martes, 29 de septiembre de 2009

INTERSECCIONES - (Registrada en S.A.D.E. (Sociedad Argentina de Escritores)

Juan paseó la mirada por la penumbra del bar sin buscar nada en especial. Eran las doce de la noche y estaba contrariado porque la reunión con los representantes porteños se había prolongado sin haber concretado el negocio. Eran un hueso duro de roer y, por la mañana, debería recurrir a sus asesores. Caminó hasta la barra detrás de la cual se encontraba su amigo Nico. El dueño del establecimiento y él eran amigos tras haber sobrevivido a un accidente aéreo sosteniéndose mutuamente. No podían ser más distintos. Juan tenía treinta años, era un hombre de negocios legales, amante de la música y los deportes, instalado a medias entre un departamento céntrico y la casa materna y confeso de amor incondicional hacia las dos mujeres que poblaban su vida: su madre y su hermana Jimena . Nico le llevaba cinco años, vivía solo y no se le conocía pareja estable, sus negocios eran nocturnos y sus relaciones, marginales. Concurría al gimnasio para desarrollar sus poderosos pectorales y endurecer un cuerpo que, generalmente, disuadía a los alborotadores de empezar una riña. Entre sus inquietudes no figuraba la licitud del origen de sus ganancias. Tanto le daba que provinieran del funcionamiento del bar, como de las comisiones que le pagaban las mujeres a las que permitía trabajar en su local. Este era un tema del que no hablaría nunca con Juan porque lo que los unía eran la entereza y el desprendimiento con que habían afrontado la adversidad. En ese espacio particular estaban hermanados con prescindencia de las convicciones éticas de cada uno.
-¡Hola, Juan! -Nico lo saludó y puso un vaso de wiski delante de su amigo.
-¡Hola, Nico! No parece haber mucho movimiento esta noche.
Nico bajó una botella de Chivas y le sirvió una generosa medida. Juan le agradeció con un gesto.
-Extraña hora para venir un día de semana -observó el dueño del bar.
-Recién salgo de la oficina y cargado como una pila. ¿Podés creer que después de cinco horas de negociación a un tira bombas se le ocurre cuestionar un punto del contrato que va a requerir la intervención de los abogados de cada parte?
-¡Ah! Los picapleitos son una chusma que tienen compinches bien entrenados… -resumió Nico.
Juan se rió de las conspicuas apreciaciones de su amigo. Un potente trueno hizo tintinear las copas de cristal colgadas de los estantes de las bebidas y casi dejó al salón sin luz.
-¿Estás con el auto? -se interesó Nico.
-Lo dejé en tu cochera. ¿Vendrás a pescar este fin de semana?
-No. Espero una importante partida de bebidas. Ya sabés…
Juan sabía que su amigo compraba bebidas de contrabando con las que hacía pingües diferencias y sospechaba sobre otras actividades menos respetables, pero también sabía que a pesar de sus imperfecciones era la persona más confiable que conocía.
-¿Qué pasó con la autorización del departamento de trabajo? -se acordó Juan.
-Todo en orden. A estos parásitos los comprás con poco -dijo Nico despectivamente.
-Y así la rueda de la corrupción sigue girando… -filosofó su interlocutor.
-Así es el mundo, amigo mío. Cada cual saca la tajada que se atreve. Salvo los honestos comerciantes… -le descargó, con una sonrisa.
Juan contuvo su respuesta al captar un leve gesto de sorpresa en la cara de Nico. Una figura se deslizó en la banqueta contigua. Era una mujer que había llegado silenciosamente y de la que no podía juzgar el perfil oculto tras el manto de su pelo.
-¿Qué le sirvo?
La voz impostada, que a su amigo le surgía en presencia de bellas hembras, incrementó su interés.
-Un wiski -respondió la mujer.
Nico dejó la copa sobre un posavasos, agregó hielo y sacó la botella de debajo del mostrador. Juan bebió un sorbo de su vaso y aspiró a que la joven tuviera un estómago apto para tolerar la bebida de mala calidad. Para su asombro, ella alineó la cabeza y acabó el brebaje casi de un trago.
-Otro -le ordenó a Nico, tosiendo un poco.
El hombre obedeció y le escanció una medida doble. Los amigos estaban pendientes de la bebedora compulsiva. Esta vez, acometida por la quemazón de su garganta, no pudo terminar con el contenido. Tosió hasta que Nico le sirvió un vaso de agua con hielo que pareció calmarla. Juan, con un leve movimiento de cabeza, le indicó al dueño del bar que se eclipsara. Las convulsiones de la tos habían provocado en la muchacha un estado semejante al resfrío: nariz congestionada y lágrimas surcando las mejillas encendidas. Su vecino de asiento le tendió un pañuelo que ella agradeció pero no aceptó. Hurgó en su cartera hasta encontrar un pañuelo descartable con el que se sonó la nariz y luego volvió a guardar. Después, a pequeños tragos, terminó con la bebida. Juan le ofreció:
-¿Puedo invitarte con una vuelta?
La joven giró la cabeza y asintió hieráticamente. El hombre apreció un bonito rostro enmarcado por cabellos lacios y negros. Volvió a llamar a Nico:
-Que sean dos - indicó.
Su amigo comprendió y cambió la copa de la joven, vertiendo Chivas en ambos vasos.
-Me llamo Juan Rivas –le alargó la mano.
-Yo soy… María –dijo ella ignorando la diestra tendida.
Bajó el brazo ante la mirada divertida de Nico, infiriendo que ni siquiera le había dicho su nombre verdadero.
Ella bebió despacio y pareció apreciar la diferencia de licores. Antes de que Nico se cruzara de brazos en su gesto típico de negarse a servir, Juan, sin mediar diálogos, la había convidado dos veces más. La lluvia pegaba sobre los cristales de la ventana y la temperatura había bajado varios grados. El joven preguntó:
-¿Querés que te lleve a tu casa?
La mujer, sin superar el estado de catatonia, se encogió de hombros levemente, ademán que Juan asumió como aceptación. Intentó pagarle a Nico la consumición total, pero la joven no accedió a que abonara sus primeras copas.
-¡No, no! ¡De ninguna manera! Yo pago lo mío - pronunció con dificultad.
Abrió su cartera con torpeza y sacó un billete de cincuenta pesos que el dueño del bar tomó sin discutir. Guardó el vuelto con la misma imprecisión y se arrojó literalmente del taburete. Aunque Juan estaba bastante achispado, logró atraparla antes de que terminara en el suelo. Nico dio la vuelta a la barra y le dijo a Juan en voz baja:
-No podés manejar en este estado. Esperá que llame a Guillermo y los llevo.
Su amigo le apretó el brazo con rudeza y le contestó:
-No te metás, Nico, que todavía puedo solo. Voy a estar bien.
Nico entendió el mensaje y no insistió más:
-Andá con cuidado, viejo, que la quinta del ñato está llena de omnipotentes.
Miró con preocupación la marcha cuidadosa de la pareja que se dirigía a la salida. Desde allí Juan le hizo una sonrisa y una señal de despedida. Abrió la puerta dejando entrar una ráfaga lluviosa que salpicó la alfombra de la entrada y sostuvo a la joven a la que el viento amenazaba arrastrar. Cuando cerró, Nico se quedó observando sus siluetas distorsionadas por los cristales difusos que adornaban la abertura.
-Esperá que acerco el auto a la entrada -sugirió Juan cortésmente.
-¡No! Voy con vos -dijo María.
El hombre no insistió. Cruzó la calzada con rapidez hasta llegar al refugio de la cochera. Mientras abría la puerta de su vehículo se volvió para mirar a su acompañante. La joven estaba empapada. Bajo la luz de los fluorescentes pudo apreciar lo linda que era, sin maquillaje y con el pelo chorreando.
-¿Cómo te mojaste tanto? -preguntó sorprendido.
-El viento -le respondió.
-¡Ah…! ¿Cómo no lo pensé? Podría haberte cargado -dijo seriamente.
María se encogió de hombros como si fuera su gesto más expresivo. Parecía que toda contingencia le resbalara como el agua. Juan le franqueó la puerta del acompañante y después se acomodó tras el volante. Abandonó el estacionamiento tratando de clarificar su pensamiento obnubilado por el alcohol. “¿Debería llevarla a su casa o intentar que fuera a su departamento?”, se planteó.
-¿Vamos a tomar un café a mi casa? -aventuró, esperando una negativa.
-Bueno -contestó la joven.
“¿Es todo tan fácil con esta muchacha?”, se preguntó con cierta inquietud. Tenía sensaciones contradictorias: por un lado, celebraba la falta de mojigatería de la mujer; por el otro, le chocaba su actitud sumisa ante cualquiera de sus propuestas. Se dijo que era un imbécil si proseguía con sus cuestionamientos cuando las cosas se le daban favorablemente. Llegaron al edificio donde vivía sin pronunciar palabras. En igual silencio viajaron en el ascensor desde las cocheras del subsuelo hasta el décimo piso donde estaba su departamento. Juan miraba a la joven de gesto circunspecto y ojos inescrutables sin poder interpretar su expresión. Lo cierto es que la apatía de la mujer comenzaba a molestarlo. Entraron al departamento y le ofreció:
-Si querés secarte, el baño está detrás de esa puerta.
Ella movió la cabeza negativamente. “¡Dios!”, pensó Juan, “¿Hay algo que te conmueva?” Esta situación era inédita. Estaba acostumbrado a cortejar a las mujeres que llevaba a su departamento, a convencerlas de que eran únicas y a guiarlas lentamente hacia su cama. Hasta hoy, cien por ciento de efectividad. Pero esta muchacha era un desafío. La estudió abiertamente: alta, delgada, piel morena clara, nariz fina y mediana, leves hoyuelos en la comisura de los labios bien formados, ojos grises ¿tristes?, ese hermoso pelo negro, ropa clásica, sandalias de taco alto. Ella no se inmutó. Se dejó examinar con detenimiento como un ejemplar en exposición. La expresión de su cara no dejaba traslucir ninguna emoción, aunque más tarde Juan se reprochó no haber profundizado en esa máscara.
-¿Te sirvo alguna bebida? -le preguntó.
María lo miró con seriedad.
-¿Me trajiste para eso? -le planteó sin rodeos.
El hombre se ofuscó. Sintió que la joven lo descentraba de ese territorio de macho conductor al que estaba acostumbrado, y lo desafiaba a seguirla. Reprimió el bochorno con una brusquedad desconocida. Atrajo a la mujer hacia él y la sofocó entre sus brazos mientras la besaba salvajemente. Ella no se resistió ni emitió queja. El cuerpo inanimado despertó en Juan una oscura lujuria que lo incitó a dominarla, a sacudirla de esa indiferencia que tanto lo afrentaba. La arrastró hacia el dormitorio y la derribó sobre la cama. La desnudó, urgido por el deseo irracional de que ella lo rechazara, que despertara de ese letargo que le provocaba pasiones perturbadoras. Se arrancó la ropa mientras apretaba entre sus rodillas la esbelta figura femenina. El contacto de sus cuerpos desnudos lo enardeció y se hincó entre sus piernas mientras le inmovilizaba los brazos sobre la cabeza. Los ojos grises no le enviaron ninguna señal. Arremetió dentro de ella con una furia que la hizo gritar de dolor. Siguió embistiendo sin contención, concentrado en las crecientes pulsaciones de su miembro que lo dispararon hacia la culminación. Acabó con un jadeo gutural y se desplomó sobre el cuerpo de la mujer. Cuando recuperó el aliento, se apoyó en los antebrazos para alivianarla de su peso. Ella había cerrado los ojos y desde sus pestañas surgían gruesas lágrimas que resbalaban hacia sus sienes. Juan tuvo la sensación de haberla violado. Las palabras se atascaron en sus rígidas cuerdas vocales y se volvió hacia un costado con un gemido de impotencia. Un sopor irresistible, derivado del alcohol y la descarga, lo alejó temporalmente del reclamo de su conciencia. Despertó apremiado por su vejiga. Un formidable dolor de cabeza lo acometió al incorporarse y tuvo que hacer una profunda inspiración para contener las náuseas. Tras calmar los espasmos de su estómago, se acopló a la realidad: la muchacha había desaparecido. Caminó hacia el baño y atendió la demanda de su cuerpo. A continuación buscó en el botiquín un analgésico y lo tomó. Abrió la ducha permaneciendo largo rato bajo el chorro de agua caliente, hasta que sus músculos se relajaron y la cefalea se convirtió en una palpitación soportable. Regresó al dormitorio con el toallón rodeando su cintura. Examinó la cama como si esperara encontrar rastros que delataran la permanencia de la desconocida. Pasó los dedos suavemente por la almohada contigua buscando la huella de sus lágrimas, apoyó la mejilla donde antes la joven reposara la cabeza y nada más que un perfume desvaído dio cuenta de su presencia. Juan comenzó, a partir de ese momento, un trabajo de introspección que no terminaría hasta hallar a la mujer. La materia prima con la que rescató su imagen interna tenía tanto de culpa como de reprobación. Evocó su fisonomía y especialmente sus ojos, adonde ahora reconocía el dolor detrás de la indiferencia.
¿Por qué no pude acercarme a ella, indagar qué le pasaba, aquietarla con palabras o caricias en vez de atacarla? ¿Porque me desconcertó, o porque no se ajustó a la norma? ¿Por qué su grito de dolor me excitó más? ¡No me reconozco! ¡Ella gritó y lloró y tropezó con mi indiferencia! Si necesitaba un empujón para saltar al vacío, se lo procuré alegremente. Me siento una mierda… No me reconozco… ¿Adónde la buscaré? ¿Y qué podré decirle cuando la encuentre? ¿Que sólo me proponía acostarme con ella? ¿Y qué…? Peor fue violentarla. ¡No! Yo sería incapaz de obligar a una mujer. Ella vino entregada… Pero su entrega tenía más de martirio que de libertinaje. No me di cuenta. O tal vez no quise darme cuenta porque entonces no podría haberme acostado con ella. Y la deseaba tanto… Hasta que me hizo esa pregunta, yo sólo quería que gritara de placer. ¡Debo encontrarla!
El hombre miró el reloj que señalaba las seis de la mañana. Sabiendo que no volvería a conciliar el sueño, se vistió y salió a la calle. Manejó hasta un bar que abría temprano y se sentó a desayunar. Se propuso buscar a Nico después de la reunión de trabajo para averiguar sobre la joven, y esta decisión le calmó temporalmente la ansiedad.
A las ocho marchó a la oficina y a las ocho y media llegó su abogado:
-¡Buen día, Juan! -lo saludó tendiéndole la mano.
-¿Cómo estás, Rodolfo? -se la estrechó con firmeza.
-No tenés buena cara esta mañana. ¿Te acostaste muy tarde?
-Un poco -contestó evasivamente- Te voy a poner al tanto del punto en discusión.
Rodolfo asintió, desconcertado por la parquedad del diálogo. Generalmente, Juan lo convidaba con un café y antes de hablar de trabajo charlaban sobre cosas personales puesto que se conocían desde el secundario.
-Este contrato nos favorece si aceptan la cláusula quinta –le adelantó Juan entregándole el documento.
Rodolfo se acomodó para estudiarlo. El empresario le pagaba honorarios mensuales y sólo requería sus servicios en caso de conflicto. Terminó de leerlo sin que Juan lo interrumpiera. El artículo cinco se refería a la obligación de los contratantes de proveer sus productos a la empresa de Juan en forma exclusiva, al menos cinco años consecutivos antes de designar otros representantes. El abogado conocía la feroz competencia que había en el mercado electrónico y no se olvidaba de las inversiones que su amigo había realizado dos años atrás para intermediar en la venta de Electrotechnic. Pocos meses después de haber ganado la plaza, los fabricantes inundaron la ciudad con su mercancía a través de distintos revendedores. Si Juan no hubiese tenido una situación financiera sólida y una trayectoria intachable, hubiera quebrado. Desde entonces, por una cuestión de principios, se negó a participar de otra licitación, pero ésta le había sido ofrecida y él tomaba sus recaudos. Rodolfo opinó:
-Creo que te cubriste demasiado. Así tuvieras por dos años la comisión de esta firma, harías un negocio excelente.
-Me alegro que tengas en claro el quid de la cuestión. Dos o tres años serán suficientes. De modo que serás mi apoderado para el cierre del contrato y fijar la fecha de rubricación. Recibirás el tres por ciento de las utilidades netas por el tiempo que ganes. ¿Te interesa?
El abogado lo miró como si estuviera loco.
-¿Me vas a dejar a mí concluir el mejor negocio que pueda presentarse en tu vida?
-Si te interesa, como dije. Creo que me vendría bien delegar algunas tareas porque necesito tiempo… -se interrumpió y lo exhortó:- ¿Te interesa o no?
-¿Cómo no me va a interesar? Pero no entiendo, no es tu costumbre poner en manos de otros estas negociaciones…
-No hablemos más. Me voy antes de que lleguen los porteños. ¿Tenés el número de mi celular?
-Sí –afirmó Rodolfo.
-Llamame cuando esté todo listo. ¡Bai! –saludó con desparpajo y se fue.
El abogado estaba boquiabierto. La oferta de su amigo era tan generosa que se prometió pelear por la integridad de la cláusula. Aprontó sus argumentos mientras pensaba en el departamento que quería cambiar y el velero que, hasta hoy, era sólo una utopía.
A Juan no le cabían dudas de que Rodolfo pelearía la concesión como si fuera propia. Siempre pensó que un individuo bien incentivado se manejaba con eficiencia y honestidad. Para él, los riesgos empresariales eran mínimos si se reconocían los esfuerzos de las personas que posibilitaban la existencia de cualquier organización. Coherente con la idea, lo tradujo a la práctica, y la realidad le demostró lo acertado de este principio cuando el apoyo ilimitado de sus empleados le permitió afrontar una delicada situación. Manejó hasta la casa de Nico que estaba ubicada frente a la costa, disfrutando de una sensación de libertad desconocida en un día de trabajo. Mientras caminaba hacia la vivienda, se le disparó el corazón al imaginar que su amigo tendría la respuesta que buscaba. Inmediatamente, lo invadió el desaliento al recordar el sobresalto de Nico cuando vio llegar a la joven. Aspiró una bocanada del aire depurado por la lluvia y apretó el timbre del portero visor. Esperó un buen rato antes de que se abriera la puerta:
-Atiendo y no maldigo porque se trata de vos -dijo un Nico soñoliento y despeinado, mientras terminaba de atarse la bata.
-Perdoname, viejo. Pero no podía esperar -le contestó, apretando la diestra que le ofrecía.
Su camarada lo precedió hasta el estar que daba a un vasto jardín. Le indicó que se acomodara y puso en funcionamiento la cafetera. Después se sentó y esperó a que Juan hablara.
-Necesito ubicar a la chica que se fue conmigo -expresó sin rodeos.
Su adormilado amigo lo miró sin comprender.
-¿Qué puedo saber yo si vos te la llevaste? -dijo pasmado.
-Pensé que podía frecuentar el bar -contestó Juan con desaliento.
-No es el tipo de mujer que alterna en mi negocio -consideró Nico, y a continuación:- ¿No la acompañaste hasta la casa? -y antes de que pudiera contestarle:- ¡No me digas que te dio una dirección falsa!
-No, Nico. Desapareció mientras estaba dormido. Realmente, quiero encontrarla -reiteró con exaltación.
El dueño del bar se dio cuenta de que su amigo estaba alterado y que necesitaba una respuesta. Le puso una mano sobre el hombro y trajo la cafetera con dos pocillos. Después de servir, retomó la charla:
-Presiento que esperabas de mí una ayuda que no te puedo brindar. Y no me digas más de lo que necesito para darte una mano, pero aclarame un poco este rompecabezas.
La confianza y la generosidad de Nico obraron como catalizador en el ánimo de Juan, que se encontró relatándole lo sucedido en la víspera como quien drena el veneno de un ofidio. Después esperó la censura de su amigo.
-Mirá, Juan. Creo que las copas de más y el extraño comportamiento de la joven influyeron en tu conducta. No soy quién para juzgar a nadie, y menos a una persona cabal como vos. Si fueras un desaprensivo, no sentirías culpa ni necesidad de reparar. Así que, como no podemos cambiar el pasado, concentrémonos en el futuro. Me comprometo a usar todos los recursos que tengo para encontrar a tu muchacha, y... ¡arriba ese ánimo! -terminó Nico palmeándole el brazo.
-¿Vos creés que cuando la encuentre me va a perdonar? -tanteó Juan, esperanzado.
-¿Me parece, o estás enamorado? -preguntó Nico.
La expresión soñadora de su amigo no precisaba la confirmación del verbo.
Jimena terminó de picar la cebolla y se la alcanzó a Verónica, su madre:
-¿Puedo saber para qué comida estoy colaborando?
-Para los panqueques de verdura y queso -contestó la mujer, echando la cebolla en un sartén.
-¡La comida preferida de Juan! Decime, ma, ¿no lo notás un poco raro últimamente?
-¿A vos también te parece? Está como... distraído -señaló su madre, olvidando por un momento revolver la comida.
-Y evasivo. Hace tiempo que no me cuenta nada de sus actividades, de sus salidas, de su trabajo... ¡de nada! -afirmó Jimena- ¿Vos sabés algo?
-Esta mañana le volví a preguntar qué pasaba, y me contestó “¡Nada, mamá. ¿Qué me va a pasar?” Así que por lo menos hasta mañana no puedo insistir. Intentá vos Jimi…, que sos su debilidad -rogó Verónica, retirando del fuego el relleno que amenazaba quemarse.
-Lo haré si me prometés que no me vas a llamar por ese sobrenombre ridículo. ¿Por qué los padres se matan eligiendo un nombre y después se empeñan en destruirlo? -rezongó.
Verónica, riendo, la estrechó:
-¡Tesorito! Es que todavía te veo tan chiquita para ese nombre de adulta...
Jimena respondió a la caricia y las dos mujeres permanecieron abrazadas por un momento.
-¿Qué es ésto? ¿El monumento al amor filial? -la voz masculina las volvió a la realidad.
Ambas se soltaron y miraron con afecto al hombre que, por el momento, era el centro de sus vidas. Juan las besó y se acercó a la cocina:
-¡Mm! Esto huele de maravilla. ¿No hay un pancito para probar? -preguntó, sabiendo que para su madre no había peor amenaza que meterle un trozo de pan en la comida sin terminar.
-Vas a probar cuando te sentés a comer -respondió Verónica- Tenés tiempo de darte un baño.
-¡A la orden, mamá! -respondió su hijo, riendo, mientras salía de la cocina.
Jimena se volvió hacia su madre:
-¿Y cuándo te voy a ayudar para que preparés milanesas a la napolitana...?
-Esta noche, si querés.
-¡Ay, esta noche, no...! Me quedaré a cenar en Venado.
-¿Y a qué hora pensás volver?
-No voy a volver. Nadia me invitó a quedarme en su casa.
-¿Cuándo me iba a enterar...?
-Mami... Te lo iba a decir antes de irme o, a lo sumo, te llamaría desde Venado -y en tono confidencial:- Como no tengo el auto, le voy a pedir a Juan que me lleve. A ver si podemos charlar.
Verónica movió la cabeza con gesto resignado y le dijo a Jimena que preparara la mesa y le avisara a su hermano. Las dos estaban sentadas cuando bajó Juan. Su hermana lo miró y pensó cuán atractivo se veía, recién afeitado y con el pelo húmedo separado en mechones rebeldes. Se preguntó a qué se debía ese cambio de humor que la distanciaba de un hermano mayor siempre pendiente de los deseos de su hermanita, como la llamaba cariñosamente. ¿Tendría problemas de trabajo o acaso financieros? ¿O estaría enamorado y no correspondido? Se prometió hacer lo imposible por sonsacarlo.
-Juan, esta tarde tengo que ir a Venado y mi auto está en el taller. Pensé que podrías llevarme.
-¡Ah!, lo siento, nena. Pero debo estar en la Aduana para recibir un envío y no sé a qué hora me voy a desocupar -se disculpó Juan.
Vio la cara de decepción de su hermana y agregó:
-No me digas que no tenés algún moscardón que se sienta feliz de llevarte...
-Sabés que no. Y contaba con vos... -murmuró en tono de reproche.
-Esta vez te vas a tener que arreglar sola… ¡Te pago un remís! -le ofreció, magnánimo.
-¡Ni loca! Me voy en ómnibus. Espero que alguna vez me acompañés a la escuela adonde estoy trabajando. Antes te interesabas más por mis cosas. ¿A que no sabés cuánto hace que viajo todos los días?
Su hermano la observó en silencio. Jimena sabía que su pregunta lo molestaba, pero prefería verlo enfadado que distante.
-...¿Dos meses? -aventuró Juan.
-¡Cuatro, tonto!
-¡No discutan en la mesa! -intervino Verónica, mediando entre sus hijos como cuando eran niños.
-¡Bueno, Ji, no te sulfures! -su hermano le devolvió la injuria acortando su nombre a la mínima expresión- La semana que viene te llevo el día que quieras.
-La semana que viene tendré mi auto -le contestó altanera.
Él hizo un gesto de resignación y se concentró en la comida. Verónica miraba a sus dos hijos, a sus dos bebés devenidos en adultos cuyas necesidades ya no podía satisfacer. Juan era un hombre recto como su padre, y tan parecido en su personalidad y en sus gestos como si no lo hubiese perdido desde muy niño. Jimena se parecía más a ella, con un carácter alegre y desenfadado que aparentaba tomar con liviandad los desafíos cotidianos, pero con una inagotable necesidad de dar y recibir afecto. No imaginaba por qué sus dos ramificaciones estaban al momento sin pareja, sabiendo ella que eran humanamente excepcionales. Se repitió que no debía desesperar; que ya aparecerían los compañeros adecuados.
-Me tengo que ir -el anuncio de Juan la sacó de su concentración.
-Si venís a cenar, te dejaré comida para calentar. Esta noche me voy al teatro aprovechando que Jimena no viene a dormir.
-¿Que no viene a dormir? -el hermano mayor se puso en alerta.
-¿Y a vos qué te importa, si hace cuatro meses que no sabés de mis cosas? -lo desafió Jimena.
Juan estaba apurado, de modo que le apuntó con su índice acusador y salió de la habitación sin entrar en un debate de horas. Si su madre lo aprobaba, la insolencia de su hermana no era más que una anécdota. Pero se prometió revivir la relación de cercanía tan pronto como fuera posible.
Jimena empezó a levantar la mesa en silencio. Las mujeres no se hablaron hasta que Juan se fue. Mientras secaba la vajilla, dijo la joven:
-Tu hijo abortó todos mis planes. Me dejó de a pie y sin oportunidad de hacerle preguntas. ¡Te digo que algo le pasa!
Verónica terminó de lavar y, mientras secaba sus manos con un repasador, discrepó:
-No te lleva porque no puede, Jimena. Lo que sí lamento es que no puedas averiguar por qué está así.
-¡Claro! Y a mí que me parta un rayo... -ironizó su hija.
La madre sonrió con melancolía. Le acarició el rostro y le participó:
-Me voy a descansar. Si mañana alguna de las dos no logra arrancarle algo, se lo plantearemos claramente -la tomó de las manos- Aprovechá la oferta de tu hermano y andate en remís. Me dejarás más tranquila.
Jimena, viendo que no la soltaría hasta obtener una respuesta satisfactoria, asintió. Se despidieron con un beso y contrariamente a su costumbre, la muchacha decidió tomar una siesta antes de bañarse. La discrepancia con su hermano la había agotado. Puso el despertador a las cuatro y se metió entre las sábanas frescas.
Juan abandonó la oficina a las ocho de la noche. Había sido un día de trabajo fatigoso y no veía la hora de pasar por el local de Nico para tomar una copa tranquilo, encontrar una respuesta que el tiempo desvaía y mantener la esperanza de verla entrar mágicamente. Le parecía increíble que hubiese pasado más de un año desde el único encuentro que tanto lo abrumaba. Los meses de búsqueda sin resultado habían alterado su carácter y era consciente que afectaba la relación con su madre y con su hermana. Pero ¿cómo confesarles su acto abominable? No lo entenderían por mucho que lo quisieran. Empero, se formuló sincerarse hasta donde pudiera con sus dos queridas mujeres. Abrió la puerta del bar y su mirada se precipitó hacia la barra. Nada. También nada en las mesas a media luz. Se sentó enfrente de su amigo que le tendió la diestra para renovar la hermandad que los unía.
-¿Alguna novedad? -preguntó por rutina.
Nico negó con la cabeza. En estos quince meses había agotado todos los procedimientos para averiguar sobre la desconocida. Su vínculo con Juan se había templado con el fuego de una obsesión que ahora compartían por diferentes motivos: Nico deseaba encontrar a la joven porque había visto crecer la urgencia de su amigo por enmendar un comportamiento que lo atormentaba, y Juan, bajo el prisma de la culpa y la impotencia del desencuentro, soñaba con el espejismo de una muchacha hecha para sus sentimientos más sublimes. No se atrevía a ponerle nombre ni creía que fuera María, como se había presentado. Era “ella”, Eva, Mata Hari, trascendiendo los límites de lo terrenal porque no era más que la aspiración de una mujer.
-El sábado me reemplazará Guillermo. ¿Querés que salgamos a dar una vuelta con la avioneta?
-No. Te agradezco, Nico, pero debo congraciarme con mi madre y mi hermanita. Hace tiempo que las tengo relegadas y me parece que se les agotó la paciencia. El sábado es el cumpleaños de mamá. Les voy a dedicar el día y a contestar todas las preguntas con las que me bombardean hace un tiempo.
-¿Todas? –repitió su camarada como un eco.
-Todas las que las tranquilecen – ratificó Juan con una de sus menguadas sonrisas.
Nico se acodó sobre la barra y se sirvió un trago. Todavía era temprano para el movimiento del negocio. Creía que su amigo nunca llegaría a encontrar a la mujer que lo trastornaba porque él, con las conexiones que tenía, fracasó en ubicarla. Es claro que no les pudo brindar más que una descripción verbal, pero si fuera aficionada a estos lugares, la hubieran identificado. Nico especulaba que la joven entró esa noche casualmente y que no vivía en la ciudad, lo que le dejaba un escaso margen de eficacia. Otra de las razones por la que se había enrolado en la búsqueda era el temor de que Juan se quedara prendido de un recuerdo, cosa que a Nico le parecía nefasta. Prefería que se topara con la muchacha de carne y hueso aunque lo decepcionara. Por conocerlo, opinaba que su amigo tenía mucho que brindar a una mujer y mucho que recibir. La voz de Juan lo apartó de sus reflexiones:
-Si vos no fueras testigo, esa noche se habría convertido en un mal sueño. La vida es un absurdo, viejo. Un solo acto irreflexivo te saca del carril seguro y te encontrás manejando en una oscuridad sin señales. ¡Tengo que encontrarla, Nico! Es el único antídoto para este error que no me disculpo.
-Dejá de hostigarte. Como decís, las cosas pasan. Estoy convencido que todo tiene una finalidad y que este episodio no terminó esa noche. Es posible que pronto conozcas su propósito.
-¿Vos creés…? –su tono eperanzado reclamaba una confirmación.
Nico vaciló antes de responder. Pero esta noche era el presente y no se sentía con aliento para negarle un consuelo. Certificó con firmeza:
-Tanto como que por algo sobrevivimos hace cinco años.
Verónica estaba recordando el inusual sábado que les había brindado su hijo, cuando sintió la primera punzada en el pecho. Se detuvo un momento y apoyó la copa sobre el bargueño hasta que el malestar se calmó. Sin darle trascendencia, sonrió pensando en el remate de ese día perfecto: el brindis en la casa con una champaña que Juan había dejado enfriar en la heladera. Intuía que su muchacho se había reservado algunas cuestiones íntimas, pero el afecto con que se consagró a ellas renovó la certeza de la unión entrañable de su familia. Jimena estaba exultante por compartir un tiempo sin retaceos con su hermano y su madre. Hasta Verónica, que se mantenía actualizada sobre las actividades de sus hijos tanto como la dejaran, escuchó detalles sobre el nuevo trabajo de Jimena por estar dirigidos hacia otro interlocutor. Se divirtió con la pretensión de su hija de presentarle una nueva amiga a Juan, y con las cómicas excusas del hermano para negarse. No se cansaba de mirar a sus retoños, jóvenes, atractivos, llenos de vitalidad, despreocupadamente risueños. Especialmente Juan, que parecía haberse reencontrado con el optimismo que lo caracterizaba. Abrió la cristalera para acomodar la última copa y el segundo ramalazo la dejó sin aliento. Un increíble dolor le subió por el brazo y le arrancó un grito, al tiempo que se derrumbaba con el paradójico pensamiento de preservar el cristal de la caída. La desconexión con el contexto fue instantánea. Jimena escuchó el clamor desde el estudio de la planta baja adonde estaba acomodando una partida de libros, y corrió hacia el comedor.
-¡Mamá! – exclamó atemorizada.
Un sollozo escapó de su garganta cuando la vio abatida sobre el piso. Se precipitó sobre ella con un funesto presentimiento:
-¡Mamá! ¡Mamita! – suplicó, mientras la sacudía para volverla al estado de conciencia.
Su madre seguía en una pálida inmovilidad, apenas distinta de la muerte por el leve movimiento de su pecho al distenderse. Jimena se catapultó hacia el teléfono y pidió un servicio de urgencia con la voz quebrada por la angustia. Después se arrodilló junto a Verónica y deslizó un almohadón bajo su cabeza, hablándole mientras contenía las lágrimas, pidiéndole que se sanara, diciéndole cuánto la quería y la necesitaba. El timbre la sobresaltó. Se atropelló hacia la puerta para recibir el auxilio que había solicitado. El médico, que era un hombre de edad madura, enseguida se hizo cargo de la madre desvanecida y de la aflicción de la hija. Solicitó por radio una unidad coronaria al tiempo que auscultaba a la mujer para comprobar sus signos vitales.
-¿Tenés a alguien que te acompañe? –le preguntó a Jimena.
-Mi hermano –asintió. Y luego:- Dígame la verdad, doctor. ¿Está grave?
-Hasta que no le hagan varios controles no puedo aventurar ningún diagnóstico. Pero ahora está estable. Fuiste muy valiente al reaccionar enseguida y pedir auxilio. ¿Por qué no llamás a tu hermano?
Jimena tomó el teléfono y marcó el número de celular de Juan. La casilla de mensajes le indicó que estaba desconectado. Colgó contrariada porque sabía que los domingos era inubicable.
Un timbrazo indicó la llegada de la ambulancia. Buscó la cartera y cerró la casa para viajar con su madre hasta el sanatorio, adonde la dejaron esperando a la puerta de cuidados intensivos. Trataba de imaginar adónde estaría Juan. Sacó la agenda de su bolso y la revisó, intentando encontrar alguna anotación que la despertara de su aturdimiento. Cuando apareció el nombre de Nico rodeado por el círculo que indicaba amistades de su hermano o de su madre, no dudó en llamar.
-¡Hola! –respondió una voz de timbre grave.
-¿Nicolás? –se aseguró Jimena.
-El mismo. ¿Quién habla?
-Soy Jimena, la hermana de Juan. Tiene desconectado el celular y necesito que venga urgente. ¿No sabés adónde está?
-Lo siento, Jimena, no lo veo desde el viernes. ¿Te puedo ayudar en algo?
Jimena emitió un gemido contrariado.
-No, gracias. Trataré de ubicarlo –y cortó la comunicación.
Su teléfono sonó poco después. Lo abrió pensando en su hermano:
-¡Juan! ¡Mamá está internada…!
-Habla Nicolás, Jimena –la interrumpió- Decime adónde estás que voy para allá.
-En el sanatorio Central –contestó la joven sin oponerse al enérgico pedido.
-Ya salgo, y entretanto voy a rastrear a Juan. ¿Estarás bien?
-Sí – balbuceó Jimena a punto de llorar.
Veinte minutos después un hombre joven y musculoso bajó del ascensor. Vino directo hacia ella y le preguntó:
-¿Jimena?
-La misma –contestó, imitando la cercana respuesta de Nico.
-Yo soy Nicolás –dijo mientras le tendía la mano.
-Mucho gusto, y gracias por venir. No sabía a quién recurrir, y de pronto ví tu nombre en la agenda… -la fortaleza de la mano masculina le acentuó el desamparo y rompió a llorar acongojada.
Nico dudó poco. Se acercó a la jovencita que se tapaba el rostro convulsionado por los sollozos, y la atrajo suavemente hacia su pecho mientras decía:
-¡Vamos, vamos, chiquita! Que las cosas van a mejorar. Ya vas a ver que tu mamá se repondrá y que encontraremos a tu hermano.
Jimena descargó su pena entre los brazos consoladores de Nico y, cuando no le quedaron lágrimas por derramar, se desasió del hombre para buscar un pañuelo. Él le tendió el suyo y ella se secó los ojos y sopló su congestionada nariz. Con voz nasal le dijo:
-Cuando lo lave te lo devuelvo.
Nico sonrió ante el trivial comentario.
-¿Estás mejor? –le preguntó solícito.
-Sí, gracias –lo observó con seriedad- Te hacía entrado en años. Por los relatos de Juan, me hice la idea de que tendrías la edad de mi padre.
-Y por los relatos de Juan, yo te creía una niña de diez o doce años. Siempre se refiere a vos como “mi hermanita” –la evaluó con mesura- Curioso, ¿no?
Jimena suspiró. Nico se abocó a dejar mensajes en todos los teléfonos relacionados con su amigo. Antes de una hora, Juan bajó apresuradamente del ascensor. Se acercó a su hermana con los brazos abiertos y la estrechó con fuerza. La separó depositando un beso en su frente y le demandó:
-¿Cómo está mamá?
-Estamos esperando el informe –dijo Jimena, incluyendo a Nico.
Juan se volvió hacia su camarada para estrechar su palma.
-Gracias, viejo, por cubrir mi lugar. Si tenés algún compromiso, estás liberado.
Nico no estaba dispuesto a perder de vista a Jimena tan pronto. La observación que le hizo a la joven rondaba por su cabeza, y no la siguió evaluando con ella por no ser el momento oportuno. Se preguntó por qué Juan había distorsionado la realidad. Declinando el ofrecimiento, dijo:
-No. No tengo ningún compromiso y prefiero quedarme con ustedes hasta conocer la evolución de tu madre.
Juan asintió con un movimiento de cabeza. Esperaron media hora más hasta que apareció el médico. Los hijos se le abalanzaron. El doctor hizo un gesto tranquilizador y los puso al tanto:
-En este momento está sedada y en franca recuperación. La mantendremos en terapia para controlar cualquier descompensación. Mañana estarán los resultados de los análisis y le completaremos los estudios cardíacos.
-¿Qué tuvo exactamente? –inquirió Juan.
-Un infarto leve. Por su hermana sabemos que no tiene antecedentes, de modo que deberán tomar este trance como un aviso providencial. Con tratamiento y cuidados, tendrá tantos riesgos como usted o yo –le explicó- Les conviene irse a descansar porque hasta mañana no la podrán ver. Tenemos cómo comunicarnos ante cualquier cambio, cosa que no preveo.
Los hermanos, más tranquilos, asintieron. Bajaron junto con Nico a la planta baja por la escalera y se detuvieron en la puerta del sanatorio. Jimena fue la primera en hablar:
-Si no tenés ningún compromiso, Nicolás, vení a cenar con nosotros.
Juan disimuló un gesto de contrariedad. Había mantenido esas dos relaciones importantes de su vida en vías paralelas, presintiendo que no sería conveniente que se interceptaran. El hombre era su mejor amigo, pero no tenía futuro que ofrecerle a su hermana. Jimena no cerraría los ojos ante los negocios turbios de Nico, y si lo hacía por amor, no se refrenaría por siempre. Al mirar los gestos y la postura de cada uno, supo que su aprensión estaba justificada. Tuvo que corroborar la oferta de su hermana por no hallar motivos racionales para oponerse:
-Sí, Nico, venite con nosotros.
Su camarada aceptó, con una propuesta que dejó encantada a Jimena:
-De acuerdo. Pero si me permiten encargar el menú.
-¡Por mí, no hay problemas! -afirmó ella.
Los hermanos partieron secundados por Nico. Juan estaba atragantado con las recomendaciones que no osaba formular a Jimena por intuir que serían contraproducentes y transformarían su incipiente interés en obsesión. Dejaron los autos en la cochera y entraron a la casa. La joven iba adelante y entró al comedor seguida por los hombres. Se detuvo para observar la vitrina abierta y los cristales que brillaban en el piso, vestigios del accidente del mediodía. Se dio vuelta y buscó los tranquilizadores brazos de su hermano. Juan la apretó mientras le acariciaba la cabeza y le brindaba palabras de aliento. Nico los miraba deseando estar en lugar de su amigo para aquietar a la joven con sus besos. La fuerza de su anhelo lo sorprendió, porque surgió sin previas digresiones. Se volvió para no atisbar en la intimidad fraternal y aguardó en el pasillo hasta que el llanto de la muchacha se calmó. Juan salió solo del comedor y le hizo un gesto para que lo siguiera.
-Jimena ya viene. ¿Vamos a pedir la comida?
Nico sacó el celular y llamó a un número codificado.
-Hola, doña Marta, habla Nico. ¿Qué menú me recomienda para agasajar a dos amigos? -escuchó con una sonrisa, y luego:- Confío en usted. Mándelo a... ¿Cuál es la dirección, Juan? -el nombrado le dijo- Tucumán 321 -escuchó por un momento- A las nueve está bien, y con el vino de siempre. Chau.
-Cocina como mi madre -dijo- ¿Cómo está tu hermanita? - se interesó con cierta malicia.
-Estará bien en cuanto se lave la cara -respondió Juan- Esperemos en la cocina.
Nico lo siguió, examinando el hábitat mientras Juan hablaba al sanatorio para comprobar que el estado de su madre seguía compensado. Se estaban acomodando junto a la mesa cuando entró Jimena. Nico se incorporó mientras ella le dedicaba una pálida sonrisa. Le acomodó la silla bajo la mueca socarrona de Juan, y ocupó su lugar haciendo caso omiso de la burla. Clavó sus ojos interesados en la muchacha y le preguntó:
-¿Mejor?
-Sí. Habitualmente no soy una llorona, pero lo de mamá fue tan sorpresivo... -y agregó, sonriendo:- Estuve bien inspirada al llamarte y arruinarte la tarde, ¿no?
-Aunque lamento el motivo, me alegro de haber conocido a la hermanita de mi amigo antes de que creciera -dijo Nico, y añadió:- Calculo que podrían haber pasado al menos... ocho años.
-¡Por Dios, ya sería una vieja! -se escandalizó Jimena.
-Estoy seguro de que en ese caso, serías una anciana encantadora -dijo Nico, encandilado.
Juan asistía al cortejo sin poder explicarse cómo hacía tres horas su hermana y su amigo eran sólo entelequias el uno para el otro, y ahora estaban merodeándose. ¿Acaso la prevención no le modificaba los planes al destino? Decidió distenderse.
-¿Hará falta pedir postre? -ironizó.
Ambos lo miraron, sorprendidos por la ocurrencia. Jimena se ruborizó y Nico lanzó una carcajada espontánea. El timbre le permitió una salida rápida antes de que su hermana le respondiera. Volvió a la cocina en compañía de una mujer de edad, robusta y de agradable apariencia, y acarreando dos cajas. Nico se adelantó y cargó las bandejas que sostenía la mujer. Después de depositarlas sobre la mesa, se volvió a saludarla:
-¡Doña Marta! Es un honor que me traiga la cena en persona -le dijo riendo, y la abrazó.
-¡No es más que para verte de vez en cuando, sinvergüenza! -le contestó y le estampó un beso sonoro- Vas a quedar bien esta noche. Te preparé unos filetes de mero con crema de espárragos y guarnición especial -y volviéndose hacia los hermanos:- ¡Que lo disfruten!
Agradecieron a coro y Juan la acompañó hasta la salida. Cuando regresó, Jimena y Nico estaban acomodando la comida en dos fuentes. Juan sacó de las cajas dos botellas de excelente vino blanco y un postre helado que guardó en la heladera. Le preguntó a Nico:
-¿Adónde encontraste semejante madraza? Me llenó las orejas con tus virtudes.
-Doña Marta es el premio a una de mis pocas obras de bien. Hace dos años le remataron el local debido a una garantía que prestó su marido, y yo le facilité la cocina del bar para que siguiera trabajando. No es un gran mérito, porque semejante espacio no tiene utilidad para mi negocio, así que no acepté que me pagara ninguna renta. Desde entonces me manda la cena a diario y yo la llamo cuando quiero alguna comida especial.
-Estos platos huelen delicioso -opinó Jimena aspirando sobre las fuentes.
-Y van a comprobar que saben deliciosos -afirmó Nico.
-¿Llamaste al sanatorio? -le preguntó Jimena a su hermano.
-Sí. Sigue estable. Lo que es un buen pronóstico, me dijo el médico -contestó Juan, y a continuación:- ¿Qué les parece si empezamos a comer?
Después de la excelente cena se instalaron en el estudio para tomar un café que preparó Jimena. Juan había sido levemente desplazado del dúo conformado por Nico y su hermana y, extenuado, concluyó que no le sentaba el rol de cancerbero y se fue a dormir.
La atmósfera, alrededor de la pareja, se condensó en palabras no dichas y sentimientos inexpresados. Se reconocían a pesar de no haberse visto hasta pocas horas antes. La joven, un tanto inquieta por las sensaciones que le despertaba la presencia de Nico, observó:
-Juan nunca me relató en detalle cómo lograron resistir esos días. ¿Me lo vas a contar?
El hombre la miró y pensó que podría contarle cualquier cosa. Por ejemplo, que la había estado esperando toda su existencia, que se moría por tenerla en sus brazos, que la deseaba con un ansia que lo asustaba, que sólo se reprimía porque hacía diez horas no la sospechaba en su vida, y porque sabía que su camarada no lo aprobaría como pareja de su hermana. Como no podía contarle nada de eso, le relató los hechos pretéritos:
-Juan se ríe cuando afirmo que no hay nada casual en la vida. De no ser así, ¿cómo explicar que dos individuos que nunca debieron cruzarse, concidieran en el mismo avión y resultaran los únicos supervivientes entre setenta y cinco personas? ¿Cómo explicar que Juan, a pesar de estar conmocionado, revisara los restos del aparato hasta encontrarme debajo de la puerta que podría haber sido la tapa de mi ataúd? Vos dirás: porque mi hermano es una persona solidaria que no abandonaría a ningún accidentado. Pero, Jimena, cuando llegó hasta mí estaba en completo estado de shock por haberse topado con decenas de cadáveres y restos de personas mezclados con pedazos del avión. Cuando me recuperé, lo ví sentado en el suelo con la cara ennegrecida por el tizne del incendio y la mirada perdida en las escenas de horror que había presenciado. Me levanté como pude, porque tenía las piernas casi insensibles por la presión de la puerta, y lo arrastré lejos de ese cementerio. A la mañana siguiente, volví al lugar del accidente y rondé como un depredador buscando víveres y agua. Encontré los restos del sector de aprovisionamiento semi hundido en un hoyo de tierra blanda, y con grandes precauciones me introduje en la cabina. No te voy a decir lo que vi, pero todavía lo revivo en pesadillas –se silenció un momento, como si estuviera ordenando sus pensamientos. Jimena, afligida, lo tomó de una mano y él continuó:- Bueno, encontré una mochila grande y la llené de latas, botellas de agua y algunas bebidas; todo lo que pude cargar, porque sabía que allí no volvería más. Tuve que forzarlo a Juan para que se alimentara y al tercer día recuperó su albedrío. Hablamos mucho todo el tiempo desmenuzando lo que habíamos visto y lo que estábamos viviendo, planificando cómo volver a nuestra rutina, discutiendo la conveniencia de movernos o esperar a que nos encontraran. Al quinto día, acosados por el hedor de los cadáveres y nuestra propia impaciencia, inventariamos las provisiones y decidimos alejarnos del lugar. Juan me devolvió con creces lo que él llamaba nobleza de mi parte, cuando me despeñé al escalar un cerro y me sostuvo en la caída a riesgo de precipitarse conmigo. Y así como encontré en la mochila una navaja de campamento cuando desesperaba por no poder abrir las latas, la partida de rescate nos encontró al segundo día de haberse agotado los alimentos. Esta es toda la historia –concluyó con voz más baja y ronca de la que había empezado.
La joven lo miró con tanto sentimiento que no fueron necesarias las palabras para que Nico comprendiera cuánto la había impresionado su relato. Tomó la mano que permanecía sobre la suya y la llevó a sus labios, sin apartar la mirada de los ojos conmovidos. Se saturó de cada detalle de su rostro, de la aureola del cabello al contraluz, de la gracil armonía de su cuello, de la curva simétrica de sus hombros. Pugnó por no generalizar ese beso de reconocimiento a las partes del cuerpo que deseaba su boca y soltó la mano de Jimena con pesadumbre. Seguro de que debía irse, se levantó rápidamente:
-Me voy, Jimena. Tenés que descansar para visitar mañana a tu mamá.
Ella asintió y lo acompañó hasta la puerta.
-Mañana te llamo –dijo Nico mientras subía al auto.
-Hasta mañana, Nicolás.
Jimena cerró la puerta de la cochera con un suspiro. La historia del hombre no hizo más que fortalecer el germen de un sentimiento que la aturdía con su intensidad. Percibía que de no estar Juan por medio, Nicolás no se hubiera ido. Hizo un giro de ciento ochenta grados y se centró en su mamá. Rogó que se compusiera para vivir al menos cien años y para que ella le pudiera hablar de Nicolás.
Juan se levantó a las cinco de la mañana, se duchó, tomó un cortado y se fue al negocio. Hacía unos meses que lo inquietaba la conducta de Rodolfo. Primero, se encontró un cargamento de equipos de sonido incompleto. Cuando efectuó el reclamo los comitentes enviaron una copia del registro de entrega conformado por Zeballos, el encargado de depósito, que merecía su absoluta confianza. El hombre avaló la integridad de la entrega aún sabiendo que podría ser sospechoso de robo. Rodolfo tuvo palabras muy duras acerca de la honestidad de Zeballos, que Juan desoyó. El segundo incidente estuvo relacionado con la recepción de cobranzas en efectivo. Cada dos meses, Juan recibía un listado de clientes que tenían facturas pendientes de pago. Primero se ocupaba él de hablar con cada uno e interiorizarse de las causas del atraso. Luego decidía quien sería reclamado judicialmente. La semana anterior le asombró ver en el detalle el nombre de uno de sus mejores compradores. Le pidió a Estela, su secretaria, que verificara el saldo de la cuenta. Cuando lo llamó, el cliente le informó que había pagado esa factura con dólares y le envió el recibo por fax. Esta vez, la firma correspondía a una empleada administrativa que Rodolfo había despedido la semana anterior por sustraer fondos de la caja chica. Juan puso a todos sus empleados a ubicar el duplicado del comprobante que ya había sido reclamado por el encargado contable a Rodolfo, quien se excusó de haberle restado importancia al pensar que era un talón anulado. El recibo se perdió con los dos mil dólares que, en palabras del abogado, estarían en poder de la empleada removida. A Juan le parecía una coincidencia extraña que tantos inconvenientes se produjeran a partir del advenimiento de Rodolfo. El abogado había resuelto tan favorablemente los términos del contrato de concesión, que el joven empresario, absorto en la búsqueda que lo enajenaba, le había delegado el manejo del negocio. Recordó la obviedad de Zeballos cuando no apareció el recibo: “el ojo del amo engorda al ganado, señor”. Esa mañana había decidido ojear las operaciones de envío cuando nadie lo esperaba. Ingresó a la plataforma de carga ante la sorpresa de todos y le pidió a Zeballos los comprobantes de embarque que el hombre se apresuró a entregar. Rodolfo parecía más inquieto que sorprendido. Juan le pidió al encargado que abriera una caja. El abogado intervino:
-No era necesario que vinieras. Los pedidos están preparados y no es conveniente demorarlos porque van a cruzar el peaje después de las ocho.
El empresario no contestó. Zeballos cumplió la orden y Juan, remito en mano, controló las piezas que componían el envío. Había treinta cajas más. Guiado por un presentimiento, las hizo abrir a todas y fue verificando el contenido con las guías. En el quinto bulto encontró la primera discrepancia: un valioso amplificador que no estaba incluido en la lista. Cuando terminó la inspección, cien pequeños y costosos aparatos como ecualizadores, compresores, potenciadores, mezcladores, cámaras digitales y celulares, integraban un muestrario que el encargado miraba con estupor. Juan, alterado por el descubrimiento, notó que un estibador se alejaba hacia la salida. Pegó un grito:
-¡Que nadie salga hasta aclarar estas omisiones!
La puerta fue inmediatamente cerrada y custodiada por dos de sus empleados más antiguos.
-Zeballos, venga a mi oficina con el empleado que estaba saliendo. Los demás, esperen mis órdenes. Esto te incluye a vos –le aclaró a Rodolfo.
Estaba seguro de que Tomás y Raúl no dejarían salir a nadie, ni siquiera al abogado. Cerró la puerta del cuarto, y se volvió hacia los hombres. Estaba insólitamente calmo:
-¿Cuál es tu nombre? –le preguntó al joven nervioso.
-Mario, señor –dijo sin mirarlo.
-No te conocía. ¿Cuánto hace que trabajás aquí?
-Dos meses –contestó con la vista clavada en el piso.
-Supongo que te empleó Rodolfo –dijo, sabiendo que no se equivocaba.
-Sí, señor.
-¿Por qué te estabas yendo?
-¡Porque yo sólo cumplía órdenes, señor! Necesitaba el trabajo y el señor Peralta me dijo que mientras hiciera lo que me decía, tenía un puesto seguro. Tengo cinco hijos y estoy desocupado hace tres años. ¡Mi mujer y mis hijos no tenían que comer y me iban a echar de la casilla! –exclamó casi llorando.
-Está bien, Mario. Pero ¿te das cuenta que por cubrir tu necesidad te hacías cómplice de un delito? –preguntó Juan pacientemente.
-Sí, señor.
-Y lo más grave, es que incluías en la sospecha a tus compañeros.
-Lo sé, señor. Y no me felicito por eso –dijo cabizbajo.
El empresario miró a Zeballos.
-¿Cómo es que a mi viejo encargado se le escaparon tantos detalles? –lo interrogó con tono tranquilo.
-¡No se me escapó ningún detalle! Cuando las cajas fueron cerradas, contenían el pedido de los remitos. Y aunque el abogado no era santo de mi devoción, no se me ocurrió que trataría de estafarlo. ¿O acaso cree que lo hubiera permitido? –el hombre enfatizó la pregunta.
-No, Zeballos, conozco tu integridad. Ahora dejame con Mario y haceme una lista de los remitentes de las cajas adulteradas.
El encargado salió y Juan enfrentó al muchacho:
-Si estás dispuesto a sostener la verdad delante de Peralta, es posible que tengas una segunda oportunidad. Si no es así, decímelo ahora, y andate.
Mario lo miró con incredulidad. Esperaba terminar preso y su jefe le daba la posibilidad de reivindicarse. Le dijo fervorosamente:
-¡Estoy dispuesto a lo que mande, señor!
-Bien, esperá aquí.
Salió y volvió con el abogado.
-Rodolfo, creo que cualquier excusa sobra después de la confesión de Mario. ¿La hacemos corta y firmás tu renuncia irrevocable? –le dijo con frialdad.
-¿Y si me niego?
-Entonces lamentarás tu decisión. Vas a conocer algunas particularidades de mi carácter que no te van a gustar. Así que es mejor que firmes este documento. ¡Ah…! Y no pierdas tiempo en leerlo, que lo redactaste vos.
El abogado comprendió que estaba encerrado y que no quería correr riesgos con ese Juan que había subestimado. Sacó el bolígrafo de plata del bolsillo superior de su saco y firmó la renuncia. Luego, con un gesto de arrogancia, guardó la lapicera y salió de la oficina. Desde la puerta, el empresario hizo una seña a sus hombres para que lo dejaran salir. Su retirada fue menos digna, porque Raúl adelantó una pierna que lo hizo tropezar y caer sobre la acera mojada. Se levantó furioso con la intención de lanzarse contra el provocador, pero el número de estibadores que se acercó con los brazos cruzados lo disuadió. Cuando subió al auto, que había cambiado con sus primeros manejos delictivos en la empresa, cayó en la cuenta de que el nuevo departamento y el velero tendrían que aguardar una oportunidad que difícilmente se repetiría.
Jimena dispuso el ramo de flores silvestres en un hermoso jarrón de vidrio fundido. Su madre tendría el alta a la tarde y, con la excusa de la lluvia, Nicolás la había llamado a la mañana para pasarla a buscar y traerla hasta el sanatorio. Le preguntó si había desayunado y, ante su negativa, la invitó a hacerlo con él. Antes de salir fue a llamar a Juan, pensando que aún dormía, pero vio que ya no estaba. El trato desenvuelto que tenía con los amigos de su hermano, no funcionaba con Nicolás. Cuando abrió la puerta, no supo como saludarlo. Pensó que un beso fraterno que la acercara demasiado a su cuerpo sería un tanto arriesgado, de modo que le dedicó una franca sonrisa y un “¡Buen día!” El hombre, aceptando sus tácitas condiciones, le devolvió el saludo y abrió la puerta del auto para que se acomodara. Desayunaron en una confitería de la costa con vista al río. Esa mañana empezaron a recrearse el uno para el otro. Se confiaron sus gustos y sus expectativas. Jimena le contó su experiencia de trabajo en la escuela de Venado, la gratificación que sentía por acompañar la formación de los niños y, especialmente, la amistad que había forjado con la madre de Dani, uno de sus alumnos:
-¡Juan tendría que conocer a Nadia, Nicolás! Es una mujer encantadora, sensible, joven, hermosa... ¡Pero él es un porfiado! -exclamó con un mohín de contrariedad.
Nico estaba totalmente prendado. Agradeció a la Providencia por haber desatado el temporal que propiciaba el acercamiento antes de lo que esperaba. Compartir el comienzo del día modificaba la significación de la jornada, especialmente si pensaba en terminarla juntos. Se sorprendió de que a pesar de su edad y su experiencia se sintiera deslumbrado como un adolescente, con el corazón desbocado y la sangre acelerándose en sus venas. Estar cerca de ella invadía de luz el día gris y tormentoso y decidió dejar para el futuro la paradoja de que era la hermana de su mejor amigo. Volvió a la realidad para acompañar su expectativa:
-Tu amiga está llena de cualidades, pero a lo mejor Juan ya encontró una mujer que le gusta...
-¿Ya la encontró? -lo interrumpió Jimena, con los ojazos agrandados por la sorpresa.
Nico deseó borrar su comentario. Aunque su muchacha lo persiguiera, él no podría ser indiscreto con las confidencias de su amigo.
-Dije a lo mejor, niña -respondió con cierto énfasis, y luego, suavizando el tono:- Es una suposición, Jimena, porque Juan es muy reservado. Pero si no tuviera otro interés, ¿no te parece que accedería a tu propuesta?
-Entonces, no sabe lo que se pierde -se empacó la hermana.
-Te prometo que voy a tratar de convencerlo. ¿Conforme? -le dijo con una sonrisa.
-Será el mayor servicio que le prestes a tu amigo -aseguró Jimena.
Nico, camino al sanatorio, detuvo el vehículo delante de un puesto de flores y volvió con el ramo que ahora estaba acomodando, más una rosa roja para ella. La joven, que no ignoraba el significado del regalo, lo aceptó con desusada timidez. Nico le abrió la puerta del auto delante de la clínica y Jimena, cediendo a un impulso, le dio un beso en la mejilla. Cuando se dio vuelta para saludarlo, todavía él atrapaba el beso entre los dedos. La voz soñolienta de Verónica la sacó de su arrobamiento:
-¡Hola, mi amor! ¿Por qué no me despertaste antes?
-¡Buen día, mamucha! -se acercó a la cama para abrazarla- ¿Dormiste bien?
-¡Como un lirón! -miró el colorido ramo:- ¿Vos me trajiste esas flores?
-Te las manda Nicolás -explicó su hija con una expresión que no le pasó desapercibida.
-¡Ah... Nicolás...! ¿No es ése el famoso Nico de Juan?
-...Al que como siempre, las personas como mi hermano, le arruinan un hermoso nombre -replicó Jimena, y enseguida:- Ma, antes de que venga el plomo, tengo que contarte una cosa -se detuvo, como esperando el consentimiento.
-¿Que estás enamorada? -aventuró su madre.
Jimena sonrió al comprobar que su mamá conservaba intactas sus dotes intuitivas. Para ella, era la prueba de su recuperación.
-No entiendo cómo Juan se las arregló cinco años para que no me cruzara con Nicolás -se quejó.- Pero su generosidad, cuando estaba tan desesperada y sola en la sala de terapia, me enamoró tanto como su presencia.
-¡Ay, Jimena! ¿No es demasiado grande para vos?
-¡Pero si tiene apenas cinco años más que tu hijo! Yo no podía creer que ese hombre joven que bajó del ascensor fuera el Nico del que hablaba Juan. ¿No lo representó con la edad de papá? -le preguntó.
-Algo así -confirmó Verónica, y después añadió:- Curioso, ¿no? -coincidiendo con la observación de Nico.
-Entonces, -le dijo a su hija- ¿cómo sabés que no es el agradecimiento lo que te inclina hacia él?
-¿Te lo digo crudamente? -la desafió.
Verónica hizo un gesto de aquiescencia.
-Porque desde que me consoló contra su pecho, quiero conocer cómo me abrazaría y me besaría si me quisiera. Porque al confiarme los pormenores del accidente perfeccionó la impresión que me había causado. Y porque no me interesa ninguna razón para desearlo, ni la opinón adversa de mi hermano, ni la inconveniencia de amarlo... -terminó acalorada y sin aliento.
-¡Vaya declaración, hijita! No soy yo la que se va a oponer a tus deseos. Pero te aconsejo que no se lo digas, porque no es bueno quedarse tan desposeída delante de un hombre.
-Vos me preguntaste... -sostuvo Jimena- y no metás a todos los hombres en una misma bolsa.
La madre lanzó una carcajada y abrazó a su sensiblera hija. Un golpe en la puerta de la habitación las separó. Un camarero venía a tomar el pedido del almuerzo. Verónica eligió un lomito con puré y ensalada de frutas que le trajeron a las once, y comió bajo la mirada aprobadora de Jimena. Al mediodía volvió el empleado para retirar el servicio. Verónica le preguntó a su hija:
-¿Vos no vas a comer nada?
-No tengo hambre, mamá. Tomaré un refrigerio cuando estemos en casa. ¿A qué hora pasará el médico...?
-A las dos, me dijo. ¿Juan estará con mucho trabajo?
-¡Ya va a venir tu preferido, mami! Esta mañana salió tan temprano que no nos cruzamos. Pero no se perderá la oportunidad de perseguir a tu médico hasta que le prometa que estás completamente curada -y agregó con cariño:- ¿No querés descansar un poco?
-¡Estoy fresca como una lechuga! Contame algo de tu amiga de Venado...
-¡Ah... de Nadia! Es un encanto, mamá. A pesar de que trabaja todo el día en la biblioteca, siempre encuentra un momento para colaborar en la escuela. Creo que tenemos una indudable afinidad y, en gran parte, propiciada por su hijo Daniel. ¡Ese niño es tan especial! Tiene apenas seis años y una madurez sorprendente. Algunas veces me preocupa su carácter retraído, esa sombra de tristeza oculta en el fondo de sus ojitos. Pero basta que aparezca su madre para que brillen como soles. Nadia viene a buscarlo a las cuatro de la tarde y a veces nos quedamos charlando en la escuela o nos vamos a merendar a su casa. Mirá que nos vemos todos los días, pero siempre es corto el tiempo para hablar de todo lo que nos interesa... -Jimena sonrió, tal vez recordando alguna íntima confidencia, y remató:- Es la mujer indicada para mi obtuso hermano mayor.
Juan tocó el timbre de la casa de Nico a las once. Estaba reaccionando y reflotando la bronca y necesitaba compartir las peripecias de la mañana. Su amigo abrió desusadamente rápido, vestido y despabilado.
-Te invito a desayunar –lo convidó.
-Y yo, con un café casero si te es suficiente -ofreció Nico, apartándose para que entrara.
Juan asintió. Prefería la intimidad de la casa de su amigo para explayarse sobre los incidentes de su negocio.
-Contame - indicó el dueño de casa mientras servía el café.
-Esta mañana le malogré a Rodolfo una operación de rapiña y lo eché a la mierda -resumió.
-¡Ja! -exclamó Nico- ¿Le llevó tan poco dejarse vencer por la codicia?
-No me irás a decir que vos lo adivinaste...
-No. Pero no me extraña de un gavilán -contestó, asentado en sus convicciones- ¿Te jorobó mucho?
-No lo creo. Están todos los empleados recontando la mercadería. Lo que más me revienta es que impugnó todas mis premisas. Tenía un buen sueldo, participación en las utilidades, libertad de tomar decisiones. ¿Qué puede llevar a un individuo a echar por la borda una buena oportunidad?
-La estupidez -certificó su amigo.
Juan sorbió su café en silencio. Las palabras de Nico descalificaban las acciones del abogado pero no explicaban su conducta. Como tampoco había ninguna explicación para su conducta irracional de la noche que lo acosaba. Tenía presente que su negocio se repondría de los ardides de un empleado deshonesto, pero se torturaba con el destino de la joven víctima de su atropello. Hacía un tiempo que no lo importunaba a Nico con sus inquietudes: un poco por el accidente de su madre que lo sacó de su contemplación, otro poco por pudor. Sintió que el episodio laboral dejaba de tener significado al ser superado por la fuerza de la evocación. “Que Nico se emborme por estar aquí”, pensó.
-Ayer pagué la última búsqueda infructuosa -le confió.
-¡Sos cabezón! Te dije que no contrataras a esos investigadores improvisados que se las rebuscan con los viáticos -se inclinó sobre la mesa para mirar a su amigo- No creas que abandoné la pesquisa. Cada conocido que aparece se lleva un identikit de tu muchacha a su lugar de residencia. Te digo que la vamos a encontrar.
-¿Cuándo? -se desesperó Juan, y después se burló de sí mismo:- Estoy desquiciado, Nico. No hay mujer que me conmueva. Si continúo así, me voy a dedicar al sacerdocio.
Nico largó una carcajada. Tanto él como su amigo atestiguaban que no había mejor situación para un hombre que estar con el sexo opuesto.
–No te veo de cura, realmente –le palmeó el hombro- Pero sí me parece que tenés que aflojar un poco con esta obstinación y mirar a tu alrededor. ¿Qué hay de la amiga de Jimena? –sugirió.
-¡Ah…! Ya veo que te hizo efecto mi narcótica hermana …
-No es una mala idea –insistió Nico, y agregó:- Nadie te pide que te cases con ella, pero una bella mujer puede estimular un poco tu vida.
-Que mi hermana que no conoce la historia lo mencione, vaya y pase. Pero vos, amigo, que me estás aguantando hace más de un año… No lo entiendo... O vos no entendés nada de lo que me pasa -dijo Juan, levantándose de la mesa.
Nico no respondió. Comprendía que Juan no quisiera a otra mujer porque él, después de conocer a Jimena, se despojó de todo interés que no fuera por ella. Había vivido toda la semana pergeñando excusas para verla y, aunque sospechaba que la joven compartía su atracción, fluctuaba entre la esperanza de la intuición y el desaliento de la duda. Se acercó a su amigo que contemplaba el jardín desde el ventanal, y le puso una mano sobre el hombro:
-No es justo que me digas eso, porque mi propuesta es bienintencionada. No te voy a ejemplificar por qué te comprendo, pero convengamos que por ahora te aferrás a una ilusión. ¿Acaso te asusta la posibilidad de que la realidad te aparte de la fantasía?
-¿Creés que en este año no me crucé con mujeres y que alguna no manifestó interés? -preguntó Juan sin volverse.
-Descuento los encuentros y el interés, pero ¿quién puede luchar contra un muro de indiferencia? Si estás convencido de que nadie te inquietará, ni miss universo lo lograría. No te pido que abandonés la búsqueda, sino que la hagás más llevadera.
Los hombres permanecieron como en un cuadro: Juan, los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada extraviada entre la vegetación, y Nico, sin separar la mano del hombro de su camarada. Después de un tiempo el hermano de Jimena volteó, con una invitación que le indicó que la charla anterior estaba agotada:
-Voy al sanatorio. ¿Querés venir?
Mientras cerraba la puerta de su casa, Nico ya estaba ansiando el próximo encuentro con la joven que lo desvelaba.
Juan golpeó la puerta de la habitación de Verónica y entró al ser autorizado. Jimena, que dormitaba en un cómodo sillón en posición de loto, ni siquiera levantó la cabeza que tenía apoyada sobre el respaldo. Juan se acercó a la cama y abrazó a su madre.
-¡Juan! ¡Qué alegría! Aunque más que a vos, esperaba al médico.
-¿Todavía no vino? Ya te lo voy a traer -dijo sonriente, y continuó:-Vine con Nico, ¿querés conocerlo?
Verónica se incorporó un poco más y le dijo:
-¡Por supuesto! Pero antes, despertá a tu hermana.
Juan observó el relajado descanso de Jimena y se llevó el índice a los labios. Antes de que su madre pudiera reaccionar, llegó hasta la puerta y le abrió a su amigo. Verónica siempre recordaría al apuesto joven que ingresó a la habitación y se quedó absorto contemplando a su hija. La expresión del hombre era tan transparente a su mirada que lo aprobó sin reservas. Juan carraspeó y rompió el conjuro:
-¡Jem! Mamá, te presento a Nico -dijo, divertido.
Su amigo reaccionó de inmediato. Se acercó a la cama y la besó en la mejilla al tiempo que decía:
-Ahora me explico a quien sale su bella hija.
Juan hizo una mueca burlona, aunque no pudo descalificar a su camarada ya que Jimena era muy parecida a su madre.
Verónica sonrió halagada, y repuso:
-Gracias, Nicolás, por el elogio y las flores. Me alegra que Juan te haya sacado de la oscuridad.
-¿Las flores? -preguntó Juan levantando una ceja e ignorando la observación materna.
-¡Ah, sí! -aceptó Nico- se las mandé esta mañana con Jimena.
-¿Estuviste esta mañana con mi hermana?
-La pasé a buscar para traerla al sanatorio -explicó su amigo con paciencia.
Las voces despertaron a la muchacha que enfocó con ojos aturdidos a su alrededor. Cuando vio a Nico se azoró y en la prisa por levantarse se desequilibró hacia adelante. Su exclamación de sobresalto precipitó la reacción de su hermano que la recibió, riendo, entre sus brazos:
-¡Hola, bella durmiente! ¿Me perdí el chichón de la caída?
Jimena lo empujó:
-¡Tonto! Lo mismo le hubiera pasado a la bella si viera tu cara al despertar -le dijo, provocativa.
Verónica y Nico presenciaban sonrientes el intercambio de los hermanos. Jimena se sentó al borde de la cama de su madre y le sonrió al hombre:
-¡Hola, Nicolás! No esperaba verte tan pronto.
-Parece que me lo deben a mí -terció Juan.
Verónica consideró que era hora de participar:
-¿Podrías acompañar a Jimena a tomar un refrigerio, Nicolás? -le pidió con una sonrisa, y precisó: -Todavía no almorzó.
-Con todo gusto -respondió el aludido, y mirando a la hija:- ¿Vamos?
La joven tomó su bolso con un gesto indulgente y lo siguió. Cuando bajaban por la escalera, le dijo:
-¿No sentiste que me trataba como a una minusválida?
Nico la esperó al pie de la escalera y le dijo seriamente:
-Para nada. Me pareció una madre bien inspirada.
Jimena lo estudió hasta converger con su mirada traviesa. Largó una carcajada arrastrando al hombre en su hilaridad. El destello que animaba los ojos de Nico se convirtió en un fulgor que la obligó a desviar la mirada de puro miedo a perder el control. Susurró:
-¿Vamos?
Salieron a la calle con la sensación de haber demorado el momento inevitable, pero con la expectativa del placer diferido. Nico la guió hacia un barcito situado frente al sanatorio. Jimena descubrió que tenía hambre y pidió un sandwich caliente al igual que su compañero.
-¿Cuál es tu horario de trabajo? -preguntó, intrigada de que durante el día estuviera libre.
-Digamos que nocturno.
-Entonces, esta mañana no debieras haberme acompañado.
-¿Vos creés? -le dijo, provocativo.
-No. Me alegro de que me llamaras.
La joven sentía que podía explayarse libremente, sin tener que prever los efectos indeseados de segundas intenciones. Hacía una semana que Nicolás había ingresado a su vida y se asombraba de que pudieran interactuar con tanta confianza y comodidad. Su rango de experiencia con los hombres dejaba mucho que desear. Así como era de resuelta para accionar socialmente, se empobrecía en el trato con el sexo opuesto. Después de numerosas relaciones, llegó a la conclusión de que el amor era un estado de ánimo pasajero y que el entendimiento no iba más allá de la cama. A los veinticinco años había renunciado a los compromisos formales, a la pareja estable y a la maternidad. Su madre ni siquiera la rebatió cuando, después de su último desengaño, le manifestó su decisión. Nadia, por el contrario, la escuchó con una sonrisa donde se mezclaban la comprensión y la incredulidad. Añoró las charlas con esa amiga criteriosa que promovía su espontaneidad, y no dudó de que celebraría la inconstancia de sus enunciados. Una pregunta de Nicolás la apartó de su ensueño:
-¿Y cómo fue que te dedicaste a la docencia?
-¡Ah...! Fue la idealización de una niña solitaria sobre la profesión de maestra. Mi padre falleció cuando yo tenía tres años. Mamá trabajaba todo el día y me prestaba la atención que podía. No teníamos parientes para que se hicieran cargo de mí y fui a parar primero a una guardería y después a una escuela cercana a mi casa. Supongo que yo anhelaba la plena dedicación de una madre que bastante tenía con criarnos y de un hermano que quedó muy afectado por la muerte de papá, pero era muy chica para entenderlo. De modo que busqué en mis maestras una singularidad que no podían brindarme entre tantos alumnos y que yo viví como falta de afecto. Empecé a fantasear con una joven maestra que me recibía amorosamente para superar la angustia diaria y, con el tiempo, esta fantasía influyó en la elección de una carrera –concluyó, con un dejo de nostalgia.
Nicolás, que la había escuchado atentamente, apoyó los nudillos contra su mejilla y mientras la acariciaba suavemente, murmuró:
-Pobre niña…
El contacto de su mano cauterizó las postreras heridas de orfandad que afligían a Jimena. El hombre, superado por el deseo de consolarla y amarla, restringió su pasión a una propuesta:
-¿Vas a salir conmigo cuando tu madre esté repuesta?
-Si tus obligaciones nocturnas te lo permiten... -le recordó Jimena.
-Aunque tenga que cerrar el boliche... -afirmó Nico con fervor, buscando los ojos de la joven.
Jimena abdicó su mirada en la de Nico y se perdieron en el camino sin vuelta del reconocimiento mutuo.
-A ver, mamá. ¿Qué fue eso de emboscar a tu hija en la cueva del lobo? Para tu información, a Nico sólo falta que le apunten los colmillos –informó Juan desconcertado.
Verónica le echó una mirada conmiserativa.
-¿Es que los hombres no ven más allá de sus narices? Apuesto a que el primer mordisco lo dará tu hermana y no ese pobre muchacho encandilado. Espero, querido, que no intentes jugar el papel de hermano protector porque podrías contrariarla seriamente. Conozco a mi hija y si Nicolás la sacude de su apatía, tiene todo mi apoyo.
-Parece que me perdí varios capítulos de la vida de mi hermana, ¿no?
-¡No te apenes! Aunque hubieran sido muy apegados, hay confidencias que no te hubiera hecho. Estoy muy preocupada desde que me confesó que estaba desencantada con sus relaciones amorosas y que había desistido de sus expectativas como mujer. La estoy viendo declinar a una triste resignación y ¡no es el destino que quiero para mi hija! -las palabras de la madre fueron contundentes.
Juan hizo un gesto de atajarse y se acercó a la mesa sobre la que estaba el florero. Levantó con delicadeza la rosa roja:
-Supongo que la rosa vino aparte -dijo, aspirando su aroma.
-¿No fue una delicadeza de Nicolás hacia tu madre y tu hermana? -preguntó Verónica con una sonrisa.
-Nicolás en vez de Nico... Influencia de Jimena -dejó la rosa en su lugar y acometió:- Ese hombre delicado anda detrás de tu hija y, aunque sea mi mejor amigo, no es la persona que le conviene.
-¿Es una mala persona que la hará sufrir? No puedo equivocarme tanto en mi apreciación -negó Verónica. Volvió a insistir:- Este es un asunto muy serio, hijo. ¿Qué lo hace tan poco recomendable según tu criterio?
-Su actividad, mamá. No desearás ver a Jimena involucrada con un individuo... amoral.
-¿Es un asesino?
-¡No!
-¿Distribuye drogas o las consume?
-¡No! -reiteró Juan pensando adónde quería llegar su madre.
-¿Está involucrado en el tráfico de niños?
-¡No! ¿Qué querés demostrar?
-Que si no es ninguna de estas cosas, de lo demás puede retornar. Entonces -recortó- ¿a qué se dedica?
-Creo que al contrabando y a fomentar el negocio de la prostitución. ¿No te parece grave?
-No es una ocupación que apruebo ni lo haría tu hermana... -reflexionó Verónica.
-Nico está acostumbrado a vivir con holgura y otro trabajo no le brindaría los ingresos que necesita -apuntó Juan.
La mujer quedó pensativa. El timbre del celular de su hijo la desconcentró.
-Hola, Zeballos... No, no dejen entrar a nadie... Mañana dígale... Cerca del mediodía... ¡Ah, bueno...! Algo positivo... De acuerdo, Zeballos. Hasta mañana -Juan cerró la comunicación con expresión abstraída.
-¿Algún problema en el trabajo, hijo?
El muchacho suspiró y relató sucintamente los acontecimientos de la mañana. Su madre, después de escucharlo, lanzó una alegre carcajada.
-¿Estás bien, mamá? -preguntó alarmado.
-¡Maravillosamente bien! ¿No es extraordinario? Vos necesitás un hombre de confianza, y Nicolás un trabajo decente y bien remunerado. ¡Decime que es posible, Juan…! -rogó.
Él se acercó a la cama y le dio un sonoro beso en la mejilla. Después, para enojarla:
-¿Sabés, mami, que algunas veces me deslumbrás cuando ponés a trabajar las neuronas?
Verónica lo abrazó. ¡Amaba tanto a su muchacho! Se condolió que a los treinta años no hubiera hallado una compañera. Estaba segura de que a cualquier mujer le complacería tenerlo de pareja. Y no porque ella lo viera con ojos de madre, sino que era un buen ejemplar masculino y un buen partido. Se preguntó qué le impedía concretar el encuentro. Unos golpes en la puerta anunciaron la llegada del médico.
-¡Buenas tardes, Verónica! ¿Pronta para salir? -se acercó sonriente, con la historia clínica en la mano.
-¡Hola doctor! Espero que no encuentre ninguna excusa para mantenerme en esta habitación.
-Sólo el placer de tener una hermosa paciente. -El médico notó la expresión ansiosa de madre e hijo, porque se apuró a informar:- Como hace tres días se han estabilizado todas sus funciones después de la internación, es mejor que termine de recuperarse en su casa. La quiero tranquila, señora. Levántese tarde y no desoiga a su cuerpo. Aquí tiene todas las indicaciones y espero verla la semana entrante -terminó, tendiéndole varias hojas de recetario.
Verónica las tomó y le tendió la mano. El doctor se la besó con galantería y salió seguido por Juan. Ella se dirigió al baño para estar lista cuando volviera su hijo. El muchacho regresó cuando ella se cercioraba de que no dejaba nada en los muebles.
-Bueno, mamita, estás realmente bien. Así que ahora, a casa. Pero esperá que ubique a Adán y Eva.
Ella asintió con un ademán de reprimenda que despertó la risa de su hijo. Cuando desapareció tras la puerta, acomodó sus pertenencias sobre la cama y se sentó a esperar.
A Juan no le falló su deducción. Nico y su hermana estaban en el bar de enfrente, tan ensimismados que no lo vieron entrar. Se acercó a la mesa:
-¿Podrían volver a la tierra, que está más cerca del sanatorio? -les dijo, sorprendiéndolos.
Jimena, para su extrañeza, se ruborizó. Nico lo miró como perdonándole la vida.
-Mamá tiene el alta -anunció- Está esperando para que la llevemos a casa.
-¡Ay, Juan!, ¿Y qué esperamos? -reaccionó su hermana, levantándose con prontitud.
Esperaron a que Nico pagara en la caja y pasaron por Verónica. El amigo de Juan los despidió delante de la clínica. Acarició a Jimena con la mirada y subió al auto.
Cuando llegaron a la casa, Verónica fue asediada por sus hijos para que descansara. Los tranquilizó y salió a recorrer el pequeño jardín que no había sido olvidado. Mientras cenaban, preguntó:
-¿Qué pasó con la copa que tenía en la mano cuando me caí?
Jimena, que estaba en estado de extrema susceptibilidad, rompió en llanto al recordar el aciago día. Madre y hermano se turnaron para calmar a la joven, quien deseó otros brazos que la consolaran.
Jimena estaba eufórica. Mañana saldría a cenar con Nicolás. No veía la hora de encontrarse con Nadia para confiarle todas sus expectativas. La tarde se estiró lenta y somnolientamente. Atendió a los niños un poco desconcentrada. A las cuatro y cuarto llegó su amiga para retirar a Dani con una expresión preocupada que Jimena no le conocía,
-¡Hola, Nadia! -la examinó atentamente y se inquietó más-. ¿Pasa algo?
La joven, abrazada al niño, la miró con ojos angustiados. Jimena no dudó: Nadia necesitaba más de la confidencia que ella. Le propuso que fueran a merendar a su casa para hablar con comodidad. Mientras Daniel jugaba en el patio con el perro, Nadia dijo, como para sí misma:
-Si se llevan a Daniel no podré sobrevivir.
La afirmación fue tan lapidaria que Jimena adhirió a un padecimiento que aún no conocía. La abrazó y le recordó:
-¿Somos amigas?
-Tanto que no merecés que te involucre en mis problemas –dijo Nadia, mientras se apartaba suavemente.
-¡A la mierda tantas contemplaciones! –estalló Jimena-. Si pensás que me voy a quedar de brazos cruzados mientras alguien intenta llevarse a tu hijo, estás totalmente equivocada.
-Daniel no es mi hijo – declaró Nadia con voz átona.
-¿Qué…? ¿Y de quién es?
-Es una larga historia de desencuentros que traté de olvidar, incluyendo a las tías de Daniel que no me perdonan la muerte de su hermano. ¡Y tampoco lo quieren a Dani, Jimena, porque abandonaron al pobre niño en el orfanato…! Desean dañarme y lo harán, aunque sea a costa de Daniel… -se le quebró la voz en un sollozo.
-Explicame, amiga, porque no puedo creer que seas responsable de ninguna muerte.
Nadia tardó un rato en calmarse y aceptó el pañuelo de papel que le tendió Jimena.
-Mis amigos me previnieron sobre los problemas sicológicos de Andrés –dijo al cabo de un instante arrugando en su mano el pedazo de papel blanco- pero yo creí que mi afecto bastaría para equilibrarlo. Si tuviera que explicar qué me atrajo de él, no sabría decirlo. Tal vez su aura taciturna que concordaba con mi melancolía de huérfana precoz, o tal vez las pérdidas prematuras que sobrellevamos. Yo quedé sola durante el secundario al morir mis padres y mis abuelos en un accidente, y él, viudo y con un hijo recién nacido. Estuvo ausente un año en el cual su familia se hizo cargo del niño. Cuando volvió, yo empezaba a trabajar en la biblioteca y había reconstruido mi vida de relaciones, con amigos y algún noviazgo ocasional -hizo una pausa, como rememorando-. Nos conocimos cuando vino a consultar un libro de floricultura, porque entonces tenía el proyecto de montar un vivero. A la salida, me estaba esperando para tomar un café. El primer año de nuestra relación estuvo impregnado de la llaneza y la seducción que desplegó esa tarde para convencerme. Nos seguimos viendo y a los tres meses se instaló aquí. Yo lo impulsé a reclamar a su hijo porque teniendo un padre se estaba criando en orfandad.
-¿Cuánto hace de ésto? -interumpió Jimena
-Cuatro años. Dani tenía un año y cinco meses y una conducta autista. Nunca pude entender por qué, siendo tan dulce y afectuoso, lo criaron con tanto desapego. Con su padre le brindamos el cariño que le faltaba y tuvimos la recompensa de verlo mejorar día a día. Fueron los diez meses más perfectos en la vida de tres seres golpeados por el infortunio. Casi llegué a creer en la felicidad y en que la vida te compensa las pérdidas... -se mordió el labio inferior como para oponer al dolor interior el físico.
Jimena la volvió a abrazar y le acarició la cabeza. Presentía que la peor parte de la historia estaba por venir. Nadia se separó con una tenue sonrisa de agradecimiento y continuó:
-No caí en la cuenta de que sus repentinos cambios de humor eran los primeros síntomas de una recaída. A los dos años no había logrado montar su vivero y litigaba continuamente con su familia por cuestiones de dinero. Cuando comenzó a mostrarse violento conmigo y con Dani decidí hacer la consulta que me habían sugerido antes de que nos enredáramos. No por mí, porque no le temía ni me hubiese convertido en una mujer golpeada, pero sí por el pequeño, para preservarlo de nuestros desacuerdos de adultos. Así que fui a la Clínica General y pedí hablar con el médico que lo había tratado después de la muerte de su mujer. El doctor, después de escuchar mi explicación, me puso al tanto de que Andrés estuvo internado por padecer de serios trastornos de la conducta agravados por estados depresivos. Consideró que había sido prematuro formar una pareja y hacerse cargo del niño, especialmente por haber abandonado el seguimiento post internación. Al terminar la entrevista me encareció que lo convenciera de hacer una cita “por el bien de todos”, dijo, y que cuidara especialmente al chiquillo. ¡Como si hiciera falta...! -dijo apasionadamente, mirando hacia el patio donde jugaban Daniel y Duque.
-¡Ay, Nadia! No habernos conocido para que no tuvieras que resistir sola... -se lamentó Jimena.
Nadia le apretó la mano con reconocimiento. Sirvió otro café para cada una y reanudó:
-No sé si Andrés se medicaba por cuenta propia, porque cuando le transmití la opinión de su médico, me contestó que no necesitaba ninguna consulta. Además lo irritó que hubiese estado haciendo averiguaciones. La situación empeoró y el día que se atrevió a pegarle a Daniel lo eché de la casa. Volvió una y otra vez tratando de persuadirme. Amenazando, insultando... Después de tantas agresiones, mi cariño por él se había transformado en compasión por verlo tan negado a cualquier ayuda. Decidí que aunque fuera su padre no le confiaría a Daniel. Después del último intento de acercamiento, desapareció por un mes. La tranquilidad volvió a la casa hasta que llamó desde Rosario y me rogó que lo encontrara en la pensión donde paraba. Su voz sonaba tranquila y su necesidad de ver a Dani era razonable. A última hora, un impulso me hizo dejarlo al cuidado de una amiga. Llegué a las diez de la mañana, sola. Las visitas a las habitaciones estaban permitidas sólo a grupos familiares, de modo que la dueña de la pensión lo obligó a presentarse en el recibidor. Me di cuenta del esfuerzo que había hecho para simular normalidad por teléfono. Tenía la barba crecida, el aspecto desaliñado y la mirada de un animal acorralado. Me rogó, me exigió, que lo recibiera de nuevo en casa. ¡Te juro que traté de razonar con él! Le pedí que fuera a consultar al doctor Bermúdez y le prometí que después íbamos a estar juntos -gimió con todo el dolor del pasado renacido.
-¡Querida Nadia, estoy segura de que hiciste más de lo posible! -afirmó su amiga, al borde de las lágrimas.
La muchacha descubrió el rostro que sus manos ocultaron por un momento. Con un gesto de desaliento, desprendió las costras más sórdidas de su pasado:
-Cuando se dio cuenta de que yo no cedía, sacó un arma de la campera. Con voz inusualmente calma me anunció que me iba a matar por haberle robado al hijo. La casera y los huéspedes habían huído del salón. No sé de donde saqué valor para no entrar en pánico. Le imploré que pensara en Dani, le aseguré que se recuperaría con la ayuda del médico y que yo lo apoyaría en la lucha que lo esperaba. Recuerdo su gesto de desaliento cuando me dijo: “Pero a vos no te voy a recuperar jamás. Así no quiero vivir”. Dejó de apuntarme para llevarse el revólver a la boca y apretó el gatillo –sin transición, pasó del tono informativo al desbordado:- ¡Se mató delante de mí, Jimena, y yo… no pude… evitarlo…! – sollozó.
Su amiga lloraba a la par. Se buscaron, enceguecidas por las lágrimas, para estrecharse y condolerse de ese acto irreparable. Nadia fue la primera en recuperarse. Guió a Jimena hasta una silla y le alcanzó una caja de pañuelos. La actualización de sus miserias a través de un relato crónicamente soslayado, le trajo un inesperado alivio mental. Se volvió a escuchar, a más de un año de la muerte de Andrés, con la misma pena que volcó en la terapia pero sin la congoja de sentirse responsable de las decisiones de su ex pareja. ¡Ah, Andrés…! Si pudiera saber que viviste un año de felicidad que te compensó de la agonía de un momento… Si hubiera escuchado las advertencias de mis amigos, si hubiese sabido que tenías un control médico que cumplir, si no te hubiera cerrado la puerta de casa, si te hubiese dicho lo que ya no sentía… Todas presunciones sin respuesta… Quizás cualquier ‘si’ te hubiera acercado al mismo destino… Quizás estarías vivo… ¡Pobre muchacho sin esperanza! Te amé cuanto pude y voy a cuidar de tu hijo como lo hubiéramos hecho juntos.
Completó su testimonio animada por esta fervorosa ofrenda mental:
-Entre trámites médicos y policiales, estuve en Rosario hasta el fin de semana. En el interín, me comuniqué con mi amiga que me dijo que las hermanas de Andrés se habían llevado a Daniel apenas las notificaron del suicidio de su hermano. Esa noticia me aniquiló. El sábado a la mañana volví a esta casa con la sensación de ser una mujer excomulgada de la vida. Ni siquiera las ofensas de las tías de Dani me conmovieron. ¿Qué podía afectarme si ya no tenía razones para vivir? Esa noche yo también pensé en el suicidio. Si no lo concreté fue porque tenía la tenue esperanza de recuperar a Daniel. El domingo amaneció lloviendo y fue la mejor excusa para quedarme en la cama compadeciéndome a mí misma. A la tardecita sentí unos golpes en la puerta y abrí anticipando nuevas afrentas de las hermanas de Andrés. Pero no. Allí, empapado y temblando de frío, estaba mi niño clamando por volver a casa. Lo abracé para calmarlo y me desprecié por haberlo postergado para condolerme de mis desgracias de adulta, siendo que era mi responsabilidad brindarle la estabilidad para crecer. Guardé mis penas, pedí su custodia e inicié un tratamiento sicológico - mostró las palmas abiertas.
-Si antes te admiraba como mamá, ahora sos un ícono –declaró Jimena, y preguntó:- ¿Por qué antes te dieron la custodia y ahora te la niegan?
-Porque las tías de Daniel impugnan mi soltería y piden que el niño sea criado por un matrimonio. A pesar de que no le tienen afecto son implacables, y lo que sí tienen es mucho dinero… -dijo abatida-. Es posible que hasta se quieran vengar de su hermano aunque esté muerto. ¡Son unas malvadas! –se exaltó.
-Pensemos fríamente… –aportó Jimena-. ¿No hay trabajadores sociales, testigos, el mismo testimonio de Dani, que avalen tus condiciones para adoptarlo? No serías la primera madre sin pareja.
-En cualquier otro lugar tendría oportunidades. Aquí no. Pero a menos de que lo cargue en el auto y desaparezca, debo pelearla en esta ciudad que es su hogar. Hasta pienso en aceptar la propuesta de casamiento de Luis, el dueño de la librería.
-¡Nunca! ¡Eso, nunca! ¡Si no te gusta…! - la interrumpió Jimena.
-¡Lo sé, lo sé! Pero si me acorralan cualquier medio se justifica para que Daniel no termine en el orfanato.
-¿Me querés decir adónde está el sentido común, la sensibilidad, para no darse cuenta que el niño tiene la mejor madre y el mejor hogar? –dijo su amiga, arrebatada.
-Yo te agradezco, querida, pero la justicia parece no entender mucho de sentimientos. Si me ajustara a las generales de la ley, todo estaría a mi favor.
-¿Querés decir…?
-Casada, sí.
-Algo me decía que mi hermano y vos debían conocerse… ¡Estoy segura de que son el uno para el otro! Entonces Dani tendría verdaderos padres y…
-¡Basta, Jimena! -ahora fue el turno de Nadia-. No podés inventar los sueños de otra persona. Además, estas situaciones forzadas siempren salen mal.
-Eso lo decís porque no conocés a Juan... ¿Qué te cuesta? –dijo con un mohín de malcriada- Lo ves una vez y si no te gusta prometo que no insistiré más. ¡Dale una oportunidad a Dani! ¿Sí? –acometió por el lado más debil.
Nadia sonrió ante la perseverancia de su amiga. No podía ofenderse porque sabía que lo hacía de corazón, Buscó una salida que no descalificara su ofrecimiento:
-Esta noche me reúno con la abogada que es amiga del secundario. Buscará una manera de zafar por el momento y después volveremos a charlar. ¿Te parece bien?
Jimena estaba excitada como en su primera cita. Eligió un vestido turquesa de talle ceñido, hombros descubiertos y falda de bordes irregulares complementado con una chaquetilla de igual color. Su madre se anunció cuando terminaba de vestirse:
-¿Se puede pasar?
-¡Sí, mami! Decime como estoy... -el tono solicitaba un refuerzo de su propio juicio.
Verónica pensó que su hija se veía deslumbrante con esos colores que destacaban el pelo rubio ondulado que se desparramaba sobre los hombros desnudos. Acarició su rostro y confirmó:
-Preciosa.
-Mamá. Estoy tan nerviosa como si nunca hubiera salido con un hombre. ¿Y si la que se hace ilusiones amorosas soy yo y él me invitó porque soy la hermana de Juan?
La madre abrió la boca en una mueca de asombro y se largó a reir:
¡Por Dios, Jimena! Cualquiera puede ver que Nicolás, al menos, te desea. ¿Desde cuándo está tan baja tu autoestima, mi chiquita? -la tomó por los hombros-. A ver, mirame.
La joven levantó los ojos. Su madre la comtemplaba con amorosa intuición:
-No sé lo que esperás de Nicolás, hija. Pero ¿no es mejor que vayas descubriéndolo en cada encuentro? Hasta ahora no te ha ido nada mal. No pierdas un presente prometedor por un futuro que viene después...
-¡Es que tengo tanto miedo de idealizarlo y terminar frustrada…! ¡No quiero fracasar con él, mamá...! -le apoyó la cabeza sobre el hombro.
Verónica la tuvo abrazada por un rato. Después la besó, le acomodó el vestido y el pelo y la apuró:
-Son casi las nueve, querida, y presiento que Nicolás debe estar por apretar el timbre. Así que maquillate, perfumate y estate lista -salió de la habitación y se volvió desde la puerta para dedicarle una sonrisa alentadora.
Jimena rió para sí misma. “¿Estoy planeando acostarme con un hombre y busco el ala de mi mamá? Hasta la indulgente Nadia se burlaría”. Se puso en acción para no hacer esperar demasiado a su pretendiente. Estaba constatando su obra terminada, cuando sonó el timbre. Un segundo de pánico le disparó el corazón y acalambró la boca de su estómago.
-¡Jimena! ¡Ya llegó Nicolás!
La voz de contralto de su mamá la arrancó de la inercia. Se puso la chaqueta, tomó el bolso y bajó. A diez escalones del descanso sus ojos captaron la sonrisa socarrona de Juan, la de orgullo de su madre y la fascinada de Nicolás quien, omitiendo a su amigo, le tendió la mano cuando bajaba el último peldaño.
-No creí que te pudiera ver más hermosa -le dijo, besando su mano.
Ella sonrió. La presencia del hombre era tan concreta que le transmitió una pasmosa certidumbre de intimidad. Besó a su madre y atacó a su hermano:
-¿No tenés otra cosa que hacer aparte de sonreir como un tonto?
Juan la atrapó por un brazo y la besó en la mejilla:
-No te enojés, rulitos, que te ponés muy fea -y se alejó aprisa para evitar un pellizcón.
Nicolás, que secundaba a Jimena, le echó una mirada calmosa. Su amigo lo detuvo un instante:
-Cuidala... -le exigió en voz baja.
Nico enfrentó su mirada y le contestó con serenidad:
-Con mi vida. ¿Es suficiente?
Juan los vio alejarse y los saludó cuando partían hacia la zona que a él le estaba completamente vedada. Su hermanita había crecido y su amigo no le llevaba suficientes años como para ser su padre. ¿Pensó alguna vez en ellos como pareja para escamotear los datos de ambos? ¿Y si las cosas no funcionaban? ¿Perdería a un amigo? Mañana le ofrecería el trabajo. Lo envidió por poder concretar una situación soñada con la mujer que amaba. ¿La espera extinguiría lo que él sentía? ¿Podría desprenderse de los recuerdos para buscar una mujer actual? La falta de respuestas ¿modificaría sus posibles relaciones? Con todos estos interrogantes entró a su casa y se preparó para encontrarse con dos amigos que lo habían invitado a cenar.
Nico caminó detrás de Jimena hacia la mesa que había reservado para la cena de esa noche. Había pedido que los ubicaran en la terraza que daba al río. Una vez que estuvieron acomodados se deleitó mirando a su compañera. Pensó en cómo las circunstancias habían impedido que la conociera antes, que se privara de una presencia que ahora, si le faltaba, restaba sentido a su vida. Quería asegurarse de tenerla siempre a su lado, besarla y amarla como nunca lo había inspirado otra mujer. La deseaba tanto que disminuyó la frecuencia de su pasión a un apacible nocturno. Era la hermana de su amigo y debía ir con pies de plomo. La joven se sometió a las pupilas de Nicolás mientras admiraba el refinamiento del lugar. Al cabo, observó:
-¡Me encanta este restaurante! Pero es inalcanzable para mi ajustado presupuesto. Y el de mis amigas... -aclaró con un mohín explicativo.
Nicolás rogó que no se mostrara tan encantadora porque la tomaría en brazos antes de la cena. ¿Y no era que se había propuesto ir con tiento?
-Entonces lo conocías.
-Sí. De una vez que Juan nos invitó a una amiga y a mi. Porque le interesaba mi amiga, obviamente.
Nicolás se rió con ganas, arrobado por la expresión contrariada de la muchacha.
-Estoy seguro de que no se negaría a traerte si le hubieras dicho... -predicó a favor de su amigo.
-¡Jamás le hubiera dado el gusto! -se alborotó Jimena- Habría insistido en que abandonara la docencia para trabajar en su negocio. Y, ¿cómo podría decirte…? Nos queremos pero somos un poco tercos los dos. No. No hubiera funcionado.
Nicolás esbozó una sonrisa. Había asistido a varios lances entre los hermanos y pensaba que Jimena tenía un criterio acertado. Notó que la joven estaba un poco pensativa:
-¿Hay algo que te preocupa?
-¿Se nota demasiado? –preguntó con un gesto de disculpa.
-Me gustaría compartirlo –pidió Nicolás.
-Es con respecto a Nadia, mi amiga de Venado. Ayer la vi tan conmocionada que la acompañé a la casa para hablar con ella. Me dijo que estaba a punto de perder a su hijo y me contó la terrible experiencia que vivió hace dos años. En realidad, Daniel no es su hijo y por eso se lo van a sacar… No, se lo van a quitar porque es soltera…
-A ver, a ver… -Nicolás la contuvo tomándole una mano-. ¿Me contás desde un principio?
Jimena le lanzó una mirada agradecida y, tomando aire, trató de resumir en forma ordenada los acontecimientos del día anterior. Cuando terminó, tenía los ojos brillosos y el resabio de la angustia que había padecido. Nicolás matuvo su mano sobre la de ella y la presionó con firmeza sin decir palabra. Cuando vio que la muchacha se reponía, habló:
-Por cierto que es un testimonio escalofriante el de tu amiga, pero seguramente su abogado encontrará la manera de que no le quiten al niño. Lo que te aconsejo es que no involucrés a Juan en esta historia. Él... -vaciló- tiene su interés apuntado hacia otra mujer.
-¡No...! Entonces es por eso que está distante y hermético. ¡No puede ser una buena mujer la que le cambió el carácter así! -afirmó Jimena.
Nicolás no podía creer que la noche especial estuviera desviándose hacia derroteros insospechados. ¿Debió hacerse el distraído ante la abstracción de Jimena? No. Porque ante cualquier cosa que la tuviera triste, quería ser su consuelo. De lo que estaba arrepentido era de haber aportado un indicio acerca de la ambigua situación de Juan. Pero se sintió obligado a apartar el interés de Jimena sobre su hermano. La joven hizo la pregunta que temía:
-¿La conocés?
-La vi una vez. Pero es un secreto que no me pertenece, querida -tomó sus dos manos-. Te prometo que el lunes me voy a ocupar de averiguar quien es el profesional más adecuado para asesora a tu amiga.
Jimena bajó la cabeza desilusionada, pero celebró la actitud de reserva de Nicolás ante la confidencia de un amigo. Una mano abandonó la suya y la obligó a levantar la barbilla. Miró a los ojos del hombre y tuvo la impresión de sumergirse en un remolino profundo y violento adonde era despojada de sus sensaciones más íntimas. Él se había inclinado sobre la mesa y sus rostros estaban arriesgadamente cerca. Lo escuchó decir:
-Quiero besarte.
A Jimena estas palabras, pronunciadas en tono concluyente, la regresaron a la esencia del encuentro.
-Yo también... Pero no en público -le respondió acuciada por verse en sus brazos.
Nicolás hizo un gesto al maitre que se acercó presuroso:
-¡Señor Torres! Enseguida le enviaré un entremés mientras ejerce el arte de la espera -dijo con afectación.
-Gracias, José. Pero tráigame la cuenta porque nos vamos a retirar –le contestó afablemente.
-Los platos están saliendo... -atinó a decir antes de someterse al pedido.
Nicolás la ayudó a ponerse la chaqueta y Jimena, por un momento, sintió las manos vigorosas vibrando sobre sus hombros. Cuando se iban, le sonrió al azorado mozo y le guiñó un ojo con un gesto que colmó la pasión de Nicolás. Hicieron el viaje en un silencio preñado de sensaciones que todavía no podían confesarse. El hombre ingresó a la cochera y, cuando se cerró el portón, ayudó a bajar a la muchacha. Entraron a la vivienda con la mutua certeza de que éste era el paso que esperaban desde que se conocieron. Nicolás se volvió hacia Jimena y la besó con las ansias de una vida esperando por ella. Sintió su respuesta primero contenida y luego abriéndose como una flor al imperio del sol. En la urgencia de sentirlo, la joven se dejó arrastrar hacia el dormitorio sin desasirse del abrazo ni separar los labios. Cayeron sobre la cama como una sombra agitada por murmullos amorosos, respiraciones excitadas, manos que desprendían ropajes hasta diferenciarse en dos cuerpos ansiosos de interactuar el uno con el otro. Jimena se abandonó al ímpetu de Nicolás que sintonizaba con su propia voluptuosidad. Las manos y la boca del hombre le develaron zonas de placer inexploradas que celebró con inéditos gemidos de gozo mientras sus manos reconocían el cuerpo musculoso y la pujante erección. Un estertor negativo brotó de la garganta de Nicolás ante la caricia de la joven que lo sacudió como un ventarrón y casi malogra su esfuerzo de postergar la consumación. Devastado por el deseo mantuvo en alto los brazos de ella y se sostuvo sobre un cuerpo maduro para el amor acallando con un beso el quejido de frustración. El poderoso dominio se le fue desintegrando ante el llamado de Jimena que lo invocaba para culminar el apareamiento. Se hincó entre sus piernas sosteniéndole aún las manos inquisitivas y la miró un instante más, entre los escombros de su control, antes de librarle los brazos. Jimena gritó excitada rodeándole el cuello y adelantando la pelvis al encuentro de su miembro que se alojó en el centro del deseo mutuo. La joven acrecentó el movimiento de sus caderas hasta precipitarse en el paroxismo de un orgasmo que lo habilitó para acompañarla hasta la plenitud. Después del apogeo continuaron un tiempo con los cuerpos unidos por un éxtasis que ninguno había conocido. Nicolás le despejó la cara de los rulos humedecidos por la transpiración y la besó en cada centímetro del rostro hasta hacerla reir. Se miraron maravillados de haber compartido esa experiencia que ni en sus sueños habían imaginado. El hombre se acomodó de costado y la atrajo contra su pecho. Un creciente sopor fue apagando los besos y los murmullos hasta ganarlos para el sueño.
Jimena despertó tratando de ubicarse en el lugar desacostumbrado. Poco a poco fue tomando conciencia del cuerpo de Nicolás envolviendo el suyo, de un brazo que se deslizaba por el hueco de su cintura, de otro que le cruzaba el torso desde el hombro, y de su espalda, nalgas y piernas amoldadas a la curva del anverso masculino. Un escalofrío la recorrió al revivir el enlace nocturno que había superado su mejor ensueño. Le costaba trabajo reconocerse en esa hembra sensual que despertó con las caricias de Nicolás y que evidentemente había reprimido en otras relaciones. Se apretó contra él disfrutando del agradable cosquilleo del deseo que sensibilizaba cada célula de su cuerpo nuevo. El hombre fue saliendo del sueño murmurando su nombre y ciñendo los brazos a su alrededor. La besó en la nuca, el cuello, hasta que ella volteó la cabeza para unir sus bocas. Él, pegado a su espalda, la dibujó parte por parte mientras los movimientos cadenciosos de la joven aumentaban la turgencia de su órgano sexual. Con la voz empañada por la pasión, le describió cuánto la amaba y la deseaba hasta que ella, enajenada, elevó una pierna sobre su cadera. Nico la sujetó contra su costado con un brazo y sosteniéndola por la cintura la penetró. Se movió despaciosamente, tratando de prolongar el júbilo de la unión y pendiente del creciente jadeo de la mujer que amaba, hasta que ambos aceleraron el ritmo para culminar en un estallido de indescriptible gozo. Los dos se buscaron para estrecharse en las postrimerías del placer, deseando compartir con el otro la prodigiosa sensación que les había deparado la complicidad amorosa. Jimena fue la primera en sucumbir al sueño murmurando “mi vida…” Nico la imitó momentos después. Lo despertó la claridad que entraba por el ventanal y tomó conciencia de la hermosa mujer que dormía serenamente en sus brazos. Estaba apoyada contra su costado, la cabeza sobre su hombro y la mano descansando sobre su pecho. Inclinó la cabeza para besarla en la frente y contempló la boca entreabierta que había besado y lo había besado. La deseaba como el primer día y más, porque ahora sabía la felicidad que podía depararle. El estado de conciencia despertó los aguijonazos de su brazo acalambrado. Se movió tratando de no despertarla, pero Jimena abrió los ojos y le sonrió con tanto amor que acabó besándola por enésima vez. La acomodó sobre su cuerpo y le pasó las manos por la espalda, los glúteos, la entrepierna. Ella murmuró:
-No empieces lo que no vas a terminar…
-¿Qué apostamos…? –le respondió sobre la boca.
El metálico sonido de una alarma sobresaltó a la mujer. Nicolás la abrazó para tranquilizarla:
-¡Shh...! que es el monitor de la calle -sin soltarla, se inclinó hacia la consola y apretó un botón. Una imagen apareció en el visor.
Jimena lanzó un gritito de sorpresa, rodó hacia el flanco de Nicolás opuesto a la pantalla y se metió debajo de la sábana. Su hermano la contemplaba desde el cristal óptico. Nico se rió con ganas y le destapó la cara para besarle la nariz y explicarle:
-¡No nos puede ver, mi amor!
-¡Por Dios! Por un momento me hizo sentir como una adolescente en falta. ¿Qué hace aquí este desubicado?
-Querrá ajusticiarme por haberle robado a su hermanita -dijo Nicolás con una sonrisa que desmentía la conclusión.
-¡No le abras! -exigió la muchacha.
-Lo que ordenes, mi señora. Pero es posible que fuerce la entrada.
-¿Por qué haría eso?
-Porque irá hasta la cochera, verá el auto, insistirá con el timbre y, al no tener respuesta, pensará que pasa algo y romperá algún vidrio para entrar.
-¿Mi hermano es capaz de eso? -la joven lo miraba incrédula.
-De mucho más de lo que imaginás -contestó. Se volvió hacia la pantalla y comentó: -¿Ves? Ahora va hacia el garage.
-Entonces -dijo Jimena- será mejor que te vistas antes que destruya la casa. Yo me voy a dar una ducha y espero que me recibas con un café -terminó con una sonrisa y un beso.
Nicolás se incorporó y buscó la ropa. Ya vestido, miró a la hermosa muchacha que estaba sentada en la cama, la sábana cubriendo su cuerpo hasta los hombros, el pelo revuelto y una sonrisa que le aceleró el corazón. Se sentó al borde de la cama, jugó con su pelo y la besó despaciosamente, saboreándola. Unos insistentes timbrazos los separaron. El hombre fue hasta la puerta y desde allí le tiró un beso. Cerró y se dirigió a la entrada. Antes de que la franqueara, se volvió a escuchar el timbre. Abrió y se encontró frente a su impaciente amigo:
-¡Menos mal que te levantaste! Ya estaba por asaltar tu casa -le dijo Juan.
-No tengo dudas -Nico se apartó para dejarlo pasar-. ¿Qué te trae tan temprano?
-Un café. Pasé la noche pescando con la intención de preservar mi mente, pero ni eso me sirve. Además no es tan temprano. Son las nueve -se detuvo-. ¡Ah...! Cierto que saliste anoche. ¿Volviste muy tarde?
Nico lo miraba con los brazos cruzados sobre el pecho. Juan lo midió un rato: rostro distendido, ojos con menos sombras que de costumbre, actitud levemente desafiante. Sumó a su hermana a esta ecuación y el resultado se hizo evidente.
-Así que avanzaron más rápido de lo que yo presumía... -luego se desdijo-. No sé qué tenía que presumir conociéndote. ¿Jimena está aquí?
-Se está duchando. ¿Vamos a la cocina? Me pidió que la esperara con el café -volteó sin esperar respuesta, esperando que lo siguiera.
Nico puso la cafetera y aguardó la reacción de su amigo.
-¿Qué significó para vos acostarte con ella? -le preguntó con voz neutra.
-Mirá, Juan. Estoy enamorado de Jimena hasta la médula y la quiero en mi casa ahora. ¡Qué digo...! La quiero en mi casa desde que la conocí. Y no te agradezco que me la hayas ocultado durante cinco años.
-¡Ja! En esa época apenas había terminado el secundario, sátiro. Además, ¿no sos vos el que cree en la predestinación? Lo que tenía que pasar, pasó. Y en el momento señalado -se quedó pensativo.
-Jimena no podría estar en mejores manos que en las mías, camarada. Y vos lo sabés -aseveró Nico.
-Ese es el problema, amigo. Nadie la querrá como vos, pero ¿qué futuro podés ofrecerle? ¿Noches de espera hasta la madrugada? ¿Alguna situación oscura que terminará por separarlos? -lo enfrentó Juan.
-Aunque no lo creas, yo también lo pensé. Hace una semana que estoy liquidando mi negocio. Después buscaré alguna actividad diurna -le respondió sucintamente.
-¡Qué bueno que allanaras el camino! -exclamó Juan-. Venía a ofrecerte trabajo en mi empresa.
-¿Por Jimena? -se contrarió Nico.
-Por Jimena y por mí. Sabés que necesito un hombre de confianza -corrigió Juan con tono amigable.
-Te agradezco, viejo. Pero no conozco nada de tu negocio -replicó a la postre.
-¿Aprenderías chino para conseguir a mi hermana? -le inquirió en tono risueño.
-Sánscrito si fuera necesario -declaró Nico-. Supongo que me vas a decir que interpretar tu actividad es más facil que lo primero... Estoy de acuerdo si aporto la mitad para integrar una sociedad -condicionó.
Juan pensó que su amigo evidentemente no conocía el valor de su empresa. Sin pretender subestimarlo, aclaró:
-Actualmente tengo un capital de trescientos mil dólares.
-Me figuro que a tu hermana le harás alguna diferencia. ¿Valen ciento treinta mil dólares?
Ahora el empresario estaba sorprendido. Se dijo que esa inyección de dinero le permitiría agrandar el emprendimiento mucho antes de lo que pretendía. Pero le quedaban cosas que aclarar:
-¿Qué tiene que ver mi hermana en esto?
-Que si aceptás, la mitad estará a nombre de Jimena -dijo Nico sencillamente.
-La que no va a aceptar, es ella. Tiene un riguroso sentido de la equidad -le anticipó.
-Ya encontraré argumentos. Como venías con un plan y yo te propuse otro, tomate tiempo para pensarlo.
Juan no sabía como aclarar una inquietud sin mencionar las actividades non sanctas de Nico. Pero la decisión que debía enfrentar merecía el riesgo:
-Como propuesta me parece factible y beneficiosa. Sólo me resta saber si los fondos que disponés no serán disputados en algún momento.
-¿Cómo vas a pensar que arriesgaría a la mujer que amo y a mi mejor amigo con este ofrecimiento? Lo que me queda es un resto después de salir del circuito. Nadie puede reclamarlo -dijo Nico en tono de reproche.
-Tenía que asegurarme y no por mi negocio, ¿lo entendés?
-Sí. ¿Hacemos el trato? -extendió la diestra.
Juan respondió de inmediato. Se miraron satisfechos de la nueva relación que los unía.
-¡Menos mal! Esperaba verlos irse a las manos y en cambio se las están estrechando -dijo Jimena alegremente.
El hermano la miró y vio a una mujer que resplandecía desde adentro. Con simulado enojo le dijo:
-¡Qué bonito, eh…!
-Te diré que algo más que bonito… -dijo desinhibida mientras lo besaba en la mejilla.
Se acercó a Nicolás y se refugió en los brazos que le tendía. El hombre la miró amorosamente y la besó en los labios. Se desasieron con una sonrisa de privacidad y ella pidió:
-Un café, por favor... -y a su hermano:- ¿Se puede saber por qué me estás siguiendo?
-No te entusiasmés, Rulitos, que no venía por vos -dijo riendo-. Lo que te gustará saber es que desde ahora Nico y yo estamos asociados.
-¿En serio? -dijo agradablemente sorprendida. Miró a Nico que estaba sentado:- ¿Ya no tendrás un trabajo nocturno?
Él la tomó de la mano y la impulsó hacia sus rodillas. Jimena apoyó la frente sobre la de Nicolás hasta el final anunciado de un prolongado beso. Juan se sintió complacido de verlos tan enamorados y se entregó resignado a la estocada de los recuerdos no resueltos. No habría para él momentos de plenitud como los de la pareja porque ninguna mujer sería la desconocida del bar. Aunque no se permitía confesarlo, los días transcurridos sin resultados le menguaban la esperanza. Jimena se incorporó y le dijo:
-A pesar de tu miopía, te agradezco por preocuparte por mí. Aunque mejor harías en elegir una buena compañía y no esa que te cambia el carácter para peor.
-¿Qué...? -Juan se tomó de los brazos del sillón y fulminó a su amigo con la mirada.
Nico se acercó a la joven y le tapó la boca con la palma de la mano mientras la abrazaba:
-¡No he dicho más que tu interés es hacia otra mujer para que no se ilusionara en casarte con su amiga! -alcanzó a decir hasta que Jimena se liberó.
La muchacha, echando chispas por los ojos, le reprochó a su hermano:
-¡Semanas preocupándonos por vos con mamá, y todo por el capricho de estar con una mala mujer!
-¡Hey, hey! -dijo Juan, irritado- ¿Cuándo vas a crecer, niña novelera? Lo único que falta es que pretendas transformar mi vida con tu varita mágica.
-¡Sos un desagradecido que no se merece las tribulaciones de nadie! ¿Cómo pude pensar que un egoísta que no se interesa por su madre pudiera ser compañero de la mejor mujer que conocí? -replicó al borde de las lágrimas.
Nicolás estaba consternado. Se acercó a Jimena pero ella lo rechazó moviendo las manos. Juan trató de justificarse:
-¡No digas que no me interesan ustedes porque no es cierto! Y no sé de donde salió eso de casarse, pero concedeme que es grotesco.
Jimena se llevó las manos a la cara y sus hombros se estremecieron levemente. Había pasado de la felicidad más exhultante a la pena más intensa al recordar la desdicha de Nadia. ¿Cómo podía ser ella tan feliz cuando su amiga estaba sufriendo la pérdida de su hijo y encima su hermano la menospreciaba? Buscó una silla enceguecida por las primeras lágrimas y estaba absolutamente desconsolada cuando se sentó. Los dos hombres, que la querían de distinta manera, habían caído en las garras de la impotencia al no poder contener a la joven.
-¡Hermanita, hermanita...! -exigió Juan- ¡No podés obligarme a que me case con tu amiga!
-¡Yo no quiero que te cases! -sollozó Jimena- Sino que la conozcas...
-¿Me querés decir en que cambia la situación y por qué te ponés así? -se arrodilló a su lado.
-¡Vos que vas a entender si nadie te importa! -hipaba su hermana- ¿Y cómo puedo reir cuando Nadia no tiene esperanzas? -lloró acongojada.
Juan se cruzó con la mirada acusadora de Nico y se doblegó:
-¡Jimena...! -la tomó de los hombros- ¡Jimena! Está bien, la voy a conocer. Pero no pasará nada de lo que te imaginás. Y va a ser la última chifladura tuya que acepte. ¿Vas a dejar de moquear?
Su hermana bajó lentamente las manos para mirarlo con ojos inflamados por el llanto. La tomó de las muñecas y la besó en la frente.
-¿La... vas... a conocer? -preguntó con voz entrecortada.
-Sí. ¿Me vas a volver a querer? -le preguntó acariciando su cabeza.
Jimena lo abrazó impetuosamente y le garantizó:
-¡No te vas a arrepentir, Juan! Estoy tan segura... -se levantó de la silla y anunció:- Me voy a lavar la cara.
Pasó al lado de Nico y le alborotó el pelo. Allí quedaron los dos, azorados, tratando de comprender como se habían metido en el ojo del huracán.
-Te compadezco, Nico, porque esta mujercita te manejará como quiera. ¿No viste cómo se compuso cuando se salió con la suya? -lo espoleó.
-Estaba realmente apenada por su amiga. Ayer me contó las adversidades que viene soportando desde la adolescencia y ahora, por ser soltera, están por quitarle a un niño que considera un hijo.
-¿Ustedes pretenden que me convierta en el padre de ese niño? -exclamó Juan estupefacto.
-Escuchame, Juan. Dos o tres horas de charla y dejarás conforme a tu hermana. Yo le prometí buscar al mejor abogado para que represente a su amiga y así lo haré -Nico le exigía colaboración.
-¡Ya dije que sí! Pero preparate para consolarla cuando me vaya a la mierda -advirtió Juan.
-Como te dije, ya encontraré argumentos -cerró su amigo.
Jimena regresó con la cara más compuesta y se refugió en los brazos de Nicolás. Juan, arrepentido de su promesa, miraba el jardín detrás del ventanal. La voz de su hermana lo apartó de la introspección:
-¿Te parece bien que salgamos el martes a la noche?
-¿El martes? Sabés que trabajo hasta tarde. ¿Y vos no tenés que ir a Venado? Mejor el fin de semana -apeló a la logística para dilatar el encuentro.
-El miércoles es feriado y el fin de semana muy lejano. ¡Que sea el martes, Juan! -suplicó.
-Que sea el martes, entonces -repitió, sintiéndose candidato a la pena capital.
Nico estacionó frente al barcito de la costanera adonde lo había citado Juan. La llamada del empresario había cambiado sus planes que eran pasar a buscar a Jimena a las nueve para ir a cenar. Había reservado una mesa en el lugar adonde no llegaron a cenar la primera noche. Entró y buscó ubicación cerca del ventanal. Juan llegó con una expresión sombría que no le gustó. Nico esperó a que hablara.
-Nico, la reunión que programó Jimena para hoy es inviable. Lamento haberla aceptado en ese momento, pero creo que hasta por respeto a su amiga no debo ir.
-¿No le estás dando demasiada trascendencia a una simple salida? -preguntó Nico desconcertado.
-No. Mi hermana cree que su amiga y yo congeniaremos. La experiencia propia y ajena me enseñó que estas componendas fracasan en el noventa y nueve por ciento, y el desenlace lógico será que termine aborrecido por las dos. Y no me puedo dar ese lujo, amigo. No ahora que me siento demasiado vulnerable al mirar en tu espejo lo que no será mi vida -detuvo con un gesto la respuesta de Nico:- Vos sabés lo que es querer a una mujer y cumplir el sueño de tenerla. Te pido que te pongas en el lugar de un tipo que está cada vez más alejado de esa realidad y que pienses en las ganas que tendrías de participar en una farsa.
Nico observó que la cara de su amigo había pasado de las sombras a la apatía propia de quien ha perdido la esperanza. Se planteó de qué manera podría ayudarlo y se amargó pensando que hacía meses había renunciado a una búsqueda infructuosa. Le puso la mano sobre el hombro y le preguntó:
-Decime que querés que haga.
Juan le descargó una mirada de mudo agradecimiento. Tomó aire y le dijo:
-Que te hagas cargo de las dos mujeres cuando comprueben que yo no voy a aparecer. No te mando al degüello porque esta conversación nunca tuvo lugar. Mostrate tan sorprendido como ellas. A Jimena le va a dar una pataleta, pero vos sabrás como calmarla. En cuanto a la amiga, pasará un momento de incomodidad, pero no tan negativo como una presentación sin resultados. Creeme, Nico, que esto te lo voy a agradecer toda la vida.
-Está bien, pero desconectá el celular porque Jimena me va a intimar a que te busque en cualquier lugar. Y tratá de no aparecer en tu casa ni en tu departamento al menos hasta mañana a la tarde. ¿De acuerdo?
Juan asintió y apagó el celular. Se levantó y le extendió la diestra a su amigo. Después salió.
Nico se pasó la hora siguiente imaginando cuál sería la reacción de Jimena ante la ausencia de su hermano, y temiendo que ella descubriria la complicidad. Cayó en la cuenta de que nada lo amedrentaba más que malquistarse con esa joven que había cambiado el sentido de su vida, por lo que se prometió extremar sus dotes actorales en bien suyo y el de Juan. A las ocho y media se levantó, pagó y se encaminó a buscar a Jimena. La madre lo recibió en ese primer encuentro fuera del sanatorio:
-¡Nicolás! ¡Me alegro de verte! -lo besó en la mejilla- Vamos a la cocina a esperar a las chicas.
El hombre, un poco intranquilo, fue tras ella. Verónica le hizo un gesto para que tomara asiento y le ofreció:
-¿Te sirvo un café?
-No, gracias Verónica. Acabo de tomarlo conj... un amigo -terminó, rogando que no hubiera notado el lapsus.
La mujer miró hacia el reloj de la cocina y comentó:
-Parece que Juan está un poco atrasado. Debe tener mucho trabajo... Podrían haber programado un almuerzo para mañana y esta noche comer en casa para que no se hiciera tan pesado.
Nico asintió con una sonrisa de circunstancia. Por la puerta de la cocina ingresó un niño de unos cuatro años, calculó el visitante.
-Buenas noches -saludó con una seriedad desusada en un chico de su edad.
Nico le devolvió el saludo y Verónica lo abrazó con una gran sonrisa:
-¡Por fin viniste! -se dirigió a Nico:- Te presento a Daniel, el hijo de Nadia. Dani, él es Nicolás, el novio de Jimena.
Dani aceptó la mano que le tendió Nico con estudiada circunspección y le preguntó a bocajarro:
-¿Se van a casar?
Nico se rió francamente. Percibió que Verónica estaba pendiente de su respuesta:
-Si ella me acepta, cuanto antes. ¿A vos qué te parece? -se inclinó con aire de complicidad.
-Que te va a decir que sí. Dijo mamá que la tía Jimena está “trestornada” -le confió.
Nico y Verónica cruzaron una sonrisa ante la infidencia de Dani. Por distintos motivos, ese chiquillo taciturno los había prendado. Los dos tenían presente el triste pasado y el incierto futuro de Daniel. La madre de Jimena le preparó un sandwich caliente y un vaso de jugo de naranja, y puso un almohadón sobre la silla para que alcanzara la mesa. Dani no se olvidó de darle las gracias antes de atacar la comida. Nico se programó al escuchar la voz de Jimena. En un momento asomaría por la puerta y él tendría que dar cátedra de actuación. La joven lo vio y, dándole apenas tiempo para incorporarse, corrió a sus brazos con una exclamación de alegría. Nico la ciñó y respondió, con la mesura propia de la exposición pública, al amoroso beso que ella le ofrecía. Apretó la cabeza enrulada sobre su hombro y se le fue borrando la sonrisa. Detrás de Jimena una aparición observaba la escena con aire regocijado. Se apilaron siglos hasta que la voz de Verónica rompió el encantamiento:
-¡Querida Nadia, que linda que estás!
Nico permanecía petrificado, oprimiendo la cabeza de Jimena contra su pecho como si quisiera guardarla de una visión aterradora. Ella se liberó con una risa sofocada y se volvió en dirección a la recelosa mirada del hombre. No vio más que a Nadia a quien corrió a presentar:
-Nicolás, ella es Nadia, por si no te hubieras dado cuenta -dijo con un mohín risueño, y dirigiéndose a su amiga:- Él es Nicolás.
El ex barman le tendió la mano automáticamente esperando que sus dedos estrecharan el vacío. Pero no. La mano de la muchacha por la que Juan desvariaba, respondió con suave firmeza a su apretón bajo la mirada consternada de Jimena que esperaba una recepción más calurosa.
-Encantada, Nicolás. Jimena no se cansa de hablar de vos -dijo con una risa límpida.
Nico la imitó con el fin de reponerse. “¿Un año y medio de búsqueda inadecuada? ¿Juan negándose por meses a un contacto? ¿Huída de un compromiso? Y ésto, ¿quién lo arregla?”, pensó.
-¡Son las nueve y diez…! -exclamó Jimena alarmada- ¿Adónde estará Juan? Lo voy a llamar al celular - salió hacia el comedor.
Nico volvió a sentarse y estudió a Nadia que charlaba con Verónica y Daniel. “Es ella, y tan hermosa que lo volvería loco a Juan. Si no le hubiera dicho que apagara el celular... Pero ¿cómo suponer que Nadia era nuestra desconocida y que vendría de la mano de su hermana? ¿Cómo se compadecía la triste historia de la joven con la de una noche de alcohol y violencia?”

(para envío gratuito del resto, correo a cardel.ret@gmail.com)