que conste, entre nosotros, que no te mandé ningún mensaje.
El jovencito esbozó una leve sonrisa. A Ivana no la podía engañar con el cuento del celular. Los pensamientos de su hermana habían dejado de ser caóticos y ahora podía concentrarse en la contestación que requería su pregunta. Ella era confiable y él necesitaba alguien con quien explayarse.
—Yo puedo ver cosas en la mente de otras personas —confesó.
—¿Querés decir que sabés todo lo que pienso en este momento? —exclamó Ivi alarmada.
—No. Sólo veo imágenes. Como paisajes. O colores. Pero a muchos no los entiendo… —dijo con pesadumbre.
El desahogo de su hermano la angustió. El rostro aún aniñado reflejaba el desamparo propio de quien se sabe diferente y no encuentra un semejante que lo guíe por el laberinto de su singularidad.
—¿Vos creés que tenés un poder… sobrenatural? —preguntó Ivana con voz queda, insegura de haber elegido el término correcto que no provocara la mudez de Jordi.
—No te asustes, Mavi —le dijo apelando al apodo cariñoso de su niñez con el cual diferenciaba a su mamá de su hermana madre— que no soy ningún iluminado. Son mis neuronas, capaces de establecer sinapsis más complejas que las normales. Lo investigué cuando me compraron la computadora. No encontré ningún foro que lo tratara, pero leí mucho sobre la potencialidad del cerebro y sus conexiones.
—Entonces —opinó ella— es posible que haya más personas como vos.
—¿Vos creés, Mavi? —demandó esperanzado—. Necesito que alguien me ayude a ordenar toda la información que voy acumulando y a interpretar lo que desconozco.
Ivana mordisqueó su labio inferior y permaneció con la vista clavada en los cuadraditos blancos y verdes. ¿Es posible que esté hablando de un potencial caso de clarividencia como algo cotidiano? Te creo, Jordi, pero estoy asustada. Tanto si es real como imaginario. Ésta es tu especialidad, Gael. ¿Por qué Jordi no recurrió a vos? Tres semanas…
—Te quedaste pensando —la voz de su hermano la sustrajo de su meditación.
—Lo que pasó con el perro… ¿te acordás? —le preguntó pensando en el episodio de ocho años atrás.
Él asintió.
—Estaba furioso —continuó ella—. Pero cuando te pusiste adelante se calmó y se fue. ¿Podés comunicarte con los animales?
—Veo sus imágenes. Y pude cambiarlas para que se amansara.
—¿Y podés influir en las personas?
—Sólo probé con mamá —hizo un gesto de disculpa—. Para que haga siempre la tarta de manzanas en vez de la de frutilla.
—¡Ah, pícaro! Y con lo que me gustan a mí las frutillas… —rió Ivi. Después, recuperando la seriedad—: Me pregunto por qué no lo consultaste a Gael. Es neurólogo.
—Porque habría sido desleal con mi familia. Antes tendría que haberles contado, pero temía que me consideraran un fenómeno.
—¡Sí que sos un fenómeno, mi amor! —le contestó con dulzura—. ¿Cómo vas a pensar que te íbamos a descalificar con lo que te amamos?
—Vos no, Ivi. Pero mamá y papá se preocuparían y mis hermanos no entenderían. Pero ahora que vos lo sabés, voy a hablar con Gael.
—Está en un congreso —aclaró Ivana.
—Lo sé. Cuando vuelva.
La aparición del camarero con los platos interrumpió la charla y ninguno, posteriormente, la trajo a colación. Volvieron caminando bajo el tibio sol de otoño enfrascados en la relación nacida a partir de la revelación de Jordi. 

VII

La renuncia de Ivi le alivió a Lena la instancia de hablar con su marido. Últimamente estaba tan recargado de trabajo que hasta su carácter había variado. Lo notaba distante y cuando intentaba interesarse por sus cosas las respuestas eran siempre las mismas: “no pasa nada”; “estoy cansado”. Ella procuraba no plantearle problemas en los pocos días que pasaba en la casa entre viaje y viaje, y la decisión de su hija se redujo a un comentario que Julio recibió con complacencia. A pesar de que la actividad de su esposo les proporcionaba un bienestar económico que les permitía vivir con holgura y que contribuyó a garantizar el futuro de sus hijos, Lena añoraba la época en que el trabajo no interfería en el intercambio amoroso con su pareja. Los encuentros sexuales eran, hace tiempo, tan escasos y siempre requeridos por ella, que poco a poco encauzó su libido a la atención de la comodidad familiar. Si hacía memoria, su vínculo se había entibiado a partir del nacimiento de Jordi. Hasta que el niño no cumplió cuatro años y su salud se consolidó, toda su energía se concentró en el enfermizo bebé. La suya y la de Ivana, sin cuya colaboración tal vez hoy su hijo no viviría. Compartieron noches de insomnio, corridas al médico, atención continua de las prescripciones médicas y acompañamiento permanente del pequeño que parecía vigorizarse al calor de tanto amor. Recordó la entereza de Ivi cuando resignó sin reproches la anhelada fiesta de quince. En la época más comprometida para la sobrevivencia de su hermanito repitió un año en la escuela secundaria porque prefirió quedarse libre a desatenderlo. Después se tomó un año sabático antes de ingresar en la facultad de derecho, durante el cual decidió que ella se haría cargo de su carrera. Todo un personaje su Ivi. Lena suspiró mientras pensaba en la principal carencia de la muchacha: un compañero a quien amar. En sus veintiocho años nunca trajo a casa ni siquiera un amorío transitorio. ¿No podía imitar a sus hermanos varones que ya tenían novias formales? Bueno, se dijo, por algo se empieza. Es posible que sin el agobio del trabajo pudiera tomarse un tiempo de esparcimiento y así estar más relajada para el encuentro que con seguridad la esperaba.
—¡Hola mami! —el saludo de Ivana la apartó de sus disquisiciones.
—¡Venís temprano! —dijo con alegría y devolviendo el beso.
—Terminé el examen y me vine para ayudarte con los preparativos para el cumpleaños.
—Gracias, nena. Me vendrá bien una mano. ¿Y cómo te fue?
—¿Y cómo me puede ir teniendo tanto tiempo para estudiar? De diez —afirmó.
—Lo suponía —sonrió Lena— pero me encanta oírtelo decir. Inclinó la cabeza y la miró con atención—: Ese corte de pelo te favorece. Parecés más joven que tus hermanos.
—¿Que Jordi también? —insinuó Ivi burlona.
—No seas insolente con tu madre —dijo Lena con fingido enojo—. Te estoy elogiando.
—Ya sé, mamita… —entonó abrazándola—. Pero te aclaro que mi autoestima está mejorando —la soltó para rematar—: Y ahora dejémonos de alabanzas y decime qué programaste para la cena.
—Una mesa fría para que cada uno se sirva lo que guste y carne rellena al horno como plato principal. De postre, tarta de…
—¡Manzanas! —terminó Ivi.
—No. De frutillas. ¿O vos preferís la de manzanas?
—¡Me muero por la de frutillas! —declaró guiñándole un ojo a Jordi que las miraba desde la puerta.
—Hola, Ivi —se acercó para besarla—. Es lindo tenerte en casa temprano.
—Es lindo verte y saber que pensás en mí —le contestó deliberadamente.
Su hermanito sonrió y preguntó si lo necesitaban. Ante la negativa de las mujeres declaró que estaría leyendo en su dormitorio. Ellas estuvieron trabajando en el agasajo hasta las ocho de la noche, momento en que Ivana anunció que se iría a bañar y cambiar. Después de una larga ducha y en honor al aniversario de su papá eligió un vestido de coctel color borgoña, prenda inusual en ella que gustaba vestirse con ropa informal. Completó su atuendo con sandalias de taco alto y se maquilló levemente antes de abandonar el dormitorio. En el pasillo se cruzó con Julio César que venía de acicalarse. La saludó con un agudo silbido:
—¡Diosa! —exclamó—. ¿Por qué no te vestís siempre de mujer?
Ella le hizo un gesto obsceno que no ofendió a su hermano. La tomó de la cintura y la reprendió alegremente:
—Así te vas a quedar para vestir santos, marimacho. Y sos demasiado linda para tan horrible destino.
—¿Sabés que es la primera vez que me decís una galantería? Descontando lo de marimacho… —le dijo divertida.
—Porque desde que dejaste a esa negrera, el tosco capullo que te contenía dejó salir a una mariposa de bellos colores.
—¡Jotacé…! ¿Tan mal se me veía?
—Es tiempo pasado, hermanita —la besó en la mejilla y le ofreció su brazo—: Vamos a deslumbrar a los otros hombres.
Bajaron riendo y chacoteando. Julio, que recién llegaba a la casa, miró asombrado al dúo que se caracterizaba por pelearse. Ivana se desprendió del brazo de Jotacé y corrió a abrazar a su padre:
—¡Feliz cumple, papi! —le deseó mientras le daba un beso.
—¡Gracias, hija! —la tomó de la mano y le hizo dar un giro—: ¡Estás preciosa esta noche!
Julio César la miró con suficiencia y resaltó:
—¿No te dije? —Y después de saludar con un abrazo a Julio, le demandó—: ¿No es hora de que esta mujercita salga de su cono de soledad?
Ivana respondió por su papá:
—Ya me parecía que ibas a ser tan inoportuno como siempre. Yo no intervengo en tu vida privada y te prohíbo que vos te metas con la mía —dicho lo cual dio media vuelta y taconeó hacia el comedor.
—¿Se ofendió? —dijo el hermano desconcertado.
—Ya la conocés a Ivi. Todo está bien hasta que le hacés la sugerencia incorrecta —predicó el padre. Palmeó a Jotacé en el brazo y lo animó—: Vamos. Pronto se le pasará.
Ingresaron a la estancia del agasajo adonde ya estaban las mujeres controlando los detalles y Jordi inspeccionando la mesa fría. Era un festejo íntimo con la presencia de los miembros de la familia. Padre e hijos se ubicaron alrededor de la mesa esperando la llegada de Diego. Ivana y Lena cuchicheaban sobre los presentes que entregarían cuando estuvieran todos los comensales.
—¡Ya vienen! —La exclamación de Jordi originó una seña de madre a hija a la que respondió Ivana saliendo del comedor.
Mientras buscaba los regalos, Ivi pensó que había algo mal en el anuncio de su hermanito. Sacudió la cabeza y se apresuró a volver. Diego no había llegado solo y Jordi había utilizado correctamente el plural: Gael lo acompañaba. Lo vio saludar a su padre y después fijar la vista en ella. Su amigo la observó con tanta intensidad que se sintió atrapada en una representación donde sólo cabían ella y él. La observación de Julio César truncó la inexplicable turbación.
—¡Despabilate, inglés! Es Ivi, vestida de mujer. Y vos que te comiste que teníamos un hermano más…
—Hola, Gael —dijo Ivana ignorando el exabrupto de Jotacé y besando en la mejilla al aturdido joven—. ¿Cuándo regresaste?
—Esta mañana —manifestó recuperando la compostura—. Y por cierto que se te ve cambiada.
—¡Uf! Por usar un vestido. Miren bien porque no tendrán otra oportunidad —amenazó enfadada.
—Es que Ivi comenzó una nueva vida —intervino Lena—. Ya te vas a enterar. Y ahora, antes de comer, haremos entrega de los obsequios —le hizo un gracioso ademán a su hija para que se adelantara.
—Como siempre, papá, los regalos los compramos nosotras. Los vagos sólo pusieron plata —puntualizó la chica desafiante—. ¡Feliz cumpleaños! —lo besó y le ofreció los dos paquetes.
Julio la abrazó y los aceptó con una risa. Rompió los envoltorios y alabó las prendas que contenían. Cuando se sentaron a la mesa, Ivana aún se preguntaba por qué, si estaba enojada con Julio César, había necesitado escarnecer a los dos varones.

VIII
En el transcurso de la cena Gael se interiorizó sobre la renuncia de Ivi al bufete jurídico y su dedicación total al estudio. Aprovechó su autorización para mirarla con detenimiento. La mujer que se le revelaba estaba tan alejada de su conciencia como sus once años deslumbrados por la hermana de su mejor amigo. La Ivi desenfadada, irónica, a veces manipuladora, despreocupada por su apariencia, no se asemejaba en nada a esta criatura que irradiaba femineidad por todos los poros. Se embriagó de su voz, sus gestos, su risa, y la encadenó definitivamente al territorio de sus deseos. Sólo tres personas no captaron su exaltación: Lena y Julio, tal vez por haberlo integrado como un hijo más, e Ivana, que lo había incorporado a su mundo interior como un amigo confidente. Jordi empezó a comprender el significado de los colores que se agitaban en la mente de Gael al asociarlos a su intensa contemplación, y Julio César le dedicó una mirada interrogante a Diego que éste fingió ignorar. Después de la cena, pasaron a la sala de estar adonde estaba preparada la mesa dulce y las bebidas para el brindis. El menor de los Rodríguez se dedicó a seleccionar sus golosinas mientras Diego escogía algunos temas musicales. Bebieron a la salud del homenajeado y mientras los demás charlaban, Ivana y Jordi ensayaron divertidos pasos de baile.
—Te voy a dar un consejo totalmente gratuito —dijo Jotacé acercándose a Gael que miraba con una sonrisa a los bailarines—: Avanzátela rápido porque con este look en cualquier momento te la birlan.
—Gracias —dijo el aludido—. Ya lo había pensado—. Dejó la copa de champaña y se acercó al dúo movedizo. —Permiso, Jordi. Que Ivana y yo tenemos un asunto pendiente —le aclaró uniéndose a los giros.
—Te la dejo a vos —rió el chico y fue a buscar su bebida.
—Mirá que sos patadura —se mofó la muchacha—. ¿Quién te enseñó a bailar?
—Nadie. Ya podés empezar con las lecciones —propuso sin ofenderse.
Ella lo frenó y lo tomó de la mano. Con gestos, señaló sus pies y los de él. Después fue deslizándose hacia el costado, atrás y adelante y esperó a que él la imitara. Poco después, el joven la acompañaba con soltura.
—Me parece que me tomaste el pelo o que aprendés con rapidez —acusó Ivana con recelo.
—Es que sos muy rápida para enjuiciar. Me cuesta enganchar los primeros pasos —le dijo levantando su brazo para que girara.
—¡No paren que sigue el bailongo! —gritó Diego—. Mamá, papá… es la hora de ustedes.
Las notas de un bolero reemplazaron el ritmo rockero. Julio y Lena se acercaron a la pista improvisada y Gael enlazó a Ivi por la cintura.
—No me gusta esta música —declaró ella apartándose.
—¡Vamos! Que es lo que mejor me sale —exhortó su compañero.
—¡No! Que bailen los veteranos. —Lo miró desdeñosa—: No sabía que tenías gustos tan arcaicos. Voy a terminar mi copa —anunció mientras se alejaba.
Gael hizo un gesto jovial y caminó hacia donde estaba su amigo.
—Lo siento, viejo. Quise darte una mano —dijo Diego tendiéndole una copa.
—Te agradezco la experiencia del plantón —sonrió el desairado—. Pero está bien. Si lo tenía que padecer era de mano de Ivi.
—¿Alguien quiere budín inglés? —ofreció Ivana ajena a la charla de los hombres.
—¡Gael! —bromeó Jordi.
—Dame —dijo el nombrado—. ¿Lo hiciste vos?
—Ayudé, nomás. ¿Diego…?
—No. ¿Querés volver a bailar?
—Suficiente por hoy. Dejá que papi y mami sigan disfrutando. —Le tendió su copa vacía—: ¿Me servís un trago?
Cuando su hermano se alejó, se volvió hacia Gael:
—¿Tenés tiempo mañana para charlar un rato?
—Sí. ¿Querés que nos encontremos a las diez?
—Está bien. En tu despacho.
El médico asintió y para su alivio no la interrogó. Diego ya llegaba con la bebida y ella no quería que trascendiera la consulta que tenía que hacer Jordi. A las dos de la mañana Julio declaró que estaba agotado y que se iba a dormir. La reunión se disolvió poco después e Ivana pasó por el dormitorio de su hermanito antes de acostarse.
—¿Me venís a dar el beso de las buenas noches? —sonrió el chico.
—Además —aseguró ella—. Si estás de acuerdo, arreglé con Gael para verlo mañana en su consultorio.
—Está bien. Después podemos invitarlo a almorzar para devolverle la atención, ¿no te parece?
La joven lo miró entre sorprendida e insegura. No era propio de Jordi reparar en detalles corteses. Por otra parte, ella no podía permitirse pagar un almuerzo para tres.
—Quedate tranquila, que nosotros invitamos y él no nos dejará pagar —garantizó el jovencito.
—¿Qué clase de invitación es esa? —preguntó riendo.
—La que él espera. Así que estará muy contento.
Ivana se inclinó para besarlo. Antes de incorporarse le demandó con gravedad:
—¿Cómo sabías que no tenía plata para pagar la comida?
—De la misma manera que sé lo que espera Gael —aseguró.
Ella no preguntó más. Después de la entrevista, tenía mucho que hablar con su amigo.

IX
Lena se había excitado con el baile. Sentía que la mejor manera de terminar el festejo era con un buen encuentro sexual. Entró al baño después de Julio y se puso su camisón más insinuante. Se perfumó con la fragancia que a él le gustaba, cepilló sus dientes y su cabello y abrió la puerta al dormitorio. Su marido ya estaba dormido. Lo miró a punto de resignarse pero decidió que esa noche debía ser especial. Se metió en la cama y se pegó a su cuerpo. Sus manos acariciaron lentamente el cuerpo del hombre y bajaron hasta su miembro mientras lo besaba detrás de la oreja.
—Lena… —murmuró adormilado—. Estoy muy cansado. El viaje fue largo...
Ella, sobreponiéndose a la herida del rechazo, siguió besándolo en el cuello y friccionando su pene. La mano de él apartó la de ella y con voz neutra repitió:
—Estoy cansado y quiero dormir. Mañana será otro día.
Se puso boca abajo como para evitar otro intento de estímulo y simuló dormir. Un espasmo angustioso oprimía su estómago. Le dolía repudiar a Lena pero todas sus fibras se rebelaban ante la idea de tener sexo con ella. ¿Cómo confesarle que no podía aceptar un encuentro adonde el deseo ya no existía? Los ahogados sollozos de su mujer lo atormentaron porque se sentía incapaz de consolarla. Treinta años de caminar juntos por la vida se despeñaban en el abismo de una pasión que él no había buscado pero que le había descubierto que aún corría sangre por sus venas. María Gracia era un inesperado regalo en la ruta declinante de su existencia tan sólo jalonada de esfuerzos. Esfuerzos que él se impuso con la arrogancia de poder sostener una familia como su padre no supo hacerlo. Todo tiene un precio, reconoció: la brecha que lo fue separando de Lena y que ambos pensaron en reducir cuando engendraron a Jordi. Sólo que la llegada de su pequeño los precipitó en una demanda de cuidados que terminó por anular la esperanza instalada en su advenimiento. Porque sus sentimientos ya no eran los mismos y lo que debiera unirlos más terminó por separarlos. Se negaron a reconocerlo y continuaron la rutina como si no pasara nada. Lena se dedicó a Jordi y él a su trabajo. A veces deseaba que a ella se le hubiera cruzado otro hombre en su vida para aligerarlo de la confesión que alguna vez tendría que hacer. Aunque ya no la amaba, la quería, y se sentía incapaz de herirla. Las imágenes de su mujer, sus hijos y su amante se alternaron durante horas en su confusa mente hasta que en la madrugada el sueño lo venció. Su hijo menor cerró las compuertas de su cerebro para evitar la congoja que le producían los sentimientos de sus padres. Una sensación de fatalidad lo entristeció al visualizar la vorágine de símbolos que torturaban a su progenitor, porque deseaba cambiarlas como las frutillas en la mente de su mamá y no sabía cómo. ¿Podría ayudarlo Gael? Se durmió con esa esperanza.
Lena se despertó a las siete y miró a su marido con un sentimiento de dolorosa ternura. La humillación de la noche era un recuerdo que se licuaba al resplandor mañanero. Se levantó en silencio, se dio un baño y una hora después bajó a la cocina para preparar el desayuno a sus hijos. Los primeros en aparecer fueron Diego y Jotacé; a las nueve Ivana y Jordi tomaron su café con leche y le anunciaron que iban a pasear y almorzarían afuera. Cerca del mediodía despertó a Julio con un café. El hombre abrió los ojos lentamente y la miró como si no la reconociera.
—¡Buenos días, dormilón! —dijo Lena—. ¿Descansaste lo suficiente?
—Buenos días —farfulló él con voz rasposa—. ¿Qué hora es?
—Casi las once y media.
—¿Por qué no me llamaste antes?
—Porque estabas fundido. Ivana y Jordi salieron y no volverán a comer. Los chicos se fueron a Roldán, de modo que quedamos vos y yo solos. ¿Qué te apetece para almorzar?
Julio miró a su animosa mujer y se sintió miserable ante la generosidad con que retribuía su conducta.
—Tengo un programa mejor —declaró tomándole una mano—: Vamos a salir a comer afuera y después a pasear adonde te guste. Hoy me toca agasajarte a mí.
Los ojos de Lena brillaron conmovidos. Se inclinó para besarlo en la boca y dijo entusiasmada:
—Me voy a cambiar mientras vos te bañás. Esta invitación merece mi mejor vestuario.
Julio rió mientras caminaba hacia el cuarto de baño. El regocijo de Lena mitigaba su culpa, y acalló su conciencia con la promesa de ser gentil con ella mientras estuviera en su casa. Subieron al auto pasadas las doce y media. El hombre eligió una parrilla en la zona de Alberdi y almorzaron a la sombra de unos árboles añosos. La conversación se centró en sus hijos y especialmente en Ivana.
—¡Estoy tan feliz de que Ivi haya aceptado la propuesta de dedicarse exclusivamente a estudiar…! —expresó Lena—. ¿No viste el cambio que sufrió desde que abandonó ese abusivo trabajo?
—Sí. Está más distendida y tolerante. Y hasta parece haber recuperado la lozanía de la adolescencia.
—Está hermosa nuestra niña, y espero que encuentre su alma gemela.
—¡Lena! —regañó Julio—. Parece que estuvieras hablando del príncipe azul. No creo que Ivi pretenda semejante falacia. Es una mujer moderna que aspirará a un compañero de vida.
—Sí. A uno que la ame por sobre todas las cosas. Ésa es la aspiración máxima de toda mujer.
—¿Y su realización personal? —indagó el hombre.
—Creo que es secundaria, porque si no conoce el amor ningún logro profesional o económico le dará plenitud.
—Lo uno no impide lo otro, Lena. La combinación de ambos es la fórmula perfecta. ¿No te parece?
—No lo fue para mí, si lo pensás.
—No fui yo quien te impidió continuar con tu carrera —señaló Julio.
—Es cierto. Quizás tuvimos hijos demasiado pronto y tuvimos que resignar algunos sueños para salir adelante. Yo no me quejo. Vos aprovechaste al máximo el aporte que hice a la familia.
—Si de algo me arrepiento —reconoció su marido— es de haber aceptado sin cuestionamientos tu decisión. Tal vez hoy serías una destacada profesora de historia.
—¡Sería, sería…! —protestó Lena—. La máquina del tiempo no existe, de modo que hablemos de lo que soy. Y soy una mujer agradecida de tener un esposo como vos y los hijos que adoro y a los cuales no renunciaría por ningún sería. —Sonrió y le pidió—: ¿Me pasás la carta para elegir un postre?
El resto de la tarde transcurrió en una agradable camaradería. Realizaron una caminata para digerir la comida y después fueron al cine. Esa noche tuvieron sexo aunque Julio tuvo que imaginar que le hacía el amor a María Gracia. Lena, ajena a este artificio, gozó del último encuentro amoroso con su marido.

X
Ivana y Jordi tomaron un ómnibus para dirigirse a la clínica de Gael. Ella se había puesto un trajecito de falda corta a pesar de haber pensado en vestirse con jean y zapatillas. Después de que el guardia de seguridad les franqueó la entrada, se miró en el espejo del edificio médico y aceptó que el conjunto acompañado por botas le sentaba bien y era adecuado a ese día otoñal. Una peregrina idea cruzó por su cabeza: ¿había influido su hermano en la elección? Lo miró pero él parecía muy entretenido observando la pecera iluminada que ornamentaba el ingreso. Lo llamó para dirigirse a los ascensores. El consultorio estaba en el quinto piso.
—Tiene razón Jotacé —dijo Jordi—. Esta ropa te hace más bonita.
Ivana lanzó una carcajada. ¿También su hermanito tenía la audición más desarrollada? No estaba presente cuando Julio César, a su tosca manera, la alabó. El ascensor se detuvo antes de que pudiera interrogarlo. La recepción del consultorio estaba desierta por ser sábado. Golpeó la puerta del consultorio y esperó a que abriera su amigo. Gael la miró con una expresión tan contenida que la perturbó.
—¡Eh, tonto! ¿Acaso tengo monos en la cara? —le soltó para ocultar su ofuscación.
—Buenos días, Ivana —se inclinó riendo para darle un beso en la mejilla—. Es que pensé que no iba a tener otra oportunidad de verte con pollera. —Le tendió el puño al hermano—: ¡Hola, Jordi! Me alegro de verte.
—También yo —respondió chocándole los nudillos.
El médico se apartó y les hizo un gesto para que ingresaran al despacho. Una serie de aparatos estaban ubicados a un costado del escritorio sobre el cual se asentaba lo que Ivana supuso una computadora y después se enteró de que era un electroencefalógrafo. Gael corrió el sillón que estaba detrás del mueble y lo acercó a los dos que estaban del otro lado.
—Para que sea menos formal —comentó—. ¿Querés que hablemos de tu asunto? —le preguntó a Ivi.
—Jordi es quien te va a consultar —dijo ella.
—Bien. Te escucho —el médico se dirigió al muchacho.
Jordi miró a su hermana y se disculpó:
—Quisiera hablar con Gael a solas. ¿Te importa?
Ella hizo un gesto de desconcierto pero reaccionó de inmediato.
—No. Si vos lo querés así —declaró encogiéndose de hombros.
—Ivana, para no aburrirte, ¿por qué no nos esperás en el bar de enfrente? Tomate un café y elegí la porción de torta que quieras. Yo invito —propuso su amigo lamentando perderla de vista tan pronto.
—Sí, Mavi. Por favor —rogó Jordi.
Cuando cerró la puerta tras ellos se sintió tan excluida como los leprosos en la edad media. Cruzó hasta la confitería y pidió un café. Lo sorbió lentamente tratando de relajar su pensamiento. Lo terminó y miró el reloj. Apenas habían transcurrido quince minutos. Pidió otro y una porción de lemon pie. Tomó la infusión jugueteando con la cuchara sobre el postre. Lo dejó porque la ansiedad le había cerrado la garganta. ¿Qué le estaba contando a Gael que no le había confesado a ella? Tonta, tonta, tonta… Él es un especialista. Le hará las preguntas que vos no supiste formular. Pero Jordi, yo soy tu hermana, tu Ivi mamá, no quiero que sufras por ser diferente, no quiero que te desmenucen el cerebro, no quiero que Gael escarbe tu materia gris para llegar a la conclusión de que esas imágenes son el síntoma de una enfermedad incurable… ¡Dios mío! No, no lo podría soportar…
Se levantó atropelladamente y corrió hacia la puerta.
—¡Señorita, señorita! —gritó la camarera.
Se volvió y la miró aturdida. La chica se acercó y le dijo en voz baja:
—No pagó la consumición.
El bochorno, sumado al desconsuelo de la vivencia de la enfermedad de Jordi, la precipitó en un llanto acongojado que dejó atónita a la empleada. Antes de que reaccionara, entraron Gael y Jordi a la carrera. El primero la cobijó contra su cuerpo mientras la calmaba con caricias y palabras. Su hermano se tranquilizó de inmediato porque el sosiego volvía a la mente de Ivi. Gael, sin deshacer el abrazo, la condujo hasta una mesita con asientos continuos ubicada en un rincón.
—Eh, chiquita… —murmuró sobre su sien— contame que te pasó.
—Jordi está mal, ¿verdad? —sollozó—. No me lo ocultes.
—¿Quién te dijo eso?
—El tiempo que te tomaste para revisarlo… —hipó.
Gael le levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos. Lo consumió el deseo de secarle las lágrimas a besos, pero se limitó a decir:
—Chica novelera, ni siquiera empecé. Estábamos hablando cuando gritó que algo terrible te pasaba y salimos volando los dos. Y he aquí que te encontramos llorando a moco tendido. A propósito —agregó— tomá un pañuelo.
Ivana lo tomó y se separó del hombre. Se sonó la nariz y preguntó con voz gangosa:
—¿Me jurás que no tiene nada malo?
—Hasta ahora goza de la misma buena salud que vos y que yo. ¿Te sirve eso?
Ella asintió y declaró que iría al baño. Acarició la cabeza de Jordi al pasar y caminó bajo la mirada preocupada de los varones hacia el final del salón. La camarera se arrimó a la mesa y dijo contrita:
—Perdone, doctor, yo no quise avergonzar a su novia. Es que no la conocía y se iba sin pagar…
—Está bien, Sami. Haceme la gauchada de ver si llegó bien al baño. Sin que se dé cuenta… —advirtió.
—Sí, doctor. Después vuelvo a tomar el pedido.
Jordi, aquietadas sus ondas cerebrales, observó la cara abstraída del médico.
—Está bien que Ivi y vos se pongan de novios. Aunque a ella todavía no le florecieron los colores —previno.
—A vos no puedo ocultarte nada con respecto a tu hermana —sonrió Gael—. Pero mi pretensión debe quedar entre los dos. ¿De acuerdo?
—No soy tonto. Si se lo dijera ahora, de puro porfiada te haría la cruz. Y yo quiero que ella se ilumine como vos.
—Pondré todo mi empeño —afirmó el médico.
—Su novia está bien, doctor —los interrumpió la empleada— ¿quieren tomar algo?
—Sí, Sami, gracias. Para mí un café. ¿Jordi…? —le preguntó.
—Café y torta de chocolate.
Ivana, más compuesta, se cruzó con la camarera y se sonrieron. Se deslizó en el banco de madera al lado de su hermano, enfrentada con Gael. Parecía tan inerme con los párpados ocultando sus pupilas, que el hombre estiró el brazo para apoyar la mano en su hombro. Ella levantó la vista en una muda súplica que Gael supo interpretar.
—Te dije que te quedaras tranquila —dijo con firmeza.
Sami se acercó con la bandeja y depositó el pedido frente a los varones.
—¿Quiere otro café? —la consultó a Ivi.
—No. Gracias. —Cuando la chica se retiró, le aclaró a su amigo—: Me tomé dos y pedí una porción de lemon pie. Y no los pagué.
—Yo te invité —rió él—. Y podés repetir lo que quieras.
—Suficiente por la mañana —dijo Ivi—. ¿Vas a empezar a hacerle pruebas a Jordi?
—Acordamos que a partir del lunes —contestó mirando al chico—. ¿Tienen algún programa?
—Pensábamos invitarte a almorzar —intervino Jordi.
—No —aclaró Ivana—. Lo cierto es que no puedo pagar la comida de los tres. Pero puedo invitarte a comer en casa, si querés.
—¿Vas a cocinar vos? —investigó el médico.
—Perdé cuidado. La cocina está a cargo de mamita —rió Ivi recordando un aciago intento culinario.
—Entonces, ¡acepto! —respondió Gael con presteza.

XI
Camino a su casa, Ivana evocó el feriado pasado cinco años atrás en la casa de fin de semana. Gael, como siempre, estaba incorporado a la constelación familiar. Era el penúltimo día y todos los hombres se habían ido a pescar.
—¡Estoy harta de cocinar para este regimiento! —se quejó mamá cuya expectativa al comienzo de las mini vacaciones descansaba en los presuntos asados que iba a cocinar el marido.
—Bueno, mami –dijo ella—. Dejalos que se entretengan con la pesca. Es un deporte que sólo a los varones les puede gustar. ¿Te imaginás pasar horas sin abrir la boca? Debe ser tremendamente aburrido.
—Más aburrida es la rutina casera. ¡Y yo que soñaba con ocuparme al mínimo de la comida!
—Escucho una velada acusación bajo tu lamento. Así que tomaré la posta y hoy cocino yo.
—¿Qué? —se atragantó su madre—. ¡Si no sabés freír ni un huevo!
—Pero sé prender el fuego para hacer un asado. Se lo ví hacer mil veces a papi. En cuanto a vos, desaparecé. Subite al auto y andá a pasear por el pueblo. Cuando vuelvas estará todo listo incluida la ensalada y las papas fritas.
Su mamá dudó y ella insistió:
—Andá, mamá. Confiá en mí —dijo con suficiencia.
Que todavía estuviera apantallando las fortuitas brasas, tosiendo por el humo, con la cara tiznada y las guarniciones sin hacer cuando volvió el cuarteto, era culpa del carbón mojado. Lo que desató su ira fueron las burlas despiadadas de sus hermanos mayores que no pararon de reír mientras ella se obstinaba en lograr una llamita. Su padre, después de rechazada la propuesta de ayuda, se dedicó a limpiar los pescados. Gael y Jordi se solidarizaron con su esfuerzo y el primero echó una bolsa de carbón seco sobre las pocas ascuas mientras su hermanito abanicaba el rescoldo con ímpetu. Seguro que el cuadro que presenció su mamá cuando estacionó la camioneta era tragicómico: ella que parecía haber emergido de un bombardeo ignorando las chacotas de Diego y Jotacé; un compungido Gael que no hacía causa común con los muchachos; su papá atareado en aderezar los pescados y un Jordi convertido en tornado humano girando alrededor de las primeras llamas y gritando como un indio. Para resumir, comieron a las cuatro de la tarde porque ella se empecinó en limpiar la ensalada y en pelar y freír las papas. Los comensales masticaban en silencio la carne arrebatada (porque tampoco aceptó ningún consejo de los hombres) salvo los esporádicos resoplidos de risa de sus hermanos controlados por su padre. Se levantó de la mesa cuando Julio César arrojó un trozo sobre el plato de Gael gritando que estaba viva. Corrió hacia el dormitorio que compartía con su madre y, reprimiendo las lágrimas, se miró en el espejo. Era tan lastimosa su imagen, que no pudo contener una carcajada. La risa burbujeó en su garganta ante el recuerdo.
—¿Cuál es el chiste? —preguntó el médico.
—Me estaba acordando del asado del 9 de julio. 
—Te salvé con la bolsa de carbón, ¿eh? —dijo jactancioso.
—Y después te habrás reído con los vagos, ¿eh? —lo remedó.
—Nunca. Te veías tan desamparada ante las burlas que me tuve que contener para no repartir varios golpes.
—Mmm… —dudó ella.
Gael sonrió mientras estacionaba. Tenía presente la figura de Ivi sofocada por la impotencia y las bromas, que ciertamente no optó por sacudir a los muchachos por ser hermanos de la joven. Pero también en ese entonces la hubiera amparado entre sus brazos y la hubiera consolado con el recurso siempre reprimido de besarla. Ivana ya estaba abriendo la puerta de su casa seguida por Jordi. Él bajó del vehículo e instaló la alarma. Los alcanzó en el interior a tiempo de escuchar el comentario de la chica:
—¡Qué silencio! Parece que se fueron todos… —Recorrió la casa y declaró al bajar de la planta alta—: Tendrán que arriesgarse a probar mi comida. Pero no te preocupes —le aclaró a Gael—. Después del intento fallido aprendí a cocinar. Y hasta el asado a la parrilla se me da bien.
—No me sorprende con lo obstinada que sos.
Ivana ya estaba revisando la heladera. Sacó unas presas de pollo y verduras limpias. Después, junto a tres papas a pelar, las depositó sobre la mesada.
—Te ayudo —ofreció su amigo.
Ella le alcanzó el pela papas y acomodó la carne en una fuente. Gael la observaba mientras cortaba las verduras y las distribuía sobre el pollo. Alucinó que estaban en su propia casa, que era su mujer y que compartían la rutina de una comida. Un escalofrío de sensualidad lo recorrió al pensar en las connotaciones de la convivencia. Ivi lo apremió:
—¿Es que no sabés usar ese utensilio? Necesito las papas ahora.
—¡Ya, ya, jefa! —dijo él saliendo de su embeleso y pelando rápidamente los tubérculos.
La muchacha los lavó y los cortó en rodajas que acomodó alrededor de la carne y las verduras. Sazonó todo y lo metió en el horno. Dejó lista la ensalada y acondicionó una fuentecita con cuadrados de queso, aceitunas y fiambres. En una panera dispuso pan tostado y tendió ambas al médico:
—Llevalas a la mesa. Aliviará la espera —indicó.
Jordi había distribuido la vajilla y esperaba la entrada. Ivana trajo una botella de vino de la bodega paterna que compartieron entre ella y Gael.
—La picada te salió excelente —le dijo el hombre con gesto circunspecto.
—¿Te aguantaste cinco años para esta humorada? —lo fustigó.
Él sonrió y la contempló con descaro mientras masticaba un trozo de queso. Ella le sostuvo la mirada hasta que, con una carcajada que ocultó su confusión, se dio por vencida. ¡Ojala tuviera la habilidad de Jordi para leer el mensaje que se ocultaba tras las pupilas de su amigo! La alarma del horno fue el mejor pretexto para dejar de plantearse interrogantes. Volvió con la fuente humeante que colocó sobre el soporte que su hermano no había olvidado de colocar. Esta vez la joven se sintió reivindicada. Los varones saborearon y alabaron el plato caliente hasta ultimarlo.
—¡Ivi! ¿Por qué no cocinás más a menudo? —preguntó Jordi.
—¡Ja! — lanzó Gael regocijado.
—Porque la cocina es territorio de mamá —contestó fulminando al médico con la mirada.
—Falta el postre —observó el chico con espontaneidad.
—No vamos a desmerecer este banquete dejándolo trunco —sostuvo Gael—. Hace un día perfecto para ir a tomar un helado a la costa, ¿no les parece? Yo invito —aclaró al ver el gesto indeciso de Ivana.
—¡Vamos Ivi…! —suplicó su hermano.
—Está bien. Ya sabía que todo es perfectible — murmuró la nombrada.
—¡Eh…! —la atajó el hombre cercando sus hombros—. Lo tuyo fue perfecto porque con tu dulzura no hacía falta el postre.
Ella volvió la cabeza para observarlo y sorprender la burla en su mirada, pero se encontró con una inquietante seriedad que la hizo apartarse.
—Bueno —dijo—. Salgamos antes de que se oculte el sol.
Gael los trajo de regreso a las seis de la tarde cuando todavía no habían regresado sus padres ni sus hermanos. Jordi se instaló delante de su computadora y ella, después de limpiar la cocina, se dio un largo baño y se puso el camisón. Intentó analizar las largas horas compartidas con su amigo y las extrañas sensaciones que experimentó. Rehuyó la investigación por tacharla de irracional y estaba dormida cuando llegó el resto de su familia. También el niño durmió. No había sufrimiento en las mentes de mamá y de papá y, en la de Ivi, algo había empezado a resplandecer.

XII
Entre mediados de otoño y principiando el invierno, Gael examinó a Jordi meticulosamente. Ivana, concentrada en regularizar varias materias, descansó en su amigo la inquietud que le provocaba la singularidad de su hermano. Se había convertido en una compañera asidua de Lena y compartían juntas algunos pasatiempos como la jardinería y caminatas.
—A papá cada vez le insume más tiempo la sucursal de Buenos Aires —observó mientras recorrían el circuito de Parque Urquiza.
—Sí. Esta vez se queda una semana más porque renunció el encargado administrativo y debe buscar un reemplazo. Ya que no tenés clase por el paro, pensé en que podríamos ir este fin de semana y darle una sorpresa.
—¡Ay, mami…! —se lamentó Ivi—. Le prometí a Jordi llevarlo a Temaikén. ¿Por qué no venís con nosotros?
—Ya tendrás los pasajes comprados…
—No… Vamos en el auto de Gael. ¡Vení! —la instó.
—Sí… Me gusta el programa. Además la única vez que fui era cuando Jordi tenía cinco años. ¿Tu hermano lo propuso? —preguntó con una curiosidad no exenta de intuición.
—No —dijo Ivana—. Gael nos invitó porque no conocía la reserva.
Completaron las tres vueltas en silencio y se detuvieron a beber agua mineral. A la joven le asombraba la percepción materna porque la excursión la había sugerido el médico para ampliar el examen de su paciente.
—¿Qué es de la vida de Gael? ¿Tiene novia? —averiguó Lena.
—No sé, mamá. Nunca le pregunté. Si querés saber de él a nivel profesional, puedo informarte.
—Supongo que será excelente con lo responsable que es —opinó su mamá—. Imaginate qué hubiera hecho otro adolescente al quedarse solo en otro país y sin la presencia de sus mayores…
—Se quedó a estudiar.
—Eso lo dicen muchos y después se dedican a la farra. Está bien que él se integró a nuestra familia como un hijo más… y creo que entre todos le dimos la contención que necesitaba, pero todavía no comprendo cómo sus padres pudieron abandonarlo.
—Porque sos chapada a la antigua. No lo abandonaron, respetaron su elección y lo sostuvieron económicamente. Además viajan cada tanto para verlo y él también se hace sus escapadas a Inglaterra. Si no entendí mal, en julio se va por todo el mes.
Lena no la cuestionó, pero su gesto renuente lo decía todo. Prosiguió sus apreciaciones sobre el estado civil de Gael:
—Es raro que no tenga novia. Es atractivo, inteligente, afectuoso y comprometido con sus principios. Además ya tiene veintiséis años. La edad que tenía tu papá cuando nos conocimos.
—No todos siguen su ejemplo. ¿Te olvidás de que yo tengo veintiocho?
—A tu edad, ya te tenía a vos y a Diego. Si pensás tener hijos, no esperes demasiado. Es tarea para gente joven.
—Mamá… Ni siquiera tengo candidato. Además tengo muchos proyectos entre los que precisamente no cabe criar niños.
—Serías una buena madre, hija. Harto lo demostraste con tu hermanito. Y el mismo interrogante me asalta cuando comparo tu soledad con la de Gael: ¿por qué dos hermosos ejemplares de la raza humana no encuentran una pareja para sentirse realizados?
—Porque tu idea de la realización no coincide con nuestras prioridades. Quiero recibirme, mamá, y te voy a decir que si aparece alguien que me conmueva no lo voy a rechazar de puro obstinada, pero tiene que reunir un buen puñado de condiciones.
Lena sonrió imaginando a Ivana presentándole un cuestionario al hombre que quisiera relacionarse con ella para estudiarlo luego con minuciosidad. Pero soslayaba el componente instintivo de la atracción. Todavía tenía Ivi catorce años cuando ella quedó embarazada de Jordi y poco habían hablado de su sexualidad naciente. Después, las demandas giraron alrededor de la salud del niño. Cuando Jordi se estabilizó, Ivana cumplía diecinueve años y ya guardaba los anticonceptivos en el cajón de la mesita de luz.
—Hay algo de lo que nunca hablamos, porque ya era tarde cuando pude dirigir mi atención hacia vos —dijo la mujer sirviéndose el resto de agua mineral—. Y tiene que ver con el sexo. Puedo inferir algunos requisitos que le exigirías a tu pareja como ser honradez, inteligencia, buen carácter, respeto por el otro, etcétera, etcétera. ¿Pero qué lugar ocupa el amor entre estos requerimientos?
—Mamá, el sexo se puede disfrutar estando o no enamorada. Basta que alguien te atraiga y tengas algo en común. Mis experiencias fueron pocas, algunas satisfactorias y otras intrascendentes, de esas que te preguntás cuando terminan ¿qué hago yo acá? Por lo tanto archivé este aspecto hasta que la ocasión lo merezca. No me va a matar, mami. Además, ahora que me sobra el tiempo, estoy pendiente de mi carrera y del mayor acercamiento a mi familia. Eso se llama sublimar, ¿sabés? —explicó con un dejo de suficiencia.
—Ya lo sé, sabelotodo. También tomé algunas clases de sicología. Pero mejor que sublimar es dirigir la pulsión sexual hacia el hombre que ames. Te garantizo que no hay experiencia más gratificante —atestiguó Lena.
—Y he aquí a madre e hija incursionando por el tema tabú de la sociedad victoriana —rió Ivana—. Ya ves que nunca es tarde, mamita. Te puedo garantizar que no soy frígida ni que detesto al sexo opuesto, pero la ansiedad de comer el fruto prohibido ya me la quité. Ahora espero la manzana más deliciosa que pueda ofrecerme el árbol de la vida. ¿Te quedarás tranquila? —le acarició el rostro con ternura.
—Me sacás un peso de encima, querida —declaró Lena—. Siempre me mortificó el pensamiento de no haber podido tener con mi única hija la charla típica entre mujeres. —Miró a su alrededor y comentó—: se está haciendo tarde. Deberíamos salir más temprano. ¿Adónde está el mozo?
—Vamos a pagar adentro —dijo Ivi levantándose—. Hace rato que no lo veo.
Las mujeres caminaron hasta el bar atravesando la línea sombría de los árboles; tan abstraídas habían estado en la conversación que no advirtieron que la luz y los paseantes menguaban. Ivana no tuvo tiempo de retroceder. Un encapuchado la tomó del brazo y la hizo ingresar al local trastabillando. Su madre arremetió contra el hombre para liberarla y fue empujada con rudeza contra el dependiente que las había atendido y que estaba con los brazos alzados.
—¡Contra la pared, todos! —gritó el delincuente que tenía un arma en la mano—. ¡Vos también! —dijo soltando a la muchacha.
Ivana obedeció y se puso junto a Lena. Le apretó el brazo esperando calmar el temblor de su madre. Desde esa posición observó que los ladrones eran tres y dos estaban armados manteniendo amenazadas a varias personas. Si nos hubiéramos ido sin pagar la cuenta esto no estaría pasando. ¿Qué digo? Nunca lo hubiéramos hecho. ¿Y ahora? Estos tipos parecen drogados. Y nosotras no tenemos nada de valor más que unos pesos para pagar la consumición…
—La plata, el celular y todo lo que tengas —el de capucha le apoyó el revolver en la cabeza mientras el cómplice desarmado mantenía abierta una bolsa.
Lena emitió un gemido y ella, sin moverse, le pidió:
—Tranquila, mamá… Por favor. Dame tu teléfono —sacó el suyo del bolsillo junto con el cambio y arrojó todo al bolso—. No tenemos más que esto entre las dos.
—Ya voy a ver qué hago con ustedes, turra. Y cuidá a la veterana para que no se coma un confite —intimó pasando al siguiente.
Ivana no necesitó un intérprete para entender que el asaltante advertía que no se resistieran. Los vio recorrer la fila y encañonar a uno por uno para amedrentarlos. Al llegar al último lo obligó a pasar detrás del mostrador.
—Abrí la caja y pasame la guita. ¡Guarda con apretar cualquier botón!
El hombre, nervioso, encajó la llave en la cerradura y tiró de una manija para hacer deslizar la bandeja de la registradora. Sacó billetes y monedas y los puso en la bolsa que sostenía el otro individuo.
—¡La guita grande que tenés aparte, también! —vociferó el encapuchado.
—¡Esto es todo! ¡Lo juro! El negocio se movió poco… —el golpe propinado con el arma le hizo sangrar la boca y le arrancó un alarido de dolor.
—¡Callate, marica! Sabemos que la plata grande la escondés. A ver… ¿Adónde está tu mina? —¡Ahí! —señaló a una mujer que su cómplice apartó de la fila. Cuando la tuvo al lado le puso el arma en el estómago—: Si no la querés boleta, decí donde escondés la guita.
La mujer lloraba aterrada balbuciendo que no la mataran. El que la sostenía le dio un puñetazo para que se callara y ella quedó gimoteando en el piso. Ivana no pudo soportar tanto atropello. Con el rostro congestionado por la ira, lo increpó al de la capucha:
—¡Sos un cobarde! ¡No es de hombres golpear a una mujer indefensa! ¿Acaso no tenés madre o hermana o pareja? —se atropelló con las palabras.
El sujeto volteó para mirarla, levantó el arma e hizo fuego. Lena se arrojó al piso y arrastró a su hija con ella. El estampido las ensordeció y creyeron escuchar muy a lo lejos una sirena policial. La reacción de los maleantes les confirmó la suposición: salieron de estampida llevándose la bolsa y el encapuchado, en represalia, efectuó varios disparos antes de desaparecer tras la puerta. Siguiendo el ejemplo de la mujer, los demás cautivos habían hecho cuerpo a tierra a partir del primer fogonazo por lo que nadie resultó herido. Ivana apartó a su madre que la había cubierto con el cuerpo al tiempo que dos uniformados ingresaban al bar.
—¡Mamá! ¿Estás bien? —se inclinó sobre ella.
—¡Sí! ¿Y vos? —preguntó Lena conmocionada.
La chica asintió. Se levantó izando a su madre con ella y miró a su alrededor tratando de salir de su aturdimiento. Salvo el dueño del bar y su mujer, los demás estaban de pie. Se acercó a los caídos que estaban concientes, pero advirtió que el hombre sangraba profusamente.
—¡Llamen a una ambulancia! —exigió a los policías.
—Ya lo hicimos, señorita. Mientras tanto vamos a tomar nota de sus identidades —dijo uno.
Después de dar sus datos de filiación, Lena se acercó al teléfono que estaba sobre la barra y llamó a Diego. Cuando colgó, le comunicó a Ivi:
—Tus hermanos están en Roldán. No los quise inquietar pero no quiero volver a casa ni en taxi ni en remís. Estoy paranoica, sí —declaró antes de que su hija se lo hiciera notar—. Llamalo a Gael.
Ella no protestó. El incidente había mellado esa frágil seguridad en la que había transitado hasta el presente. Marcó el número de su amigo y se dio a conocer:
—Estamos en camino, Ivi —escuchó del otro lado.
—¿Estamos? —balbuceó.
—Con Jordi. Estamos a diez cuadras —repitió—. ¿Están bien?
—Sí —dijo, y colgó.
¿Acaso Jordi…?

XIII
Ivana se arrimó a la mujer del cantinero para tranquilizarla:
—Acabo de hablar con un amigo que es médico. Está cerca y podrá revisarlos.
—Gracias —murmuró la joven—. De no ser por vos quién sabe qué me hubieran hecho…
Ella se encogió de hombros.
—Gracias a la llegada del patrullero, dirás. Lo mío acababa en desastre —se estremeció—. Voy a avisarle a los canas que viene mi amigo, no sea que lo tomen por un delincuente —le explicó a la mujer.
Caminó hasta donde estaban los policías y se dirigió al de mayor edad:
—Agente, en cualquier momento llegan un amigo y mi hermano a buscarnos. ¿Me puede decir por qué tarda tanto la ambulancia? Ese hombre necesita atención médica.
—Ya la reclamamos —dijo con impaciencia.
—Y mientras tanto los ciudadanos sufren las consecuencias de su demora. ¿Se da cuenta de que ya no podemos salir tranquilos a la calle, de que no estamos seguros en ningún lugar? Me asombra de que hayan aparecido tan a tiempo —expresó enojada.
—En vez de quejarse tendría que agradecer que estuviéramos recorriendo la zona y escucháramos la alarma —espetó el uniformado.
—¿La alarma? —se sorprendió la joven—. Aquí no sonó ninguna alarma.
—¿Y cómo cree que llegamos?
El impetuoso ingreso de Gael y Jordi clausuró la discusión. El jovencito corrió hacia su hermana y la abrazó con fuerza. Gael, con el maletín en la mano, se acercó a Lena:
—¿Cómo están? ¿Están heridas? —demandó pasándole un brazo por los hombros.
—Nosotras no —intervino Ivi—. Pero hay dos golpeados —señaló a la pareja.
El médico se acercó para examinarlos y atendió al hombre en primer lugar. Con un apósito paró la hemorragia y después desinfectó y vendó la herida de la mujer.
—Hay que suturarlo —anunció a los policías—. ¿La asistencia está en camino?
—Ya la reclamamos, doctor —repitió el guardia en tono respetuoso.
Gael vaciló un momento, después le notificó:
—Los voy a llevar en mi auto hasta el hospital de emergencias. Anule el llamado.
—Sí, doctor —se dirigió a los presentes—: se pueden retirar. Mañana se los citará en la comisaría.
Ivana cerró el negocio con la llave que le entregó la propietaria mientras Gael y Lena ayudaban a la pareja a acomodarse en el vehículo. Después de que los atendieran en la guardia del hospital y asegurarse de que los familiares estaban en camino, se despidieron de los pacientes.
—¡Esperá! —exclamó la mujer tomando la mano de Ivi—. Mi nombre es Silvia. ¿Cómo te llamás?
—Ivana —sonrió.
—Les debemos una grande. Vengan a visitarnos que serán nuestros invitados —y aclaró—: la próxima tendremos alarma y seguridad privada.
—De acuerdo —contestó la muchacha, condolida.
Llegaron a la casa adonde aún no habían regresado los varones. Lena titubeó antes de abrir la puerta:
—Gael —dijo—: ¿te quedarías hasta que vengan Diego y Jotacé?
—¡Ma! —interrumpió la hija—: que Gael ya hizo demasiado por nosotras.
—Será un gusto —la contrarió él que no deseaba perderla de vista tan pronto.
—Gracias, hijo —respondió la mujer, aliviada.
Ivana anunció que se iría a bañar mientras su mamá preparaba la cena, y Jordi invitó al médico para presenciar una final de tenis. Después de comer pasaron a la sala adonde Lena relató con detalles el apremio sufrido. Se le quebró la voz al recordar el disparo fallido.
—Mamucha me cubrió con su cuerpo por si volvían a tirarme —aportó Ivi sentada al lado de su madre—. Todo un gesto maternal, ¿eh? —se inclinó para besarla.
A Gael lo sofocó el pensamiento de cubrirla con su cuerpo y, para guardar las formas, recurrió a una pregunta:
—¿Qué te pasó por la cabeza para correr ese riesgo?
—Nada y todo. Cinco minutos antes era una muchacha común charlando amigablemente con su madre y cinco minutos después una mujer sometida a la violencia de unos inadaptados. —Se levantó alterada—. El instinto de conservación me privó de reaccionar cuando golpearon al hombre, pero cuando agredieron a la mujer, no pude más. Fue tan fácil morir porque tu agresor no vaciló en dispararte... —dijo aturdida—. En una fracción de segundos te esfumás con todos tus proyectos —Se cubrió la cara con las manos.
Gael saltó del sofá y la cercó en un abrazo de oso.
—Ivi… Ivi… —murmuró junto a su oído—: éste es el mundo en el que debemos vivir, chiquita. Deploro lo que pasó, pero esta experiencia no tiene que desanimar a la muchacha obstinada que conozco —prolongó el fuerte abrazo hasta que sintió que se relajaba. Aflojó el apretón y le descubrió el rostro—. A ver, Ivana Rodríguez —exigió mientras le mantenía levantado el mentón para que lo mirara a los ojos—: Asomate que te quiero ver.
Jordi observaba la escena con tranquilidad. Su hermana no necesitaba más que la presencia de su amigo para desarticular todas las inseguridades que le causara el incidente. Lena, asistiendo al conjuro del joven para expulsar los fantasmas del miedo que acosaban a su hija, vislumbró un futuro adonde Ivana encontraría en Gael al hombre que la conmovería. La escuchó reír mientras lo empujaba para apartarse.
—Gracias por tu sesión de terapia, pero que conste que sólo me estaba desahogando. Si hubieras esperado un poco, chico impaciente, te habrías ahorrado la perorata —dijo con insolencia.
—Me dejás tranquilo —señaló él con placidez—. Seguís tan maleducada como siempre.
Ivi le hizo una mueca y propuso al trío:
—¿Quieren escuchar un poco de música?
—¡Sí! –gritó Jordi con entusiasmo.
Sin evaluar más respuestas, seleccionó Rapsodia en blue de Gershwin. Se recostó en el sillón pequeño y entornó los ojos para concentrarse en la melodía. Como eslabones de una cadena, Gael estaba pendiente de Ivana, Lena de Gael y Jordi de todos. Un aire de nostalgia flotó sobre las facciones de la joven que se fueron realzando a medida que avanzaba el concierto. El médico la observaba compenetrándose del semblante sensible y sin ocultar sus emociones a los ojos de la madre ni el hermano. Lena reconoció en el rostro suspendido del joven la pasión hasta ahora inadvertida y anheló que su hija le correspondiera; y Jordi siguió aprendiendo el significado de las imágenes que se agitaban en el cerebro de los mayores: Ivi, Gael y su madre eran las verdaderas notas de esa sinfonía.

XIV
Lena atendió el teléfono cerca de las doce y le transmitió al grupo que Diego y Julio César se quedaban a pasar la noche en Roldán. Su gesto de inquietud motivó la reacción de Gael:
—Si te deja más tranquila me quedo a dormir como en los viejos tiempos, ¿querés?
—¡Sos un ángel! —exclamó Lena—. No me hubiera atrevido a pedírtelo. Ocupá el dormitorio de los chicos. —Les propuso—: ¿Vamos a acostarnos? Estoy molida.
—Vamos, mami —asintió Ivana apagando el equipo de música.
En tanto las mujeres terminaban de ordenar la cocina, Jordi y Gael subieron a la planta alta. Cuando ellas lo hicieron, ambos se habían acostado. Ivi se despidió de Lena y entró a su cuarto. Frunció el ceño y volvió a salir para golpear suavemente la puerta del dormitorio de sus hermanos mayores.
—¡Adelante! —autorizó su amigo.
Abrió la puerta y lo encontró acostado en la cama de Diego. Se había incorporado y mostraba el torso desnudo. Por un momento lo calibró como mujer y admiró la musculatura que exhibía el hombre. Él la miró sin pronunciar palabra hasta que ella reaccionó:
—Gael —dijo acercándose al lecho—, no voy a poder dormir si no me aclarás cómo llegaron tan oportunamente Jordi y vos.
Su amigo palmeó el borde de la cama invitándola a sentarse. Ella experimentó, por primera vez, un confuso nerviosismo al estar en situación tan intimista con el joven. ¡Pero si dormimos mil veces juntos cuando íbamos de campamento! ¡Y yo siempre me arrimaba a él para evitar las bromas pesadas de mis hermanos! Dominó su emoción y le dirigió una mirada interrogante.
—Estaba tratando de interpretar el encefalograma que le practicaba a Jordi, cuando sus ondas cerebrales entraron en estado de paroxismo. Se arrancó los electrodos y gritó que estabas en peligro. A pesar de su alteración me explicó con claridad adonde estabas y me pidió que fuéramos a buscarte.
—¿Adónde estaba…? —interrumpió ella—. ¿Cómo podía saberlo?
—Sé paciente —pidió el médico—. Bajamos corriendo y me fue guiando hacia el parque Urquiza. En el camino vimos un patrullero estacionado y a los policías que lo ocupaban, charlando. Me hizo detener y de pronto, así como te cuento, los agentes subieron al auto, pusieron la sirena y salieron como alma que lleva el diablo—. Calló un instante como si quisiera ordenar su pensamiento—. Cuando arranqué, los había perdido de vista. Hubiéramos llegado antes si un camión de los que transportan volquetes para obras no se hubiera puesto a maniobrar media cuadra adelante parando la circulación. Estaba por bajar para obligar al conductor que se apartara, cuando Jordi me dijo que ya había llegado la policía. Mientras esperábamos que se reanudara el tránsito recibí tu llamado.
—Estoy asustada, Gael. ¿Jordi tiene poderes sobrehumanos? —articuló con voz temblorosa.
—Digamos que tiene un patrón mental distinto al de una persona común. Presenta una actividad de onda cerebral atípica que le permite captar la energía de otros  cerebros. Aparenta una especie de sinestesia cerebral desconocida hasta ahora.
—¿Puede leer nuestro pensamiento?
—Por medio de imágenes reconocidas por él. Es un muchacho superdotado, Ivi. Una verdadera mutación de la especie.
Ella se estremeció y, como si tuviera frío, se abrazó a sí misma. Gael estiró el brazo para acariciarle la cabeza.
—Ivi, lo de Jordi no debe preocuparte. Si confiás en mí, estaré a su lado para ayudarle a comprender las características de su talento. Él aprende rápido y está consustanciado con su capacidad. Lo positivo es que no le causó ningún trauma porque siempre lo asumió espontáneamente.
—Es que no quiero que lo vean como un fenómeno… —se lamentó la hermana.
—¡No será así! –afirmó el médico—. Después que termine de evaluarlo quiero que venga conmigo a Inglaterra. Allí hay una organización que se especializa en jóvenes que tienen un cociente intelectual relevante. El director es amigo mío y completará con tests los estudios que le estoy haciendo.
—¿Llevarte a Jordi? ¡Ni loco! —reaccionó Ivana irguiéndose.
—Por eso —sonrió Gael —pensé en que podrías acompañarnos.
—Vos te vas el mes que viene y, aunque tuviera los medios, tengo que rendir tres parciales —alegó la joven.
—Pero después tenés el receso de invierno, y tal vez en lugar de dos semanas podés tomarte tres. Pensalo. Los pasajes corren por mi cuenta y la estadía será en casa de mis padres, de modo que no tendrás ningún gasto.
—¿Estás seguro de que será en beneficio de Jordi? —preguntó ella después de un momento.
—Absolutamente. Debe integrarse a un medio que le facilite el manejo de sus habilidades. Si él puede hacerlo a conciencia, su vida será tan normal como la de cualquiera.
—No sé… —dudó Ivana—. Debería coordinar tantas cosas…
—Yo sé que podrás —aseveró Gael— así que poné a trabajar esa cabecita y dejá lo demás a mi cargo.
Ella hizo ademán de levantarse y se volvió a sentar porque aún le quedaban varios interrogantes:
—Los policías hablaron de una alarma, pero yo no escuché ninguna. Además, la dueña del local declaró que la iban a instalar. —Lo miró perpleja.
—Fue una elaboración de Jordi. Lo charlamos mientras esperábamos que se despejara la calle. Se dio cuenta de que no íbamos a llegar a tiempo y proyectó la imagen sonora de la alarma hacia los agentes además de la ubicación del lugar —explicó el hombre con naturalidad.
—Y me lo decís tan tranquilo… —reprochó ella.
—Vas a tener que acostumbrarte a esto y mucho más, mi querida —declaró Gael con ternura.
—Lo vas a cuidar, ¿verdad? —su reclamo estaba henchido de inquietud.
—Como si fuera de mi sangre —garantizó, y su mirada no dejaba espacio para la duda.
Ivana se incorporó. Antes de irse formuló la última pregunta:
—El viaje a Temaikén, ¿está relacionado con la valoración de Jordi?
—Sí. Estará en contacto con animales insertos en su hábitat natural. Ambos queremos investigar el grado de acción que pueda ejercer sobre ellos.
—Bueno. Menos mal que viene mamá, porque ustedes me iban a marginar como siempre —dijo con aire de fastidio.
—¿Viene Lena? ¡Fantástico! —declaró su amigo—. Me preocupaba dejarte deambular sola por el parque mientras Jordi y yo nos dedicábamos a indagar este proceso.
—¿Y quién los necesita? —observó con altanería—. Me las hubiera arreglado muy bien sola.
Gael le prodigó una mirada que la turbó. Se volvió hacia la puerta y escuchó su voz burlona:
—¿Te vas sin darme el beso de las buenas noches?
—Ya te lo va a dar tu mamá cuando vayas a Inglaterra —le contestó sin dar la vuelta—. ¡Qué duermas bien!
Él, acodado sobre la cama, la vio desaparecer al cerrarse la puerta. Sonrió cada vez más seguro de lo que sentía por la díscola muchacha. Por lo pronto, no desaprovecharía ninguna oportunidad de frecuentarla. Y cuando estuvieran en su país natal, confiaba en conquistarla. Se durmió deseándola entre sus brazos.

XV
Gael se despertó a las siete de la mañana, se vistió y bajó en silencio con la intención de no despertar a los durmientes. Lena lo atajó en la puerta de la cocina adonde ya tenía preparado el desayuno.
—¡Buen día! No pensarás que te vas a ir sin desayunar…
—¡Buen día, Lena! Creí que necesitaban descansar después de semejante aventura.
—Yo dormí bien sabiendo que no estábamos solos —dijo la mujer agradecida—. Servite lo que gustés.
El médico se acomodó en la barra y vertió café con un chorro de leche en el pocillo. Untó una tostada con manteca y mermelada y los degustó pausadamente.
—¿Y Julio? –se interesó.
—Vuelve la semana que viene. Tiene que solucionar algunos problemas en la oficina. Para ser franca, pensé que ahora que los chicos son grandes dispondríamos de más tiempo para nosotros, pero este trabajo lo retiene cada vez más tiempo fuera de casa —dijo pesarosa.
—Ya los resolverá —la consoló. Sacó el celular y le notificó—: Voy a llamar al hospital para saber si le dieron el alta a la pareja agredida.
La madre de Ivi se sirvió otro café mientras Gael se comunicaba.
—Anoche mismo se retiraron —participó al terminar la comunicación. Y agregó—: Me voy ya porque tengo que hacer un estudio. Mañana los paso a buscar a las ocho. ¿Te parece bien?
—Perfecto. Gracias por quedarte, Gael —se acercó para despedirlo con un beso.
—Ya sabés que por mi segunda madre hago cualquier cosa —él la rodeó con un brazo y la besó en la frente.
Salieron sonriendo hasta la calle adonde se toparon con Diego y Jotacé que volvían de Roldán.
—¡Doctor! —Julio César estiró la palma de la mano abierta para chocarla con la de Gael—. Espero que tu presencia no esté relacionada con tu profesión…
Diego lo palmeó en el brazo y lo miró con inquietud.
—Tranquilos, muchachos —les contestó calmoso—. Todo está en orden. Me espera un paciente, pero si tienen tiempo los invito con el aperitivo en el bar de enfrente.
Los hermanos asintieron y entraron a la casa con su madre. Lena les sirvió un café y los puso al tanto del atraco sufrido y del gesto solidario de Gael.
—¡Ya me parecía que algo pasaba cuando llamaste! —dijo Diego—. Tendrías que haberme contado la verdad.
—Hijo, estaban demasiado lejos para esperar que vinieran a buscarnos y no tenía sentido intranquilizarlos —señaló su madre—. Lo que sí les pido, es que nos acompañen a la comisaría cuando nos citen.
—Dalo por descontado, mamá. Me voy a dar una ducha y a cambiar para estar listo.
Cuando los jóvenes bajaron, Ivi y Jordi estaban desayunando. Ambos abrazaron a sus hermanos y Jotacé amonestó a Ivana:
—¡Mujer loca! ¿Cómo se te ocurrió exponerte sin pensar en tu familia?
—¡No pasó nada…! Además súper mamá acudió en mi rescate —añadió restándole dramatismo al suceso.
Diego la miró con gravedad. La imagen de su entrañable hermana derribada por un disparo mortal, se le hacía intolerable. Jordi, para aliviarlo, mencionó la intervención del médico:
—¡Gael las fue a buscar, curó al hombre y a la mujer lastimados, nos trajo a casa y la tranquilizó a Ivi!
—¡Ooo...…! —exclamó Jotacé — ¿y se puede saber cómo?
—La abrazó —declaró Jordi.
—Qué hombre inescrupuloso… —masculló Julio César con una risita.
—Mamá, ¿se puede saber de dónde sacaste a este tarado? —reaccionó Ivana irritada.
El timbre del teléfono eximió la respuesta de Lena. Las requerían de la comisaría para firmar una declaración. Se presentaron escoltadas por Diego y Jotacé, y después de concluir el trámite los varones las dejaron en el centro adonde se encontrarían con Jordi para almorzar. Ellos se separaron para responder a la invitación de Gael.
Diego manejaba ensimismado, pero la apreciación de su hermano no lo sorprendió:
—Parece que el medicucho está empezando a embestir…
—Sabrás que está enamorado de Ivi.
—Creo que la única que lo ignora es ella. A mí me cabe la idea de que sean pareja, ¿y a vos?
—Totalmente. Aunque le espera una tarea titánica: correrse del lugar de amigo para ser considerado como hombre. Así que te agradecerá que no la chicanees con tus sarcasmos.
—¡Trataré, trataré! —rió Jotacé—. No me perdonaría poner piedras en el camino de sir Gael.
Diego hizo una mueca y no perseveró con el tema. Su amigo los estaba esperando en el bar y suplieron el almuerzo por un abundante refrigerio. No pudieron soslayar el ataque sufrido por madre e hija. Para los hermanos, el médico había respondido a la llamada de Ivi y al reclamo materno de compañía, omitiendo la intervención de Jordi. Julio César no pudo evitar un comentario deliberado:
—Jordi dijo que tuviste que confortar a Ivana…
Gael lo miró con una sonrisa apacible y se tomó tiempo para contestar:
—¿Acaso no fuiste vos el que me aconsejó que la avanzara rápido?
Jotacé largó una carcajada ante la mirada consternada de Diego.
—¡No era para que te lo tomaras tan a pecho! Pero contame por qué necesitó tu consuelo.
—Porque se derrumbó cuando tomó conciencia de que podría haber muerto. Sólo ayudé a que saliera del marasmo —precisó Gael con voz grave y pausada. Después, para despejar de pensamientos sombríos a sus amigos—: Mañana me llevo a Jordi y a las muchachas a Temaikén.
—¡Ja! –rió Julio César—. ¿Mamá no deja sola a su bebé?
—Si alguna vez pudieras cerrar esa bocota… —amonestó Diego.
—Dejalo, de otro modo no sería Jotacé —dispensó el médico—. Saldremos a las ocho y me propongo retenerlos tanto como pueda —dijo con una sonrisa traviesa.
—Derrapaste con el idioma, hermano. En singular y femenino se dice retenerla —precisó Jotacé.
El rostro de Gael se iluminó con una risa espontánea ante la enmienda de su amigo quien atajaba riendo el puñetazo fraterno. Fueron tres hombres unidos por la conciencia de la pasión de uno y la aceptación de los otros dos.

XVI
Después de adquirir los nuevos celulares para reponer los robados, Ivana y Lena pasaron a buscar a Jordi por el local de video juegos. Estaban a pocas cuadras de la costa, por lo que almorzaron en un restaurante con vista al río. Volvieron a las tres de la tarde y, mientras el chico se instalaba con sus hermanos a mirar un partido de fútbol, las mujeres se retiraron a descansar. Lena, a solas en su dormitorio, intentó comunicarse con Julio pero su teléfono parecía estar fuera de servicio. Le dejó un mensaje de voz advirtiéndole del cambio de numeración. Una intensa desazón la perturbó impidiéndole dormir. Sentía que su marido estaba cada vez más lejos de ella y de su casa. A las cinco bajó después de ímprobos esfuerzos por conciliar el sueño. Bebió un café y media hora después la despertó a Ivana.
—¡Qué cara, mami! ¿No descansaste?
Lena evaluó la posibilidad de comentar con Ivi su inquietud, pero la desechó por no mortificarla considerando el percance pasado.
—No mucho —sonrió desvaídamente—. ¿Vas a salir esta noche?
—No. Podemos comer temprano y ver una película, ¿qué te parece?
—Buena idea. ¿Me acompañás a regar las plantas?
Subieron a la terraza que había diseñado Julio César mientras cursaba la carrera de arquitectura. Había transformado el amplio espacio en un vergel donde convivían enredaderas y distintas especies de plantas ornamentales y floridas. Un quincho totalmente equipado y de considerables dimensiones le proporcionaba a la familia un lugar de esparcimiento y de encuentro los fines de semana. Encendieron los faroles y, mientras su madre recorría los setos con la manguera, Ivana cayó en la cuenta de que el último asado lo habían comido en verano. Su papá estaba tan exigido con el trabajo que rehuía cocinar los fines de semana. Y Diego y Jotacé siempre tenían algún compromiso. Observó la dedicación de Lena delante de cada planta y una oscura intuición de angustia la sacudió. Se acercó a su mamá y en silencio la ayudó a desmalezar los arbustos. Cuando terminaron, eran más de las siete. Diego anunció que salía con Yamila, y Jotacé con Arturo y Ronaldo. Ellas cenaron con Jordi a las nueve y a las diez se acomodaron en la sala para ver una película. Esa noche Lena tomó un ansiolítico y, por asociación, pudieron descansar ella y su hijo menor.
Gael tocó timbre a las ocho y cuarto. El cielo nublado las sorprendió al compararlo con el atardecer límpido del día anterior. Lena e Ivana volvieron a la casa en busca de ropa de mayor abrigo, pilotos y paraguas, y a las ocho y media salían para Escobar. La lluvia se desató a mitad de camino por lo que el médico propuso un alto para tomar algo caliente y esperar a que mejorara el tiempo. Se detuvieron en un parador y poco después degustaban chocolate con churros.
—¿A qué fue idea de Jordi? —adivinó Ivi.
Su hermano rió mientras saboreaba el chocolate caliente. Ella miró el cielo encapotado a través de los cristales de la ventana y preguntó:
—¿Iremos igual aunque llueva?
Su amigo, que no estaba dispuesto a privarse de su compañía por el mal tiempo, respondió con seguridad:
—No creo que el temporal dure todo el día; además hay muchos lugares para recorrer a cubierto. Iremos.
—Estoy de acuerdo —intervino Lena—. Ya hicimos más de la mitad del camino y a lo mejor llegamos sin lluvia.
A las doce, bajo los paraguas, ingresaron al parque temático. Decidieron almorzar en una parrilla con la esperanza de que amainara la lluvia. Antes de que terminaran de comer, el aguacero se transformó en fina llovizna. Cuando abandonaron el restaurante, Lena se sorprendió ante la porfía de Ivi de elegir un itinerario distinto al de los varones, pero no dudó en acompañarla. Visitaron el acuario, asistieron a la proyección de cine 360º, admiraron distintas especies de aves, recorrieron la chacra adonde Ivana se extasió alimentando terneros y aves de granja y Lena se dejó seducir por la extensa huerta. De tanto en tanto avistaban a Jordi y Gael, momento en que la hija proponía un lugar que los alejaba del dúo. A las cuatro y media de la tarde y después de haber alternado con murciélagos, lémures, suricatas, pumas, canguros y otros animales ignotos, Lena se declaró en rebeldía y exigió merendar. Ivana la guió hasta una confitería adonde eligieron una porción de torta casera que acompañaron con café.
—¿Me querés decir por qué te escapás cada vez que nos cruzamos con Gael? Creí que veníamos a una excursión de cuatro.
—Eso no significa que recorramos el parque del brazo. Además no me escapo de nadie. Ellos tenían otros intereses. Será más divertido cuando nos juntemos a intercambiar impresiones —dijo despreocupada.
—¿Y adónde se supone que nos vamos a juntar? —preguntó la madre.
—Presumo que me mandará un mensaje —se quedó callada—. ¡Ay, mami! No le dí el número de teléfono nuevo.
—Llamalo vos, entonces.
—No me acuerdo de memoria —dijo contrariada.
Lena suspiró y miró hacia el exterior. Gruesos nubarrones empañaban la poca claridad del ocaso. Un trueno distante presagió un temporal.
—Tendremos que buscar el auto en el estacionamiento y esperarlos allí —discurrió la mujer.
—Caminaremos un poco más. Si no los encontramos, esperaremos en la entrada bajo techo. A las seis terminan las actividades.
Se marcharon de la confitería a las cinco. Las primeras gotas las golpearon anticipando la baja temperatura. Las luces del parque se habían encendido para disipar la oscuridad. El viento les impedía usar los paraguas y los impermeables no evitaban que el agua se filtrara. Lena extendió el brazo para frenar la marcha de su hija:
—¡Ivi! Nos estamos empapando. Volvamos a la entrada.
La joven no se opuso porque estaba aterida. Antes de retroceder, vibró su celular.
—¡Gael! —gritó para hacerse escuchar sobre el ulular del viento—: ¿Adónde están?
—Buscándolas. ¿Por dónde andan?
—Yendo hacia el ingreso. Los esperamos ahí.
Cuando se refugiaron de la lluvia, Lena señaló:
—¿No era que no le habías dado el número a Gael?
—Así es. Nunca se lo dí —señaló un sillón—: ¿Nos sentamos?
Se quitaron los impermeables y se acomodaron para aguardar a los muchachos. En el hall el movimiento de visitantes era continuo. La mayoría abandonaba las instalaciones y otros hacían sus compras de último momento.
—Esta vez no disfruté del paseo como cuando era chica —dijo Ivana—. Los animales estarán bien cuidados, pero esto no es más que un cautiverio de lujo. Me dio mucha tristeza.
—Es cierto lo que decís. Pero con tanto daño al ecosistema, hasta los que están aquí hubieran desaparecido —opinó Lena.
Jordi y el médico no demoraron más de cinco minutos en llegar. El chico abrazó a las mujeres y le pidió a su madre comprar un recuerdo. Cuando Ivi quedó a solas con Gael, lo apremió:
—Tenemos que vernos sin testigos. Quiero detalles del paseo con Jordi —y cambiando de tema—: ¿Cómo supiste mi nuevo teléfono? No alcancé a dártelo.
El hombre sonrió ante la ráfaga de palabras disparadas por la joven. Respondió a su pregunta:
—Jordi memorizó tu número y el de Lena. Ya los tengo ingresados. Con respecto a tu propuesta, podríamos ir a cenar cuando lleguemos a Rosario —ofreció, encantado de la posibilidad de un encuentro más intimista.
—¿A qué hora estaremos de vuelta?
—No antes de las diez si la tormenta persiste.
La observó hacer un mohín de contrariedad que le confería a su rostro el talante de la niña voluntariosa que lo había cautivado. Esperó la conclusión de la muchacha.
—Bueno —dijo por fin—. Si llegamos a laz diez, dame una hora para cambiarme. ¿Te parece?
—Tomate el tiempo que quieras. Cuando estés lista, me llamás.
—A las once te estaré esperando en la puerta —insistió.
Él rió francamente ante la tozudez de la chica. Y ella, tomando conciencia de su conducta, lo imitó.

XVII
A las seis y cuarto pegaron la vuelta. Gael, con la expectativa puesta en la salida con Ivana, se arriesgó en la ruta más de lo que la prudencia aconsejaba y, a las nueve y media, dejaba a sus pasajeros a la puerta de su casa. A las diez y media ya estaba listo para ir a buscar a su amiga. Suponiendo que su familia estaba cenando, estacionó frente al domicilio y la esperó en el auto. A las once y cinco apareció la joven envuelta en un abrigo largo. Con paso decidido se acercó al vehículo, abrió la puerta del acompañante y se instaló al lado del conductor.
—Hola, Gael —saludó rozando la mejilla del hombre con sus labios.
—Hola —respondió él inclinándose y devolviendo el beso.
Ivi se reclinó contra el asiento y esperó a que él arrancara sin preguntarle adonde irían. Se sentía relajada en compañía de su amigo y estaba segura de que ya tenía el lugar elegido. Por contener su ansiedad, no habló durante el trayecto. Gael entró en una playa de estacionamiento céntrica y le aclaró que debían caminar media cuadra.
—Te voy a llevar a conocer el restaurante de un amigo. Se llama The factory.
—¿Preparan comidas típicas de Inglaterra?
—Como especialidad. Pero tienen platos internacionales.
—¡Yo quiero probar el shepherd's pie y de postre, trifle! –reclamó Ivi con gesto de niña caprichosa, lo que desató la risa de Gael.
—¿Tal vez quieras entrar a la cocina y seleccionar tus platos ahí? –dijo sin dejar de reír y acomodándole la mano sobre su antebrazo.
—¡No! Porque entraría en un estado de indecisión que me impediría elegir. Me quedo con lo que pensé.
Un maître les abrió la puerta y los saludó con deferencia:
—¡Bienvenidos! ¿Me permiten sus abrigos? –preguntó.
Gael se despojó del suyo y ayudó a Ivana a quitarse el tapado. Le estiró la prenda al camarero sin mirarlo porque sus ojos estaban detenidos en la figura de la muchacha que lucía un corto y ajustado vestido negro. Sus piernas, cubiertas por medias semitransparentes del mismo color, concluían en unos altísimos zapatos con plataforma. El pelo recogido destacaba sus armoniosas facciones y toda ella era un compendio de gracia.
—¿Vamos? –le dijo a su encandilado acompañante girando hacia el maître que los esperaba para guiarlos.
El recatado escote delantero no anunciaba la espalda desnuda hasta la cintura sólo cruzada por dos breteles. Gael caminó tras ella admirando la dorada textura de su piel y tratando de recuperar el dominio ante esa mujer que se le había revelado recientemente. Antes de que el empleado los acomodara en una mesa, un hombre maduro se les acercó:
—¡Gael! Es un gusto verte, amigo –dijo en inglés y tendiéndole la mano.
—Hola, Alec –le contestó en el mismo idioma a sabiendas de que la joven lo entendía perfectamente—. Ivi, te presento a Alec Wilson, dueño de este restaurante. Ivana es una amiga —completó la introducción.
Wilson la contempló con mirada apreciativa y le tendió la mano sonriendo abiertamente.
—Es un placer, Ivi —declaró—. Tu presencia engalana mi salón.
Ella rió ante el cumplido y estrechó su mano.
—Gracias. Me sorprende que sirvan comidas a esta hora —observó.
—Nos hemos adaptado al horario de vuestro país —expresó Wilson— aunque todavía no mi estómago —sonrió. A continuación—: Jorge los acompañará hasta su mesa y les tomará el pedido. Espero que disfruten los platos.
Mientras esperaban la comida, el mozo les alcanzó una copa de jerez y unos bocaditos con champiñones.
—Soy toda oídos, Gael —dijo Ivana al límite de su paciencia.
—No hay mucho que decir, Ivi —principió el médico—. Jordi percibió las mismas imágenes que en la ciudad y no hubo ningún hecho notable que exigiera la interacción.
Ella lo miró con los labios entreabiertos por la sorpresa.
—¿Y para eso se tomaron tanto tiempo? Me lo hubieras podido decir sin necesidad de salir a cenar.
—¿Y privarme de una cita con una hermosa muchacha? —respondió suavemente.
—¿Qué? —dijo ofensiva—. ¿Te estás haciendo el seductor?
Gael suspiró y la miró con tolerancia. Con voz calmosa replicó:
—Tendría que estar acostumbrado a sufrir tus ofensas, pero no dejan de sorprenderme. Si no fueras la hermana de mis amigos, no te salvarías de unos azotes.
—Y vos de una patada en las bolas —dijo indignada.
A Gael la risa le burbujeó en los ojos y la garganta. Ivi, ofuscada, hizo ademán de levantarse. Él la tomó por la muñeca y la inmovilizó.
—Más vale que me sueltes —lo desafió.
—Ivi, Ivi, escuchame. No vamos a transformar una chanza en una pelea. Te pido perdón si te sentiste ofendida por mis palabras que no tenían nada de agraviante.
—Me hiciste creer todo el tiempo que Jordi había mostrado nuevas habilidades —dijo mohína y rehuyéndole la mirada.
—Lo único que recuerdo es a una muchacha vehemente pidiéndome vernos a solas para que le contara sobre el hermano —recapituló su amigo—. ¿Por qué habría de negarme a disfrutar de tu compañía? Vamos —exhortó levantando con suavidad su barbilla y buscándole los ojos—. ¿Te vas a perder una buena comida? Te doy mi palabra de mantenerme mudo como un pez para no importunarte —prometió con una chispa de humor en las pupilas.
—Serías muy aburrido —opinó ella, desvanecida la sensación de enojo— así que te relevo de tu compromiso.
Él la miró aliviado por su cambio de humor. La aparición del camarero, que dispuso los platos sobre la mesa, los mantuvo en silencio degustando el menú elegido. Antes de que les trajeran el postre, Gael retomó la propuesta del viaje:
—Yo viajo en dos semanas, Ivi, y espero que puedas organizarte para venir con Jordi la última quincena de junio. ¿Harás lo posible?
—Tengo que hablar con los profesores para que me habiliten mesas antes de la fecha prevista, pero creo que no va a haber problema. Lo que me mortifica es que tengas que hacerte cargo de los pasajes y la estadía. Sabés que no puedo colaborar con nada ahora que no trabajo.
—Pensá que es por el bien de Jordi y, si te deja más tranquila, será una deuda a devolver cuando ejerzas como abogada —propuso su amigo.
—Es un trato —sonrió ella estirando la mano que se perdió en la del hombre.
Gael sostuvo la suave extremidad con una expresión tan complacida que la perturbó. Recuperó su mano y eludió la intensa mirada de su acompañante con la inquietante sensación de estar frente a un extraño. Absortos como estaban el uno del otro sólo repararon en la presencia de Wilson cuando estuvo junto a ellos.
—Si me permiten, quisiera compartir una copa de champaña con ustedes.
Gael lo invitó a sentarse con un gesto amigable. El camarero, que lo secundaba, descorchó la botella y escanció la bebida. Amenizaron los brindis con una entretenida charla al cabo de la cual Wilson, entonado y más familiarizado con Ivana, le dijo a Gael:
—Cuando los vi entrar pensé: por fin este muchacho ha encontrado a su pareja. Pero me desconcertaste al presentarme a Ivi como amiga. ¿Es que aquí amiga es sinónimo de novia?
Ivana, azorada, se largó a reír e intentó explicar su relación:
—Gael y yo somos amigos desde hace quince años. Por otra parte, yo soy mayor que él.
—Yo hubiera dicho lo contrario —dijo el hombre evaluándolos.
—Lo que quiere decir Ivi –terció Gael— es que cuando ella cumpla ochenta años yo sólo tendré setenta y ocho.
—¿Es la edad lo que los separa? —preguntó Wilson divertido.
—Nada nos une o nos separa —recalcó ella—. Es que somos amigos y nada más.
—¡Ah…! —exclamó Alec como si comprendiera—. Perdón por mi equívoco, entonces. —Se levantó y le pidió a la joven—: ¿Me disculpas si lo retengo un momento? Quiero entregarle una correspondencia para su padre.
—Vayan, nomás —aceptó ella con una sonrisa.
Gael fue detrás de Wilson quien lo hizo pasar a su despacho. Alec era el mejor amigo de su padre y casi un pariente de la familia. Lo frecuentaba cada vez que viajaba a Inglaterra y establecieron un estrecho contacto desde su radicación en Argentina. No bien cerró la puerta, sacó un sobre del escritorio y se lo entregó.
—Esto es para Bob —aclaró. Y agregó entusiasmado—: Muchacho, ahora entiendo por que no te volviste con tus padres. Ivi es un encanto. Lo que no comprendo es qué esperáis para formalizar.
El médico sonrió al contestar:
—Ivana no me admite más que en calidad de amigo. Espero que en Inglaterra pueda considerarme como pretendiente.
—¿Viajarán juntos?
—No. Pero debo completar unos controles neurológicos a su hermano menor y los mejores profesionales están en Londres. Es mi carta de triunfo porque sé que ella no permitirá que Jordi viaje solo —dijo satisfecho.
—Entiendo —sonrió Wilson—. La sacas de su terreno y la llevas al tuyo. ¿Qué te garantiza que te verá con otros ojos?
—Yo. La abordaré sin el halo de la presencia familiar que trastorna cualquier acercamiento. Estoy seguro de que al menos me dará de baja como hermano sustituto.
 —Suerte, entonces —dijo el hombre dándole un abrazo—. Es hora de que vuelvas junto a tu amiga antes de que se impaciente.
Gael asintió. Regresó a la mesa y poco después decidieron dar por terminada la cena. Llamó al camarero para pagar y éste le transmitió que su cuenta estaba saldada.
—Este Wilson… —murmuró Gael meneando la cabeza. Dirigiéndose a Ivi—: ¿Vamos a despedirnos?
Ella asintió y se acercaron a la oficina de Alec quien salió a saludarlos.
—Espero verlos a menudo por esta casa —le dijo a la joven plantándole un beso en la mejilla.
—Cuente con ello —sonrió Ivi devolviendo el saludo.
Estrechó la mano de Gael y lo exhortó:
—No te pierdas. Confío en veros antes de que partas.
—Haré lo posible —convino—. Y gracias por la invitación.
En la entrada, el maître los esperaba con sus abrigos. Al médico le temblaron las manos cuando rozó la espalda de la muchacha al ayudarla a ponerse el tapado. Viajaron en cómodo silencio hasta la casa de Ivi y, cuando se despidieron, ella se volvió hacia Gael:
—Gracias por haber evitado que arruinara esta noche. La pasé muy bien —se estiró para besarlo en la mejilla.
Él, después de hacer lo propio, la tomó por los hombros. Su mirada ahondó en los ojos de Ivi provocándole una inquietante turbación.
—Si no te conociera, estaríamos ambos lamentando la noche perdida —dijo con tono reposado—. Fue la mejor salida de mis últimos tiempos y aunque no sea para hablar de Jordi, podríamos repetirla.
Por un momento, Ivana sintió que la imagen de su amigo se desdoblaba para dar paso a un hombre que la requería como mujer. No me hagas esto, inglecito. Sos mi mejor amigo y no quiero perderte. Se ladeó hacia la puerta del auto y la abrió, hurtándose de las manos de Gael y su propuesta.
—Es mejor que busques otra compañía —declaró mientras bajaba—. Estaré muy ocupada de ahora en adelante. Buenas noches.
Corrió hacia la puerta de su casa y entró sin mirar atrás. Él suspiró con resignación y volvió a su departamento con la sensación de haber retrocedido en sus aspiraciones.

XVIII
Julio volvió el lunes. Lena lo notó distante y lacónico, condición que pasó desapercibida para sus hijos sumidos en el fárrago de sus actividades. Ivana se concentró en preparar las materias que quería aprobar y conseguir el permiso para rendirlas anticipadamente. Jotacé se había instalado en Funes para supervisar la construcción del chalet proyectado para un amigo y Diego, a punto de convivir con Yamila, dedicaba sus horas libres a ordenar su nueva morada. Jordi, en tanto, se encontró toda la semana con Gael y avanzó en la comprensión y manejo de sus habilidades. Formó un sólido nexo de afecto con el médico y, con su consentimiento, logró desentrañar el patrón de las distintas emociones que captaba en las ondas cerebrales de Gael comparando las imágenes percibidas con el relato del hombre. También comprobó que no le era posible modificar esos registros cuando el receptor era conciente de su capacidad. Esta insuficiencia de su talento los unió en la elipsis compartida, tanto como la admiración del chico por la templanza con que Gael manejaba su pasión por Ivi. Su hermana dejó de acompañarlo a las reuniones y hasta de indagar en los resultados de los exámenes como si hubiera perdido todo interés. Pero él sabía que la sola mención del nombre de su amigo la poblaba de paisajes oscilantes como las de un espejismo. No se sintió autorizado para compartirlo con Gael y postergó su comprensión hasta poder juzgarlos por él mismo. Su mayor preocupación era la crisis que atravesaban sus padres donde pudo intervenir para mitigar, al menos, la angustia que les impedía descansar. Una llamada a mitad de semana adelantó el regreso de Julio a Buenos Aires. Ivana, que contaba con solicitar a su padre un préstamo para viajar a Inglaterra, descubrió la mañana del jueves que había partido a primera hora. Al mediodía, le dijo a su madre:
—El sábado voy a visitar a papá a Buenos Aires. Con las restricciones que hay, quiero pedirle con tiempo que me preste unos dólares para el viaje.
—No creo que sea necesario, Ivi. Tenemos una cuenta conjunta de la que podrá disponer sin problema. Y el lunes o martes a más tardar, estará de regreso.
—Si estás segura me alivia, porque el lunes tengo que rendir la tercera materia.
—Segura, querida —afirmó. Después—: ¿Revisaste tu pasaporte y el de Jordi?
—Sí, mami. Todo está en orden.
—No te noto muy ilusionada con el viaje. ¡Será tu primera incursión por Europa! —se entusiasmó Lena.
—El lunes que viene, cuando rinda la última materia, voy a empezar a soñar —declaró su hija—. Hasta entonces, mente clara y fría. —Sonrió—: Después, mami, te volverás loca con mis ocurrencias. Sobre todo cuando empiece a elegir la ropa. ¿Te acordás cuando viajé a Cuba? ¡Si me arrepentí de no seguir tus consejos…! —evocó riendo con ganas.
Lena la imitó, porque tenía presente la agobiada figura de su hija acarreando dos valijas y varios bolsos para la estadía de una semana. Cuando volvió del viaje confesó que su recuerdo más nítido era el de trasladar el equipaje de un hotel a otro, ya que pararon en cuatro ciudades distintas.
—Y no escarmentaste cuando fuiste a Brasil —dijo su madre divertida.
—Pero fue más descansado porque estuvimos varios días en cada lugar —recordó ella—. Bueno, ma, la charla está muy linda pero tengo que seguir estudiando. La continuaremos en el próximo corte —se levantó, le dio un beso y subió a su dormitorio.
La mujer quedó a solas embargada por ese hormigueo de inquietud que últimamente la asaltaba cuando Julio se ausentaba. La sospecha de que buscaba alejarse de su casa con la excusa del trabajo era cada vez más concreta. Ella estaba en una etapa de la vida donde más lo necesitaba ahora que la mayoría de sus hijos habían logrado su libre albedrío. Hasta Jordi se manejaba de manera tan independiente que sólo lo veía en las comidas obligatorias. Había llenado tanto su tiempo con la familia que se había alejado de amigas e intereses que podrían llenar este vacío existencial que la angustiaba. Tenía que enfrentar una charla con su marido aunque los fantasmas del abandono que la acosaban se materializaran. La campanilla del portero eléctrico interrumpió su meditación. Era Mónica, la empleada doméstica que colaboraba con la limpieza tres veces por semana y que excepcionalmente venía a la tarde. La hizo pasar, le dio algunas indicaciones especiales y, después de avisar a Ivana, subió al auto y salió para el supermercado. La compra quincenal le insumió más de dos horas y regresó a las cinco de la tarde consternada por el aumento de los precios y la manifiesta ausencia de los productos que consumía habitualmente. Otro ciclo que se repite, pensó desalentada. Vivía en un país pródigo malversado sistemáticamente por sus gobernantes. La brecha entre los sectores de la sociedad era cada vez más profunda, y la clase a la cual pertenecía estaba en riesgo de caer en esa sima provocada por la ambición desmedida de quienes estaban de turno en el poder. Descargó las bolsas del baúl y las acomodó con ayuda de Mónica. A las cinco y media subió a llamar a Ivi y Jordi para que merendaran.
—¿Hoy no te encontrás con Gael? —preguntó la joven al niño.
—Suspendimos porque se va a Buenos Aires.
—Pero si viaja la semana que viene… —dijo la chica desconcertada.
—Sí. Pero se va un poco antes —repitió su hermano. Volviéndose hacia su madre—: Esta noche viene a despedirse.
—¡A buena hora me lo decís! ¿Y si teníamos algún compromiso?
—Pero no lo tienen. Ivi se queda estudiando y vos le hacés compañía —argumentó Jordi con suficiencia.
Lena se miró en las pupilas risueñas de su hijo y coincidió con su apreciación.
—Entonces será el momento de enterarme a qué vienen tantos encuentros entre los dos —señaló.
Ivana se tensó. No creía conveniente descubrir ante su madre las habilidades de Jordi hasta, al menos, profundizar su estudio. Mientras buscaba una respuesta creíble, su hermano se adelantó:
—Voy a practicar conversación para estar afinado cuando llegue a Inglaterra —dijo ufano.
Las mujeres rieron por distintos motivos: Ivi por la rápida reacción del chico y Lena por el talante presumido de la declaración.
—¡Ah, mi Jordi…! Vas a ser todo un lord –dijo abrazándolo.
El muchacho respondió a la caricia y por sobre el hombro materno le hizo un guiño a su hermana. Terminaron de merendar y ambos subieron a continuar con sus tareas. Ivana plantó sus libros a las ocho, se dio una ducha y se enfundó en un vestido color natural de mangas largas y falda corta. Se miró al espejo y quedó conforme con su apariencia. Se calzó con zapatos de taco alto y se maquilló levemente. Cuando bajó saludó a sus hermanos que estaban en la sala con Jordi y se dirigió a la cocina para ayudar a su madre.
—¡Ivi! —exclamó su mamá—. Me pregunto por qué dejaste de usar vestidos. Te sientan tan bien…
—Porque los pantalones son más cómodos —contestó—. ¿En qué puedo ayudarte?
—En la cocina, nada. Acomodá la mesa con un lugar más. No te olvides que Gael viene a despedirse.
—¡Ah, cierto…! —dijo ella como si lo hubiera olvidado, y procedió a ordenar la vajilla que dispondría sobre la mesa.
—Che, ¿qué me cuentan de la onda que curte Ivi últimamente? —preguntó Jotacé a sus hermanos.
—Que está muy linda —dijo el menor.
—Sí —opinó Diego—. Me gustaría que alguien pudiera verla ahora…
—Gael viene a despedirse esta noche —comentó Jordi como adivinando el pensamiento de Diego.
—¡Jaja! —rió Julio César—. Ni que junior te hubiera leído la mente.
—Más vale que te acuerdes de tu promesa —amenazó el hermano mayor.
—Seré un duque —enfatizó Jotacé sin perder la sonrisa.
El timbre interrumpió la charla fraterna. Lena, desde la cocina, pidió que atendieran la puerta. Jordi se levantó y corrió a cumplir la orden. Entró de inmediato acompañado por Gael. Los muchachos se levantaron para saludarlo con un abrazo.
—¡Hermano! —acentuó Jotacé—. El pequeño dijo que te venías a despedir. ¿Ya te vas para tu patria?
—La semana que viene. Mañana hago mi primera parada en Buenos Aires.
—¿Vas a asistir al congreso de neurología? —preguntó Diego.
—Entre otras cosas —asintió el médico—. Voy a pasar a saludar a las mujeres —anunció, maniobrando hacia la cocina.
Al pasar frente al comedor se detuvo en la puerta. En silencio admiró a la causante de su exaltación. Ivi caminaba con donaire alrededor de la mesa distribuyendo la cristalería sin reparar en el hombre que la observaba. Él, antes de ser advertido, tuvo tiempo de impregnarse con su imagen. Ella lo vislumbró cuando levantó los ojos hacia el modular que contenía las copas. La mirada de su amigo semejó a un torbellino que amenazaba arrastrarla hacia la evidencia de que los viejos sentimientos se habían transformado. Ocultó su turbación con un comentario banal:
—¿Ahora se te da por espiar antes de saludar? —dijo acercándose para besarlo en la mejilla.
—Hola, Ivi —acertó a decir Gael—. No censures mi buen gusto.
—Mamá está en la cocina —le indicó para impedir cualquier intento de aclarar sus palabras.
El médico sonrió, le tironeó un mechón de cabello y buscó a Lena. La mujer estaba acomodando en una fuente la comida recién sacada del horno.
—¡Hola, Lena! —la besó con cariño y agregó—: esto huele deliciosamente.
—¡Gracias, querido! Espero que sepa igual —dijo sonriendo—. Avisale a los chicos que pueden pasar al comedor.
Después de la cena se acomodaron en la sala para tomar un café. Ivana y Lena los acompañaron al concluir la limpieza de la cocina.
—Te vas con mucha anticipación —observó la joven.
—Aprovecho para asistir al congreso y ordenar algunos asuntos —llevó la mano al bolsillo de su saco y le tendió a Ivi un sobre y un llavero—: te dejo los pasajes, la dirección de mi departamento y copia de las llaves por si quieren pernoctar con Jordi la noche previa al viaje.
—¡Ah, gracias! —dijo ella—. Tenía pensado ir un día antes a Buenos Aires.
Tras una charla amena Gael se retiró despidiendo a Ivana y Jordi hasta dentro de dos semanas y al resto hasta su regreso. Lena pasó por la habitación de Ivi antes de acostarse. Su hija estaba con el camisón puesto y a punto de meterse en la cama.
—¿No fue un gesto generoso el de Gael? —manifestó la mujer.
—Teniendo en cuenta que me ahorra un gasto, sí —coincidió la chica.
—No seas así. Él no le daría la llave a cualquiera.
—Yo no dije eso. Pero si tuviera un departamento desocupado también se lo habría ofrecido.
—Últimamente te estás comportando en forma desconsiderada con Gael. ¿Pasó algo entre los dos?
—¿Qué habría de pasar? —dijo molesta—. No tengo por qué reverenciarlo por unas llaves.
—Me refiero al modo con que lo tratás. En verdad, te tiene mucha paciencia. No debería decírtelo conociendo tu terquedad, pero…
—¡Entonces no lo digas! —la interrumpió Ivi—. No sea que te arrepientas.
Lena miró a su hermosa y obstinada muchacha y se largó a reír. Se jugaba la cabeza por que alguna especie de sentimiento la estaba ligando a Gael y sus desplantes eran la manera de combatirlo. Sin más palabras abrazó a su hija y le deseó buenas noches.

XIX
El domingo a la mañana Julio le comunicó a Lena que debería quedarse unos días más en Buenos Aires para reemplazar al gerente zonal. Ella le refirió el pedido de Ivi y él se comprometió a gestionarle una tarjeta. Su hija bajó a desayunar temprano y escuchó con calma el anuncio del retraso paterno. Su mente estaba puesta en la materia que rendiría al día siguiente. Estudió toda la mañana, almorzó frugalmente y se confinó en su dormitorio hasta la hora de la cena.
—¿Estás preparada para mañana? —se interesó Diego mientras comían.
—Sí. Espero liberarme de la facultad hasta agosto.
—¿Le preguntás a la olfachona si estudió? Es como preguntar si después del lunes viene el martes —rió Jotacé—. Mañana la nena aparece con un diez.
—Gracias por tu confianza —dijo su hermana—. Pero no esperes más de un nueve.
Lena escuchaba con satisfacción el intercambio afectuoso de sus hijos que la apartaba de los interrogantes que se venía planteando desde la comunicación matutina. Esa noche, para dormir, recurrió a un ansiolítico que la dejó aturdida hasta las nueve de la mañana. Desayunó con Jordi reprochándose no haber despedido a Ivana antes de que se fuera a rendir.
—No te amargués, mami, que a Ivi le irá bien —dijo el chico.
—No lo dudo, pero hoy era un día tan especial para ella…
Su angustia se alivió a las once cuando apareció Ivana resplandeciente.
—¡Un diez como pronosticó Jotacé! —gritó abrazando a su madre y a su hermano y girando con ellos.
—¡Yo sabía! —dijo su hermano satisfecho cuando entre risas se sentaron en los sillones de la sala.
—Mamá, hoy no cocinás. Les propongo una caminata por el parque Urquiza y después terminamos en el boliche de Silvia.
—Nena… ¿Y si los vuelven a asaltar?
—Ahora tienen vigilancia y alarma. Además hace más de una semana que nos invitó a pasar. Y vamos de día.
—¡Vamos, mami! —pidió Jordi—. No va a pasar nada malo.
Lena se dejó convencer por sus hijos y media hora después iniciaban el paseo. Al mediodía desembocaron en la confitería del parque. Silvia reconoció a las mujeres apenas entraron y se adelantó a recibirlas.
—¡Ivana! ¡Qué alegría verlas! —Besó a la joven y a su madre—. Es un placer tenerlas por acá, señora. ¿Y este jovencito? —se interesó.
—Es Jordi, mi hijo. Y yo soy Lena —aclaró la mujer—. ¿Cómo está tu marido?
—Bien. En cuanto se desocupe de la cocina vendrá a saludarlos. Ahora acomódense y les tomaré el pedido.
Jordi se decidió por una hamburguesa completa con papas fritas y las mujeres la eligieron al plato acompañada de ensalada. Después de comer, Silvia y Mario se sentaron un rato en la mesa para charlar con ellos.
—Las esperábamos con el doctor —dijo Mario—. Quería agradecerle los cuidados que nos prodigó.
—No está en Rosario y vuelve dentro de un mes. Pero lo traeremos cuando regrese —aseguró Ivi.
A las tres de la tarde decidieron pegar la vuelta. El matrimonio se rehusó a cobrarles el almuerzo en prueba de reconocimiento. Lena consintió con una condición:
—Esta vez agradecemos la deferencia, pero si quieren que volvamos nos tratarán como a cualquier cliente.
—Prometido, Lena —dijo Silvia con una sonrisa—. No queremos privarnos de sus visitas.
El viaje de regreso les sirvió para hacer la digestión y madre e hija tomaron una siesta mientras Jordi miraba una película en la tele. A las cinco y media, mientras merendaban, llegaron Diego y Yamila. Se agregaron al grupo y los invitaron a una función de cine. Lena se rehusó alegando dolor de cabeza e Ivana tampoco aceptó por no dejar sola a su madre. Una hora después la pareja se marchó con Jordi.
—¿Por qué no fuiste? Ahora no importa si volvés tarde.
—Porque te dije que hoy no vas a cocinar. Vamos a festejar mi último examen a un restaurante que te va a gustar.
—No sé, nena. En serio me duele la cabeza —adujo su madre con desgano.
—Te tomás una aspirina, te metés un rato en la bañera para relajarte y a las nueve nos vamos —la abrazó un rato y cuando la soltó, dijo—: ¡Mirá que te doy tiempo!
Ivana se duchó y se aprontó con celeridad. Intuía que no debía permitir que a su madre la ganara la apatía. A las ocho pasó por su habitación. Lena estaba tendida en la cama envuelta en la bata de baño y con el cabello húmedo desparramado en la almohada.
—Qué bonito, ¿no? ¿Así vas a celebrar mi esfuerzo? —le reprochó con gesto desencantado.
—¡Ya me iba a cambiar, hija! —dijo la mujer saltando del lecho.
Ivi se quedó en la puerta cruzada de brazos observando cómo su madre escogía la ropa del placar. Cuando se desprendió de la bata para ponerse la ropa interior exhibió su cuerpo firme y armónico. La hija intervino ante su indecisión:
—Ponete el conjunto blanco y negro.
Lena lo descolgó y se calzó la pollera y el suéter con faldón. Cepilló su melena y se maquilló. Completó su indumentaria con un tapado blanco y largo. Ivi se puso a su lado y sonrió a la imagen de su madre reflejada en el espejo:
—Cualquiera diría que somos hermanas, ¿eh, mamita linda?
La mujer le dio un empujón cariñoso y la instó:
—Terminá de arreglarte porque se van a hacer las nueve.
Poco después subían al auto de Julio rumbo a The factory. Ivana le relató brevemente cómo había conocido el restaurante y que el dueño era amigo de Gael.
—Lo que no sé es si Alec habla castellano, porque nos entendimos en inglés —le aclaró a su madre que no dominaba ese idioma.
—Es lo de menos —dijo Lena—. Para la presentación servirás de intérprete y después no creo que tengamos mucho que charlar.
Wilson se acercó a la mesa en cuanto fueron acomodadas por el maître:
—Señorita Ivana, no esperaba el placer de disfrutar tan pronto de su visita —expresó con su impecable acento británico mientras se inclinaba para besarla en la mejilla—. ¿Y esta encantadora dama?
—Es mi mamá —dijo devolviendo el saludo—. Y no sabe hablar en inglés.
—Señora —articuló Alec en comprensible español—, me honra con su presencia —y estiró la mano para tomar la de la mujer y besársela galantemente.
La madre de Ivi no pudo contener la risa ante el gesto inusual, y atinó a decir para justificar su arranque:
—Lena. Por favor, llámeme Lena.
Alec asintió pensando que la mujercita que había elegido Gael seguramente conservaría por mucho tiempo su belleza atendiendo al prototipo de la madre. Él había enviudado hacía diez años y, a la postre, estaba convencido de que ninguna mujer podría reemplazar a la que fuera su compañera. A los sesenta y cinco años no había perdido el interés por el sexo, pero lo satisfacía con eventuales conquistas que nunca faltaban. Sus ojos se detuvieron en el rostro de Lena que reflejaba una triste melancolía. Le hubiese gustado ahondar en los sentimientos de la atractiva mujer, pero no debía olvidar que tenía dueño. No vaciló en responder a su pedido:
—Muy bien. Lena. Las dejo para que saboreen sus platos.
—Alec es un hombre encantador —afirmó Ivi cuando quedaron solas—. Y sería un buen candidato, ¿no te parece?
—¡Pero si podría ser tu padre! —se escandalizó la mujer en voz baja.
—Para vos, mami —rió la joven—. Si no estuvieras casada, apuesto a que trataría de conquistarte por la forma en que te miró.
—Sos una novelera. Pero como tu padre siga más en Buenos Aires que en Rosario, pronto tendré la sensación de que no tengo marido —señaló contrariada.
—De eso te quería hablar. La semana pasada pensé en viajar no sólo para pedirle el préstamo sino para completar mi guardarropa en Patio Bullrich. Sabrás que al comienzo de cada temporada hay ofertas de la anterior casi al cincuenta por ciento del costo. Y en Inglaterra hace calor… —cuchicheó en tono conspirativo.
—¿Y cuándo pensás ir? Para avisarle a tu papá —aclaró Lena.
—Pensamos. Porque vamos a ir juntas y sin aviso así le damos una sorpresa y no nos aborta el paseo —precisó complacida.
—¿Te parece? Se fastidiará por distraerlo de sus compromisos.
—No tiene por qué, mamá. Entregarme la tarjeta no le llevará más de un minuto y las que saldrán a recorrer somos vos y yo. Si viajamos el miércoles… —Se quedó pensando—. No, no. Tengo un compromiso con María Sol. Mejor el jueves. Salimos a las siete de la mañana y volvemos a las siete de la tarde. Ni siquiera tenemos que parar en un hotel. Saludamos a papá, recorremos el centro, almorzamos juntas y seguimos el paseo de compras. A las once de la noche estamos de vuelta. ¿Qué decís? —demandó ansiosa.
—Que ya me agotaste con tu itinerario virtual —sonrió—. No me parece tan descabellado… —agregó luego.
—¡No lo es! —afirmó su hija animada por el consenso materno—. Los chicos podrán hacerse cargo de Jordi y nosotras la pasaremos en grande.
Lena pareció reanimarse con el proyecto. Después de regalarse con un postre, Alec se acercó a la mesa con una botella de champaña.
—No aceptaré una negativa —dijo en tono admonitorio—. Esta botella estaba esperando una gran ocasión.
—Pues entonces no la desperdiciemos —indicó la mujer con aplomo—. Siempre que usted nos acompañe.
A Wilson le gustaba cada vez más la madre de Ivana. Se sentó a la mesa y de inmediato el mozo repartió las copas y escanció la bebida en cada una. Alec levantó la suya y brindó:
—Nada más que conocer a dos bellas mujeres justifica que un hombre cambie de patria. Por que siempre pueda disfrutar de vuestra compañía. ¡Salud!
Las bellas rieron y chocaron las copas. A partir de ese momento Wilson desplegó una conversación tan amena que atrapó a madre e hija hasta las tres de la mañana cuando sólo ellos quedaban en el restaurante. El timbre del celular de Ivana los interrumpió:
—Es Diego —informó Ivana—. Hola, Diego. Sí. Estamos bien y ya volvemos a casa. Quedate tranquilo. ¡Chau! Era mi hermano —le explicó a Wilson—. Está desacostumbrado a que trasnochemos.
—Sí —dijo el hombre—. El tiempo ha volado. Cierro el negocio y las llevo.
—Gracias, Alec. Pero vinimos en auto —explicó Ivana.
—Igual esperaremos a que cierre el local —intervino Lena.
Él asintió complacido de regalarse con su presencia un instante más. Puso llave al privado y las guió hasta la puerta adonde protegió la entrada al establecimiento con dos cerrojos y una reja de seguridad. Después las acompañó hasta la cochera y las despidió con un reclamo:
—No me priven de vuestra presencia por mucho tiempo. ¿Prometido?
Ivana asintió y lo besó en la mejilla antes de acomodarse frente al volante. Lena le tendió la mano que esta vez Alec demoró en soltar. La presencia masculina le produjo una inquietud olvidada. Desasió su diestra sin palabras y Wilson abrió la puerta del acompañante para que entrara. Al cerrarla, sus miradas se encontraron.
—Gracias por todas sus atenciones —dijo Lena reconocida.
Él sonrió y les hizo un gesto de despedida antes de voltearse hasta su auto. Ivana arrancó y enfiló hacia su hogar. Con prudencia, cruzó con semáforos en rojo para evitar ser asaltada en las esquinas. Abrió el portón automático de la cochera después de verificar que no hubiese nadie merodeando por los alrededores y bajaron del coche cuando la compuerta se cerró. Diego y Jotacé las esperaban en la sala.
—¿Adónde fueron? —dijeron casi a coro.
—A levantar giles —contestó Ivana con descaro.
—Con esa pinta me lo creo —apreció Julio César—. A ver, mamita, date una vueltita —dijo tomándola de la mano.
Lena rió y giró con donaire. Diego las miraba risueño.
—Ivi me llevó a conocer un restaurante de comidas inglesas —explicó la madre—. Fuimos a celebrar el diez que sacó en el examen.
—¿Que te dije? ¿Qué te dije? —repitió Jotacé envanecido antes de abrazar a su hermana.
El mayor le dio un beso sonoro antes de reprenderlas:
—Está muy bien que salgan a festejar, pero volver a la madrugada es demasiado riesgoso.
—Pero aquí estamos y enteritas —minimizó su hermana—. ¿Qué les parece si vamos a dormir? Me caigo de sueño.
De común acuerdo, los cuatro subieron a sus dormitorios.

XX
Ivana, teniendo en cuenta su compromiso del miércoles y el viaje del jueves, decidió proponerle a Jordi que almorzaran juntos. Caminaron por el Parque Independencia y al mediodía se ubicaron en la confitería del Lago. Delante de dos tostados de jamón y queso, orientó la conversación hacia las habilidades de su hermano.
—¿Lo extrañás a Gael?
—Sí. Me había acostumbrado a los encuentros. Buenos Aires está muy lejos para hacer contacto con él.
—¿Aquí podías hacerlo? —se interesó Ivi.
—Con todos. Todavía no sé a que distancia funciona mi antena –rió.
—Ya lo averiguarás —dijo su hermana con convicción—. Estuve tan ocupada estudiando que no hablamos más de los descubrimientos que hicieron con las prácticas.
—Aprendí a interpretar muchas imágenes comparando con las de Gael. Él me fue relatando que sentía o pensaba cuando iban cambiando. Y comprobé que existe un patrón que identifica pensamientos similares —le confió.
—Mmm… —carraspeó Ivana—. ¿Me darías un ejemplo?
—Bueno —dijo su hermano con sonrisa pícara—. Cuando algo le gusta la cabeza se le llena de paisajes coloridos.
—¿Cuándo le gusta cualquier cosa?
—Depende. ¿Qué querés saber? —la miró con ojos divertidos.
—En realidad, nada —se turbó cuando visualizó la figura de Gael en la cama de su hermano. Intranquila, preguntó—: ¿Ves algo en mi cerebro ahora?
—Un espacio brumoso. Algo te confunde —afirmó.
¡Vaya con vos, hermanito! Menos mal que tu percepción transforma las imágenes en paisajes porque si no, estaría frita. ¿Y a mí qué me pasa? La culpa la tiene él. Querer hacerse el seductor conmigo, que soy mayor y lo conozco desde gurí. Aunque ahora no se parece a un gurí precisamente. Somos ridículos los dos. Él por creer que puede conquistarme y yo por pensarlo siquiera.
—Bueno, dejá de escarbar en mi cabeza y hablemos de vos —casi ordenó.
—Vos me lo pediste —dijo Jordi mansamente.
—Sí, cariño. Disculpame. Pero yo pretendía saber cómo te sentías con todas estas exploraciones. A veces me arrepiento de haberte propuesto la consulta con Gael.
—Fue la mejor ocurrencia tuya —garantizó su hermano—. Si no hubiera sido por él, hoy estaría realmente mal. Me ayudó a entender lo que veo y por qué. Y cuando conozca el alcance de esta capacidad, podré manejarla como cualquiera que tenga una habilidad especial.
Ivana reflexionó en silencio el razonamiento de Jordi. En escaso tiempo había adquirido una madurez de pensamiento y palabra que la llenaba de nostalgia por el hermanito devenido en este nuevo adolescente. ¿Cambiarían sus sentimientos al influjo de esta transformación?
—No te aflijas, Mavi —dijo como si hubiese escuchado lo que pensaba—. Muchas cosas pueden cambiar en mí, pero jamás el amor que te tengo.
Al escuchar la explícita declaración de Jordi, se le llenaron los ojos de lágrimas. Le abrió los brazos y el muchachito se levantó de un salto para estrecharla con fuerza. No era ya mamá Ivana la que consolaba al pequeño, sino un jovencito amoroso confortando a su amada hermana.
—Tiraste la silla… —murmuró Ivi aún debilitada por la descarga afectiva.
Jordi largó una carcajada, la besó y enderezó la silla para sentarse. La contempló sonriente hasta que Ivana recuperó el dominio.
—Hablemos del viaje —dijo—. ¿Pensaste qué te gustaría conocer?
—Liverpool, el museo de cera, Stonehenge y el Big Ben. Había hecho una lista de veinte lugares pero Gael me dijo que la redujera porque los tests llevarían tiempo. Así que me prometió que por lo menos conocería esos cuatro lugares. Y a vos, ¿adónde te gustaría ir?
—A mí… —entonó—, aparte de lo que nombraste: New Forest, las cuevas de Wookey, la calle Oxford, el castillo de Bodiam y, ya que estamos delirando, Irlanda.
—Gael te podría llevar mientras a mí me hacen los estudios —opinó Jordi.
—Gael hace bastante pagándonos los pasajes y ahorrándonos la estadía. Sería un abuso pretender que se haga cargo de mis gustos.
—A él le encantaría —aseguró su hermano.
—Por mí no se va a enterar, y prometeme que vos no se lo vas a decir —exigió Ivana.
—¡Bueno, bueno! —rió Jordi—. Te prometo que ninguna palabra saldrá de mi boca.
Ella estiró el puño con el pulgar hacia arriba y su hermano la imitó. Los chocaron y unieron los dedos. Era su privada manera de sellar un acuerdo.
—Hecho —dijo la muchacha—. ¿Qué querés que te traiga de Buenos Aires?
—Nada. Prefiero que me compres algo en Inglaterra.
La joven asintió. Después de comer volvieron caminando y en tanto Ivi se ponía al día con la lectura, Jordi acompañó a Lena a comprar los pasajes.
—¡No lo vas a creer! —exclamó la mujer cuando regresaron—. Tuve que sacar los boletos para el miércoles porque los de fin de semana están agotados.
—Entonces le voy a avisar a María Sol que nos encontremos por la mañana —dijo Ivana.
—Será mejor. Porque el único horario que conseguí fue a las seis de la tarde en un coche de refuerzo. Vamos a tener que pasar una noche en Buenos Aires.
—Seguro que papá nos acomodará en su hotel —argumentó la hija, despreocupada—. O Gael en su departamento. Algún sillón tendrá en el living.
Durante la cena les anunciaron a los hombres el cambio de planes para que pudieran hacerse cargo de la casa y de Jordi.
—¡Y después protestan de la supremacía masculina! —clamó Jotacé—. Las damas se van de paseo y abandonan a los sufridos varones a su suerte.
Ivana le hizo una mueca irreverente que provocó la risa de los otros comensales tras lo cual Lena abundó en recomendaciones para cuando se ausentaran.
—Mamá, andá tranquila que ya somos mayorcitos —señaló Diego—. La casa y Jordi quedan en buenas manos.
Después de comer, Ivi les dijo a sus hermanos:
—Como mamá y yo estamos cansadas, nos retiramos y les damos la oportunidad de ejercitarse para cuando estén solos. Háganse cargo de la limpieza, por favor —y tomó a su madre del brazo para empujarla hacia la escalera.
Mientras subían, escucharon la risotada de Diego y las protestas de Julio César. La cocina estaba impecable cuando se levantaron a la mañana, y el café recién hecho indicaba que los varones habían desayunado temprano.
—¿Ves? —manifestó Ivana—. Hay que dejarles espacio a los muchachos. —Se sirvió el café y puso a tostar dos rodajas de pan.
—Quedamos en almorzar juntas con María Sol —le dijo a su madre—. Pienso volver temprano para preparar un bolso con el camisón y una muda de ropa ya que tendremos que pernoctar en Buenos Aires.
—Yo haré otro tanto después que deje preparado algunos platos para los chicos. Podremos tomar una siesta porque Diego nos llevará a la estación.
—De acuerdo, ma. Sentate que ya están las tostadas.
Ivi salió después del desayuno para cumplir con varios trámites y a las once y media se encontró en el centro con su amiga. Se instalaron en un restaurante de los alrededores y se pusieron al día con sus cosas personales.
—¡Ay, cómo te envidio! Viajar con todos los parciales aprobados y ¡a Inglaterra! —enfatizó María Sol—. No se le puede pedir más a la vida… —suspiró.
Ivana rió del tono nostálgico de Marisol. Habían establecido una amistad de esas que se dan espontáneamente. “Cuestión de piel” había dicho la rubia en una oportunidad. Lo cierto es que sincronizaban estudiando juntas, tenían intereses comunes, se confiaban penas y anhelos y, aunque María Sol le llevaba siete años, por su aspecto y vivacidad no desmerecía al lado de Ivi.
—Tal vez lejos del entorno cotidiano puedas descifrar los sentimientos contradictorios que tenés por Gael —consideró Marisol a continuación.
Ivana hizo un gesto de contrariedad. Había desahogado con su amiga la incertidumbre que le provocaba la conducta del hombre y ahora ella ponía en tela de juicio sus sensaciones.
—No se trata de interpretarme a mí —aclaró—, sino de lo extraño de su comportamiento. Porque yo no puedo verlo más que como amigo. Y que recuerde, nada hice para que se imaginara otra cosa.
—Ivi, no depende de tu conducta el prisma con el que te mire un hombre. Pero mala amiga sería si no te reviviera que su comportamiento te causó una que otra cosquilla…
—¡Porque me tomó desprevenida! —se defendió.
—¿Cómo cuando lo viste con el torso desnudo…?
—Parecés el abogado del diablo. Me arrepiento de haberte hecho algunas confidencias.
—Si lo tomás así… soy la voz de tu conciencia —susurró María Sol divertida—. Te impactó valorarlo como hombre y te asustó que te demandara como tal. ¿Te preguntaste por qué?
—Esto me pasa por darle argumentos al adversario —se burló Ivana—. He aquí a la futura leguleya transformada en sicóloga.
—¡Ja! Que conste que me basé en la confesión de la imputada —dijo su amiga sin arredrarse. Y recuperando la seriedad—: No seas porfiada. Tenés que sincerarte con vos misma para poder evaluar las actitudes de Gael. Creo que merece la pena.
Ivana ladeó la cabeza y contempló a Marisol con afecto. No dudaba que sus palabras la exhortaban a incursionar por el territorio de su intimidad. La propuesta de su amiga era coherente. Sólo allí encontraría respuesta a las inquietudes que la desasosegaban.

XXI
Los tres varones acompañaron a la madre y a la hermana a la estación. Todavía estaban agitando las manos cuando el ómnibus dio la vuelta y los perdieron de vista. Ivana se acomodó la almohada bajo la nuca y le avisó a Lena que trataría de dormir. La mujer asintió y se sumió en inquietantes planteos durante todo el viaje. Había aceptado la propuesta de Ivi de no informar del paseo a Julio, pero dudaba de que éste lo tomara de buen grado. Nunca había mezclado el trabajo con su familia y, a decir verdad, esta era la primera visita que Lena le haría en la casa central de la empresa. Hasta pensó en encarar, lejos de su hogar, la charla de sinceramiento que tanto la acuciaba. Su febril cuestionamiento no le permitió descansar hasta que arribaron a Retiro. Despertó a Ivana y bajaron en la estación terminal a las diez de la noche. Después de pasar por el baño adonde atendieron las necesidades fisiológicas y recompusieron su peinado y maquillaje, se detuvieron a tomar un café a pedido de Ivi:
—Todavía es temprano mami, y necesito despabilarme. En taxi nos llevará poco tiempo llegar al hotel de papá.
Poco antes de las once de la noche entraban al Regency, alojamiento que Julio tenía asignado por la empresa. Antes de dirigirse al mostrador de recepción, Ivana escudriñó el restaurante del hotel. Al no ver a su padre en ninguna mesa, se encaminó con Lena para preguntar por él.
—Buenas noches —saludó la mujer al conserje—. ¿Podría avisarle a Julio Rodríguez que lo esperan en la recepción?
El hombre dirigió la vista hacia el tablero que tenía a su espalda. Tomó el teléfono y marcó el doscientos dos. Tras una espera prudencial, dijo:
—No contesta nadie. Posiblemente haya salido a cenar. ¿Quieren dejarle algún recado?
—No, —dijo Lena—. Lo esperaremos.
—Mientras tanto —precisó la hija—, ¿podremos comer en el restaurante?
—Sí, señorita. Es de acceso libre.
Se ubicaron en una mesa desde donde dominaban la puerta de ingreso al hotel. Mientras aguardaban ser atendidas hicieron planes para el día siguiente:
—Primero iremos al Patio —dijo Ivana—. Allí está todo lo que quiero comprar. Después podremos dar un paseo, recorrer librerías y combinar el almuerzo con papá ¿qué te parece?
—Que transitás por la cuarta dimensión —rió Lena—. Me conformo con que terminés tus compras durante la mañana. Cuando salgamos de la Galería, programaremos el tiempo restante.
Un camarero se acercó con el menú y esperó a que eligieran los platos y la bebida. Ambas estaban distendidas y disfrutaron de la cena en medio de una charla amena adonde no faltó la preocupación materna de cómo se las estarían arreglando los varones.
—¡Mamá! Siempre lo mismo —exclamó Ivi—. Estarán festejando que tienen la casa para ellos solos. Aunque te cueste creerlo, para los vagos es un jolgorio no depender de los horarios de rutina.
Después del postre pidieron café porque la espera se estiraba. A la una de la mañana, Julio ingresó en el hotel y salió definitivamente de la vida de Lena. Ante la mirada aturdida de madre e hija el hombre, sin advertir su presencia, se acercó al mostrador para pedir la llave de su habitación. Lo acompañaba una mujer joven a la cual rodeaba con su brazo. Ivana hizo el ademán de incorporarse pero la firme mano de su madre se lo impidió.
—Esperá —le ordenó con un tono tan autoritario que la muchacha obedeció sin resistir.
Como en una pesadilla, vieron a Julio dirigirse al ascensor sin dejar de abrazar a su acompañante. La puerta del elevador que los ocultó al cerrarse, las sacudió de su parálisis.
—Escuchame, Ivana —dijo Lena—. Quiero que me esperes aquí mientras yo subo a la habitación de tu padre. No voy a provocar ningún escándalo, vos me conocés. Pero voy a transmitirle mi opinión acerca de su conducta y volver con tu tarjeta.
—No vas a ir sola —contestó la joven con fiereza—. Este asunto también me incumbe a mí como su hija.
—Estás demasiado alterada y no quiero que te expongas a una situación que te lastime.
—Me voy a controlar, mamá. Lo que no entiendo es tu falta de reacción.
—Porque ignorás los indicios que denunciaban que a tu padre le era cada vez más pesado quedarse en casa. Su silencio decía más que sus palabras y yo no quise comprender. Pero lo que no imaginaba era su deslealtad —confesó dolorida.
—¡Ay, mamita! ¿Cómo se puede desmoronar el mundo en un minuto? Vos no te merecés ésto.
—Hubiera pasado la semana que viene porque ya estaba decidida a hablar con él —dijo con calma. Apretó la mano de su hija y manifestó—: No te voy a obligar a que te quedes, pero te comprometo a no intervenir.
—De acuerdo, mamá —aceptó la muchacha.
Pagaron la cuenta y subieron al segundo piso por el ascensor del restaurante. Lena no vaciló ante la puerta de la habitación doscientos dos. Golpeó con firmeza y no respondió a la pregunta de Julio quien poco después se asomó al pasillo.
—¿Podemos pasar? —preguntó la mujer a su atónito marido.
Él se hizo a un lado y su mujer e hija ingresaron a la antesala del cuarto. Quedaron enfrentadas a la joven que Julio poco antes abrazara. Se había despojado del abrigo y las botas que seguramente estarían en el dormitorio. Lena siguió dominando la situación:
—¿No nos presentás? —le demandó al consternado hombre.
—María Gracia —dijo con voz estrangulada—. Lena, mi mujer, y mi hija Ivana.
Ninguna extendió la mano para responder a la introducción. La hija estudió a la rival de su madre y esbozó un gesto de sarcasmo.
—Quiero hablar con vos. En privado —enfatizó la esposa, mientras su hija se acomodaba en un sillón ignorando abiertamente a María Gracia.
Julio la condujo al dormitorio donde quedaron enfrentados sin hablarse. La mirada de su mujer lo abrumó, tal era el reproche que revelaba.
—Lena, te juro que yo no quería…
—No es momento para disculparte —lo interrumpió—. Quiero la tarjeta que gestionaste para Ivi, si tus obligaciones te permitieron hacer el trámite —subrayó.
Él, con gesto dolido, sacó la billetera del saco y le extendió el plástico sin hablar. La mujer lo revisó antes de guardarlo en su bolso y, antes de salir, le dijo con tono tranquilo:
—¿Sabés? Me había impuesto hablar con vos apenas regresaras. Tus ausencias y silencios expresaban un cambio que, por mucho que me negara a reconocer, se hacía cada vez más ostensible. Me defraudaste, porque puedo entender que ya no me ames, pero no que me engañes —no esperó respuesta para abandonar el dormitorio.
—Vamos, hija —se dirigió a la joven que no se había movido del sillón.
Ivana se levantó y sin echar una sola mirada a su padre ni a su pareja, siguió a Lena fuera de la suite.
La conmoción las silenció hasta abordar la calle adonde se impuso la necesidad de buscar alojamiento.
—A menos que conozcas otro hotel —dijo Lena— tendremos que molestarlo a Gael.
—En este momento no recuerdo siquiera mi nombre —confesó la chica—. Será mejor llegarnos hasta su departamento.
Caminaron hasta la parada de taxis y poco después estaban frente al edificio donde habitaba el médico. Ivana se demoró presionando el timbre y se volvió desalentada hacia su madre:
—No contesta nadie. O no está o tiene el sueño muy pesado.
—Tenés las llaves. Entremos porque no soporto más este viento helado. Si todavía no llegó, lo esperaremos. Pero a cubierto y sentadas —decidió la mujer.
Ivi franqueó el ingreso al inmueble y tomaron el ascensor hasta el octavo piso. Antes de abrir la puerta del departamento, volvió a tocar el timbre. Sin respuesta, insertó la llave en la cerradura y entraron al confort de una sala calefaccionada. Buscaba un interruptor cuando la habitación se iluminó sin su participación revelando la figura alerta de Gael. La primera en reaccionar fue Lena:
—¡Gael! Disculpanos la intrusión pero nos cansamos de tocar y no contestaste… —se excusó la mujer.
—¡Lena, Ivi! —exclamó sorprendido—. El timbre no funciona. ¿Qué hacen en Buenos Aires y a esta hora?
Ivana se volvió a enfrentar al torso desnudo de un Gael sin dudas ofuscado. Lo miraba olvidada por un momento del suceso que las había llevado hasta su vivienda, cuando se entreabrió la puerta a espaldas del médico:
—¿Qué pasa, querido? —preguntó una voz femenina.
—Nada —contestó—. Pasen a la cocina, por favor —les dijo a sus visitantes.
Lo siguieron hasta una reducida estancia adonde desplegó una mesa adosada a la pared y acercó dos taburetes.
—Lena, en los estantes vas a encontrar todo para hacer café. Enseguida estoy con ustedes —indicó abandonando el lugar.
—Le cortamos la inspiración —ironizó Ivana—. ¿En qué fase estaría?
—¡Ivi! —regañó su madre—. Otro, en su lugar, no hubiera ocultado su disgusto. No cualquiera recibe visitas que invaden su domicilio y a una hora inapropiada.
—Te recuerdo que vos lo propusiste —le contestó enfadada.
Como un alud la arrasó la evidencia de la infidelidad de su padre. La congoja por su madre acrecentaba su decepción como hija, y las lágrimas que había logrado contener afloraron independientes de su voluntad. Se agazapó sobre el piso con un quejido de animal herido y se abandonó a la pena. Cuando Gael volvió a la cocina encontró a Lena agachada junto a su hija tratando de calmar los sollozos que la sacudían. Tomó a la mujer por los hombros y la incorporó con suavidad. Ocupó su lugar tratando de consolar a Ivana que lo rechazó con violencia:
—¡Dejame, no me toqués! ¡Ustedes son todos una mierda! —gritó sin dejar de llorar.
Gael, confundido, miró a Lena quien le hizo un gesto de disculpa.
—Ivi —dijo el médico con firmeza—. Si no te levantás del piso, te levanto yo. La cocina no tiene calefacción y te vas a pescar un enfriamiento.
Ella lo empujó y, cubriéndose el rostro inflamado, se incorporó, caminó hacia la sala y se desplomó en un sillón. Él la observó un instante y se volvió hacia Lena:
—¿Qué la puso en esta condición?
La mujer le relató el aciago encuentro que terminó en busca del refugio de su departamento.
—¿Y vos cómo estás? —le preguntó preocupado.
—Por ahora bien. Cuando asimile la situación, seguro berrearé como Ivi —dijo con una sonrisa descolorida.
—Andá con ella porque a mí no me permite acercarme. Ya les alcanzo el café — propuso.
Ivana estaba compuesta cuando Gael depositó la bandeja sobre la mesa ratona. Levantó un pocillo y se lo ofreció. Ella lo aceptó rehuyendo la mirada. Los tres bebieron la infusión en silencio hasta que el dueño de casa manifestó:
—Las invito a descansar. Supongo que estarán agotadas después de tantas horas sin dormir. Les preparé el dormitorio.
—Yo me quedo acá —declaró la muchacha.
—Como no puedo dormir con tu mamá, encantado si querés compartir el sillón conmigo —dijo el médico.
—¿Cambiaste las sábanas? —preguntó ella belicosa.
—¡Ivi! —exclamó Lena enojada.
—La cama está de estreno para ustedes —aseguró entre divertido y perplejo.
Ella levantó el bolso y enfiló hacia la puerta de la alcoba.
—Menos mal que la conocés —le dijo Lena a Gael antes de seguirla—. Algunas veces me desquician sus impertinencias.
—Tu muchachita desconcierta a cualquiera —aseguró él riendo—. Tratá de descansar —dijo abrazándola con cariño.
—Gracias, querido. Esta hubiera sido una noche negra sin tu presencia. Hasta mañana —se despidió.
Me quedé con las ganas de estrecharla entre los brazos. ¿Qué quiso decir con que todos somos una mierda? Julio lo es, por no haber sido franco con Lena. ¿Y por qué yo lo soy para ella? ¿Porque me encontró encamado con una mujer? ¿Sonó a desengaño? Sí que la fastidiaste, Gael. Pero era a vos, Ivi, a la que quería tener en mi cama. ¿Se puso celosa? Ojala. Con estos cuestionamientos acomodó su humanidad en el sillón y se dispuso a dormir.
Lena entró al dormitorio y encontró acostada a su hija. Se sentó al borde de la cama y le despejó el pelo de las sienes.
—¿Qué te pasa con Gael? Lo trataste de forma desconsiderada.
—No hice más que asegurarme de no dormir entre sábanas sucias —dijo apretando los labios.
—No te reconozco, hijita. Él es lo suficientemente maduro como para darse cuenta del detalle que vos le imputás. Y si así no hubiera sido, lo podíamos solucionar nosotras —miró el rostro enfurruñado—. ¿O…? —Dejó la pregunta en suspenso.
—O nada. Metete en la cama, mamacita. Y consolémonos mutuamente —le estiró los brazos amorosamente.
Lena le dio un beso y pasó al baño antes de ponerse el camisón. Ivana se sumergió en las sensaciones que el día le había deparado.
Por un momento sentí que había perdido a mi padre y a mi amigo. ¿Amigo? ¿Por qué me dolió tanto que estuviera cogiendo con una mina? ¿Porque yo quería estar en su lugar? A ver si Marisol tiene razón. No. Lo de papá me desequilibró. Pero te odié, Gael. Y punto. Debo concentrarme en mamá, que es la que está sufriendo.
Lena se deslizó a su lado e Ivi la abrazó con fuerza hasta que el cansancio las transportó al territorio del sueño.

XXII
Lena se despertó y contempló a Ivi que dormía profundamente. Las alternativas de la noche anterior la despabilaron del todo. Bajó de la cama cuidando de no despertar a su hija y se vistió a la luz del velador. Su reloj indicaba las diez de la mañana. Después de pasar por el baño, salió en busca de Gael. Lo encontró en la cocina tomando un café.
—¡Buen día, Lena! —se acercó a besarla—. ¿Dormiste bien?
—Como si no tuviera problemas —declaró con una sonrisa—. Después del café que me vas a convidar, voy a despertar a Ivi. Dormía tan tranquila que pensé en dejarla un rato más.
—Me parece bien. Vas a tener un desayuno completo: café con leche y medialunas.
—Gracias, Gael. Por todo. Por tu comprensión y tus atenciones.
—Que retribuyen escasamente lo que me brindaste por años —dijo él—. ¿Qué planes tienen para hoy?
—Compras en Patio Bullrich.
—Las alcanzo y cuando terminen las paso a buscar. El almuerzo corre por mi cuenta. ¿Se van a quedar hasta mañana? —preguntó esperanzado.
—No sé. Todo depende de Ivi. La golpeó fuerte el encuentro de anoche y presumo que para aliviarse le falta una charla con su padre.
—Vos lo estás tomando con mucha entereza. ¿Debo preocuparme por un derrumbe?
También a ella la había admirado su serena aceptación de la nueva realidad. La pregunta de Gael propició el análisis:
—Hace tiempo que sospechaba que a Julio le pasaba algo. Estaba evasivo, se preocupaba menos por las actividades de sus hijos y, esencialmente, entre nosotros se había instalado una progresiva apatía. Yo lo atribuía al poco tiempo que pasábamos juntos y a sus crecientes obligaciones que lo devolvían a casa para recuperarse del cansancio acumulado —hizo una pausa—. Pero lo cierto es que también caí en esa espiral descendente como si el enfriamiento de nuestra relación fuera normal cuando yo —acentuó— a mis cincuenta y tres años, todavía sueño con amar y ser amada —lo miró como temiendo ser reprobada pero en los ojos del joven leyó un tácito acuerdo que la animó a seguir—. Entonces me pregunto: ¿en qué momento se fueron entibiando mis sentimientos? ¿Por qué frente a la evidencia  del desgaste no pude encarar una charla con Julio? Sospecho que era más fácil ese silencio cómplice que hacerme cargo de que algo se había deteriorado en nuestra pareja —se quedó absorta, como intentando aprehender el significado de su discurso.
—Entonces me quedo tranquilo por vos. Tus palabras indican que hace tiempo venís elaborando el duelo —la tomó de las manos y se las apretó cálidamente—: Mejor así, Lena. El episodio de anoche te libera de la pesada mochila de la culpa y mengua el proceder de Julio. Y esto lo digo porque con el tiempo, cualquiera sea el rumbo que tomen sus vidas, podrán disfrutar de lo más valioso que dejó su relación: los buenos momentos y los hijos.
Lena escuchó al muchacho devenido en hombre que había prohijado, y su discurso terminó por esclarecer los cuestionamientos que había intentado sofocar durante tanto tiempo. Respondió a la presión de sus manos y le confió el motivo de su preocupación:
—Aunque lo de Julio no sea más que una relación circunstancial yo no lo puedo disculpar, Gael. Así que debo asumir que desde ahora soy una mujer separada y la repercusión que va a tener sobre mis hijos. Creo que a los varones mayores les será más fácil de sobrellevar, pero me temo que Ivi y Jordi serán los más afectados.
El médico asintió. Para Ivi sería un duro golpe porque conocía la debilidad que la muchacha tenía por su padre. En cuanto a Jordi, el chico lo procesaría más rápido porque ya se le habían revelado los conflictos de sus progenitores. Deberían abocarse a Ivana. Como convocada por su pensamiento, la joven hizo su aparición en la cocina. Con el cabello mojado por la ducha reciente se acercó a Lena y la abrazó. Después se enfrentó al hombre cuya mirada desbordaba los sentimientos que la muchacha le provocaba:
—Gael —dijo contrita— parece que mi karma es pedirte perdón —por un momento se abandonó al reclamo de las pupilas masculinas y a su sonrisa consoladora—. Soy una desagradecida y ninguna circunstancia disculpa mi comportamiento. ¿Querrás seguir siendo mi amigo? —rogó con una expresión tan sentida que disparó la emoción del varón al cosmos.
La absolución la recibió entre los brazos del conmovido Gael que no prolongó el acercamiento porque no confiaba en su moderación. Lena asistió al acto de contrición de su hija y a la respuesta del muchacho que la separó de su cuerpo depositando un beso en su frente. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de lo que la ama este hombre?, se preguntó. El enajenamiento de Gael era tan transparente que no concebía el despiste de su hija. Presintió que el amante se impondría al amigo y esta intuición la regocijó. Era el vínculo que Ivana necesitaba para superar el luto por la ruptura de sus padres. Gael le alcanzó a la joven un pocillo humeante y la bandeja con las facturas. Tan pronto terminó de desayunar, las llevó hasta la galería por donde las pasaría a buscar cuando lo llamaran. A la una Ivana terminó sus compras y le avisó a Gael que se habían desocupado.
—No puedo seguir fingiendo que me olvidé del fiasco de anoche —le dijo a su madre mientras esperaban—. No sé cuándo podré enfrentar a papá. Y vos, ¿vas a hablar con él?
—Cuando sea el momento —dijo Lena—. Es mejor dejar enfriar las cosas.
—¿Se van a separar? —preguntó Ivi temerosa.
—Te vas a tener que acostumbrar a la idea, querida —contestó la mujer dulcemente.
—Treinta años, mamá… ¿Qué significamos vos y nosotros en la vida de papá? —susurró.
—Ustedes, todo, ¡siempre! —Subrayó su madre—. Él y yo nos unimos por amor y nos aventuramos a construir juntos una familia que permanecerá aunque nos separemos. A veces -no siempre, Ivi- las circunstancias en lugar de acrecentar los sentimientos, los desgastan. Esto nos pasó a tu padre y a mí. Sólo que yo recién lo puedo ver ahora y él buscó, tal vez deliberadamente o por accidente, el paliativo en una nueva relación.
—¿Lo disculpás? —reprochó dolida.
—No quiero juzgarlo. A pesar de su engaño es un buen hombre y bastante castigo tendrá con la conciencia de no haber actuado con honradez. Por eso quiero dejar transcurrir un tiempo, ¿entendés?
La llegada de Gael impidió que Ivana siguiera cuestionando a su madre. Después de guardar las bolsas en el baúl del auto, las llevó a almorzar a un restaurante de Puerto Madero. Las mujeres se asombraron del crecimiento del exclusivo barrio extendido sobre la costa del Río de La Plata y del lujo de la casa de comidas.
—Esto te va a costar un ojo de la cara —le dijo Lena al muchacho.
—Nada es demasiado para mis chicas —declaró él con una sonrisa radiante.
La conversación versó sobre cualquier tema que no incluyera el incidente nocturno. Gael insistió:
—Quédense cuanto quieran. Mañana a la tarde dispondrán del departamento para ustedes solas.
—Quiero volver a casa —manifestó Ivi—. Ya tuve bastante de Buenos Aires.
Ninguno la contradijo. Estaban por abandonar el restaurante cuando sonó el celular de Lena. Le echó una mirada y les dijo a los jóvenes:
—Es Julio. Discúlpenme un momento —se levantó y caminó hacia la entrada.
La chica se puso tensa mientras seguía con la vista las gesticulaciones de su madre. —¿Vos creés que lo va a perdonar? —le dijo a su acompañante con acento esperanzado.
Gael no contestó y ella apartó los ojos de Lena para interrogarlo con la mirada. En el rostro compasivo del médico leyó la respuesta tan temida.
—Soy una ilusa, ¿eh? —su afirmación sonó tan desmoralizada que él cobijó entre sus manos, en silencio, la que ella tenía sobre la mesa.
—Creí que mi familia era indestructible —continuó Ivi— y ahora sus pilares se derrumban. ¿Es éste siempre el destino del amor?
—No, nena —aseguró él—. Estás conmocionada por la situación de tus padres, pero seguramente conocés parejas que se sostienen y afianzan con el correr de los años. Cuando hayas superado esta crisis vas a comprobar que nada se destruyó de tu familia.
Lena volvió a la mesa y encontró a su hija apesadumbrada y a Gael pendiente de la muchacha.
—Me voy a encontrar con Julio —informó al dúo—. Estaré de vuelta antes de las seis para que podamos tomar el ómnibus de las siete.
—¿No dijiste que era mejor esperar un tiempo? —le recordó la joven.
—Sí, Ivi —respondió su madre—. Pero estaba tan afligido que no pude negarme. ¿Estarás bien?
Ella no contestó, pero Lena buscó la respuesta en los ojos serenos del médico que le transmitieron la confianza de que se ocuparía de su hija. Tomó su abrigo y Gael le ayudó a ponérselo.
—Te llevamos —le dijo—. ¿Vamos Ivi? —se dirigió a la muchacha que permanecía sentada.
—Yo no voy a ningún lado —contestó contrariada y cruzándose de brazos.
Lena vaciló. Gael largó una carcajada que le valió una mirada furibunda de Ivi. Se inclinó sobre ella y le dijo en voz baja y sin perder la sonrisa:
—Me encantaría que te mantengas en tus trece porque me daré el gusto de cargarte hasta el auto.
Su tono fue tan categórico que no daba lugar a la intransigencia. Ivana se levantó con animosidad y no permitió que el hombre la asistiera para colocarse el abrigo. Él, todavía sonriente, escoltó a las damas hasta el coche. Dejó a Lena en la puerta del Regency y volvió a su departamento como chofer de Ivi que se negó a ocupar el asiento del acompañante. Cuando está enojada se pone tan adorable que me la comería a besos. Algún día no voy a poder contenerme. ¿La tendré alguna vez rendida en mis brazos? ¡Será un día glorioso, Señor! Estacionó el auto en la cochera, bajó y se dirigió al ascensor para subir a su piso. Ivana, ceñuda, lo siguió. El médico accionó el control remoto desde la puerta del elevador para cerrar el coche y le hizo un ademán galante para que ingresara a la caja cuando se abrió la puerta. Ella viajó mirando el techo eludiendo la burlona mirada de Gael. Esperó, con la misma actitud, a que él franqueara la entrada y se instaló en el sillón del estar sin quitarse el abrigo y con la cartera colgando del hombro. Su amigo entró al cuarto de baño y al regresar observó:
—¿Por qué no te ponés cómoda? Con la calefacción y tan emponchada vas a terminar con urticaria.
—Dejame en paz —le contestó.
Él se encogió de hombros y pasó a la cocina. Volvió poco después con una bandeja y dos pocillos de café que depositó en la mesa baja. Ivana estaba con las mejillas echando fuego.
—¡Suficiente, mula! — exhortó Gael—. Sacate el abrigo o…
—¡Qué! —desafió ella—. ¿Me lo pensás sacar vos?
Lo que quiero hacer es desnudarte —cruzó por la mente del hombre—, pero se limitó a decir:
—No seas pendenciera que ya no tenemos edad para eso. No me dejaste terminar. Aquí hace veintiséis grados y afuera dos bajo cero. ¿Querés terminar enferma?
¿Qué me pasa? Perdí la cordura. Pero él vive desafiándome. No tuvo sensibilidad cuando me negué a estar tan cerca del traidor de papá. Tiene razón. Me estoy portando como una pendeja. ¿Tendré que disculparme de nuevo?
—No me pidas perdón pero alivianate —dijo el médico como si hubiera escuchado su monólogo.
Ivana se despojó del tapado y tomó la taza de café que le estiraba su anfitrión.
—¿Mejor? —preguntó él.
—Mejor —asintió ella con una sonrisa.
Lena, como había prometido, regresó a las seis. No hubo preguntas ni confidencias. Gael las llevó a la estación y la próxima vez que Ivi lo vio fue en Inglaterra.

XXIII
—Mamá, ¿de qué hablaron con papá? —inquirió Ivi cuando estuvieron instaladas en el ómnibus.
—Está genuinamente apenado por no haberse sincerado en su momento. Así como yo pensaba encararlo cuando volviera a casa, él tenía decidido hablarme de su nueva relación. Me dijo que lo fue estirando para no dañarnos; porque no quería herirme y temía el rechazo de sus hijos.
—¿La manera de enterarnos no fue peor? —murmuró la chica, rencorosa.
—Fue una circunstancia fortuita que no hubiese ocurrido sin nuestra aparición sorpresiva en el hotel —dijo Lena.
—Y él hubiese continuado su doble vida vaya a saber hasta cuándo —aseveró la chica.
—No lo sé, querida. Debo darle un margen de credibilidad. Si él no hubiese hablado tené por seguro que yo estaba dispuesta a aclarar los motivos de su distanciamiento.
—Entonces… —se impacientó Ivana—. ¿En qué quedaron?
—Mañana vendrá a charlar con todos ustedes y después volverá a Buenos Aires adonde piensa instalarse de ahora en más.
—Ya no volveremos a verlo… —dijo la joven desolada.
—¡No te apenes, mi amor! —instó Lena—. Sincerarnos hace posible un vínculo más auténtico. Cuando visiten a papá o cuando él venga a verlos, compartirán un tiempo del que se privaban aunque conviviéramos bajo el mismo techo. Esto no es el final sino el comienzo de una nueva manera de relacionarnos.
—Cada cual por su lado —farfulló la hija.
—Cada cual por el lado que lo haga más feliz —convino la madre.
El cansancio las fue ganando y durmieron el resto del viaje. Diego y Jordi recibieron a las amodorradas mujeres para trasladarlas a la casa. Ivi se despidió de su madre en la puerta del dormitorio quedando las explicaciones para el día siguiente. Lena madrugó para desayunar con sus hijos y anticiparles la charla que tendrían con su padre. Los varones lo tomaron con menos dramatismo que Ivana como si su condición de machos les permitiera justificar la mudanza de sentimientos paterno y se mostraron más pendientes del estado de ánimo de su madre.
—¿Cómo te sentís vos, mamá? —preguntó Diego abrazándola.
—Ahora que las cosas están claras, bien —reconoció Lena.
—¿Y nuestra Ivi? —se interesó Jotacé revelando una sensibilidad poco común en él.
—Afligida. Le costará superarlo —admitió la mujer—. Va a necesitar de nuestro apoyo, hijos.
—Lo tendrá, mamá. No te preocupes —aseguró Diego—. ¿A qué hora nos reuniremos?
—Calculo que después del almuerzo. Ordenen sus asuntos para tener la tarde libre.
Ivana y Jordi aparecieron a las nueve. El jovencito escuchó la explicación materna con expresión solemne y, como sus hermanos varones, sólo indagó:
—¿Estás muy apenada, mami?
—Un poco, mi amor. Pero con ustedes lo iré superando —dijo acariciando su mejilla.
Jordi rodeó su cintura y apoyó la cabeza sobre su pecho. Al separarse, le auguró a su mamá:
—Siento que vos y papá van a estar mejor y se van a querer de otra forma. Y esto es bueno para todos —se volvió hacia Ivi que los contemplaba—: Ya vas a ver Mavi que tengo razón.
Ella suspiró aún no convencida, pero las palabras de su hermano sonaban tan inequívocas que algo de su seguridad se filtró en su desolada conciencia.
—¿Por qué no van a dar un paseo? —intervino Lena—. Hay un sol espléndido y podrán caminar hasta la hora de comer.
—¡Vamos, Ivi! —alentó Jordi—. Hace mucho que no salimos solos —y la tironeó de una mano hacia la calle como cuando era un crío.
—¡Está bien! Pero busquemos un abrigo antes de salir —rió ella.
Poco después se dirigían hacia el Parque Independencia que estaba más cercano a su casa y alejado del viento costero. Deambularon por el rosedal y alrededor del lago y una hora después Ivana propuso refugiarse en la confitería para tomar algo caliente, moción que Jordi aceptó sin chistar. Se quitaron los abrigos y pidieron café para la joven y chocolate para el jovencito.
—¡Tengo los dedos congelados! —dijo Ivana soplando aire caliente sobre sus manos mientras las frotaba.
—Tendrías que haberte puesto guantes como yo —observó Jordi.
—Sí, chico previsor —dijo en tono admonitorio—, si no me hubieras sacado de raje.
—¡Qué arrabalera, Ivi! —rió su hermano—. Ese estilo te quedaba bien cuando usabas pantalones, pero ahora, vestida de damisela…
—¿Seguimos con las chacotas? Seguro que la palabra damisela no la aprendiste de Jotacé.
—No. De Gael.
—¡Ah…! ¿Te habla de mí?
—A veces.
—¿Y qué dice? —preguntó simulando indiferencia.
—Son charlas privadas; pero una vez me dijo que parecías una damisela.
—¿Se puede saber cuándo? —dijo medio contrariada por la reserva de su hermano.
—Eso sí. El primer día que me llevaste a su consultorio. Te habías puesto una pollera corta y botas ¿te acordás?
—Ahora que me lo decís, sí.
—Gael dijo que estabas hecha toda una dama y a mí me dio risa porque sonaba a mujer grande, entonces se corrigió y dijo “toda una damisela”. Así me pareció mejor, porque me explicó que quería decir chica linda.
—¡Ah, bueno! Me siento muy halagada por la opinión de dos gentilhombres —expresó Ivi en tono burlón.
—¿Es un halago? —indagó Jordi receloso.
—Algo así. Quiere decir buen mozo.
—Gael lo es. ¿Yo también?
—Vos vas a tener la novia más linda cuando crezcas, hermanito. Porque sos un amor —declaró ella desbordada de cariño.
La respuesta de Ivana satisfizo a Jordi porque las imágenes que se agitaban en su mente respondían a patrones conocidos. Confusas, cuando pensaba en el médico, coloridas cuando expresaba su afecto filial. Las figuras del amor se parecían aunque diferían en matices. Las de Gael, cuando enfocaba a su hermana, eran deslumbrantes.
—Son las doce —informó Ivi apartándolo de su cavilación—. Tenemos que volver.
Almorzaron a la una y a las tres llegó Julio. Ivana ayudó a su madre a llevar la bandeja con los pocillos de café y después se instaló en el sillón chico. El padre con aire grave e inseguro demoró en dirigir la palabra a su familia.
—Antes que nada, quiero pedir perdón a su madre por mi conducta engañosa y a todos asegurarles que nunca imaginé pasar por este trance. Me es difícil exponer mis sentimientos sin mencionar la situación que veníamos arrastrando Lena y yo. Es complejo analizar por qué nuestros sentimientos se fueron desgastando. Tal vez porque cuando ella se abocó a Jordi yo no supe afrontar el compromiso de sostener el esfuerzo de mi pareja y eso originó la fisura que luego se convertiría en una brecha. Y de esto, hijo mío —se dirigió al muchachito sentado junto a su madre— el único responsable soy yo, que me limité a quererte y verte crecer con alegría pero sin participar en la dedicación conjunta de tu madre y hermana —miró a Ivana que permaneció con las facciones inexpresivas—. Lo que ocurrió no lo busqué deliberadamente y no aspiro a lograr en este momento su comprensión. Sólo deseo que sepan que los amo, que son y seguirán siendo mi familia, que como padre han satisfecho todas mis expectativas y que cuentan conmigo como siempre —se detuvo para terminar con voz quebrada—. Y cuando puedan, que perdonen mi actitud si los hirió.
Lena esperó la reacción de sus hijos. El primero fue Jordi que se acercó a Julio para abrazarlo. El hombre lo sostuvo con fuerza sobre su cuerpo haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas.
—Yo también te quiero mucho, papá, y sé que las cosas van a estar bien —dijo el chico.
Diego y Jotacé se pararon esperando a que Julio deshiciera el abrazo. El mayor preguntó:
—¿Cuáles son tus planes ahora?
—Instalarme en Buenos Aires y venir a verlos cuando ustedes lo consideren apropiado. Voy a estar pendiente de esta decisión —miró a sus hijos esperando una reacción.
Jotacé se acercó para darle un abrazo que luego imitó Diego. Ivi se levantó y corrió hacia su habitación.
—Dale tiempo —indicó la mujer al desconsolado Julio—. Ya sabés cómo es la ligazón entre padres e hijas.
—Lena, quiero que entiendan que aunque no esté aquí, de ninguna manera me desligo de las obligaciones para con vos y los chicos.
—Ya lo sé.
—Quiero que Ivi siga estudiando sin trabas, que no intente de nuevo buscarse un trabajo.
—Eso lo abordaremos si ella lo propone. Por el momento, estará pendiente de su viaje y veremos qué pasa cuando vuelva. No te tomaste tu café… —señaló, fiel a su estilo solícito.
—Voy a echar de menos todas tus consideraciones, Lena —sonrió él.
—Pienso que tendré que deshacerme de este hábito sobre protector. Puedo ponerme demasiado persecutoria.
—Tengo que llevarme algunas cosas. Si estás de acuerdo, subiré al dormitorio para preparar un bolso.
Ella asintió y el hombre se dirigió hacia la escalera. Antes de entrar al cuarto que había compartido con su mujer, tocó la puerta de su hija.
—Ivi. ¿Puedo pasar? —pidió.
Después de un silencio que se le antojó eterno, la joven le franqueó el paso.
—¿Qué querés?
—Despedirme. No me voy a ir sin que me des un beso o un golpe, mi niña.
—¿Cómo podés ser tan insensible? Nos arruinaste la vida y pretendés que las cosas sigan como antes. Mamá no es tu mujer ni yo tu niña. Y esa elección la hiciste vos —acusó con rabia.
—¡No, Ivi! Con vos no hice ninguna elección. Nada puede cambiar el lazo que nos une ni yo permitiría que alguien lo intente. Escuchame, hija. Sé que cometí el error de no ser sincero, pero no me castigues negándome un abrazo —la miró con tanta congoja que la hizo romper en llanto.
Los brazos firmes de su papá la cobijaron para que drenara toda la angustia sobre su pecho. La acarició y besó sin palabras hasta que se calmaron sus convulsiones. Le alcanzó un pañuelo para que soplara su nariz congestionada y, sin soltarla, le refirió su esperanza para el futuro:
—Ya vas a ver, mi Ivi. Cuando venga a visitarte nos dedicaremos todo el tiempo que hasta ahora no nos brindamos. Y estaremos más cerca que cuando vivimos en la misma casa. Te quiero tanto, mi niña, que no soportaría que me odiaras.
—Yo no te odio, papá —musitó débilmente—. Es que no puedo creer que las cosas se hayan terminado.
—No han terminado. Han cambiado, hija. Y lo que más me alivia es que tu madre no está demasiado golpeada por mi conducta. ¿Me darás un beso de despedida?
Ivana lo abrazó y lo besó la mejilla. Era su padre y no lo podía condenar.

XXIV
El sábado amaneció tan melancólico como el ánimo de Ivana. Su entrañable mamá le sirvió el desayuno en la cama. Después de responder a su beso, observó con voz culposa:
—Se invirtieron los papeles, mami. Yo tendría que haberte atendido a vos.
—Cariño, poder brindarte un mimo es la mejor terapia para mí —declaró Lena acariciando su mejilla.
Mientras la chica tomaba el café con leche, la puso al tanto de las actividades del día:
—Julio César ha organizado un asado en la casa de Funes de Ronaldo y quiere que vayamos todos. El día está nublado y con amenaza de lluvia, pero asegura que en el chalet tendremos todas las comodidades.
—Creí que faltaba terminarlo.
—Está listo. Están esperando el final de obra.
—Bueno. No vamos a desairar a los muchachos que se preocupan por sus mujeres. Porque esta cortesía es consecuencia de la ruptura con papá, ¿verdad?
—De mi ruptura, Ivi. Quiero que disciernas que tu padre no ha cortado con ustedes sino con la relación de pareja que tenía conmigo. Y que yo estoy de acuerdo con esa decisión —dijo con firmeza.
—Sí, mamá. Perdoname. Me va a costar adaptarme a la nueva situación, de modo que tendrás que tenerme paciencia.
—Toda la que haga falta, querida. Pero que te quede claro: no sufras por mí ni por vos. El afecto de papá no ha variado con sus hijos —se levantó del borde del lecho—. Son las diez. ¿Estarás lista para las once? Nos pasarán a buscar Diego y Yamila.
—Ya empiezo a prepararme. Y gracias, mami —dijo tendiéndole los brazos.
Lena respondió al reclamo y después salió llevándose la bandeja. Antes de las once bajó Ivana y Jordi corrió a besarla.
—¡Buen día, Ivi! ¡Vamos a conocer la casa que proyectó Jotacé! —exclamó con entusiasmo.
—¿Qué tiene de especial? —sonrió.
—¡Qué está toda automatizada! Tiene un cuarto con cinco computadoras que controlan los ingresos de la puerta principal, del parque, la entrada de servicio, la cochera y el fondo.
—¡Cielos! Espero que no monitoreen los baños —rió Lena.
Ivana subió a la terraza para aquilatar el clima. Viento helado, nubarrones y presagio de tormenta. Puso algunas plantas a reparo ante la contingencia de granizo y bajó cuando Jordi le avisó que había llegado Diego. Su hermano la abrazó con cariño y se interesó por su estado de ánimo. En el auto esperaba Yamila y poco después partieron para Funes. Jotacé y el dueño de casa les dieron la bienvenida y, una vez acomodados, los invitaron a recorrer la pequeña mansión. Estaba enclavada en medio de un predio arbolado con ejemplares centenarios, según explicó Ronaldo. El terreno había pertenecido a una familia por generaciones y los últimos descendientes lo habían vendido con la casa que Jotacé había reciclado y modernizado. Después de la gran reja perimetral se abría un amplio jardín al frente con cochera pasante al garaje cubierto con capacidad para cuatro autos. Detrás de la casa se destacaba la amplia piscina, ahora vacía, alrededor de la cual retozaban los dos perros guardianes. Las primeras gotas de lluvia los encaminaron al porche para ingresar al interior calefaccionado con estufa a leña. En la planta alta, cuatro dormitorios en suite, dos de los cuales tenían balcón con vista al parque trasero. Bajaron por fin, a decir de Jordi, para inspeccionar el cuarto de control adonde estaban instaladas las computadoras. Lo dejaron delante de los monitores mientras el resto se instalaba en el living. Los hombres pasaron al quincho cubierto para ocuparse del asado en tanto las mujeres se dedicaban a charlar.
—¡Me encanta esta casa! — alabó Yamila contemplando los coloridos vitraux de los paneles laterales—. Jotacé hizo un trabajo espléndido al conservar los detalles originales de la fachada y del interior.
—Es cierto. Hay un ensamble armonioso entre el estilo inicial y los complementos modernos. Creo que confiaré en Julio César el día en que pueda construir mi casa —afirmó Ivi con gesto de entendida.
—Es lo menos que podrías hacer —rió Lena ante la apreciación de su hija—. Confiar en tu hermano.
—¿Este Ronaldo tiene novia? —preguntó Yamila.
—No sé. ¿Andás pensando en cambiar a Diego? —contestó Ivi burlona.
—¡Para vos, tarada…! —exclamó su cuñada.
—No es mi tipo. Los amigos de mis hermanos son buena gente pero no califican como posibles candidatos.
—Es que vos sos muy exigente. Decime qué cualidades deben reunir así evalúo a los que conozco.
—Sin ofender, esa selección corre por mi cuenta.
—No me ofendo, Ivi, pero no comprendo el por qué de tu soledad.
—Que no tenga pareja no implica que esté sola. Tengo a mi familia y buenas amigas con las cuales comparto estudios y salidas —dijo Ivana apacible.
—Como tu madre es una mina piola, puedo precisarte que hay momentos que sólo se comparten con un hombre —insistió Yamila.
Lena, que tenía claro qué compañía deseaba para su hija, intervino en el intercambio:
—Estoy segura de que Ivi encontrará a la persona indicada. —Se levantó e instó a las chicas—: ¿Vamos a ver qué hacen los muchachos? Tal vez necesiten una mano.
Las jóvenes intercambiaron una mueca antes de acoplarse a la mujer que caminaba hacia el acceso interior al quincho. La lluvia, empujada por el viento, golpeaba las puertas de vidrio y las ventanas realzando el cálido interior. Ronaldo y Jotacé charlaban cerca de la parrilla esperando a que se encendiera el carbón mientras Diego condimentaba la carne. Exhibió una amplia sonrisa cuando divisó a trío femenino y se ladeó para recibir el beso de Yamila en la boca.
—¿Aburridas, hermosas? Pueden preparar la ensalada, si quieren.
Lena revisó la heladera y sacó las verduras que ya estaban limpias. Poco después estaban cortadas y distribuidas en dos recipientes. Ivana se acercó a los custodios del fuego y aceptó la copa de vino que le tendió su hermano.
—¿Así que dentro de una semana viajás a Inglaterra? —preguntó Ronaldo.
—Sí. Nos vamos con Jordi.
—Yo estuve el año pasado y también paré en la casa de los padres de Gael. De primera, los viejos. Transmitiles mis saludos.
—Dale, Roni —aceptó la joven—. Me tenés que decir qué lugares a tu criterio merecen ser visitados.
Ronaldo se explayó especialmente sobre los pubs y prometió enviarle por mail los nombres y características. Cuando se interrumpió para poner la carne en la parrilla, Ivi volvió con su madre y Yamila para colaborar en el tendido de la mesa. A las ocho de la tarde, aún con lluvia, se despidieron del dueño de casa.
—¿Y? —preguntó Jotacé al regreso—. ¿Cómo la pasaron?
Madre y hermana respondieron que muy bien.
—Mañana las vamos a llevar a la estancia de Arturo a pasar el día —les anunció.
Ivana se acercó para abrazarlo y rebatirle cariñosamente:
—Gracias por tu preocupación, hermanito. Quedate tranquilo porque estoy bien y no me voy a derrumbar, pero esta etapa la tengo que afrontar sin aturdirme.
—¡Eh… que no te invito por compasión, dulzura! —arguyó Julio César.
—Lo sé, lo sé… Hoy la pasé fantástico, pero mañana pienso dedicarme a organizar mi guardarropa y listar las cosas que me faltan.
—De acuerdo, pero ustedes se lo pierden —dijo el muchacho decepcionado.
Lena lo consoló prometiéndole que los acompañarían en la próxima salida. Cenaron frugalmente y se retiraron a descansar. El domingo, un viento helado reemplazó la lluvia. Julio César salió con Jordi y las mujeres se quedaron a solas. La madre colaboró con Ivana en la selección del vestuario y la confección de un listado de faltantes que al día siguiente pensaba adquirir. Enfrentaron la melancolía poniéndoles palabras a sus sentimientos y salieron confortadas por las confidencias mutuas. Al mediodía encargaron la comida y ante la inclemencia del tiempo optaron por dormir la siesta. Por la tarde Lena se dedicó a sus plantas e Ivana a la lectura y a revisar su correo. Cenaron mirando una película y todavía estaban de pie cuando regresaron los muchachos cansados de su día de campo. Jordi les contó, mientras subían a los dormitorios, que habían comido asado con cuero y montado a caballo. Tras una buena noche de descanso, Ivana se levantó excitada por la proximidad del viaje. Recuperaba el hábito previo a cada partida que consistía en proyectarse a cada destino y articularlo a la experiencia misma. La frontera entre lo imaginado y lo concreto era tan sutil que aumentaba la extensión de cada itinerario con su particular anticipación. Agotar la guía le llevó toda la mañana y cuando terminó con las compras se sentó a tomar un café. Al bajar del taxi, Jordi la estaba esperando en la puerta y la auxilió con las bolsas.
—¿Cómo adivinaste que necesitaba una mano? —preguntó guasona.
—Tu cabeza parecía un remolino —le dijo riendo—. Además te quería decir que tenemos visita.
La imagen de su papá chispeó un momento en su conciencia.
—No —aclaró su hermano—. El dueño del restaurante.
—¿Alec? —moduló Ivi perpleja.
—Sí. Mamá lo invitó a almorzar y creo que él quiere darte algo para Gael. Te espera desde las diez.
—Ayudame a subir los paquetes así no los dejo por el medio —pidió.
Después de descargarlos en su dormitorio, se dirigió a la cocina. Antes de hacerse notar contempló el cuadro de su mamá departiendo con Wilson. Lo escuchaba risueña, la melena dorada enmarcando un rostro que había recuperado la frescura  de la juventud.
¿Tan mal estaban las cosas con papá? Hace tiempo que no te veía tan distendida. ¡Ay, mami! Me siento tan egoísta por no haber prestado atención a esa sombra de tristeza que siempre te acompañaba. Me duele la ausencia de papá, pero siento que así estarán mejor los dos.
—¡Ivi! —la descubrió su madre—. Vení a saludar al señor Wilson.
—¡Qué sorpresa, Alec! Me encanta verte por aquí —le dijo cordialmente.
—El placer es mío —manifestó el hombre—. He osado acercarme a tu casa para pedirte un favor ante la inminencia del viaje.
—Lo haré con mucho gusto.
Él sonrió y le entregó una caja envuelta en papel metalizado que descansaba sobre la barra.
—Es para Anne, la madre de Gael. No tenía el regalo en mi poder antes de que el muchacho partiera, así que pensé en recurrir a ti.
—Hiciste bien. Me dijo Jordi que estás esperando desde las diez. Lamento haber demorado.
—Me has permitido disfrutar de la compañía de tu mamá y he sido beneficiado con una invitación a comer. ¿Qué más puedo desear? —dijo risueño.
Ivana asintió y se unió a la pareja para colaborar con los preparativos. Antes y después de comer se conmovió ante la inédita locuacidad materna que, sin premeditación, revelaba una sensibilidad reprimida por la apatía sentimental. Wilson no ocultaba su atracción por la mujer que descubría detrás de la charla compartida y la comprometió, cuando lo acompañó hasta la puerta, a aceptar una cena después de que sus hijos se hubieran marchado.
Ivi pasó por la habitación de Jordi antes de acostarse. Sin preámbulos, le preguntó:
—¿Cómo está mamá?
—De diez —afirmó Jordi.
—¿Él es un buen hombre?
—De lo mejor —aseguró.
Las declaraciones le valieron un abrazo y un beso de parte de su hermana quien restañó la herida de la pérdida con la ilusión del bienestar materno.

XXV
Los días hasta el jueves volaron entre los preparativos. El vuelo salía desde Buenos Aires el viernes a las diecisiete horas y llegaba a Londres a las once de la mañana. Diego y Yamila, acompañados por Lena, trasladaron a los viajeros y se instalaron en el departamento de Gael para que Ivi y Jordi amanecieran descansados. Partieron hacia el aeropuerto después de almorzar y, mientras hacían los trámites de embarque, Julio se unió al grupo que despediría a los hermanos. Ivana y Jordi aparecieron una hora después para saludar antes de ingresar a la sala de abordaje. La chica vaciló ante su progenitor que la miraba entre amoroso y expectante para cobijarse luego en el abrazo que la esperaba.
—¡Ivi querida! —lo escuchó decir—. No podía dejarlos partir sin expresarles cuánto los amo.
—¡Gracias por venir, papá! Yo también te amo —manifestó devolviendo el beso.
El hombre la soltó y se acercó a su hijo menor.
—Vas a tener la responsabilidad de cuidar a tu hermana —le señaló mientras lo abrazaba estrechamente.
—Perdé cuidado, papi —garantizó Jordi, feliz de su presencia.
Tras más abrazos, besos y recomendaciones, al filo del las diecisiete horas el dúo pasó por el control de seguridad y se dirigió a la sala de embarque. Poco después fueron convocados para abordar la aeronave. Jordi caminaba, fascinado, por la manga que comunicaba con la pista porque éste era su primer viaje en avión.
—¡Ivi, Ivi…! ¿No es fantástico? Parece que fuéramos los protagonistas de una película. ¿Te acordás de esa de terror donde el pasadizo terminaba sobre un precipicio?
—¡Jordi! ¿No podés pensar en algo más agradable?
—Bueno, en algo romántico. Como que apenas bajes te espera tu amado para zamparte un beso.
—Si ese es tu concepto de lo romántico le erraste mal, hombrecito. Considerando que no existe tal amado, la idea de que me zampe un beso es poco refinada.
—Ah… mirá vos. Entonces Alfonsina no es muy fina que digamos, porque la vez pasada te dijo que le encantaría que Lucas le zampara un beso. Y vos te mataste de la risa.
—¡Sos un mocoso insolente! —rió su hermana—. Y tenés una memoria fatal. Ya ni me acordaba de esa conversación.
Una vez instalados en el aparato –Jordi al lado de la ventanilla por concesión de Ivana—, llegó el momento de ajustarse los cinturones, atender las indicaciones de la azafata y despegar. Dos horas y media después hacían escala en San Pablo transbordando casi de inmediato al vuelo transatlántico. Sirvieron la cena a las nueve de la noche de Argentina y después vieron una película, escucharon música, Ivi pidió un whiskey para llamar al sueño y sólo despertó para ir al baño y cuando Jordi la rozó al levantarse para hacer otro tanto. El desayuno los despabiló definitivamente. Por la ventanilla divisaron la costa de los primeros países europeos: Portugal, España, Francia y, por fin, la isla de Gran Bretaña cubierta de nubes. Ivana sincronizó su reloj con la hora inglesa mientras sobrevolaban el río Támesis. Aterrizaron en el aeropuerto de Heathrow y media hora después bajaban del avión, lapso que aprovechó la joven para mandar un mensaje a su madre informándole que habían llegado bien. Pasaron migraciones, aduana y, cuando buscaban las cintas para retirar el equipaje, un grito de Jordi descentró a Ivana de la exploración:
—¡Gael! ¡Allá está Gael! —y corrió al encuentro del amigo que respondió a su jubiloso abrazo.
Ivi, cargada con los abrigos y los bolsos, quedó absorta en los detalles de la escena y sus actores. El hombre fornido de incipiente barba dorada alborotaba el cabello de su hermano mientras lo mantenía adosado a su costado. Sin dejar de reír levantó la cabeza y la buscó. Se adelantó a grandes pasos con los brazos abiertos y ella, conmovida por el reencuentro, se abandonó sobre el turbulento corazón de Gael.
—Ivi, Ivi… —susurró él—. No imaginé que pudiera extrañarte tanto.
Una señal de alerta fulguró en el cerebro de Ivana. Empujó al médico y dijo categórica:
—Suficiente.
Gael miró con deleite a la muchacha que día y noche no se apartaba de su pensamiento. A pesar de su arisca reacción, por un momento había permanecido entre sus brazos sin resistencia. Muchachita, siento que mi pasión no es una locura y que vamos a compartir infinitos momentos de placer. Quiero seguir siendo tu amigo pero antes, tu amante. ¡Dios! Tu amante… Tenerte desfallecida de amor... Si pudieras imaginar ese instante como yo lo sueño…
—¿Te vas a dejar crecer la barba? —La pregunta, hecha con tono provocativo, lo sacó de su abstracción.
—No te gusta.
Ella se encogió de hombros y desvió los ojos de la mirada inquisitiva que buscaba descifrar sus sentimientos.
—Si a vos te gusta, mi opinión no vale —dijo con indiferencia, y agregó—: tenemos que ir a buscar las valijas.
Jordi, testigo de la escaramuza entre su hermana y su amigo, sonrió satisfecho. Paulatinamente los pensamientos de Ivi sincronizaban con los de Gael y tuvo la certeza de que el destino de su querida Mavi se concretaría en este viaje. El médico los tomó del brazo a ambos para guiarlos hasta la cinta que contenía su equipaje. Se hizo cargo de las dos valijas y les anunció:
—Papá espera en el auto. Está lloviznando y se pronostica que empeorará. Mi madre no vino a recibirlos porque se empecinó en prepararles un almuerzo a la argentina para que no extrañen.
Los hermanos, sonriendo, lo siguieron hasta el estacionamiento adonde aguardaba Robert Connor. El hombre, médico de profesión, bajó del vehículo para darles una calurosa bienvenida. Después de abrazar a Jordi se volvió hacia Ivana y le puso las manos sobre los hombros para observarla con detenimiento. Ella se prestó al escrutinio con una sonrisa.
—Querida Ivi, estás tanto o más linda que cuando te vi ocho años atrás. Es un placer teneros en nuestra casa —declaró antes de abrazarla y darle un beso.
—¡Gracias, Bob! —retribuyó la muchacha—. En verdad, es un gusto volver a verlos después de tanto tiempo.
—Lo que me recuerda que Anne debe estar ansiosa por vuestra llegada —abrió la puerta del acompañante e invitó a la joven a subir mientras su hijo terminaba de acomodar las valijas en el baúl.
El hombre subió a la parte trasera del vehículo junto con Jordi y Gael se ubicó al volante. Maniobró para salir y puso a los visitantes al tanto del lugar adonde se dirigían:
—Estamos yendo hacia Marylebone adonde llegaremos en media hora si la niebla no se incrementa. Los recibe un típico día inglés —concluyó con una sonrisa.
—¿Están cerca de Regent’s Park? —preguntó Jordi.
—En los alrededores —respondió Bob complacido por la ubicación del jovencito—. Pensaba servirles de cicerone pero me temo que deberemos dejarlo para otra ocasión.
—¡Entonces podremos visitar el museo de cera y la casa de Sherlock! —dijo entusiasmado.
—¡Jordi! —exclamó Ivi—. Acordate de lo que hablamos. Más tarde organizaremos una lista de lugares a conocer.
—¡Pero si será un placer llevarlos! —afirmó Bob—. Este muchacho tiene bien puesta la cabeza. Una tarde de lluvia  es apropiada para este recorrido.
Ivana hizo un gesto de contrariedad que no pasó desapercibido para Gael. Apartó un momento los ojos de la carretera para preguntarle:
—¿Qué te mortifica?
—Nada —murmuró—. Después te explico.
De la conversación durante el viaje se ocuparon papá Bob y Jordi que acribilló de preguntas al médico. Ivana escuchaba las carcajadas del hombre ante algunas ingenuas preguntas del chico. Pensó que tendría que sosegar a su hermano ávido de conocimientos, porque se negaba a dejar que Gael y su familia se hicieran cargo de todos los gastos. Ella estaba limitada por su falta de recursos propios y no quería disponer del préstamo paterno indiscriminadamente. La lluvia se intensificó poco antes de llegar a una casa de dos plantas cuya fachada, orlada de hiedra, combinaba armoniosamente madera, tejas y piedra. Gael abrió la reja del jardín delantero con el control remoto y, antes de ingresar a la cochera, Anne se asomó al pórtico cubierto para agitar su mano en señal de bienvenida. Cuando bajaron del auto ya aguardaba sonriente en la puerta que comunicaba el garaje con el interior de la casa.
—¡Ivi, Jordi! —exclamó abrazándolos—. ¡No veía la hora de que llegaran!
Entre saludos y expresiones de alegría ingresaron al amplio estar mientras padre e hijo se ocupaban de bajar valijas y bolsos. Por los grandes ventanales que daban al exterior se apreciaba el creciente avance de la niebla intrínseca a la espesa llovizna.
—Les propongo que ocupen sus habitaciones para refrescarse un poco antes de comer —ofreció la dueña de casa.
—Yo los llevo —asintió Gael.
Los hermanos aliviaron al médico de los bolsos y subieron detrás de él. Acomodó primero a Jordi y después guió a Ivana hasta su dormitorio. Dejó la valija sobre la cama y se volvió hacia la muchacha:
—Ahora contame qué te molesta.
—Que habíamos acordado con Jordi seleccionar algunas salidas acordes al presupuesto que tengo —se atropelló— y él…
—Pará… pará… —la interrumpió Gael—. Antes de seguir contestame unas preguntas: ¿alguna vez Julio me cobró los múltiples almuerzos y cenas que compartí con ustedes?
—¡No es lo mismo! —porfió la chica.
—¿Alguna vez tuve que pagar cuando me llevaban de vacaciones con tu familia? —siguió el médico ignorando su protesta.
Ivana apretó los labios.
—Entonces —concluyó Gael— ¿por qué nos negás el derecho de agasajarte? No querrás desairar a mis padres, ¿no?
—Tenés la virtud de tergiversar las cosas que planteo —dijo mortificada.
—Me remito a lo hechos —alegó su amigo—. Ergo, te ruego que disfrutés de las atenciones que tanto vos como Jordi merecen, ¿sí?
—Veré —contestó con aspereza—. Y ahora andate que quiero asearme.
—Enseguida, princesa. ¿Quién puede resistirse a tan cortés pedido? —dijo burlón, y salió después de una reverencia.
Ella se tragó la respuesta porque él no podía escucharla. Recorrió el cuarto con la vista y se acercó a la ventana. Apartó la cortina y declinó asomarse al balcón para no mojarse. Se dirigió al cuarto de baño y lavó sus manos y su cara. Se peinó y pensó que le encantaría tomar una ducha después de comer. Cuando estuvo lista, bajó a la sala y se guió por las voces animadas para ingresar al comedor. Bob y Gael se incorporaron apenas entró. El hijo apartó una silla y ella se ubicó con una sonrisa de agradecimiento. Anne había cocinado pollo al horno con una variada guarnición de papas y verduras que mereció el elogio general y un pastel de ruibarbo y queso que cerró dulcemente el almuerzo.  

XXVI
—Dada la hora —dijo Bob— tendrán que elegir entre el museo de cera o el de Holmes.
Ivana miró el rostro afable de su amigo y el expectante de su padre y decidió no poner obstáculos a la invitación.
—Que decida Jordi —resolvió.
—¡El de Sherlock! —contestó su hermano sin dudar.
—Que así sea —rió el dueño de casa.
—¿Quieren darse un baño y cambiarse? —intervino Anne—. En cada dormitorio tienen teléfono y una PC para conectarse con su casa. Úsenla a discreción —los exhortó.
—Son demasiado bondadosos —agradeció Ivi desbordada por tantas atenciones.
—Querida —dijo Anne tomándola de la mano—: demasiado es poco para agradecer los cuidados que le dispensaron a Gael al integrarlo como parte de su familia. Ahora Bob y yo deseamos que ustedes se sientan en su propia casa.
La mirada afectuosa de la mujer invitaba al abrazo que Ivana no vaciló en dispensar. Al separarse, Anne declaró:
—Los acompaño a sus habitaciones porque tengo una sorpresa para ambos. Vamos.
Los invitados siguieron a la vivaz anfitriona que primero se detuvo frente al cuarto de Jordi. Le hizo un gesto para que abriera la puerta y cuando estuvieron adentro el chico emitió una exclamación de deleite. Sobre la cama resaltaba un elegante piloto gris y su correspondiente paraguas. 
—¡Es fantástico! —dijo Jordi y se lo midió ante la mirada divertida de las mujeres.
—Te queda perfecto —opinó su hermana y se volvió hacia la madre de Gael—. Estoy abrumada, Anne. No sé cómo retribuir los favores que nos dispensan.
—Aceptándolos con la misma alegría que nos da el hacerlos. ¿Sabes cuál es el valor de los regalos para mí? —dijo tomándola del brazo para conducirla hacia su dormitorio—: La satisfacción de quien lo recibe —franqueó la entrada y la joven encontró sobre su cama una hermosa gabardina color verde agua con cinturón, sombrero y paraguas.
—Después de tu declaración no me animo a oponer ningún reparo —rió Ivana dándole un beso.
—Creo que Gael los tiene muy presentes, porque es el artífice de la elección —reconoció Anne—. Pruébatelo.
Ivi se calzó la prenda que le sentaba a la perfección. Las capas del abrigo destacaban su figura y el sombrero de lluvia de ala caída y levemente ondulada, le confería a su rostro un aire adolescente. Anne la miró complacida y consultó al despedirse:
—¿Estará bien salir dentro de una hora?
—Más que suficiente —afirmó la chica.
Antes de llamar a Lena le recomendó a Jordi que estuviera listo en una hora. Charló diez minutos con su madre y después se dio una ducha rápida porque había olvidado preguntar por el uso racional del agua. Se calzó un pantalón negro, un suéter blanco y botas cortas. Bajó a la sala con la gabardina colgada del brazo y el sombrero y paraguas en la mano. Sólo estaba Gael en la estancia y su expresión de complacencia la ofuscó. No me mira como antes. ¿Desde cuándo me perturba su presencia? Son sus insinuaciones. Pero ¿yo le doy espacio para que confiese lo que realmente siente? No. ¡Y no lo quiero saber! Necesito a mi amigo de la infancia, al adolescente que me escuchaba sin juzgarme porque no se interponía ningún interés personal…
—¿Te quedó bien? —la pregunta la sacó de su marasmo.
—Fue idea tuya. —La afirmación sonó acusadora.
—¡Juro que no! Es una antigua costumbre de mamá que procura que nadie se vaya de este país sin un piloto inglés. Yo sólo colaboré con las medidas —dijo él con fingida modestia.
Ivana le dirigió una mirada socarrona que estimuló una franca carcajada en el hombre. Ella se aflojó y opinó con una sonrisa:
—Tenés un sentido de las proporciones poco común…
—Es que a vos te tengo grabada a fuego —declaró él con gesto solemne.
—¿Y eso qué significa, si se puede saber? —lo retó.
Gael caminó lentamente hacia ella escrutando los ojos que lo desafiaban. La joven se conmocionó como si estuviera a las puertas de una revelación deseada o temida. Sin dejar de mirarla, extendió los brazos y descansó las manos sobre sus hombros. En ese rostro grave que se acercaba al suyo no reconoció al amigo que su razón demandaba. Percibió en las pupilas varoniles el irrevocable designio de un beso que se hubiera concretado de no ser por la aparición de Bob que interrumpió su parálisis. El hombre, contrito, contempló cómo la muchacha se apartaba de su hijo quien bajó los brazos con expresión contrariada. Sabía de la pertinaz pasión del muchacho que defendió su permanencia lejos del hogar paterno cuando era apenas un adolescente. El motivo fue un secreto entre ellos porque ambos dudaban que Anne lo comprendiera. Y ahora, se dijo, no pudo ser más inoportuna mi presencia.
—¿Están todos listos? —preguntó su hijo.
—Anne y Jordi vienen detrás de mí —asintió Bob.
Los nombrados ingresaron a la estancia con los abrigos puestos. Ivana se colocó la gabardina y cubrió su cabeza con el sombrerito.
—¡Ivi, qué linda que estás! —exclamó Jordi—. Parecés una modelo de Vogue.
La salida de su hermano la hizo reír, pero no se atrevió a mirar a su amigo cuyo semblante manifestaba una total aprobación de los dichos del muchachito. Robert cambió una mirada con Anne y se apresuró a decir:
—¡Sherlock nos espera! ¡Partamos!
Gael abrió la puerta del acompañante para que subiera Ivana y la de atrás para que se acomodaran sus padres y Jordi. El trayecto hasta el museo fue breve. Caminaron bajo los paraguas hacia la famosa casa de Baker Street en cuya entrada estaba apostado un guardia con uniforme de época. Robert se le acercó soslayando la fila de turistas que esperaban para comprar sus billetes.
—¡Doctor Connor! —reconoció el agente—. Aquí tengo las entradas que reservó, y la pipa y la gorra para la fotografía.
—Gracias, John —dijo el médico recibiendo los objetos.
Su hijo se apropió de la pipa y la gorra y, sonriendo, se las ofreció a Ivi. Ella se atavió para la foto reemplazando su sombrero impermeable y simulando inhalar por la boquilla.
—¡Pónganse junto al policía! —pidió Jordi enarbolando su cámara.
Después de sacar esa foto Ivi le pasó el atuendo y el chico le solicitó a Bob que lo tomara junto a Gael y su hermana para enviárselas a su familia.
Sortearon la tienda de recuerdos para pasar a la amplia sala que constituía el despacho del detective con todos los objetos que contribuían a su investigación y algunos efectos personales de su biógrafo, el doctor Watson. Jordi no paraba de perpetuar cada momento con su cámara: Gael sentado en el sillón de Holmes con su gorra y su pipa; Ivi con capa y lupa intentando desentrañar unos símbolos; él tocando el Stradivarius; Anne y Bob departiendo con Watson. Pasaron por el dormitorio que parecía aguardar el regreso de su dueño. En la segunda planta curiosearon los dormitorios de Watson y de la casera para subir luego, por una angosta escalera, al tercer piso adonde aparecían algunos personajes y escenas famosas recreados en cera. El cuarto de baño de estilo victoriano no concordaba, según Ivi, con el resto de las dependencias. Se asomaron al desván y, antes de recorrer el negocio de souvenir, bajaron al subsuelo adonde encontraron al mismísimo Holmes en la amplia biblioteca. Jordi le tendió la cámara a su hermana y se acercó al actor que personificaba al detective para sacarse una foto con él. Terminaron el paseo en la tienda adonde Ivana y Jordi adquirieron regalos para su familia.
—El museo está a punto de cerrar —advirtió Bob—. He reservado una mesa en el pub de Sherlock para que lo conozcan y volvamos a casa cenados.
La lluvia había concluido. Caminaron por los alrededores antes de dirigirse hacia el restaurante. Un camarero los guió hasta su mesa desde la cual se podía apreciar la galería dedicada a la memoria del detective. Toda la decoración estaba orientada a inducir la sensación de habitar el Londres victoriano. Pidieron platos típicos y los acompañaron con cerveza. Después de comer, Ivana se sintió totalmente relajada. La conversación amena de sus anfitriones, la charla vivaz de su hermano y la actitud serena de Gael obraron como un sedante. Ahogó un bostezo tras su mano lo que provocó la reacción de Bob:
—¡Oh, querida Ivi! Somos unos desconsiderados al no tener en cuenta el trajín del viaje. Ya mismo volvemos a casa —le hizo señas al camarero para que trajera la cuenta.
El fresco nocturno apenas la sacó de su letargo. Antes de subir a sus habitaciones, Gael les comunicó que saldría con Jordi a la mañana temprano.
—¿Ivi se queda? —preguntó Anne.
—Sí. Jordi y yo vamos a estar ocupados —contestó su hijo.
—Entonces —dijo la mujer dirigiéndose a Ivana— si te parece bien, me convertiré en tu cicerone. Tú decides qué conocer y yo te acompaño.
—Me dará mucho gusto —sonrió la muchacha—, siempre que no te aparte de tus obligaciones.
—¡De ninguna manera! Está todo previsto para que pueda dedicarte todo el tiempo —afirmó Anne.
Ivi le agradeció con un beso y se despidió de padre e hijo. Por primera vez desde que salieron cruzó la mirada con la de Gael. Había un reclamo en sus pupilas que no se atrevió a descifrar.

XXVII
Ivana se despertó antes de que Anne golpeara la puerta. Había descansado sin sobresaltos y respondió de inmediato a la llamada. Se dio una ducha más larga que la de la tarde anterior porque le aseguraron que no habría problemas con el agua. Antes de vestirse se asomó al balcón. Ya no llovía pero aún estaba el cielo nublado. Abrió la valija y eligió un atuendo cómodo y un impermeable liviano. En un costado divisó el regalo que Alec le enviaba a la madre de Gael. Lo sacó y bajó en busca de Anne.
—¡Buen día, Ivi! —saludó su anfitriona—. Para empezar, hoy me desligo de las tareas domésticas. Los hombres no vienen a comer al mediodía así que empezaremos por desayunar afuera.
—Buen día, Anne. Anoche omití entregarte esta caja que te manda Alec Wilson —dijo estirándole el paquete.
—¡Alec! ¿Lo conociste? —exclamó la mujer tomando el obsequio.
—Sí. Fuimos con Gael a cenar a su restaurante. Y antes de venir pasó por casa para pedirme que te trajera esto.
Anne abrió la caja que contenía un mate de calabaza con boquilla y pie de plata cincelados.
—¡Qué belleza! —expresó Ivi.
—Uno más para mi colección —dijo Anne complacida—. Ven a conocer mi afición.
La siguió hasta la sala en una de cuyas esquinas un delicado modular en ángulo exhibía en múltiples estantes una heterogénea variedad de mates. Los había de distinto tamaño, color, material, lisos, con guarda, con o sin pie. Ivana admiró el inusual muestrario que su anfitriona mostraba con orgullo mientras acomodaba la nueva pieza.
—Por curiosidad —preguntó—: ¿alguna vez tomas mate?
—Aún no averigüé dónde venden yerba —explicó Anne—. Y como a Bob no le gusta, me da pereza prepararlo para mí sola. Pero si alguien me acompañara… —insinuó.
—Esa voy a ser yo —ofertó Ivi—. En algún negocio conseguiremos yerba.
La mujer asintió y cinco minutos después estacionaba frente a un bar de nombre Giraffe. Ivana declinó la oferta del abundante desayuno inglés y pidió tostadas con manteca y mermelada. La madre de Gael la imitó, pues había decidido no alterar los hábitos alimentarios de sus visitantes.
—Anne –dijo Ivi— espero que no me creas antojadiza, pero mi estómago no soportaría una comida a esta hora de la mañana.
—Tampoco nosotros hemos hecho una práctica del desayuno completo. Nuestro estilo se acomoda más a la costumbre de tu país, aunque almorzamos más liviano y privilegiamos la merienda a la cena. Pero te aclaro que hemos acordado ajustarnos a vuestra modalidad —expresó con una sonrisa. A continuación le preguntó—: ¿Pensaste adónde querrías ir?
—Me gustaría recorrer el centro. Caminando —aclaró.
—Es la mejor manera de conocer —asintió Anne—. Dejamos el coche en un estacionamiento y lo buscamos para volver. No trajiste la máquina de fotos —observó.
—Porque al estar detrás de una cámara se dispersan mis sentidos. Quiero ver, escuchar, oler, empaparme del entorno. Además, todo ha sido fotografiado hasta el infinito.
Eran las cuatro de la tarde cuando subieron al auto para emprender el regreso. Habían hecho la ruta de Picadilly Circus después de haber asistido al cambio de guardia real recorriendo los lugares más tradicionales. Almorzaron a las dos de la tarde y compraron yerba mate en Covent Garden.
—¡Preparemos el mate! —pidió Anne apenas llegaron.
Ivana seleccionó dos del modular: uno de vidrio para usar inmediatamente y otro de calabaza para ser curado con la yerba usada de la última mateada, por dos días consecutivos. Se instalaron en la cocina y la cebada quedó a cargo de la invitada.
—Dime que te pareció el paseo —dijo la anfitriona mientras sorbía la infusión.
—¡Emocionante! Ver los íconos de Londres personalmente no tiene precio —aseguró Ivi.
—Mañana vamos a prescindir del auto y nos manejaremos en autobús. Cuando lo tengas aprendido, usaremos el metro. De esta forma irás adonde quieras sin depender de nadie.
—¡Oh, Anne… Seré tu mejor alumna! —exclamó Ivi entusiasmada.
La mujer rió con agrado. Le gustaba el carácter independiente de la muchacha que la remontaba a su juventud. Las horas que habían compartido fueron placenteras y descubrieron que tenían mucho en común. Estaba dispuesta a prepararla durante esa semana para que pudiera moverse con seguridad las dos restantes de su permanencia.
—De modo que conociste a Alec —dijo devolviendo el mate—. Es nuestro mejor amigo y extrañamos su compañía.
—Me pareció una excelente persona —afirmó la joven.
El potente vozarrón de Bob interrumpió la pregunta que Ivana pensaba hacerle a su nueva amiga:
—¡Pero qué bueno que hayas encontrado compañía para usar la colección! Te confieso —le habló a Ivi— que ya estaba dispuesto a transigir con el incalificable brebaje para satisfacer el deseo de mi mujercita —se volvió para abrazar a la sonriente Anne.
—¿Alguna vez lo probaste? —inquirió la chica.
—¡Dios me libre! No.
—Haces mal. No debes despreciar lo nuevo por negarte a conocerlo —lo amonestó.
El médico la miró divertido. ¡Sí, señor! ¿Cómo no entender la fascinación de su hijo? La carita reprobadora invitaba a satisfacerla. Estiró la mano y declaró:
—Soy vuestro esclavo. ¡Dadme de una vez la cicuta!
La risa alegre de las mujeres acompañó su precavido contacto con la bombilla. Chupó lentamente hasta que el líquido caliente llegó a su boca. Amargo como él gustaba de tomar el té. No estaba mal, se dijo. Antes de que aspirara el último sorbo, entraron Jordi y Gael.
—¡Mate! —gritaron los dos.
Jordi saludó a los dueños de casa y abrazó a su hermana.
—¡Jordi, cómo te extrañé! —dijo Ivana dándole un beso.
—¿Y a mí? —preguntó Gael.
Ella lo miró sin soltar a su hermano y le hizo una mueca. No lo dijo pero cayó en la cuenta de que también lo había echado de menos. Soltó a Jordi y cebó un mate para ofrecerle a Gael:
—Para desagraviarte —dijo tendiéndoselo.
Él lo retiró lentamente de su mano sin dejar de mirarla.
—Yo sí te extrañé —declaró en voz baja. Y después—: ¿Qué hicieron hoy?
Le refirió el paseo y sirvió varias rondas de mate entre los recién llegados hasta que la yerba perdió el sabor.
—Basta por hoy —declaró. Y volcó el contenido en el otro mate para iniciar su cura.
—¿Puedo llamar a mamá? —preguntó Jordi.
—¡Sí, querido! —aprobó Anne—. Hazlo desde tu habitación.
Mientras Jordi subía, Ivana se acercó a Gael y le murmuró:
—Tenemos que hablar.
El hombre la tomó del brazo y dijo en voz alta:
—¿Te mostré el exterior de la casa? Las plantas te van a encantar.
Después de que salieron, Anne comentó con su marido:
—Ivi es encantadora y hemos pasado un día espléndido. ¿Sabes? Sería una soberbia compañera para nuestro Gael.
Bob rió entre dientes.
—¿Dije algún disparate? —preguntó su mujer, ofendida.
—No, querida —se apresuró a decir el hombre—. Es que yo pienso igual que vos. Es más, creo que Gael está enamorado pero esta muchachita aún no lo ha descubierto.
Apenas rodearon la fachada de la vivienda, Ivana se detuvo.
—¿Me vas a matar de curiosidad o me vas a contar que pasó con Jordi? –le reclamó.
—Ya me parecía que no estabas interesada en estar a solas conmigo —dijo él con una voz lastimera a la que desmentía el brillo burlón de sus pupilas.
—No seas pesado. ¿Cómo le fue a Jordi? —reiteró ella.
—Los dejó a todos pasmados. No hay patrón que se ajuste a sus habilidades. Así que tendrán que configurar un nuevo modelo para estandarizarlo.
—¿Eso es bueno?
—Es óptimo, Ivi. Ayudará a su comprensión y será válido para casos equivalentes. El último que se confeccionó fue hace diez años para investigar el potencial de una niña. Ahora la jovencita tiene quince años y es la exponente más singular de la Asociación Smart. Hoy participó de la evaluación de Jordi.
—Antes de viajar le confesé a mi hermano que me había arrepentido al sugerirle que consultara con vos —soltó con aprensión.
Gael la tomó por los hombros y la obligó a mirarlo.
—Esto es ofensivo, Ivi. Alude a que desconfiás de mí. Acepto que no me valores profesionalmente, pero como amigo, no —dijo resentido.
A ella la conmocionó el rostro adusto del hombre que siempre había reaccionado fraternamente a sus agravios. Él amagó con volver a la casa pero ella se lo impidió aferrándole los brazos. Ahora buscó los ojos de su amigo.
—¡Gael, no…! No quise decir eso… —el duro brillo de las pupilas varoniles no cedió.
Ivana se derrumbó en la comprensión de que lo había herido sin meditar. La idea de que había dañado sin retorno la relación que los unía la desbordó. Se volvió para que no viera las lágrimas de impotencia que fluían sin control e intentó alejarse. Una mano férrea la atenazó:
—¿Adónde vas? —le dijo con voz áspera al tiempo que la volvía hacia él.
—Dejame… —balbuceó hurtándole el rostro.
—¿Estás llorando? —su tono se dulcificó y la atrajo contra él—. No Ivi… No querida… —dijo afligido—: Perdoname. Soy un bruto… —se recriminó.
Ivana se desmadejó entre los brazos de Gael sin poder dominar la angustia que la oprimía. Las palabras consoladoras del hombre, las manos que acariciaban su cabeza y los labios que enjugaban sus lágrimas, desvanecieron lentamente su aflicción. Extenuada, logró decirle con voz nasal:
—Dame un pañuelo que no puedo respirar.
El suave murmullo de una risa llegó junto al pañuelo. Se separó del cuerpo que la amparaba y sonó su nariz. Él volvió a sostenerla cuando trastabilló y la condujo hacia un banco del jardín para que se sentara. 
—Estoy bien, estoy bien —aseguró ella intentando recobrar el dominio de su cuerpo.
Gael la arrimó contra él pasando un brazo sobre sus hombros y esperó en silencio a que se recuperara.
—No puedo soportar que me odies… —dijo contrita, sin mirarlo.
—¿Cómo podría odiarte si no hago más que amarte desde que te conocí? —le reveló por fin liberando el oculto sentimiento que lo consumía.
—¿Qué decís? —dijo Ivana perturbada.
—Lo que oíste. Te amo y no puedo silenciarlo más —expresó con voz grave. Se inclinó sobre ella—: No quiero que te sientas incómoda por mi declaración. No voy a negar lo que me inspirás pero no voy a perseguirte ni hacer molesta tu estadía.
—¿Pretendés que ignore lo que dijiste?
—Pretendo que no haya reservas entre nosotros. Te quiero desde que te vi y me quedé en tu país para no perderte de vista —hizo un gesto con las manos—. Así de simple, Ivi.
—Pero si eras un niño… —dijo anonadada.
—Que se deslumbró con la hermana de su protector, ¡sí! —enfatizó—. Que compartió con ella y su familia los mejores momentos de la infancia y las inquietudes de la adolescencia. Aunque sólo me vieras como amigo y confidente, me bastaba. Pero crecimos y tuve una esperanza mayor: que fueras mi pareja. No me castigues por esto apartándome de tu vida aunque mi aspiración sea imposible —le rogó.
Ivana miró el rostro anhelante de ese desconocido que sustituía al familiar de su amigo y sólo atinó a rozarle la mejilla con su mano. Después se levantó en silencio para volver a la casa. Cuando entraron, Anne estaba en la cocina preparando la cena. La joven ofreció su ayuda que fue amablemente declinada.
—Está todo en marcha —anunció la mujer—. Si lo deseas, puedes hablar a tu casa hasta que nos sentemos a comer.
Ella aceptó con prontitud. Quería hablar con su mamá y borrar los vestigios del llanto reciente. Lena atendió al tercer timbrazo:
—¡Mami! —exclamó Ivi—. ¡No sabés cuánto deseo que estés aquí!
—¿Qué pasa, mi amor? Además de extrañarme… —agregó festiva.
—Que estoy totalmente confundida… —dijo quejumbrosa.
—¿Para bien o para mal?
—Esa es mi confusión, mamá —pronunció con impaciencia.
—¿Y qué es lo que te confunde? —insistió Lena.
—Gael —reconoció en voz baja.
—Dejame adivinar: lo estás viendo más como hombre que como amigo, ¿verdad?
—¡Él tiene la culpa! Me dijo… —le costaban las palabras—. Me dijo que está enamorado de mí.
—Bueno. Eso demuestra que tiene buen gusto. ¿Y por qué te confunde tanto si vos no lo querés?
—¿Cómo podés tomarlo tan a la ligera?
—Porque, querida, si vos no sentís lo mismo, no debieras alterarte. Basta con que le expliques que no compartís sus sentimientos y como es una persona razonable lo entenderá.
Después de un silencio que Lena no vulneró, escuchó la voz de su hija:
—Creí que podías ayudarme…
—Desearía tener la respuesta que buscás, hija, pero sólo dentro de vos la encontrarás. Abandoná tus rígidos conceptos y concentrate en tus sentimientos.
—¿Soy tan prejuiciosa, mamá? —preguntó acongojada.
—Al menos, en lo que respecta a los amigos y la edad —rió su madre—. Hemos tenido una charla al respecto. Dejate llevar por lo que sentís y podrás aclarar tus dudas  —le insistió con cariño.
—Está bien, sabelotodo —dijo recuperando el humor—. Y ahora contame como están todos en la casa.
Al terminar la comunicación se estudió en el espejo del baño. Ya no quedaban rastros de su conmoción. Cepilló su cabello y bajó a cenar.

XXVIII
La comida nocturna transcurrió en medio de comentarios alusivos a las actividades de Ivi y Anne. El primero en despedirse fue Gael, recomendando a Jordi que estuviese listo a las siete y media de la mañana. Ivana colaboró con su anfitriona en la limpieza de la cocina y una hora después todos subían a descansar.
—¿Puedo pasar un momento a tu habitación? —preguntó Jordi.
—Sí —dijo su hermana abriendo la puerta.
A solas, el chico le requirió:
—¿Qué pasó con Gael?
—¡Ah…! Es cierto que a vos no se te puede ocultar nada —razonó ella—. Asuntos privados —le contestó remedando la respuesta del jovencito cuando no quiso contarle qué hablaba con el médico.
Jordi rió y se sentó al borde de la cama. Parece haber crecido en poco tiempo. ¿Qué habrá deducido de mi escaramuza con Gael?
—No te enojes con él. Te quiere más de lo que te puedas imaginar —aseguró su hermano.
—No estoy enojada y lo quiero. Sólo que como amigo. Mañana se lo voy a aclarar.
—No te apures, Mavi. Tomate tu tiempo. ¿Me lo prometés? —le pidió al tiempo que se levantaba para abrazarla.
Ella se sorprendió de que casi llegara a su altura. Sería alto como su papá, pensó. Le dio un beso para despedirlo y le respondió:
—Si te deja más tranquilo, postergaré la explicación.
Él se fue con una sonrisa radiante. Ivana se acostó preguntándose el por qué de la demanda de Jordi.
El resto de la semana fue una experiencia tonificante para ella en compañía de Anne. Aprendió a manejarse en autobús y en el metro. Desde el bus observó toda la ciudad y tomó nota de los lugares que volvería a visitar. El jueves, segundo día sin lluvia, visitaron Regent’s Park. Poblado de una profusa vegetación, un gran lago, jardines de rosas, puentes, un canal, teatro al aire libre, zoológico, cafés y restaurantes y una colina denominada Primrose Hill desde donde se divisaba todo Londres. Familias y alumnos de la universidad cuyo campus albergaba el parque, se cruzaban con ellas. Mientras desayunaban, varias ardillas trepaban los árboles cercanos acumulando provisiones y los pájaros más audaces buscaban migas a su alrededor.
—¡Este lugar es un paraíso! —dijo Ivi aspirando el aire perfumado de verde.
Anne sonrió y la observó con atención. Algo había cambiado en el carácter de la chica desde el lunes. No sabía la conversación que había mantenido con su hijo, pero se la veía más reflexiva así como a Gael más concentrado y, a ambos, cuidando de no cruzar palabras o miradas más de lo imprescindible. Por otro lado el joven, después de traer a Jordi, salía todas las noches. Esperaba que los días de camaradería la autorizaran a incursionar por el terreno personal sin que Ivi se molestara:
—Tengo una inquietud y si no quieres contestarme lo entenderé —abordó Anne.
Ivana la miró interrogante.
—He notado un cambio en la relación que tienes con mi hijo y espero que no haya hecho nada que te disguste —dijo preocupada.
La muchacha tardó en responder. Anne le gustaba y la consideraba una mujer equilibrada y de buenos sentimientos. Pero era la madre de Gael y no sabía hasta dónde podría ser ecuánime al develarle los sentimientos de su hijo y su propia incertidumbre. Ni siquiera había reanudado la conversación en sus charlas cotidianas con Lena. La franca y cariñosa mirada de Anne la decidió a tomar el riesgo.
—Gael me ha dicho que está enamorado de mí —expuso sin rodeos.
—Sería maravilloso si tú lo compartieras, pero intuyo que no es así —consideró la mujer.
—Anne, los sentimientos de Gael me atormentan porque no quiero que sufra por mí. Yo… no puedo verlo más que como amigo. No podría responder a sus expectativas.
—¿Él lo sabe?
—Se lo he dicho.
—Entonces, Ivi, lo aceptará aunque se le parta el corazón. Es un hombre íntegro mi hijo. —Observó la expresión aturdida de la joven—. Querida, si estás tan segura de tus sentimientos no te apenes por él que sabrá reponerse. ¿Y no es hora de que mires a tu alrededor para conectarte con algún representante del sexo opuesto? Estoy segura de que sabes lo gratificante que puede ser una compañía masculina.
—No me interesa por ahora —dijo Ivana encogiéndose de hombros.
¿Qué me pasa? Disfruto de la compañía de Anne aunque desearía compartir estos momentos con Gael. Pero él se ha transformado en un abismo al cual me da vértigo asomarme. Nuestra relación era un paisaje conocido adonde no cabían las sorpresas y después de su sinceramiento no sé con qué me voy a encontrar. Decí las cosas por su nombre. Si te ama, te desea y quiere sexo. La idea te aterra. ¿Por qué? Porque si no funciona es un camino sin retorno a la pura amistad. Pero alguna vez te lo imaginaste, cuando salió semidesnudo a recibirte en su departamento. ¿Por qué esa furia si nunca abrigaste la idea de tener sexo con él? Te sentiste traicionada, reconocelo.
—¿Te parece que sigamos recorriendo? —la voz de Anne silenció su diálogo interior.
—¡Vamos! —aceptó.
Se impuso disfrutar del espectacular paisaje y de la compañía de su amiga. La excursión se prolongó toda la tarde con una corta parada para comer un refrigerio y otra no tan breve para degustar la merienda. Anne insistió en llevar una cámara para sacar varias instantáneas de la muchacha.
—¡Tu familia merece conocer los lugares que visitaste! Además, yo seré la fotógrafa —argumentó.
Eligió los lugares más pintorescos para retratarla, como en un hermoso puente sobre una charca alimentada por una cascada y poblada por aves acuáticas, en el camino arbolado hacia el zoológico, a orillas del lago donde estaban amarrados los botes, debajo de la pagoda que ofrecía espectáculos musicales  y en la colina con la ciudad a sus pies. Al salir, divisaron las majestuosas mansiones ubicadas en el círculo exterior del parque, las famosas terrazas y una mezquita. Regresaron alegres y planeando la excursión del viernes. Al llegar, un sonriente Bob las esperaba con el agua lista para el mate. Las mujeres festejaron la atención y poco después iniciaban la ronda a la que se unieron Jordi y Gael cuando llegaron. Ivana delegó la tarea de cebar en Anne para subir a hablar con su madre.
—¡Mami, tengo la piel colorada como un langostino! Caminamos todo el día por un parque espléndido que te morirías por conocer —le dijo con euforia.
—Veo que la estás pasando bien —opinó Lena contenta.
—Y ya aprendí a manejarme en metro y en bus. Mañana haré lo propio en tren —se vanaglorió—. ¿Cómo están los muchachos?
—Bien. Sumergidos en sus obligaciones. Los veo de noche a la hora de la cena.
—Entonces tendré que llamarlos hoy o mañana para hablar con ellos y pedirles que te hagan más compañía —amenazó.
—Ni se te ocurra porque yo estoy bien. No me molesta descansar de las obligaciones del mediodía. Y llamá esta noche si querés hablar con ellos porque mañana no hay cena en casa.
—¿Los echaste? —rió Ivi.
—Un caballero me invitó a cenar —contestó su madre.
—¡Oh, oh, oh…! —exageró la joven—. ¿Se puede saber quién?
—Alec —dijo con naturalidad.
—No perdió tiempo el hombre. ¿Estás segura de que es el momento adecuado para entablar una nueva relación? —se preocupó su hija.
—Ivi, es una cena. ¿Cuándo te limitarás a vivir el presente libre de conjeturas?
—Como siempre, tenés razón. Pero es un ejercicio que no se me da con facilidad. Siento que el mundo está lleno de segundas intenciones.
—¡Ay, mi muchachita…! —se condolió Lena—. ¡Qué placentera sería tu vida si pudieras apreciar cada momento sin el rigor de un análisis!
—Bueno, bueno. No más sermones. ¿A qué hora te espera?
—Me va a pasar a buscar. No comeremos en su restaurante. Quiere llevarme a otro lado.
—Mami, en serio. Espero que lo pases muy bien. Dale saludos de mi parte y decile que si se porta mal se las tendrá que ver conmigo —rió.
—Lo pondré al tanto, piantada. ¿Y tu confusión ya se aclaró?
—En eso estoy. Que pases buenas noches, mami. Corto y fuera.
—Y vos, que pases buenas tardes de aquí —dijo Lena con humor—. Corto y me fui.
Ivana colgó con una sonrisa. No se había engañado cuando intuyó que Alec estaba interesado en su madre. Era hora de que le hiciera a Anne las preguntas que la aparición de Bob había suspendido. Salió del dormitorio y antes de llegar a la escalera se topó con Gael que se dirigía a su cuarto. Era la primera vez que estaban a solas desde el lunes. Frente a frente se observaron en silencio.
—Te flechaste —señaló él.
—Sí. Debí llevar la capelina que me ofreció tu mamá —acordó—. ¿Te vas esta noche? —la pregunta brotó independiente de su voluntad.
—Sí. ¿Me necesitás para algo?
—Es sólo una pregunta de cortesía —aclaró molesta consigo misma.
Él, que se había esforzado por no crear una situación de enfrentamiento, miró a la huraña muchacha que le quitaba el sueño y le hizo una propuesta con la actitud más casual que pudo asumir:
—Voy a Soho a encontrarme con unos amigos. ¿Querés conocerlo?
Ivana vaciló. La oferta la tentaba, pero ¿qué pensaría él si la aceptaba? ¿Por qué no te dejás llevar por tus impulsos? le dijo su Lena interior. Si la invitación te complace, aceptala.
—Me gustaría —se decidió—. Pero vas a tener que esperar a que me cambie.
—Tomate tu tiempo. Yo le voy a avisar a mamá que no nos cuente para la cena.
Ivi estaba extrañamente excitada. No era la primera vez que salía con Gael pero había sido en Rosario y sin mediar la declaración amorosa. Ahora estaba en su terreno y la acometió una sensación de vulnerabilidad que la recorrió como un escalofrío. Cuidate. Tu amigo es un hombre muy atractivo y vos estás necesitada de arrumacos. Ni Anne se tragó tu supuesta indiferencia. No vayas a confundir carencia con interés. Pero ¿de qué me prevengo? Él podrá querer, pero yo voy a decidir. Nunca me forzaría.
Abandonó sus locos pensamientos y se concentró en prepararse para la salida. Tomó un baño y eligió un vestido de falda y mangas cortas. Calzó sandalias de taco mediano y cuando terminó de maquillarse y adornarse buscó un abrigo liviano. Bajó a las ocho y media cuando los dueños de casa y Jordi se aprestaban a cenar.
—¡Buen provecho! –les deseó.
—¡Hay un mozo que se va a lucir esta noche! —vociferó el dueño de casa fiel a su estilo.
La risa aprobadora de los comensales acompañó su comentario. Ivi sonrió y se volvió hacia Gael cuya mirada hablaba más que la expresión cautivada de su rostro.
—¿Nos vamos ya? —la consulta de la joven le restituyó la compostura.
—Sí. —Se dirigió a Jordi—. Mañana como siempre, campeón.
—No soy yo quien se va a quedar dormido —le contestó con desenfado.
Gael, riendo, le hizo un gesto de reconvención y tomó a Ivana del brazo para salir. Los tres observaron a la pareja hasta que se perdió de vista. Anne estaba ansiosa por hacerle un comentario a su marido, pero se contuvo ante la presencia de Jordi.
—Me gustaría que Ivi fuera la novia de Gael —dijo el chico con naturalidad.
—¡Y a mí! —respaldó la mujer.
Bob asintió con una sonrisa.
—Si conozco bien a mi hijo, apuesto a que su perseverancia la ganará —afirmó, contagiando su optimismo a los presentes.
La demandada pareja estaba media hora después caminando por el barrio de Soho a pedido de Ivana que deseaba apreciar el movimiento de sus calles antes de instalarse en el pub. Recorrieron un largo trecho de la arteria central atiborrada de cafeterías, boutiques y sexshops mezclados con la bulliciosa multitud de turistas y amantes de la vida nocturna. Ivi asistía fascinada a ese despliegue heterogéneo de negocios y personas comentando cada sensación con su acompañante. Gael sintió, por primera vez, que la joven lo había desplazado del perpetuo rol de amigo para interactuar con él como mujer.
—¡Esperame! Quiero ver esa vidriera —exclamó Ivana, siguiendo un impulso que los separó momentáneamente.
Él la siguió despaciosamente hasta que la vio asediada por dos individuos. Se acercó y la enlazó por la cintura.
—Si tienen alguna consulta que hacer —dijo mirando al dúo— la persona indicada soy yo. No mi mujer.
—Perdón —dijo uno de ellos—. No sabíamos que estaba acompañada.
Gael los miró sin pronunciar palabra hasta que se retiraron.
—Gracias, sir Lancelot —rió ella—. Pero creo que hubiera podido sola con esos energúmenos.
—¿Por qué no revisás tu cartera?
Ella bajó la mirada hacia su bolso y lanzó una exclamación de sorpresa:
—¡El cierre está abierto!
—Sí, linda. Mientras uno se pone cargoso, el otro se ocupa de las finanzas. Es una vieja práctica.
Ivi revisó la cartera y constató que no faltaba nada. La cerró y dijo con un mohín de contrariedad:
—¡Ah…! Mi ego ha muerto. Yo pensé que era por mi atractivo.
Su acompañante rió francamente y le ofreció el brazo. Ella lo enlazó con una sonrisa y retomaron el paseo que culminó en un bar de típico diseño victoriano. Gael la presentó a sus amigos que inmediatamente volcaron su atención en la bella acompañante del médico. Dos eran colegas y el otro profesor de Cambridge.
—Es asombroso lo bien que manejas el idioma —alabó el docente.
—Es mérito de mi amigo —reconoció ella.
—Cualquiera estaría complacido de ocupar su lugar —concedió su interlocutor.
—Que no pienso ceder a nadie —advirtió Gael marcando su espacio.
Ivi sonrió halagada de ser el centro de atención del interesante grupo masculino. Habituada a tratar con sus hermanos se manejó con espontaneidad entre los varones quienes, al despedirse, concluyeron que Gael era un tipo afortunado.
—Gracias por la invitación —reconoció la muchacha al despedirse en el pasillo que conducía a sus habitaciones—. He pasado un momento muy grato.
La embelesada mirada de su amigo obvió cualquier respuesta. Se limitó a tomarla de la mano y depositar un beso sobre su palma. Después huyó a su dormitorio eludiendo el clamor de su sangre que la reclamaba. La joven, confundida, cerró la mano atesorando la caricia que había recibido. Entró a su cuarto y se sentó al borde de la cama. Consultó el reloj de la mesa de luz que marcaba la una. En Argentina eran las diez de la noche. Retiró el teléfono de la base y llamó a su casa. Diego atendió al instante como si estuviera esperando su llamada:
—Quería tener la primicia de atenderte, hermanita —dijo con alegría—. ¿Cómo la estás pasando?
—Más que bien. No he parado de salir desde que llegué y los padres de Gael son fantásticos —ponderó.
—Y nuestro amigo, ¿cómo se comporta?
—Como un amigo… —dijo a sabiendas de que mentía—. Esta noche me invitó a cenar a Soho.
—¡Lindo lugar para llevar a una dama!
—¡No seas prejuicioso! El pub era encantador y sus amigos otro tanto.
—¿Te gustó alguno en especial?
—¡Ufa! ¿Una mujer no puede conocer hombres sin convertirlos en presas?
—¡Jajá! Mirá que sos gráfica. De lo que estoy seguro es que no pasaste desapercibida para ninguno.
—Especialmente para dos que me abordaron en la calle —rió contándole el intento de atraco.
—¿Y el paspado de Gael adónde estaba? —se sulfuró su hermano.
—Atento, Diego. Los corrió y evitó que me robaran. Pero ahora largá el teléfono y pasame con Jotacé que no quiero abusar de mis anfitriones.
La charla con Julio César fue breve y cariñosa. Se despidió declinando hablar con su madre porque ya lo había hecho a la tarde. Se acostó impregnada por la sensación de seguridad que le había transmitido la intervención de Gael para defenderla.

XXIX
El viernes amaneció poco diáfano. Ivana, después de asomarse al balcón, se equipó con la gabardina y el paraguas. Antes de partir, desayunaron en la casa.
—Puede despejar o llover —dijo Anne—. Conviene que tomemos el tren en la estación de Marylebone. Si estás de acuerdo, podemos ir a Birmingham. Con buen tiempo podremos recorrer los jardines botánicos y el parque. Si llueve, visitaremos la fábrica de chocolates Cadbury, galerías de arte, una fábrica de joyas y el acuario.
—¡Me dejaste sin aliento! —rió Ivi—. Creo que no podremos hacer ni la cuarta parte de lo que mencionas —hizo una pausa—. Hay algo que quiero preguntarte: ¿Alec es casado o tiene pareja?
—Es viudo y, que yo sepa, no tiene compromisos —no le preguntó el motivo de su interés pero su mirada reflejaba un interrogante.
—Ayer hablé con mamá y me dijo que la invitó a cenar. No quisiera que sobre la congoja de la separación sufra otra decepción —confesó.
Anne la tomó de las manos:
—Ivana, Alec no ha tenido una relación formal desde que murió su mujer, y si se acercó a Lena es con la mejor intención —se mordió el labio superior—. Voy a ser desleal sin remordimientos porque quiero que estés tranquila. El regalo que me envió por tu intermedio fue la excusa para acercarse a tu casa y hablar con tu madre.
—¿Tú lo sabías?
—Porque Robert no me oculta nada. Alec se sintió atraído hacia Lena desde la noche que la llevaste al restaurante. Le comentó a Bob sus sentimientos y cuando le dijo que se estaba separando pergeñaron el modo de acercamiento —hizo un gesto de disculpa—. Alec temía que Lena recelara cuando tanto mi hijo como tú estuvieran ausentes de Rosario.
La joven la escuchaba acodada sobre la mesa, apoyando la mejilla sobre el puño. Sin abandonar la postura, preguntó:
—¿Gael lo sabía?
—No tiene idea de las artimañas de estos dos viejos —aseguró Anne—. No temas por tu madre, Ivi. Ella tiene la cabeza bien puesta y será la que definirá la situación.
Ivana coincidió con la conclusión de la mujer. Le bastaba saber que Wilson no estaba atado a otra relación. El resto, se dijo, corría por cuenta de su madre. Terminó su café y le anunció a Anne que estaba lista para salir. Tomaron un taxi hasta la estación porque había comenzado a lloviznar. Poco después estaban instaladas en el tren que al cabo de dos horas las dejaría en la estación de Birmingham. Mientras atravesaban la verde campiña salpicada por aldeas pintorescas, Anne e Ivi progresaron en el conocimiento mutuo. Ambas disfrutaban de la compañía recíproca y se arriesgaban al intercambio de confidencias.
—Me costó mucho superar la decisión de mi hijo cuando decidió quedarse en tu país —dijo la mujer—. Sentí que había fracasado como madre y sólo la templanza de Bob pudo sostenerme en aquel entonces.
—Tu compañero es excepcional —concedió Ivana—, pero Gael siempre te tiene presente como si no se hubieran separado. Lo que siempre me extrañó era que nunca nos visitaran cuando viajaban a verlo.
—Porque aprovechábamos el departamento que tiene Alec en Buenos Aires. Mi hijo no tiene comodidades para recibir huéspedes en ninguna de sus viviendas. De esa manera, al ahorrarnos el alojamiento, podíamos viajar más seguido.
—¿Así que se iba a Buenos Aires? —rió la chica—. Siempre creí que su desaparición
se debía a que los llevaba a pasear por distintos lugares.
—Sólo cuando veníamos por más de dos semanas. Pero la intención era no desperdiciar ningún momento de coexistencia. A la postre, en estos encuentros anuales pienso que compartimos mucho más que si hubiéramos vivido juntos. Teníamos el cien por ciento de su atención, cosa que no sucede con los hijos adolescentes.
—Es cierto —dijo Ivi—. Sumando las horas que nos vemos con mis hermanos para compartir otra cosa que no sean las comidas, no sé si llegaríamos a treinta días completos al año.
—Tendrás que afincarte en Inglaterra —sonrió Anne— y ellos te vendrán a visitar.
Ivana inclinó la cabeza con gracia haciendo un gesto negativo. La mujer cambió de tema:
—No me dijiste cómo te fue anoche.
—¡Ah…! Realmente disfruté la salida. Los amigos de Gael son muy agradables y no me hicieron sentir una extraña.
Anne aceptó la ambigua declaración de Ivi que no daba cuenta de los sentimientos hacia su acompañante. Por la soñadora expresión de la muchacha pensó que algo había cambiado y aspiró a que los jóvenes encontraran el uno en el otro la pareja que buscaban. Cuando bajaron del tren asomaba un sol anémico por lo que decidieron arriesgarse a visitar los jardines botánicos. Antes de que comenzara a llover habían recorrido el rosedal, los jardines históricos, el estanque y el paseo de los helechos. Se refugiaron en el invernadero hasta que pudieron salir y dirigirse en taxi hasta el acuario. Recorrieron el barrio de los joyeros antes de que se acentuara la tormenta y almorzaron en el centro. A las cinco de la tarde dieron una vuelta por el principal centro comercial y se sentaron a tomar una infusión. Anne atendió una llamada a su celular:
—¡Cariño! Aquí llueven gatos y perros, pero hemos aprovechado el paseo —dijo a su interlocutor—. Sí, quédate tranquilo… Está bien… Sí… Estamos a punto de regresar… Está bien, te aviso —cortó la comunicación.
—¿Bob? —preguntó Ivi.
—No, querida. A esta hora está dando una conferencia. Era Gael, preocupado por nosotras.
—Ah… —emitió la joven.
—Creo que tiene razón, Ivi. Aquí no podremos ver mucho más y conviene que ya vayamos a la estación.
Ivana estuvo de acuerdo. La camarera les solicitó un taxi y a las seis arribaron a la terminal. Consiguieron pasajes para las ocho de la noche y esperaron en una pequeña confitería. Anne llamó a su hijo para ponerlo al tanto del horario de partida. A las siete y media las sorprendió un apagón que, por los comentarios de los empleados, afectaba a gran parte de la ciudad; y quince minutos después, al dirigirse a la plataforma de salida iluminada con luces de emergencia, un altavoz anunció a los usuarios que la línea que se dirigía a Marylebone había sufrido un descarrilamiento y no operaría hasta el día siguiente.
—Tendremos que tomar un autobús o un taxi —dijo Anne.
Ivana comprobó que el temporal se mantenía al igual que la falta de luz.
—Anne, me parece muy arriesgado movernos por la ciudad en medio de la tormenta y la oscuridad. ¿Y si pernoctáramos aquí? Mañana volveremos en tren si funciona o buscaremos otro transporte.
El sonido del celular impidió la respuesta de la mujer.
—Tranquilízate, hijo, todavía no abordamos el tren… Estamos bien… Mejor que yo… Sí, estás bien informado, hay un apagón... Sí, Gael. Ivi me lo acaba de proponer… —escuchó otro rato—. Bueno, te paso con ella —le tendió el aparato a la muchacha.
—Hola —saludó risueña—. ¿Tenés más instrucciones para darme?
—Quería escuchar tu voz. Es demasiado tiempo desde anoche —dijo impetuoso—. Busquen un buen hotel y mañana las paso a buscar. Tengan cuidado, querida, y avísenme no bien estén ubicadas.
—Como dijo tu mamá, quedate tranquilo. Después te llamamos. Chau —se despidió y apagó el receptor para evitar una charla más intimista.
—Veamos si podemos conseguir un taxi —manifestó devolviendo el celular.
Media hora después estaban acomodadas en un hotel céntrico dotado de su propio grupo electrógeno.
—¡Qué alivio! —exclamó Anne al sentarse en un sillón de la antecámara y descalzarse—. Tengo los pies húmedos de tanto chapotear por los charcos. Voy a pedir chocolate caliente para las dos. ¿Te apetece algo más?
—Una medida de whiskey sería el complemento ideal —colaboró Ivi.
—Excelente idea. Ya llamo —dijo la mujer y levantó el teléfono. Después de hacer el pedido, se levantó—. Voy a pasar al baño. ¿Querrás llamar a Gael para decirle dónde nos alojamos?
La joven asintió y sacó su celular.
—¡Hola, encanto! ¿Adónde están?
—Te paso el parte —dijo en tono competente—: en el hotel Hyatt, equipado con generador de energía eléctrica, y acabamos de pedir chocolate y whiskey. ¿Qué me decís?
—Que desearía ocupar el lugar de mi madre.
—En tal caso, estaríamos en habitación simple —contestó ella burlona.
—Estoy seguro de que nos arreglaríamos muy bien —lo escuchó decir.
—¡Cada uno en la suya, tonto! —le aclaró.
Él rió francamente antes de responderle:
—Igual acepto. Soy un hombre de recursos.
—Sos un payaso —dijo ella—. ¿A qué hora nos venís a buscar?
—A la que quieras, princesa.
—Teniendo en cuenta que nos acostaremos antes de las diez, lo dejo a tu elección.
—Entonces, desayunaremos juntos. ¿Qué pudieron hacer bajo la lluvia?
—Mañana te cuento —replicó ella—. Están tocando la puerta.
—De acuerdo. Que tengas felices sueños.
Ivana cerró el teléfono y atendió a la empleada que les alcanzaba el pedido. Lo dejó sobre una mesita mientras ella rebuscaba un billete en su cartera. Se lo entregó y la muchacha agradeció y le deseó buenas noches. Poco después estaban degustando las bebidas con Anne.
—Es curioso —dijo la mujer—. Cuando llamó Gael me repitió exactamente lo que me acababas de proponer con respecto a buscar un hotel. Parece que comparten la misma sintonía.
—Sin ofender, diría que compartimos el mismo sentido común —esclareció Ivi con una sonrisa.
—Tienes razón —rió su compañera—. Yo te pensaba llevar a buscar un autobús en medio de la lluvia y la oscuridad.
—Y tu hijo te tiene bien calada —resumió la chica compartiendo su risa—. Mañana nos viene a buscar temprano. Piensa desayunar con nosotras, dijo.
—Estaba como loco cuando lo atendí —recordó Anne—. Pensó que estábamos en el tren accidentado y no se animó a llamarte a ti por temor a que no contestaras.
—¿Por qué no iba a contestar? —se extrañó la joven.
—Porque podrías estar herida —dijo Anne suavemente—. Y él no se atrevía a considerar esa posibilidad.
Ivana guardó silencio, la mirada perdida en su mundo interior. Las palabras de la mujer no sugerían, sino que confirmaban el interés amoroso de Gael hacia ella. Y yo tonteando por teléfono, aceptando sus insinuaciones como si estuviera de acuerdo. Soy una tramposa porque ni siquiera tengo claro lo que siento. ¡Y él un descomedido…! No. Se sinceró y ya no oculta sus sentimientos. ¿Hasta cuándo podré resistir? ¿Resistir qué? Su asedio, estúpida. Cada vez tenés menos fuerza para hurtarte de su mirada. Si Anne pudiera leer mi mente no abogaría por mí a favor de su hijo. ¿Quién desea tener una nuera trastornada? Escuchate. Nuera dijiste. Como si ya hubieras decidido noviar con Gael…
—¿…acostarnos?
Sumida en su monomanía sólo escuchó el final de la pregunta de Anne.
—Sí —se apresuró a contestar—. Así podremos madrugar.
La mujer se acercó y le brindó un estrecho abrazo. Ivi se abandonó a la muestra de afecto que aliviaba su afiebrada mente. Se separaron con un beso cariñoso y no tardaron en quedarse dormidas.

XXX

Ivana se levantó y desactivó la alarma de su celular para no despertar a su compañera mientras se daba una ducha. El agua caliente la relajó y lamentó no tener una muda de ropa más abrigada para cubrir su cuerpo. Se había acercado a una ventana y comprobó que seguía lloviendo y la temperatura había descendido. Pensó en llamar a Gael para que cargara algún abrigo pero desistió, segura de que pegaría la vuelta si ya había emprendido el viaje. Anne estaba levantada cuando ella terminó de vestirse.

—¡Buen día! —la saludó y se acercó para darle un beso—. ¿Cómo amaneciste?

—Descansada. Veo que has tomado un baño. ¿Aguardarás a que yo haga otro tanto?

—Por supuesto. Viene bien para enfrentar el frío.

—Anoche le mandé un mensaje a Gael para que nos trajera un poco de ropa.

—¡A mí se me ocurrió lo mismo! Pero un poco tarde…

—Ya ves que todavía conservo un poco de sentido común —rió la mujer—. Me voy a duchar ya para no hacerte aguardar demasiado.

A las ocho y media bajaron al comedor. Anne fue la primera en divisar al trío:

—¡Mira qué escolta nos aguarda! —exclamó.

Los varones se levantaron al verlas llegar. Jordi corrió para saludarlas mientras padre e hijo aguardaban.

—¡En Londres también llueve! —les informó el chico—. Pero no hay corte de luz.

—Es un aliciente para volver —se alegró la mujer.

Ivana observó, mientras se acercaban, el rostro rasurado de Gael. Saludó a Bob y le manifestó a su hijo:

—Te afeitaste.

—¿También por esto me vas a retar? —murmuró, atravesándola con la mirada.

—No tengo por qué. Vos sabrás —desvió los ojos para buscar la silla donde sentarse.

Gael sonrió y apartó un asiento. Ella se ubicó sin agradecer el gesto mientras el resto, aparentando no haber presenciado el intercambio entre la pareja, ocupaba sus lugares. Una camarera acercó un carrito con el servicio de desayuno y lo instaló junto a la mesa. Cada cual optó por sus alimentos preferidos y comieron escuchando las peripecias de las mujeres. Robert se hizo cargo de la cuenta del hotel mientras Gael sacaba de un bolso las prendas que había traído para Ivi y su madre.

—Antes de volver, iremos a recorrer la fábrica de chocolates Cadbury —dijo el médico—. Se lo prometimos a Jordi.

—Son las nueve —señaló su madre—. Tendremos que esperar hasta las once y media.

—No. Averigüé que hoy abren más temprano —aseguró Gael.

Cuando Bob regresó, salieron al destemplado exterior. Ivana aspiró el aire frío confortablemente arropada en el jersey que le había entregado el joven. En la visita, que duró dos horas, los obsequiaron con tabletas de chocolate, asistieron a una divertida función de cine, se enteraron del proceso de producción, montaron en un trencito y visitaron la tienda donde exhibían y vendían una amplia variedad del producto. A las once y media regresaron a Marylebone. En la residencia de los Connor las mujeres prepararon un almuerzo liviano que, poco después, los reunió alrededor de la mesa.

—Ivi —dijo Jordi—, ¿vamos a visitar el museo de cera esta tarde?

Ella, sosteniendo el tenedor a medio camino de su boca, lo miró con aire resignado. Las figuras de cera no la atraían especialmente pero no quería frustrar el deseo de su hermano. Gael, a quien no se le había escapado el gesto, terció:

—Si papá y mamá acompañan a Jordi, podríamos ir hasta Greenwich.

Bob y Anne captaron de inmediato el mensaje de su hijo: quería estar a solas con Ivi y ellos eran sus aliados incondicionales. Ante la indecisión de la muchacha, el médico mayor dijo con entusiasmo:

—¡Excelente plan! Y nosotros disfrutaremos de la compañía de este jovencito visitando nuestro lugar preferido.

Anne ocultó una sonrisa porque sabía que Bob detestaba esas figuras que le recordaban a los cadáveres por su textura e inmovilidad, pero apoyó con presteza la propuesta:

—¡No te lo pierdas, querida! Es un distrito digno de conocer y después podrán intercambiar con Jordi las experiencias de cada uno.

—¡Dale, Ivi! Acordate que yo no podré conocer tantos lugares. Si vos vas y me contás, será como si yo lo hubiera visto —secundó su hermano.

Gael rogaba que con tantas adhesiones su chica aceptara la oferta que le permitiría retomar la intimidad alcanzada en Soho. Intranquilo, la vio vacilar y se sosegó cuando ella preguntó dudosa:

—¿Están seguros de querer visitar de nuevo ese museo?

—Hija —dijo Bob—, hace tiempo que buscaba la excusa para volver a recorrerlo. ¿Y qué mejor si es para satisfacer a Jordi?

—Bueno —accedió para alivio de Gael—. Confieso que me tienta más este proyecto que el museo de Madame Tussauds —miró a su hermano—: disculpame, Jordi, por no acompañarte, pero con los maniquíes de la casa de Sherlock tuve suficiente.

—Por mí está bien, Ivi. Cada cual verá lo que más le gusta —dijo Jordi solidario.

—Gael, ¿a qué hora tenemos que salir?

—¿Te parece bien dentro de dos horas? —la consultó.

—Seguro —asintió, y se dispuso a terminar su comida.

Ivana, después de bañarse y cambiarse, habló con Lena.

—¡Hola, mamá! ¿Cómo la pasaste anoche?

—Más que bien, Ivi. Hacía tiempo que no me sentía tan agasajada. Alec es un hombre excepcional.

—Es una calificación notable, mami. ¿En un solo encuentro?

—Tengo veinticinco años más que vos, nena. Y menos aprensiones también. Puedo reconocer sin tantos rodeos que alguien me gusta.

—¿Lo suficiente para reemplazar a papá? —se le escapó.

—Ivi, tu padre hace rato que me reemplazó. Y yo nunca pensé que iba a tener la oportunidad de cruzarme con otro hombre de bien. Querida mía, sos una mujer evolucionada y eso implica que podés adaptarte a los cambios. El cambio al cual me refiero tiene que ver con que tu padre y yo dejamos de ser pareja. ¿No querrías lo mejor para los dos?

Ivana suspiró compungida antes de contestar:

—Sí, mamá. Perdoname. No tuve mucho tiempo para elaborar el duelo —Se repuso y preguntó—: ¿Cómo están los chicos?

—Bien. ¿Y mi Jordi?

—Muy bien. A punto de ir al museo de cera con Anne y Bob.

—¿Y vos?

—Voy a ir con Gael a Greenwich.

—¡Ah…! ¿Estás tratando de aclarar tu confusión?

—¡Ay, mami, sos inexorable! ¿No se te va a olvidar nunca esa palabra?

—No hasta que deje de atormentarte —dijo con ternura—. Querida, hacete el favor de escuchar alguna vez lo que sentís.

—Seré todo oídos, mamucha. Te mando un enorme beso y hasta mañana.

A las cuatro de la tarde el matrimonio y Jordi salieron para el museo y ellos hacia Greenwich. El clima tendía a mejorar y el cielo se fue despejando lentamente. Ivana, distendida, observaba el paisaje por la ventanilla. Se volvió hacia Gael y sus ojos recorrieron el perfil voluntarioso de su amigo concentrado en la carretera. Reconoció cuán atractivo era mirándolo ahora como hombre. Por cierto que no le podía ser indiferente a ninguna fémina. Como un relámpago, la fulminó el recuerdo de la noche en que lo sorprendieron en su departamento con una mujer. Me sentí engañada como mamá se había sentido por mi padre. ¿Pero qué fidelidad habrías de guardarme si no había ningún compromiso entre nosotros? ¿O acaso yo intuía algo más que la relación de amistad? ¿O que no tenías derecho a pensar en otra mina cuando yo te hacía confidente de mis dilemas sentimentales? Era tan natural mi sexualidad como tu castidad como amigo. ¡Qué conclusión absurda!

—¿En qué estás pensando? —la pregunta de Gael la sobresaltó.

—En que nunca más hablamos de los estudios de Jordi —se apresuró a contestar como si él pudiera entrever su silencioso monólogo.

—Estamos avanzando con el nuevo protocolo y añadiendo unidades que por el momento refieren a su capacidad. Todavía no puede amplificarla más que en un radio cercano, pero creemos que la potenciará a medida que aprenda a manejarla.

—¿Y él se siente bien con todas esas pruebas? —inquirió ansiosa.

—Yo diría que muy bien e interesado —sonrió Gael—. Especialmente por la participación de Maude.

—Maude… —murmuró Ivi—. ¿La chica especial?

—Adivinó, señora. Comparten una frecuencia que los fortalece mutuamente. Amén de haber despertado en Jordi un interés que trasciende la investigación de sus cualidades.

—Ah… —dijo la joven—. Otro niño precoz.

—¿Lo decís por mí? —rió su amigo.

—No conozco otro —dijo pendenciera.

Él se limitó a sostener la risa sin alimentar la hoguera de la provocación.

—Vamos a tomar un barco desde Westminster —le adelantó poco después—. Tardaremos un poco más en llegar pero navegarás por el Támesis.

El viaje duró más de una hora hasta desembarcar en el muelle flotante de la villa. El disfrute de Ivana llenó de regocijo a Gael quien iba señalándole los lugares que iban atravesando. Antes de ascender hasta el observatorio deambularon por las calles empedradas y se detuvieron en alguna de las antiguas tiendas. Después caminaron por el Royal Greenwich Park adonde Ivi se deleitó al avistar numerosas ardillas y un reno. El camino central conducía a una cuesta que se iba empinando hasta desembocar en el Royal Observatory.

—¡Apuesto a que llego primero! —desafió Ivana.

—No te lo aconsejo —dijo Gael con parsimonia.

—¡Nos vemos arriba! —rió ella y encaró la pendiente.


XXXI

El hombre, que había experimentado más de una escalada, la siguió a buen paso pero sin extremar la velocidad. A medida que ascendían la senda se estrechaba y se elevaba ofreciendo en varios puntos bancos para tomar un respiro. Se fue acercando cuando faltaban los últimos doscientos metros porque la testaruda mujercita, como él suponía, desdeñó los puntos de descanso que le brindaba el camino. Cuando la vio desfallecer, inclinada hacia delante para aliviar sus músculos acalambrados, la cargó entre sus brazos y se impulsó hasta la cima. Ivana, luchando por recuperar el aliento, ni siquiera tuvo ánimo para oponerse. La depositó en un banco próximo a la entrada del observatorio y se sentó junto a ella.
—Vos sabías… —reprochó ella con un hilo de voz.
—Te advertí —dijo él—. Pero los consejos no entran en tu cabezota. ¿Estás bien?
—Cuando se me pase el dolor en la cintura te digo.
—¿Querés que te haga un masaje? —ofreció él con gentileza.
—¡No…!
Gael sonrió y se dedicó a revivir las sensaciones de tenerla acaparada sobre su cuerpo. Claro que él no la quería extenuada por la fatiga sino de amor. Este pensamiento lo envolvió en una ola de sensualidad de la cual emergió al llamado de su amada:
—Ya estoy en condiciones de seguir —declaró poniéndose de pie.
—Vamos, entonces.
Visitaron el observatorio, recorrieron el museo, se sacaron una foto conjunta con los pies apoyados sobre cada lado del meridiano y abordaron el último barco para volver a la ciudad. Instalados en butacas adyacentes, Ivana le reveló la relación que su madre había iniciado con Wilson:
—¿Pensás que Alec es una persona confiable? —le preguntó.
—Totalmente —afirmó—. Lo conozco desde que era niño y si se involucró con ella es porque no duda de sus sentimientos. Creí que nunca iba a superar la pérdida de su mujer y me alegro tanto por él como por Lena. No podría encontrar mejor compañero.
—Parece que ya das por hecho el vínculo.
—Es que, chiquita, no todos los hombres son tan pacientes como yo —dijo comiéndosela con los ojos.
Ivana apartó los suyos y, hasta que atracaron, se mantuvo en un silencio que su pretendiente acató.
—Vamos a cenar antes de volver —fue lo primero que dijo él cuando desembarcaron.
La guió hasta un restaurante a orillas del Támesis adonde se instalaron en una galería cubierta con vista al río. Mientras esperaban la comida, Gael se dedicó a observar a su linda acompañante. Ivi, turbada, lo hostigó:
—¿Qué mirás tanto?
—Me encanta mirarte… —dijo arrastrando las palabras—. Me encanta que estés conmigo y me encanta tu tozudez que me permitió tenerte entre mis brazos.
—Dijiste que no me ibas a perseguir —le recriminó.
—Vos me preguntaste.
—Hablemos de otra cosa —alegó ella esquiva.
—¿De qué te parece que podamos hablar? —indagó su amigo con placidez.
Ivana examinó cuidadosamente los posibles motivos de charla y encontró que, tanto ella como él, se conocían lo suficiente para no poder recrearse el uno para el otro. Ese aspecto del intercambio estaba reservado para extraños.
—Qué sé yo… —expresó al fin—. De cualquier cosa que no nos involucre. No hay nada que ignores de mí como yo de vos.
—No estoy de acuerdo —declaró él—. Todavía me estoy preguntando a qué se debió tu reacción la noche en que viniste con Lena a mi departamento.
—¡Estaba alterada por el encuentro con papá! —dijo indignada.
—Entiendo. ¿Pero por qué hiciste extensiva tu bronca hacia mí?
La muchacha frunció los labios y se dijo que no tenía por qué contestarle. ¿Sería el momento de sincerarse? Lo que temía era el modo en que él tomaría su franqueza. Decidió desnudar sus sentimientos para esclarecerlos.
—Me sentí tan engañada como mamá —reconoció—. Yo esperaba encontrar alivio entre tus brazos y resulta que los tenías ocupados con otra mujer.
Gael la miró con adoración.
—No sabés cuánto lamenté ese infortunado incidente que entorpeció el consuelo que deseaba brindarte…
—¿Incidente, lo llamás? —interrumpió ella—. ¿Éso son las mujeres en tu vida?
—No me chicanees, Ivi. Vos sos la mujer de mi vida, pero soy un hombre normal con necesidades que satisfacer. Nunca hice promesas que no iba a cumplir y cada mujer con la que estuve sabía muy bien hasta dónde llegaba la relación.
—Sexo sin amor… —dijo reprobadora.
—Vos también lo experimentaste, si mal no recuerdo.
—¡Yo creí estar enamorada! —se defendió.
—Creo que todavía no sabés lo que es estar enamorada —señaló con suavidad.
—¿Vos sí? —preguntó con ironía.
—Cada día desde que te conozco y que no puedo acceder a la plenitud de tu persona. Cada noche que no puedo tenerte en mi cama. Cada mañana que no puedo contemplarte al despertar. Cada momento en que quiero besarte y decirte cuánto te amo —dijo bajamente inclinándose hacia ella.
Ivana se sintió atrapada por las palabras del hombre que aceleraron su ritmo cardíaco. La manifiesta revelación de los deseos masculinos la sujetó a las ardientes pupilas que demandaban su consentimiento. Reaccionó cuando el cálido aliento de Gael anunció la inminencia del beso.
—No me hagas esto… —gimió, apartándose del acto irrevocable que sellaría el fin de la idealizada amistad.
Él se enderezó y respiró hondo. Tomó la mano de la atribulada muchacha y la refugió entre las suyas.
—Ivi, Ivi… —murmuró—. Perdoname si te ofendí. No te pongas así que me destruís, querida.
Ivana giró la cabeza hacia el ventanal y fijó la mirada sobre el río para reponerse. Tenía conciencia de su actitud pueril ante un avance masculino que en otra circunstancia hubiera rechazado sin sentirse amenazada. Miró al hombre de expresión preocupada que sostenía su mano y le dedicó una débil sonrisa:
—Perdoname vos —pronunció con suavidad—. Nunca me he sentido tan tonta.
Él besó la mano que retenía y dijo con tono alegre:
—Vamos a pedir un postre, ¿querés?
Ivi asintió y terminaron su cena compartiendo un enorme trifle de chocolate y cerezas. Como en los viejos tiempos, se divirtieron cuando las cucharas chocaban al disputarse una fruta o un trozo de chocolate. El médico, en medio de risas, le cedió a la joven la última cucharada.
—Mmm… Estuvo delicioso —suspiró Ivi.
Deliciosa eres tú, pensó Gael.
A las once volvieron a Marylebone. Ivana, soñolienta, se durmió contra el hombro del conductor. Después de ingresar a la cochera él se tomó un tiempo para contemplarla. Si fueras mía te cargaría hasta nuestra cama para despertarte con besos y caricias y después te amaría hasta desfallecer. Intuyo que va a ser pronto, mi vida. Es tanto lo que te quiero que no es posible que permanezcas indiferente…
—Ivi, querida, llegamos —llamó suavemente.
La chica entreabrió los ojos con aturdimiento hasta comprender las palabras de Gael. Se apartó de su flanco y tanteó la puerta buscando la manija.
—Yo te abro —dijo él descendiendo del vehículo.
Le tendió la mano para ayudarla a bajar y juntos subieron la escalera que conducía a los dormitorios. La casa silenciosa indicaba que sus habitantes estaban entregados al descanso. Al llegar a la puerta del cuarto de Ivi, él desasió su cintura y esperó a que abriera la puerta. Quedaron frente a frente y el hombre se inclinó para rozar con sus labios la mejilla ardorosa. Ivana elevó la cara con los ojos cerrados y la boca entreabierta como esperando un beso. Gael comprendió que, enervada por el cansancio y el poderío de sus sentimientos, podría tenerla esa misma noche. Pero él la quería totalmente conciente de sus emociones y convencida de su entrega amorosa. Por eso, se limitó a estrecharla brevemente contra él y acariciar su pelo antes de voltear hacia su habitación. La joven, sentada al borde del lecho, valoró la renuncia del hombre ante su capitulación y lo amó por haber interpretado la fragilidad del momento. Soltó las amarras de su contención y se dejó arrastrar por la vorágine de sus sensaciones. Comprendió que su aparente intransigencia no era más que una excusa ante un hecho irrebatible: estaba enamorada de Gael y había deseado que se quedara con ella.

XXXII
(para envío gratuito del final, correo a cardel.ret@gmail.com)

FIN